EL CÓDICE CANNAS
LA LLEGADA
ALDÁN
1836
Se cuenta que por aquella época, había llegado a la
comarca del Morrazo una nutrida caravana de mouros, formada por familias
de diversa condición y procedentes de la comarca del Maresme.
Al parecer, habían venido en busca de fortuna a estas
tierras de la comarca, atraídas por el ansia de encontrar mejores oportunidades
y ahora trabajaban como marineros o jornaleros para abastecer la fuerte demanda
de sardina de las fábricas de salazón que se habían establecido en la costa.
Con ellas se había acoplado un forastero, también de
la misma procedencia; un varón de unos veinticuatro años de edad, de aspecto
imponente debido a su considerable alzada de seis pies, manos grandes de tacto
áspero, brazos fibrosos, caganer de duras nalgas y piernas robustas de
pantorrillas marcadas por la simple razón de que los desplazamientos se hacían
a pie, con unos ojos azules y largo pelo negro en trenza recogido y oculto en
barretina que se enmarcaban en un rostro moreno de facciones rectas, nariz
aguileña medio torcida por una reyerta y labios carnosos. Tenía una cicatriz en
la ceja izquierda y en el ambiente de la
caravana de colonos era conocido con el apodo o mote de “Carnasedo”,
apelativo que le habrían asignado los lugareños del puerto de Aldán al ver al pixaner
enseñando la carnaza.
Acostumbraba a vestir con las prendas de la época.
Calzones a la altura de la rodilla, mostrando lo marcados gemelos y una camisa
de estopa y cáñamo con medias mangas sobre sus tensos bíceps. Cinturón de cuero
con fíbula de bronce.
Joseph Blau, se había instalado en un alpendre de
tablazón o chabola marinera, próxima a la parroquia de San Cipriano, una
pequeña edificación de la calleja que baja desde el templo a la playa. No hacía
más de un año que Pep había llegado y trabajaba por temporadas como jornalero o
bien como carpintero en varias fábricas de salazón en la zona, establecimientos
localizados en sendas orillas de la ría de Aldán y pertenecientes a los
cerrados clanes familiares conocidos como los fomentadores de la
industria de la sardina.
LA DESCARGA
HIO
1844
Un día, a mediados de verano, durante una gran
descarga de sardina, Joseph se había presentado a hora muy temprana en la
fábrica que aún hoy existe en ruinas en Punta Alada, en el lugar de Vilanova,
en la parroquia de San Andrés de Hio, perteneciente al municipio de Bueu en
aquellos días.
Saltó de la barca con su espuerta de esparto cargada a
la espalda y deteniéndose un instante, su silueta prominente quedó recortada en
la pared del naciente. Luego, Joseph cruzó rápidamente la puerta que existía en
el muro, entró en el patio enlosado de la fábrica y se encaminó a la bodega.
La bodega se encontraba entrando a la derecha. En un
ángulo del local había una alquitara de cobre para hacer destilaciones, pipas
de vino, un gran apilamiento de duelas y
otro de tablas para los fondos. Pep echó un vistazo y reparó que quedaban pocas
liazas de mimbre y casi ninguna corteza. En unos soportes de madera clavados en
la pared del almacén había varias docenas de arcos de madera de castaño.
En otro local anejo estaban las redes de pesca y había
una zona apartada donde los obreros solían encascar las nuevas.
En la parte alta se encontraba la vivienda del
propietario con una vista extensamente agradable hacia los arenales de Aldán.
El muro frontal y el muro lateral izquierdo del patio
estaban flanqueados por alpendres. Los cobertizos con cubierta de teja
albergaban los lagares para la salazón.
Pep era carpintero de oficio y se dedicaba a componer
timbas, unas pequeñas barricas de duelas de pino de medio pie de alto y un codo
de diámetro, cinchadas con dos cintas de vara de castaño que se utilizaban para
envasar el pescado salado y prensado que transportarían después los barcos de
cabotaje hasta las costas del Mar Medi Terraneum.
En esa época una vez despachados, los galeones,
goletas y bergantines zarpaban desde el muelle de San Cipriano en la parroquia
de Aldán, perteneciente al ayuntamiento de Bueu, con destino a otros puertos de
la costa levantina peninsular.
En la recién construida fábrica de salazón era
costumbre que trabajasen por aquel entonces muchas rapazas. Los trabajos de las
mujeres en las industrias de salazón de la costa gallega eran eventuales. Los
salarios de las mujeres eras más bajos que los salarios de los hombres.
Los mozos de procedencia local y los foráneos con más
interés por relacionarse y socializar en la zona no paraban de hacerse notar
delante de ellas con miradas transparentes y picardías.
Una de estas rapazas destacaba por su buena hechura
sobre las demás, tenía una altura aproximada de cinco pies y un palmo, faz
hermosa de tez morena, nariz recta, orejas bien formadas, ojos verdes, lustrado
pelo negro y cuidados cabellos, piernas de gemelos marcados por el caminar
diario por las veredas, pechos abultados y posaderas proporcionadas de aspecto
piriforme que se marcaban bajo la tosca vestimenta al agachar su cuerpo
sudoroso. Atendía por el nombre de
Josepha y sus padres eran naturales del lugar de Graña en Bueu.
Esa tal Josepha de sobrenombre Modesta, era una mujer
joven bastante atractiva de unos veintiún años y aún entre el olor a saín de la
chabola de salazón desprendía aroma de mujer.
La verde mirada de Modesta se cruzó con la de Pep. El
muchacho enseguida se dio cuenta de su presencia y no pudo evitar retener la
vista y mirarla fijamente barriendo sus formas en las tres direcciones
cartesianas.
Al terminar la jornada, los rapaces marchaban en grupo
por los senderos serpenteantes o por los carreiros caminando a sus
respectivas casas y les acompañaban las chicas en una larga hilera, ristra que
decrecía hasta que se desvanecía cuando los que vivían más lejos alcanzaban sus
casas.
A los pocos días, Pep Blau se unió disimuladamente al
grupo de mujeres y se fue aproximando de forma casi asintótica a la muchacha.
—Te he visto en la salazón —dijo Pep acercándose a
ella.
—Yo también —contestó Josepha con el corazón acelerado.
—Mañana es el día de Sant Iago y es costumbre entre los
jóvenes del pueblo acudir a la romería de la feligresía de Hermelo, así que
algunos de nosotros hemos pensado sacarle el polvo a la vieja rabona de Juan
Vergés, un buen amigo de mi familia en Calella, mi pueblo natal y llevarla
para que chirríe un poco. Un moyo de vino, una cesta de tiras de
castaño con bolas de pan de centeno y timbas de sardina prensada para vender y
sacar algún real —propuso Pep.
―Me gusta el sabor del vino mezclado con las sardinas
secas asadas con aros de cebolla sobre un pedazo de pan de centeno o de maíz
negro. Hay buen vino de la parroquia de Cela y buen pan de Meiro ―indicó Josepha.
―Si gustas puedes acoplarte al grupo —invitó Pep.
—Nosotras subiremos por el camino habitual, como todos
los años, por los peñascos de la fraga del río Bouzós —dijo Modesta, tardando
en contestar.
— ¡Por Sant Jordi que lo pasaremos bien! —exclamó Joseph
de forma solemne, sorprendido por la inesperada respuesta afirmativa de la
joven.
Pep se despidió del grupo de muchachas en el pequeño
lavadero que hay al lado el puente del rio Orxas y ellas continuaron el camino
a través de los montes del Condado.
Al caer la tarde, tras la despedida, los corazones
solitarios aún latían a mayor ritmo de lo habitual y tanto el uno como el otro
no dejaban de pensar en el día siguiente.
Pep antes de volver a la chabola paró en la taberna
del puerto. Cruzó el umbral y se sentó en una vieja mesa de gruesas tablas. La
tabernera, notando s u evidente presencia se acercó para tomar nota del pedido.
―¿Que desea forastero? ―preguntó la tabernera.
―Una tassa de vino tinto y algo para comer ―respondió el maresmense.
― Temos caldeirada de raia e viño de Donón ―ofertó la regenta del
establecimiento con acento local.
Pronto apareció la tabernera con una escudilla de
barro llena de abundante agua con pimentón, patatas y pequeños trozos de raya
con una cuchara de madera y una porción de pan de maíz negro y centeno para
acompañar la sopa.
Joseph se sentó en el banco con otros comensales,
marineros foráneos, como era común en
los puertos de mar.
Tomó el pan duro y, haciendo migajas, lo incorporó al
cuenco; luego agarrando la cuchara como si se tratara de un remo comenzó a
palear el contenido a la boca.
Pidió un par de tragos más, pues el vino era
considerado un alimento necesario para la nutrición.
Era ya entrada la noche y con la espuerta en mano se
dirigió al alpendre, posó la espuerta sobre una piedra que sobresalía del muro
y apartando la pretina del calzón comenzó a orinar erguido como era costumbre
entre los hombres. Estaba muy tenso y con el miembro enhiesto de tanto aguantar
la orina, y en estas circunstancias, al acabar de orinar, intentó entregarse de
forma manifiesta a la práctica del placer pero como sintió voces cercanas, se
adentró en la habitación y trató de encender el fuego por percusión con un
eslabón, pedernal y yesca de hongo.
Si no disponían de estes instrumentos, acudían a la
llama perpetua del templo para encender el hogar.
Distraído por la presencia de gente cercana al
alpendre, había perdido la tensión de aquel fuego que le invadía por dentro y
tras cerrar la tosca puerta de pino, se echó agua templada sobre su cuerpo
restregándose con jabón de grasa de cerdo y sosa cáustica, en una tinaja de
madera, una escena en claroscuro ambientada con la tenue luz del farol.
Ya cercana la media noche, se acostó sobre un lecho de
paja de centeno, cubierto con el pedazo de la vela de una dorna.
Se quedó dormido y al día siguiente, al despertar se
encontró pegajoso y con la tela de la dorna mojada. Al parecer sus deseos y
pensamientos íntimos se habían ido a correr la caravana y se habían liberado en
sueños húmedos que no lograba recordar e irremediablemente le habían inducido a
llevar las cabras al monte y provocar una abundante polución nocturna.
No era la primera vez que le ocurría este hecho y, a
menudo, notaba que su miembro se hallaba muy tenso de madrugada, provocando en
su interior el deseo de llevar la mano al pecho y rozar instintivamente con las
yemas de los dedos las mamilas mientras trataba de soltar la intensa tensión
que había aparecido en la zona abdominal rozando la superficie del mástil con
la ruda tela de la vela que le cubría.
Mientras tanto, en otra escena paralela, Modesta se
quitaba el largo y grueso vestido de color verde oscuro que le cubría las
piernas casi hasta el calcañar, luego calentando agua del balde en el lar, la
vertía dentro de una gran tina de madera, lavándose los pies, las axilas y las
partes. Luego se tumbaba sobre el jergón de follaco, semicubierta por un
escueto paño de estopa al lado de la lumbre. Semidesnuda pero caliente,
llevando la palma de su mano sobre la cara suave, deslizando las yemas de los
dedos sobre los labios camino del cuello, mientras sus pechos se erizaban bajo
la sarga y, apresuradamente, su otra mano buscaba abrir camino entre el pliegue
y repliegue de sus piernas en frotación, para acabar humedecida por la
lubricación que emanaba de aquellas partes amigables y, luego, tras esas tareas tan dulces quedar dormida al lado
de la artesa de amasar el pan, junto al dorneiro de tabla de pino, al
calor y al olor del horno de piedra anejo a la lareira, en aquella
cocina de piso de tierra, mientras escuchaba el gemido de su madre holgando
tras el cortinaje de un catre con pared de barrotillo de caña, revestido
con mortero de cal y arena que ocupaba el ángulo noroeste del sobrado con el
piso de tablazón de aquella casa de paredes de mampostería de dos pies de
grueso, con las únicas aberturas de una ventana en la sala y la puerta de
madera con postigo en la cocina.
Tras similares experiencias nocturnas y el apasionado
interés por la celebración festiva, como rotura de la rutina diaria, abriendo
un intervalo para la pasión y la devoción nocturna amenizada por los fuegos de
artificio, los muchachos y las muchachas
no dudaron en levantar sus cuerpos extremadamente relajados en la pesadez del
lecho y aún soñolientos se desperezaron para luego lavar los ojos en la
palangana con la ilusión de preparar sus cestos de cachas llenos de
viandas y con garrafones llenos del vino que salía por la billa o por
los tornos de los viejos fustes de las pipas, para encaminarse al lugar de
Hermelo y una vez allí descubrir algún lugar idóneo donde recalar y comer a
rastras sobre las lajas de piedra madre o sobre la mullida hierba de un prado o
comareiro.
Unos iniciaron sus andaduras y otros las cabalgaduras
desde procedencia distinta, para encontrarse antes del toque del Ángelus
cuando el Sol llega a su punto más alto, donde antiguamente había un
monasterio, anejo al edificio del templo.
Tras el encuentro, se saludaron y se dirigieron hasta
la parte alta del poblado, donde aún hoy hay unas lajes de piedra limada por el
tiempo con unos surcos de formas extrañas y cazoletas casi inapreciables bajo
el liquen y el musgo.
Una vez allí, a Pep se le dio por recoger del suelo
fragmentos de piedras vítreas de color negro, cristalizadas según prismas
hexagonales y haciendo con su navaja una cavidad en una minúscula galla de roble las incrustó formando una cruz y al terminar
el oficio religioso se la regaló a Modesta.
Joan Vergés que había venido en el grupo de Bueu con
el carro para vender sardina en salazón, vino y pan, acompañaba a Pep en la
romería y mientras estaban sentados en la pértiga de la vieja rabona recordando
aquellas romerías juveniles de las tierras del Maresme, levantándose del madero
comenzaron a bailar la sardinia, al son de la gaita y del tambor
improvisado a partir de un timbal de sardina.
Pronto se animaron otros y mezclaron los ritmos de las
tierras en una fusión de bocados de pan, tragos vino y sardina seca prensada
salmuera.
—Siempre andas con entretenimientos —dijo Juan Vergés.
—Ya ves que esa muchacha me hace andar como chiquillo
agarrado a la rabona de su madre —confesó Pep.
—Y ella,… anda detrás de ti como una rabona tras la
tropa —completó María que escuchaba atenta cogiendo del brazo a su esposo Joan.
—Sabes que soy un echado para adelante, y ella es como
la cuerda de retorno del carro, el grueso cabo con forma de rabo atado a la
rabera que frena la carreta cuando baja del monte con madera y donde se ata la
cuerda de la red de la jábega en la playa. Así es ella, así me arrastra,
me frena y me rastrea como la rabona —replicó Joseph.
Al poco rato, se acercó a ellos el grupo de chicas y
Modesta se unió a la conversación. Los recuerdos de la noche y la atracción
mutua no tardaron en aflorar tras el roce de las miradas y estas pronto
hicieron nacer un deseo irresistible en sus mentes jóvenes para la aproximación
gradual de sus cuerpos, encadenando una serie de hechos que les llevarían
inevitablemente al contacto íntimo.
Y así fue, pues al atardecer, en el trayecto del
camino de regreso a casa, se separaron estratégicamente del grupo y
aprovecharon para tumbarse en un cómaro
tras refrescarse en el riachuelo, cerca
del molino que los vecinos llaman de los canteros, y tras un breve retozar, se
levantaron y se dirigieron al molino a curiosear.
Se escuchaba el sonido sordo del agua saliendo por la
saetera y golpeando con fuerza la rueda de eje vertical de palas de madera que
hacía mover la muela del molino, girando y volando sobre el pie, apoyada en la segorella
y acompasado esta sinfonía con el sonido del cacarexo que dosifica el
grano en el orificio, mientras la harina se esparce por el suelo.
Como la puerta estaba entreabierta, Pep intentó
invitar a Josepha para que entrara, llevó la palma de su mano a las posaderas
de la chica y ella sintió una descarga de placer y un fuerte escalofrío
mientras la obligaba a entrar en la edificación y ella se abandonaba a lo
imprevisto, a lo inesperado. Pep le
rodeó la cintura con el brazo izquierdo y la atrajo rozando su abdomen,
mientras con la palma de la mano derecha empujaba su cuerpo hacia adelante
haciendo que Modesta apoyara las palmas de sus manos sobre el camastro y su
cabellera negra azabache barriera la tosca cama.
Estaba claro que Pep, vinater confeso en el
pasado, aprovechaba para actuar bajo los efectos desinhibidores del vino y
Modesta andaba igualmente alegre. Como Modesta le seguía el juego, levantó
hasta la cintura su ropa y dejando entrever la zona bivalva entre sus nalgas,
la mirada de Pep reparó en el tono moreno de esa zona perineal y acercando con
celeridad su mano a la muchacha la atrajo para tomarla.
Pep, mojando las yemas de sus dedos índice y corazón
en los núbiles pliegues labiales de Modesta, empujó repentinamente hacia dentro
gesticulando placer, rompiendo la fina
piel de su inocencia robada y tiñendo sus muslos en grana. Las ganas de romper
y penetrar iban en aumento y deshebillando los calzones, accedió a la húmeda puerta vulnerable para
apagar el fuego mientras cerraba los ojos y luego abría la mirada fugaz de
aquella piel trémula agarrado las caderas con sus grandes manos con el rítmico
movimiento oscilante del mástil de un bote amarrado a puerto pero a merced de las
olas. Olas de intenso placer y harina fina de óleo, haciendo resbalar el pecho
sobre su espalda mientras agarraba los pechos de la muchacha azorada y, sobre
la tela, jugaba hábilmente con los dedos amasando sus pezones.
No se sabe donde Pep había adquirido tales mañas, pero
quizás se hubiera iniciado en los viejos burdeles del los puertos donde había
trabajado. Eso no tenía importancia en aquel momento, ya había hecho penitencia
por ello en el pasado.
Lo que sucedió allí daría para escribir un excitante
relato, pero el caso es que mientras estaban absortos en tal actividad eran
observados a través de la estrecha rendija de la puerta entreabierta del terminado
por Isolina Molanes, hija de la molinera y de padre desconocido.
Isolina tenía unos diecisiete años y este episodio
marcó su existencia, haciéndola caer inevitablemente en una pérdida del dominio
sobre si misma. Cada vez que su madre la enviaba al molino a moler la simiente
del maíz, ella esperaba toda la molienda absorta en los sonidos del molino,
tumbada sobre el camastro, mientras el grano era molido en el baile de rítmicos
movimientos circulares de unos dedos.
Pasadas cuatro semanas tras ese hecho, Josepha Modesta
notó la falta de la menstruación y se quedó bastante preocupada.
Como los catalanes estaban mal vistos en la zona, los
paisanos le llamaban mouros, decidió
que lo mejor sería no decir quién era el progenitor.
Sus padres la repudiaron vilmente y ella decidió
buscar vida por su cuenta, durmiendo a la intemperie, y echándole valor, se
marchó caminando con lágrimas en los ojos hasta la playa de Bueu, y buscó
trabajo temporal como sirvienta en casa del fomentador Juan Vergés, primo
del alcalde Narciso Gallup Vergés de
Calella.
La preñez de Josepha no le impedía hacer los trabajos
domésticos, pues era muy buena cocinera
y una hábil tejedora, Ayudaba a la mujer del fomentador en las labores
de casa, pues la señora Moreu acababa de traer al mundo a una niña llamada
Carmen no hacía más de un año.
En el quinto mes, cuando se celebraba la fiesta de la
Navidad, la familia Vergés y Moreu fue invitada a comer con los Gallup, con
ellos se encontraba un carpintero, un viejo amigo de la familia.
Juan Vergés necesitaba arreglar la vieja rabona
destartalada, un carro con ruedas de camba para transportar madera y al
mismo tiempo tirar de la red en la playa,
por lo que aprovechó la presencia del carpintero para hacer el trato.
Estaban reunidos hablando del encargo y ajustando el
precio, sentados en el alpendre del señor Gallup.
—Podría sacar más rendimiento a la rabona si se le
construyera un cesto de vergas de vimetera o de castaño —apuntó Pep.
—Para poder llevar el argazo de la playa a las leiras de los aldeanos. Es muy buen abono para los cultivos de millo —completó el señor Gallup viendo en ello una nueva oportunidad de negocio, ya que se cobraba bien el transporte con carreta.
Bien grande fue su sorpresa, pues el carpintero en
cuestión que acompañaba a los Gallup y que ellos apodaban Carnasedo era el tal Pep Blau.
― ¡Pepa! ― exclamó Joseph llevando su enorme mano
abierta a la cara en un gesto de sorpresa.
― ¡Pep! ― musitó Josepha al volver a ver aquel rostro de
marcadas facciones del mouro. Como
era un día de fiesta había colocado su gorro de color rojo ajustado a su
cabeza.
Los muchachos hablaron tras la comida de todo ese
tiempo. Pepa descubrió a Pep el secreto
mejor guardado y acordaron, calculando que la criatura nacería por San Jordi,
que sería bueno celebrar boda y bautizo por esas fechas.
Llegado el mes de Abril, prepararon las nupcias.
El parto se retrasó hasta esa fecha y la boda ya no
podía ser. La víspera de San Jordi, llamaron al médico y este acudió a casa de
los Gallup. Tras varias horas de parto, el doctor anunció que la madre había
muerto, pero que al menos había podido salvar a una hermosa niña.
El 22 de abril de 1844 el facultativo certificó la
muerte de Josepha Modesta Graña tras el parto, velaron el cadáver y Joan colocó
una rosa en el lecho mortuorio. En el tavario
de Sant Jordi fue enterrada.
La alegría del padre también se había enterrado con la
madre de su hija.
Envolvieron el cadáver de la mujer con el hábito y una
vez amortajado lo colocaron sobre dos varas de castaño con toscas tablas
atravesadas que luego transportaron cuatro personas a hombros hasta el atrio
parroquial. Llegaron al templo de San Martiño de Bueu, con el cadáver al
descubierto como se hacía normalmente en la época. Las cofradías de las
parroquias cercanas asistieron al
entierro, los mayordomos portaban pendones.
Enterraron el cadáver de la difunta en el cementerio
del atrio del antiguo templo.
Comenzaron las honras fúnebres y, como era frecuente,
todo ello acarreó una multitud de gastos, debido a las acostumbradas comidas,
ofrendas, limosnas, rescate obligatorio de rehenes, ayudas a hospitales y mil ochocientas cincuenta y dos misas, todo
ello necesario para salvación del alma de Josepha Modesta Graña, la finada.
Las misas a perpetuidad acabaron minando sensiblemente
el patrimonio de la familia de Pepa Modesta Granha.
El luto era obligatorio, e incluso se había creado un
importante negocio con las telas de paño negro para las familias de los
difuntos.
Dos de noviembre de mil ochocientos cuarenta y cuatro,
día de difuntos. Pep Blau asistió a la misa de difuntos.
Aun así, después de las honras fúnebres sacó fuerzas
de su decaimiento y postración, bautizando la criatura durante el duelo ante el
peligro de muerte.
La criatura fue bautizada con el nombre de Francisca
el mismo día de difuntos. María se ofreció como madrina de la ceremonia y
también para amamantar a la criatura, pues sus pechos daban leche abundante, y
la pequeña Carmen rechazaba la leche materna por lo que Pep entregó la criatura
recién nacida al cuidado de la esposa de Juan Vergés y Coll que por aquella
época amamantaba a su hija Carmen de un año de edad. Su hermano Juan ya había
cumplido los nueve años.
Francisca era la verdadera razón de la existencia de
su padre y el pequeño Juan se entretenía jugando con ella y con su hermana.
Al principio, durante los primeros años de vida,
pasaba mucho tiempo con su madrina, la señora María Moreu, en la casa de la
ribera en parroquia de San Martín de Bueu.
Conforme iba creciendo, ayudaba en muchas tareas y, a
los tres años, con la gracia de los niños de su edad ya le hacía mucha compañía
y su padre venía todos los días al acabar la jornada a visitarla, venía a casa
de sus compadres en Bueu. Le alegraba su vida y compartía con otros las horas
libres en los arenales.
EL
DIBUJANTE
BUEU
1849
En cierta ocasión, a mediados de septiembre, no lo
recuerdo muy bien pero creo que fue el sábado día dieciocho por la mañana.
Pep había trabajado solo un par de horas ese día.
Tendría Francesca unos cinco años.
La marea estaba baja, su padre y ella andaban paseando
por la playa de Bueu, recogiendo ramas de formas curiosas y conchas en la arena. Había una
multitud de personas tirando de las redes en la playa. Había un hombre
dibujando, sentado en una piedra de un grupo de rocas cercano. Tendría unos cuarenta
y dos años de edad, mirada dura, pelo rubio ensortijado, bigote, peinado con la
raya del pelo a la izquierda, sombrero de copa media, chaquetón de doble hilera
de botones de bronce, pantalones ajustados, botas bajas. Mochila de cuero con
pequeñas hebillas de bronce a su espalda, una bolsa colgada a modo de bandolera
que literalmente descansaba sobre la piedra, al igual que un curioso bastón con
terminación metálica en forma de doble hacha, quizás para cortar maleza o
defenderse de alguna alimaña.
Pep se acercó al dibujante con la niña montada a
caballo sobre los hombros, como suelen hacer los padres con sus hijos y
estuvieron admirando la destreza, precisión y rapidez con la que hacía el
apunte.
El hombre estaba dibujando con un lápiz de grafito la
escena de pesca que tenía lugar en esos momentos. Botes de vela en la ensenada.
Botes en la playa. La gente en la arena tirando de las redes, las redes del
arte de pesca conocido con el nombre de la jábega. Había mucha gente con gorros
de lana de color rojo. Mientras Pep se alejaba con su espuerta a la espalda, y
la niña iba más adelante caminando por la playa, el dibujante lo inmortalizó y
quedó allí para siempre la imagen de Pep, dibujado en el ángulo inferior
derecho de una de las hojas del cuaderno de apuntes, una carpeta de tapas duras
de cartón forrado en cuero, con hojas de papel dentro, provista de cintas para
atarla. Era el soporte para hacer los dibujos que utilizaba el artista.
El hombre que estaba haciendo el dibujo, al parecer se
llamaba Genaro Pérez de Villamil y se hospedaba en la casa del señor Juan
Fontenla, un vecino adinerado de Bueu, antes de partir en la diligencia destino
a Madrid.
En esta expedición que le ocupaba plasmaba fielmente
los usos y las costumbres por la zona. El dibujante había realizado también un
apunte de una fábrica de salazón colindante con las instalaciones de la familia
Massó mostrando el alpendre de las cuencas con varios trabajadores tras haber contemplado el desplome una
gaviota inoportuna y chillona que les había robado el almuerzo, abatida por el
certero disparo del arcabuz de don Luís Patiño.
Ahora sábado por la noche estaban reunidos en tertulia
fumando tabaco y tomando licores, tras la cena,
con otros cuatro amigos más, Antonio, Enrique, Francisco y Jacinto.
―Es una gran satisfacción para nosotros tenerlo en casa
como huésped, y admiramos grandemente su trabajo ―dijo
el señor Juan Fontenla.
―Siempre contando con la
ayuda de mi inseparable Perfecto Valdés Argüelles, a quien le auguro muchos
éxitos ―añadió el señor Genaro.
―Me honran grandemente
sus palabras señor Genaro ―agradeció el señor Valdés.
Juan Fontenla conocía a Juan Vergés, pues
frecuentaban los mismos círculos sociales y aunque le había invitado a la cena,
este no había podido asistir, pero eso no le impidió que les enviara una
botella de cava.
Al día siguiente no pudo
rechazar la oferta y si que pudo asistir, allí entabló amistad con el tal
Perfecto Valdés, que posteriormente llegaría a jugar un papel importante en sus
empresas de ultramar.
LOS OFICIOS
COIRO
1852
Pep no había vuelto a tomar esposa desde la muerte de
su mujer y se consolaba con el amor por el trabajo y con la compañía de su
hija.
Al cabo de unos años Pep decidió que la pequeña
Francesca tal vez podría venirse a vivir una temporada con él para ayudarle en
algunas tareas de casa y así comenzar a aprender el oficio de carpintero para
ganarse luego la vida. Pep no tenía hijos varones, ella era su única hija y la
verdad es que a pesar de ser una niña la trataba como se trataría a esa edad a
un varón. Esto no quiere decir que la niña no hubiera adquirido algún tipo de
refinamiento durante la estancia en casa de sus compadres.
Con su madrina había aprendido a leer y a escribir.
Tenía una pizarra gris de uno por dos pies y media pulgada de espesor, una losa
generosa y de buenas dimensiones provista de un pizarrín. María Moreu le ponía
las letras en la pizarra y ella las copiaba derechitas, con buen trazo y
dibujo. Ponto aprendió a escribir su nombre.
Cuando su padre venía a visitarla, le hacía numerosos
dibujos en la pizarra a partir de círculos y otras figuras geométricas. Con él
aprendió aritmética y geometría.
Al atardecer, antes de despedirse de ella con un beso
en la frente, su padre le hacía siempre el mismo dibujo en la pizarra. Con el pizarrín
dibujaba la concha de una caracola como las caracolas que la niña recogía en la
playa. Lo hacía para que ella recordara cuando de pequeña él la acunaba y,
soñando las ondas se dormía con el arrullo de la bocina al oído, mientras la
niña se imaginaba que escuchaba allí dentro el sonido del mar.
A la niña le gustaba andar siempre por la ribera
rebuscando y casi siempre lograba
recoger algún pescado golpeado que quedaba semioculto entre las algas, cuando
los marineros en grupo tiraban con fuerza de la red en tierra.
Había aprendido de su padre a hacer conservas.
A veces conseguía algunas sardinas en las playas de la
buena gracia de los marineros que se dedicaban al arte de la jábega. Francesca
al llegar a casa les retiraba las escamas, las abría en canal, quitando las
tripas y apartando luego la espina dorsal. Las espinas del vientre se las
retiraba con una cuchilla muy bien afilada para luego hacer cuatro tiras de
cada sardina, dos del lomo y dos del vientre. Colocaba los filetes de sardina
en un cuenco de barro con vinagre de vino, ajo triturado y sal durante unas
doce horas al menos, tiempo suficiente para ser comidas como un manjar.
Desde los ocho años, la pequeña Francesca llevaba el
almuerzo a su padre al lugar de trabajo, ella salía de la casa con los pies
descalzos y caminando así por los caminos del condado llegaba hasta la fábrica
en el muelle, después se sentaban juntos los dos a comer.
Francesca estaba acostumbrada a hacer las labores de
un muchacho.
A las mujeres, en esos tiempos, no se las admitía en
los gremios como maestras en oficios de hombres pero a Francesca, por ser hija
de artesano, si se le permitía ser aprendiz del oficio.
A pesar de ello, nunca podría ser reconocida como
maestra por muchas habilidades que dominara. En general, las mujeres eran
normalmente relegadas a labores propias de su sexo y se les pagaba un salario
mucho menor que el de los hombres. Así, el mayor lucro siempre era para los
varones que realmente eran los que tenían acceso a la ciencia y al
conocimiento. También es bien sabido que por la época no era muy frecuente la
escolarización, pero su padre le había enseñado a leer y a dibujar, e incluso
aritmética, todo ello en el ámbito privado, y de esa forma la pequeña Francesca
fue adquiriendo poco a poco los conocimientos que resultan de gran utilidad
para el progreso de las gentes.
Ella tenía en un pedestal a su padre. Lo que más
admiraba eran los trazados de carpintería de su padre, pero se podía decir
también que le fascinaba el conocimiento de los artesanos, en particular las
labores que su padre realizaba.
Tras la vendimia, como a todos los niños, le gustaba
explorar las viñas y recoger los racimos de uvas que quedaban olvidados o
inmaduros.
Disfrutaba del placer del rebusco y en sus labios
relamía el jugo de las uvas, mientras soñaba con vendimias tardías.
Los trabajos del campo resultaban una actividad
fascinante para Francesca y, a mediados del mes de diciembre, tras cumplir los
ocho años pudo acudir a podar con su padre las mimbreras que delimitaban los
predios rurales de cultivo. A parte de instruirse en esa última labor, también
acudió algunas veces con su padre al campo para ver cómo se cortaban los
cañaverales en los prados donde los campesinos obtienen el alimento para sus
bestias.
Francesca limpiaba con una pequeña hoz las hojas de
las cañas y, bajo el alpendre, los dos clasificaban las ramas de mimbre según
su tamaño, haciendo manojos de diversos calibres con ellas según su utilidad
futura. Pep le enseñó a su hija como hacer manojos de mimbre para armar la
parra o bajar los sarmientos. Y con esmero y dedicación, la pequeña cogía la
punta de la mimbre con sus pequeñas manos de niña y mordía con los dientes el
extremo de la misma. Era una experta en esa labor campesina.
Le gustaba aquel sabor amargo de la corteza y de la
madera en la lengua. Tras morder la rama escupía la saliva con gracia. Así es
como quedaba la punta de la mimbre dividida en tres tiras, terminando luego de
hacer las tres tiretas con un hendedor. El instrumento consistía en pequeño
cilindro de boj, una madera muy dura, tallado en uno de los extremos con una
triple cuña a tres tercios y que permitía rajar fácilmente la rama de mimbre en
tres partes hasta llegar a su extremo más grueso.
Cuando tenía un manojo de mimbre que aún podía abarcar
con sus dos manos, lo doblaba en dos sobre la rodilla con la destreza de una
persona mayor y luego, con una de las tiretas de mimbre que había hecho con el
hendedor, ataba el manojo acodado.
De los sauces que servían para delimitar los prados
cercanos a los pequeños riachuelos de la comarca cortaban las estacas. De los
tocones ahuecados salían renuevos. Siempre intentaban que acabara la rama de
sauce en una bifurcación y si no podía ser así le hacían un rebaje en el
extremo de la rama. Con ramificación o sin ella la estaca siempre era de
utilidad y nada se desperdiciaba, así que finalmente terminaban en punta la
parte gruesa con la ayuda del hacha, para poder así clavar mejor las estacas en
el terreno.
Cargaban el carro con las estacas aguzadas y las
distribuían por las viñas según la necesidad de material. También hacían
manojos de caña común que al mismo tiempo distribuían por los viñedos para
hacer los entramados de las parras.
Hacían las parras de la siguiente manera. Primero
clavaban las estacas a pares, a una distancia tal que permitiera la colocación
de otras largas ramas de acacia espinosa encima, a modo de viga sobre dos
apoyos, completando esta estructura con líneas de caña común dispuestas en
cuadrícula, todo ello armado y atado magistralmente con mimbre. La atadura de
mimbre era finalmente torcida haciendo un bonito lazo con la habilidad de unas
manos expertas consiguiendo de esta manera que no se deshiciera la atadura.
Tras armar las viñas levantadas sobre el suelo a modo
de parras ataban los sarmientos de las cepas podadas a la estructura de caña.
Resultaba un parral de poca altura, pero eso no era un problema pues la
vendimia normalmente la realizaban mujeres y niños, quienes permanecían casi
siempre sentados para hacer la labor.
En la época de la vendimia, mientras cortaban los
racimos, comían uvas hasta quedar saciados, siempre acababan con la boca
pintada.
Su padre confeccionaba cestos con formas y materiales
de diversa índole que las gentes del común utilizan para cazar, pescar,
transportar o almacenar los productos. Forraba garrafas de vidrio para
protegerlas. Realizaba por encargo los cañizos para los carros de bueyes,
aquellas soberbias y gallardas yuntas de bueyes de piel roja que son propias de
esta tierra. Incluso hacía nasas de mimbre y había aprendido a hacer nudos de
red.
Cuando era la temporada de la sardina y llegaban los
barcos de la sal a la ría de Aldán, con carga procedente de las salinas de
Aveiro, su padre acudía con la espuerta al jornal y como carpintero hacía los
envases para el almacenamiento y conservación de la sardina salada, ahumada y
prensada, en alguna factoría de Aldán o Bueu.
Hacían cintas con el corte en dos hemiciclos, de la
longitud del perímetro de la base de las cubas para almacenar el pescado, de
las ramas delgadas y jóvenes de los castaños, hendidas a la mitad con una
cuchilla de dos mangos, como las que usan los artesanos cesteros.
Ajustaban las duelas con su ranura sobre la base
circular de madera de roble o pino y luego cinchaban los aros sobre la tinaja.
Como aprendiz del oficio de su padre, hacía algunos
trabajos complementarios relegados a las mujeres, por eso recogía manojos de
laurel para ahumar los arenques.
También hacía manojos de vides para vender en la plaza
de la leña de la villa morracense, al inicio de la calle porticada que los
vecinos llamaban rúa Calzada y por la que se bajaba de la iglesia colegiata
dedicada al Apóstol Santiago. Era una plaza que estaba situada en plena playa,
formando parte de una bella estampa con los barcos de pesca a remo y vela
varados en la arena.
Esta calle separaba los barrios de Costal y Señal, en
ambos se podía contemplar un conjunto homogéneo de casas de planta baja con el
hastial dando a la vía pública y casas con escaleras exteriores de piedra
compuestas de bodega y sobrado a las que los vecinos de los puertos de mar
llaman casas de patín.
EL ABELLA
CANGAS
1854
Con sus diez años ya ruaba por la villa y cargaba
balandros junto con otras mujeres, mujeres descalzas, vestidas de largas
faldas, con su chal, con su pañuelo blanco a la cabeza, con el mullido y la
cesta de láminas de madera de castaño a la cabeza.
Parejas de hombres caminando descalzos, con pantalones
remangados a una cuarta del tobillo, portando cajones de pescado fresco
colgados de una gran estaca de laurel que llevaban a hombros.
Los maestros canteros solían preparar una mixtura de
caliza con cuarzo molido y calcinado, a la que añadían grasa de sardina o jurel
y con esa mezcla hacían estancas las juntas de las pilas donde se echa la
salmuera.
Cuando escaseaba la sardina, su padre hacía diversas
labores relacionadas con su oficio, ejes de molinos de agua, carros de bueyes
con sus correspondientes cañizos, cestos de todo tipo, tornillos de lagar,
cubas, toneles.
Ella jugaba dentro de los grandes recipientes vacíos
de la bodega del Condado de Aldán, donde su padre acudía a trabajar sin remuneración alguna, reparando
los toneles a cargo de las rentas de la tierra en la que cultivaban maíz.
Pep había intentado normalizar las relaciones con su
suegra, pero esta le consignó en Meiro una leira
de un ferrado de viña y otro de tierra para el maíz, como dote para manutención
de la hija, y Joseph cultivaba la tierra con la ayuda de Manuela, una hermana
de la finada Modesta y al mediodía acostumbraban rezar el Ángelus inclinando sus cabezas como en un cuadro de Millet.
Sembraban en mayo y recolectaban en octubre las
hermosas mazorcas de grano blanco. A veces aparecían espigas de colores
diversos y cuando aparecía una de color morado o millo corvo gritaban “¡Reina!”,
y quien la encontraba podía cumplir un deseo o ser liberaba del trabajo
— ¡Reina! —gritó Manuela al encontrar la mazorca.
— No te puedes librar del trabajo, así que tiene que ser
otro deseo —dijo Joseph.
—De acuerdo —asintió Manuela.
Y sin mediar palabra se avalancha repentinamente sobre
el muchacho tirándolo al suelo, mientras el cuerpo del hombre aplastaba las
pajas del maíz.
El revolcón intenso no terminó con la cosecha.
Si no colgaban las mazorcas para secar, retiraban de
las mazorcas las hojas que envuelven las mismas y que los campesinos llaman follaco. Ellos las vendían, pues se
empleaban en la comunidad campesina para hacer jergones. Francesca disfrutaba
confeccionando muñecos con follaco y
espigas de maíz. Pep hacía medas con las cañas del maíz, el pajar cónico lo
ataba con una rama de sauce o mimbrera.
Esos días, antes del comienzo de la vendimia, un
vecino de la parroquia, marinero habitual en el puerto de la villa de
Redondela, le trajo el recado a la finca mientras recolectaba habichuelas.
Necesitaban carpinteros para hacer un trabajo en un barco. El barco se
encontraba amarrado en el embarcadero de la isla de San Simón.
Llevó a la niña a casa de sus compadres y luego se
encontró con un hombre que tenía una barca de remo y vela, de esas que los
pescadores llaman dornas.
En el año mil ochocientos cuarenta y dos se había
construido en la isla de San Simón un lazareto marítimo. Las obras habían sido
realizadas por un comerciante vigués.
El Abella
era un barco de vela y se encontraba fondeado en la isla ese mes de agosto del
año mil ochocientos cincuenta y cuatro. Había entrado el Abella en la ensenada de San Simón y permanecía allí en cuarentena.
Pep desembarca acompañado de otro hombre en la isla de
San Antonio, tirándose de la barca sobre la lámina de agua de poca altura. Y al
llegar a la arena fangosa escarba en ella recogiendo al poco rato unos bivalvos
denominados comúnmente berberechos y que en la zona llaman croques. Pep no había ingerido alimento alguno desde el día
anterior y sin pensarlo dos veces se los come crudos, crudos como suelen hacer
normalmente los ribereños humildes.
Los dos hombres habían llegado desde la villa de
Cangas en la pequeña embarcación a vela propia de las Rías Bajas, pero como no
soplaba el viento, no les quedó más remedio que remar todo el trayecto, de tal
manera que llegaron bastante cansados a su destino. Vieron un barco fondeado en
la isla de San Simón y pusieron proa a la embarcación.
No cabía duda, como bien se podía leer en un rótulo de
bronce, se trataba del Abella. Por causa de que algunos
emigrantes que llevaba para la isla de Cuba habían enfermado, hubo de
permanecer allí un tiempo en aislamiento preventivo.
La isla de San Simón era el lugar destinado a las
tripulaciones de los buques en cuarentena y estaba comunicada con la isla de
San Antonio por un puente de piedra de tres arcos de medio punto. La isla de
San Antonio tenía una edificación donde se hospitalizaban los enfermos que ya
no tenían cura, por eso recibía el sobrenombre de isla de la muerte.
El barco había terminado la cuarentena y ellos tenían
que hablar con el capitán. Al parecer el capitán pretendía zarpar rumbo a Cuba
a la mañana siguiente, cuando la marea hubiera subido lo suficiente. Pronto
subieron desde el embarcadero a la nave por una rampa de madera.
— ¡Capitán! —gritó Pep.
— ¿Quién va? —preguntó el capitán del Abella desde el
puente de mando.
El capitán salió del puente de mando y se acercó a los
dos hombres que permanecían quietos en la cubierta, al lado de la rampa.
—Somos los carpinteros, nos han avisado para hacer un
trabajo en el barco —dijo Pep tomando la palabra.
—Hay que arreglar la cubierta y algún camarote, el
carpintero ha caído enfermo. Será más o menos media jornada, os pagaré como se
paga habitualmente —dijo el capitán del barco.
—Nos parece justo —contestó Pep.
Así pues, repararon los desperfectos que había en el
barco y el capitán le dio la paga según lo que habían convenido.
Embarcaron en el bote y se alejaron remando rumbo a
Cangas. Cuando llegaron a la playa del antiguo fuerte que existió en Cangas, echaron el ancla de piedra para
fondear. Una vez la potada tocó fondo amarraron el bote a un tronco clavado en
la orilla de la playa, después cada uno de los hombres se marchó a su casa con
las bolsa de las herramientas a cuestas.
Al día siguiente, Pep echó un trago de aguardiente y
salió por la mañana temprano con su espuerta a la espalda. Había que ir a
trabajar.
Al regresar por la tarde a casa, durante el trayecto,
había tenido que aliviarse, es decir, evacuar el vientre. El caganer se
limpió con unas hierbas detrás de un viejo sauce, cerca de un lavadero público
en una zona donde no le podían descubrir.
Había mujeres lavando la ropa, así que una vez hubo
terminado de hacer sus necesidades se acercó al lavadero, saludó con gracia a
las mujeres y bebió del agua de la fuente cogiéndola con las dos manos juntas a
modo de cuenco, luego una vez calmada la sed, continuó su camino.
Continuó su camino de regreso a casa, con la espuerta
a su espalda y al pasar por una fuente pública que los vecinos llaman Fonte
Ferreira, ubicada en la villa de Cangas, al poniente de la colegiata,
sintió sed. Dejó la espuerta apoyada sobre la piedra de posar el balde y bebió.
Una vez hubo bebido, al llegar el agua fría al vientre, sintió otra vez la
necesidad de aliviarse defecando y dejó allí la espuerta. Escondido de forma
apresurada tras una meda de paja de maíz quedó totalmente desfondado, evacuando
heces líquidas. Arrancó las hojas de mazorca que había en los tallos de maíz y
se limpió como pudo, pues hojas tiernas no había a mano.
Algo le manchó las manos, como pudo comprobar
acercando estas a la nariz. Subió parcialmente los pantalones sin atarse el
cinto y agarrándolos con las manos se acercó a la pila de la fuente. Así que
cogiendo agua con la mano de la pila de piedra donde cae el agua de la fuente
se lavó un poco como pudo. Aunque no lo pretendía y debido al apuro, se dio
cuenta de que las heces pronto se esparcían entre el verdín del canal de piedra
que va de la pila de la fuente al lavadero.
―Solo faltaría que apareciera alguien ―se dijo para sí.
Y acertó.
Escuchó pasos y se subió rápidamente los pantalones.
Con el cinturón de los pantalones aún sin atar, se escabulló entre las
espadañas y luego, escondió en el cañaveral que había al lado de la fuente
acabó de atarlo.
La fuente tenía un frontón de piedra con el año de su
construcción. La fuente y el lavadero eran de construcción reciente.
El frontón adornaba con sobriedad el caño de la
fuente. Tenía una piedra plana saliente a media altura, era la piedra de posar
el balde. Una vez se coloca el recipiente en esa piedra, cualquier persona
agachada puede llevarlo a la cabeza y transportarlo.
Cogió la espuerta con las herramientas y saludando a
la mujer con disimulo se encaminó sin más percances a la casa.
La mujer que apareció por allí era una vecina de
Cangas, viuda y sin hijos. La mujer venía con un balde de madera para el agua
en la cabeza. Ella solía coger agua en esa fuente y traía algo de ropa menuda
para lavar en una tinaja de madera. Ella caminaba con gracia y donaire llevando
la tinaja agarrada con una mano al mismo tiempo que la apoyaba sobre la cadera,
manteniéndola con una pequeña inclinación.
Esta señora había tenido una buena posición, pero al
quedar viuda, no tuvo más remedio que despedir el servicio, razón por la cual
se vio obligada a hacer por si misma los trabajos de casa, entre ellos la
colada y las labores del campo.
Hizo lo que tenía que hacer, lavó la ropa, llenó el
balde con agua y por último bebió agua. Bebió del canal de piedra por el que el
agua fluye de la pileta de la fuente al lavadero y regresó a su casa. No había
otras mujeres en el lavadero con las que poder hablar. El lavadero podía ser
considerado un lugar habitual de encuentro para las mujeres en esa época, era
donde se hablaba de todos los chismorreos, donde una se enteraba de lo que
ocurría en el pueblo.
A la mujer la encontraron muerta el veintiocho de ese
mes y al día siguiente fue enterrada.
La última semana de agosto de ese año, Pep también se
sintió cada vez peor, estaba solo y tenía sed, mucha sed, sed hasta que el
treinta de agosto le sobrevino la muerte.
Se extendieron los mismos síntomas entre la gente del
pueblo, los vómitos, la diarrea acuosa profusa y con olor a pescado, las
grandes ojeras, la sed intensa, y al final la muerte del enfermo.
Las autoridades tomaron las medidas oportunas
encaminadas a atajar el mal, pero el número de afectados iba en aumento.
Se realizó un pregón instando a limpiar las calles, a
cubrir de cal los muros de las casas y otras muchas medidas para mejorar la
higiene y evitar el contagio. Para complicar todavía más la situación, ese año
no había habido buenas cosechas ni de maíz ni de vino. Ni pan, ni vino y, aún
por encima, el agua de las fuentes contaminada.
Gracias al Verbo y a la ayuda de los preparados del
boticario, a principios del mes de noviembre el mal comienza a remitir.
La epidemia de cólera parece al fin controlada.
Francesca no había sufrido la enfermedad porque
casualmente en esa ocasión estaba ayudando en casa de la familia de Juan Verges. El fomentador tenía por
aquella época una fábrica de salazón en la villa de Bueu.
Juan Vergés era
buen amigo y compadre de Pep, residía junto con su esposa en una hermosa casa
solariega de la villa de Bueu, con abastecimiento de agua de una mina. Su
esposa María Moreu se encontraba embarazada, Francesca asistía a su madrina.
Recibió como un gran golpe la noticia de la muerte de
su padre, del enorme dolor que tenía no le salieron ni lágrimas, sólo rabia e
impotencia.
Joan Verges, que venía de hacer la descarga de
doscientas fanegas de sal procedentes de
Aveiro trajo la noticia del terrible mazazo. Joan se lo contó a su
esposa y ella abrazó a su marido echándose a llorar.
― ¿Cómo se lo diremos a la niña? ―se preguntó María.
No sabía cómo decirle la mala noticia, pero respiró
profundo y mandó venir a la niña que se encontraba jugando en el patio de la
casa.
―La mayor fuerza de las gentes está en el amor ―dijo Joan.
María salió al patio y se encaminó al lugar donde la
niña se encontraba jugando.
―Hija, ven a casa, tengo malas noticias para ti, estos
días tu padre se ha puesto enfermo con el mal, y… ―no pudo continuar y pronto las lágrimas le empañaron
los ojos, abrazando a la niña durante un largo rato.
Juan Vergés se encargó de los gastos del entierro, que por
aquellos años eran bastante importantes.
Decían los vecinos que su padre no pudo ser asistido
espiritualmente por el párroco, pues el
cura se encontraba con un fuerte dolor de muelas, circunstancia que no le
permitía visitar al enfermo.
Pep no había asistido demasiadas veces a misa tras la
muerte de su mujer, quedando sumido en una profunda crisis de religiosidad de
la que no lograba salir, sin embargo sus últimas palabras fueron dirigidas al
Altísimo para pedir la bendición de su hija Francesca y para el perdón de sus
torpezas.
Envolvieron el cadáver con el hábito de San Francisco
y una vez amortajado lo colocaron sobre dos varas de laurel con tablas
atravesadas que luego transportaron cuatro personas a hombros hasta el atrio
parroquial. Llegaron al templo del Divino Salvador con el cadáver al
descubierto como se hacía normalmente en la época. Las cofradías de las
parroquias cercanas asistieron al
entierro, los mayordomos portaban pendones. Enterraron el cadáver del difunto
en el cementerio del atrio construido hacía unos veinte años. En el dintel de
piedra del camposanto había una inscripción anónima.
TÚ QUE ENTRAS POR ESTA PUERTA
DETÉN EL PASO Y ADVIERTE
QUE HAS DE MORIR EN LA VIDA
PARA VIVIR EN LA MUERTE.
Comenzaron las honras fúnebres y con ello vino una
multitud de gastos, debido a las acostumbradas comidas, ofrendas, limosnas,
rescate obligatorio de rehenes, ayudas a hospitales y mil novecientas cincuenta y cuatro misas, a
perpetuidad, todo ello necesario para salvación del alma del finado Pep.
Las misas a perpetuidad acabaron minando sensiblemente
el patrimonio de la familia de Juan
Vergés, pero este se decía que era lo menos que podía esperar de él su
compadre.
El luto era obligatorio, e incluso se había creado un
importante negocio con las telas de paño negro para las familias de los
difuntos.
LA AVENTURA
ALDÁN
1858
Dos de noviembre de mil ochocientos cincuenta y ocho,
día de su decimocuarto cumpleaños, aniversario de la muerte de su padre, día de
difuntos, había muerto su padre hacía cuatro años y ella se encontraba sin
familiares cercanos en la villa marinera.
Francesca asistió a la misa de difuntos.
Aquella tarde de otoño, sentada en un peñasco de un
arenal que los habitantes de Aldán llaman Areacova, cuando el sol declinaba
ocultando su luz en los montes de Hio,
ambientada la escena con una hermosa puesta de sol, decidió marchar a
conocer otros lugares, a buscar fortuna y llenar cornucopias de abundancia.
Allí sentada sobre la roca, con el gorro de Ganimedes
caído hacia delante, el gorro del frigio, el gorro del copero de los dioses,
una barretina de color rojo que le había regalado a su padre un amigo
carpintero de origen catalán que trabajaba para Juan Verges, en una mañana espléndida de hacía diez años, justo el
mismo día en que apareció por allí un hombre con una mochila de cuero a la
espalda y con un sombrero alto que hacia dibujos de la playa, mientras la gente
tiraba de las redes en tierra.
Ese mismo día, al regresar a la casa de su padre
después de salir del templo parroquial, Francesca se quitó el luto que había
llevado todos los días tras la muerte de su padre, vistió una chaqueta granate
de grandes botones dorados, ceñida con un cinturón negro en el que destacaba
una gran hebilla dorada y con un pantalón negro cortado a la altura de las
rodillas se marchó, caminando descalza, con el gorro puesto y con la espuerta
de su padre colgada de una estaca de castaño.
Se interesaron por ella durante varias semanas algunos
marineros en la ribera de la villa de Bueu, pero por el pueblo no se la volvió
a ver.
Fue así como quedó en la memoria de las gentes del
lugar.
Francesca embarcó en el Isleño, un galeón de siete toneladas de porte o tonelaje, propiedad
de don Juan Buet, que contaba con una
tripulación de cinco hombres, se hallaba fondeado en el puerto de Aldán y
realizaba la misma ruta que la sardina en conserva, transportaba toneles de
roble francés para el vino y tenía destino Porto.
No se lo pensó dos veces, aprovechando la noche se
introdujo en una barrica y se dejó llevar.
Durante la travesía, comió algunas castañas que se
había llevado su bolsa de factura burda y realizada en esparto por ella misma.
EL RAQUERO
PORTO
1859
Siendo en esa época Pedro V rey de Portugal, el barco
llegó a Porto.
Esperó la oscuridad de la noche, se anudó el pelo, se
colocó la gorra de su padre, un píleo de libertad que traía en la bolsa, y
saltó ágilmente al muelle como lo hace un felino.
Así como las aguas del Douro se entregaban al océano mezclando sus espumas, ella pronto se
mezcló con los mozuelos que obtienen algunas ganancias en el puerto, cargando
mercancías en los balandros o guiando marineros.
Los barcos cargados de toneles de vino a babor y a
estribor, aquellos barcos de Porto,
aquellos barcos similares a los de Aveiro,
que recogen algas.
Francesca no logró encontrar ocupación alguna y se
alimentaba de los moluscos crudos que crecen en los peñascos y en las grandes
piedras del puerto.
Un domingo cuando los feligreses salían de misa,
Francesca se encontraba pidiendo limosna a la puerta de un templo, un joven de
ojos marrones color avellana, pelo negro, vestido con chaleco negro y camisola
de lino crudo se fijó en ella y le entregó una moneda de plata de no mucho
valor.
El muchacho, de quince años, de nombre Domingo era, al
parecer, hijo de un rico navegante de origen castellano, natural de Ciudad
Rodrigo, asentado en la ciudad de Porto,
un tal don Diego de Rodrigo que se dedicaba al comercio de especias procedentes
de las colonias portuguesas de ultramar.
La joven le sigue a una distancia prudencial y durante
algunos días merodea por las calles del barrio, en el entorno de la casa.
Un día, el muchacho la descubre y deja entreabierta la
puerta de la enorme bodega de su casa, una casa con patio central.
Era una casa de una arquitectura exquisita, con
azulejos blancos y dibujos en azul de grandes barcos en parajes de ultramar.
Brasil, Cabo Verde, Guinea, Santo Tomé, Príncipe,
Macao, Timor, Angola y Mozambique.
Francesca sin pensarlo dos veces entró en la gran
bodega, pues le gustaba curiosear entre las cajas de madera, barriles sin tapa
y fardos. Allí olía muy bien, pero no conocía esos olores, eran extraños para
ella.
Abrió una de las arcas de madera, el arca contenía
unas extrañas bolas peludas con tres marcas en la cáscara. Eran unas enormes
semillas. Cogió una de ellas con las dos manos y sintió que había líquido en su
interior, así que estuvo agitando la misma al lado de su oreja. Se guardó la
gran semilla en la burda saca de esparto.
Luego abrió otra arca, el arca contenía otras ramas
desconocidas para ella y que olían muy bien.
Luego abrió otra arca, el arca contenía extrañas
semillas con forma de vaina, como de habichuela.
Había también un escritorio con libros, una vitrina,
unas cartas náuticas y un compás de bronce.
Ella cogió el extraño compás y realizó un círculo
sobre una tabla de madera, haciendo en ella un surco en arco.
Recordó los dibujos de su padre con el compás de
hierro sobre las tablas y se le cayeron lágrimas sobre la tabla.
Secó las lágrimas de los ojos con el dorso de la mano,
luego cogió un libro y comenzó a leer detenidamente.
—Alberti Dvreri Clarissimi Pictoris et Geometrae —no siguió leyendo más, estaba escrito con letra de
imprenta en una lengua que no conocía, parecida a la que ella hablaba.
Había unas vitrinas con preciosos libros, bellamente
encuadernados, en los que pudo leer el nombre de algunos autores que se
escribían algo así como Vesalio, Galeno, Vitrubio, Leonardo Da Vinci, Alberti,
Filarete, Francesco di Giorgio Martini, Palladio, Juan Bautista Villalpando,
Blondel, Bullet, Tomás Vicente Tosca,
Laugier, Lodoli, Benito Bails, Serlio, Revesi Bruti, Fray Juan Ricci,
Cosimo Bartoli, Seregatti, Vredeman de
Vries, Desargues, Leclerc, Lambert.
Reparó especialmente en uno que atrajo su atención por
sus láminas, abrió casualmente una edición de 1847 de la Géométrie descriptive de Gaspard Monge y olió las hojas impresas
como le gustaría haber hecho con todos y cada uno de los libros anteriores.
Luego encontró un libro dedicado al corte de los
materiales pétreos de Alonso de Vandelvira, otro de Diego López de Arenas, un tratado de
estereotomía de un tal Derand donde
apreció una clara relación entre el corte de la duelas de las barricas y las
dovelas de los arcos y bóvedas. Un diccionario con herramientas de oficios
diversos.
Aún estaba absorta pasando las páginas de un libro que
tenía trazados de figuras geométricas para su uso en arquitectura, cuando de
pronto, el chico entró en la bodega y ella salió corriendo, llevándose en la
bolsa algunas de las semillas que había hurtado.
También se llevó un hermoso libro encuadernado en
cuero e impreso con un largo título REGIMENTO DE PILOTOS E ROTEIRO DAS NAVEGACOENS
DA INDIA ORIENTAL Impreso el Lisboa en el año 1642.
Con las prisas, la gorra catalana se le enganchó en un
madero que tenía un gancho de hierro para colgar y se le soltó la larga melena
negra y lisa.
― ¡El ladronzuelo es una chica! ―dijo el muchacho extrañado. Esa noche no se durmió,
solamente pudo pensar en ella, le había robado el corazón y,… las semillas.
En otra ocasión ella regresa a la bodega y vuelve a
leer aquel mismo libro de Alberti Dvreri, mira con detenimiento todas y cada
una de las páginas. Eran bellas páginas que contenían láminas y láminas con
multitud de medidas del cuerpo en niños, mujeres y hombres al desnudo.
―Ver dibujos de personas desnudas es pecado ―se dijo en voz baja la muchacha, cerrando deprisa el
libro.
Había otro libro, su título era Evclides, lo abrió y
leyó, no entendía nada, estaba escrito en la misma lengua que el de los
desnudos.
Pero en esta vez don Diego de Rodrigo la descubre y
asustada se marcha de la gran bodega almacén.
―¿Quién es ese chico? ―preguntó don Diego.
―¿Qué estaba haciendo con el tratado de Evclides? ―dijo.
―Es una muchacha, no tiene padres, es española, de
Galicia ―responde Domingo.
―Estaba curioseando y le di algunas semillas ―dijo Domingo.
En la bodega, había gran cantidad arcas y cofres con
cerradura que llevaban un rótulo grabado a fuego sobre la madera, y según se
podía leer, contenían semillas de coco, ramitas de canela, vainilla, granos de
cola, café, nuez moscada, tamarindo, cacao, semillas de ceiba, aguacate, mango,
nogal, castañas, avellanas, roble, encina, alcornoque, tejo, piñones, enebro,
ciprés, cedro, drago, mostajo, raigón del Canadá, semillas de arce, dátiles,
areca o nuez de Betel, haya americana, eucalipto, algarrobo, serbal, nueces del
Brasil, terebinto, pimentero, hovenia, árbol del pan y castañas de indias.
Y también no hace falta decir que se había descubierto
la semilla de un cierto interés entre ambos jóvenes y que la presión de las
hormonas hacía todo lo demás.
Así que Domingo, perdidamente enamorado, con ese
espíritu romántico, presionó dulcemente
a su madre para que alojara a la joven Francesca en un dormitorio contiguo al
de su hermana mayor y que habilitaban con lencería de cama bellamente bordada
siempre y cuando tenían huéspedes en la casa.
Domingo escribió para ella unas palabras bellas en un
pliego de papel verjurado casi inservible que rescató del escritorio de don
Diego, después lo enrolló, tomó una cinta dorada y lo ató con esmero, luego
colocó el rollo sobre la cama de la muchacha mientras ella se encontraba
hablando con doña Oranda, su madre.
Antes de conocerte ya escribía para ti poemas.
Aprendí a esperarte
nutriéndome con sueños.
Trazando la urdimbre de
los versos.
Veía el Sol en la aurora
y el ocaso.
Deseaba en tus brazos ser eterno.
El viento hacía volar
mis cabellos, ordenándolos según ley desconocida, cual ordena las ramas de los
fresnos.
Y conocí tu secreto.
Eras la mujer que
tiernamente aplica el peine del viento.
Te ama.
Domingo.
Francesca Blau Grana tenía los ojos de color verde
enmarcados en cejas perfiladas, la mirada profunda, la nariz bien
proporcionada, los labios carnosos, los senos ya abultando como pequeños frutos
de cocotero y el pelo le había crecido hasta la cintura.
Como aquel era un verano muy caluroso Francesca bajó a
la bodega para estar más fresca y se recostó en un chinchorro marinero de red,
tejido con fibra de cabuya. La hamaca estaba colgada de dos argollas de hierro
sujetas a una de las grandes vigas de roble del techo de la cámara.
Mientras se estaba balanceando en la red, se bajó
sutilmente el vestido de encajes blanco que le había regalado doña Oranda, la
madre de Domingo, dejando al descubierto los hombros y la espalda. Y se
encontró de pronto acostada en el chinchorro de la bodega con los muslos casi
al aire y con los pies descalzos, mientras la mano jugaba con el pelo entre sus
dedos esperando que apareciera el joven Domingo.
Pronto sintió el ruido de pisadas por la calle y que
alguien golpeaba repetidas veces la aldaba de bronce con forma de áncora que
había en la puerta del almacén. La persona que llegó no era el muchacho sino su
padre. Don Diego venía a la bodega con la intención de realizar un inventario
de las mercancías existentes.
La chica arregló rápidamente su ropa tapando los muslos,
incorporándose y sentándose luego en la hamaca haciendo un movimiento de
balanceo del mismo modo que hace la gente que se sienta en un columpio.
―¡Hola! ―saludó
la muchacha cruzando las piernas.
―¡Hola! ―respondió
don Diego, sorprendido al verla allí.
― Me dijo Mingo
que podía ver las semillas y quedarme algunas ―se excusó la muchacha viendo que don Diego se había
sorprendido, intentando de esa forma disimular su presencia en la bodega.
―Está bien, puedes quedarte con algunas semillas, la
verdad es que algunas son muy hermosas ―dijo
don Diego sonriendo, mostrando su carácter, el carácter abierto de una persona
comprensiva y con experiencia de andar por el mundo.
―¿Quieres ayudarme con la retahíla del recuento de la
mercancía? ―preguntó a la muchacha mientras Domingo hacía se
entrada en la bodega portando un libro forrado en cuero de piel de becerro.
―He traído el libro de registro como me pidió, padre ―dijo Domingo respetuoso.
―Gracias, hijo ―manifestó
su satisfacción el padre del muchacho.
Así fue como comenzaron el interminable recuento de
las existencias, tarea que llevó varios días. Entre recuento y recuento Domingo
tenía siempre alguna palabra agradable para la muchacha. Francesca era la que
contaba los productos, Domingo daba la cantidad y el precio en voz alta,
mientras don Diego anotaba en el inventario las mercaderías. En el libro de
registro con cubierta de cuero se ponía la fecha del asiento y luego se
anotaban tres columnas, la primera se correspondía con la lista de los
productos, la segunda con la cantidad existente y la tercera con el precio
correspondiente de la moneda en vigor.
Segunda feria, seis de agosto del año de 1859.
Aguardiente 1.536 @ 2 escudos.
Coco 1.860 @ 3 escudos.
Canela 1.860 @ 3 escudos.
Vainilla 1.860 @ 3 escudos.
Cola 1.860 @ 3 escudos.
Café 1.860 @ 3 escudos.
Nuez moscada 1.860 @ 3 escudos.
Tamarindo 1.860 @ 3 escudos.
Cacao 1.860 @ 3 escudos.
Semillas de ceiba 1.860 @ 3 escudos.
Aguacate 1.860 @ 3 escudos.
Mango 1.860 @ 3 escudos.
Nogal 1.860 @ 3 escudos.
Castañas 1.860 @ 3 escudos.
Avellanas 1.860 @ 3 escudos.
Bellotas de roble 1.860 @ 3 escudos.
Bellotas de encina 1.860 @ 3 escudos.
Bellotas de alcornoque 1.860 @ 3 escudos.
Tejo 1.860 @ 3 escudos.
Piñones 1.860 @ 3 escudos.
Enebro 1.860 @ 3 escudos.
Ciprés 1.860 @ 3 escudos.
Cedro 1.860 @ 3 escudos.
Drago 1.860 @ 3 escudos.
Mostajo 1.860 @ 3 escudos.
Raigón del Canadá 1.860 @ 3 escudos.
Semillas de arce 1.860 @ 3 escudos.
Dátiles 1.860 @ 3 escudos.
Areca o nuez de Betel 1.860 @ 3 escudos.
Haya americana 1.860 @ 3 escudos.
Eucalipto 1.860 @ 3 escudos.
Algarrobo 1.860 @ 3 escudos.
Serbal 1.860 @ 3 escudos.
Nueces del Brasil 1.860 @ 3 escudos.
Terebinto 1.860 @ 3 escudos.
Pimentero 160 @ 5 escudos.
Hovenia 130 @ 4 escudos.
Árbol del pan 186 @ 2 escudos.
Castañas de indias 86 @ 3 escudos.
―¿Sabes que representa este signo que tienen los
embalajes? ―pregunta Domingo a la muchacha.
―No conozco lo que represente, pero sí puedo decir que
me gusta su trazo, a mí me recuerda al gorro que me dio mi padre caído hacia
delante ―respondió Francesca con ingenio.
El muchacho era muy noble y de buenas costumbres,
estudiaba en una institución religiosa y al acabar el bachiller, pensaba ir a
la Universidad de Lisboa.
Francesca permanece en Porto casi dos años, hasta que
Domingo parte para estudiar en la Universidad.
Doy fe de que el joven Domingo de Rodrigo logró a
duras penas su propósito de no caer en la tentación, viviendo como vivían el
uno cerca del otro, en la misma casa. La verdad es que al muchacho no le
faltaban ganas de caer y a ella tampoco le importaría echar por tierra las
buenas costumbres y la pureza de una muchacha decente.
El día de su partida, muy temprano, Domingo le deja
unas hojas que ha escrito acompañadas de una rosa blanca.
La creencia mueve los
sentimientos, todos los caminos son parte del mismo.
La transformación ocurre
a través de nosotros.
Eres una persona
maravillosa, me lo das todo sin darte cuenta.
De ti lo obtengo todo,
la fe para seguir viviendo.
La carencia mueve los
instintos, es el grito irreprochable de los hombres.
De aquello que se carece
es mejor no pedir a nadie.
Sé que tú eres el ser
que he esperado tanto.
Es preciso que yo mengüe
para que tú vayas creciendo.
Calculo en el ábaco los
días que restan para encontrarnos.
En los sueños meces la
cuna del niño que llevo dentro.
Y estoy contigo,
resguardado del frío y la lluvia.
Traes para mí los frutos
del avellano y nos besamos dulcemente los labios con dedos de miel.
Y hay un surtidor de
néctar para nosotros dos.
Preparo el lino para
hacer tus vestidos.
Me basta con estar a tu
lado y construir para ti muebles de acacia.
Leche y harina, aceite
en tu piel, te recibo en mi casa.
Lees acrónimos escritos
para ti.
Con tus manos ablandas
mi piel áspera del tiempo.
Caminamos por los campos
y al despertar te encuentro a mi lado en la alcoba.
Los vientos que inflan
las velas de la nave me llevan a ti.
Eres el aljibe de donde
siempre he querido beber.
Hay figuras que semejan
antropomorfas y te distingo mientras tú te acercas y tus manos llevan mis
sienes a la apirexia.
El niño se amamanta en
tus pechos.
Áptero no puedo volar a
tus brazos.
Sin cercas somos libres
en el prado verde, un arcón de centeno y maíz, arando los campos, haciendo
surcos o dibujando en la arena.
Somos arquitectos de las
citánias, archivo de la memoria y del tiempo.
Tomas las arras de la
ceremonia como prenda y hablas dulcemente en un murmullo que desciende y me
aproximo a ti de forma asintótica.
Derramas sobre mí el
perfume de romero.
Giras el astrolabio para
conocer mi destino y hallo el atajo, acierto el camino en los campos de tu ser
atractivo.
Ahora ya no andaré en la
tribulación y subiré los peldaños hasta la alcoba y tañeré para ti el laúd
sentado en el baricentro de nuestra casa.
Recordaba,… suspendido
en un árbol, llevado al océano por el viento, llegué a la arena.
Te vestí de seda y dibujamos sonrisas, captamos el
mensaje de cada palabra.
Hacía cartografías en tu
piel mostrando el camino que seguían los dedos.
Conocimos los guarismos
de las cifras y del tiempo archivado en
las piedras de nuestra casa.
Leímos los códices con
versos olvidados, coheredamos la poética de la vida.
Reposé en tu regazo con
esencias y compostura, confesando mis pensamientos.
Construimos constelaciones en una porción de
firmamento y fuimos cosmonautas en el universo.
Conocimos nuestras
costumbres, urdiendo los telares de nuestras culturas sin romper las creencias,
sentados en el centro del círculo de piedra, cubiertos de cerámicas olvidadas,
deshilvanando los pliegues de unos recuerdos, cuando el sol se esconde y los
diagramas de mis movimientos aparecen inscritos en un círculo del que tú eres
el centro.
Erotismo de eruditos,
esbozo de poetas, estannífero río que se desvanece en el étimo de mi vida,
hermosa cara blanca y femenina, transparente como vidrio.
Amistad inquebrantable,
intimidad intuida.
Somos figuras cogidas de
la mano, cantamos en el laberinto, portamos estandartes sagrados y formamos con
nuestros cuerpos una lambda.
Levitamos libres en los
espacios y en el tiempo, lignarios y líticos con cabellos de oro, de plata o
azabache sin mácula.
Construcción del pasado,
mansedumbre de mujer que huye de movimientos marginales cuando habla.
Monte de piedras
amontonadas por los peregrinos para tener un buen viaje.
Un millar de poetas
cantará tu llegada, con un haz de lavanda y ojos de sueño.
Nácar entre la niebla,
ya no seré más un nómada, dirás mi nombre, desnuda entre las ropas del lecho,
hasta llegar el novilunio, nutrida por siempre en las nupcias y nada te será
ocultado.
Traeremos ramas de
olivera, caminaremos juntos bajo la llovizna cubiertos con sacos de esparto
como las gentes antiguas, diciendo oraciones por siempre desde el origen de
nuestro andar conjuntado en el ortocentro del triángulo, ornado con romero y
lleno de aire aromático.
Escribiré tu nombre en
el barro, paradigma de mi vida sin paradojas.
No perteneceré al
parnaso de los poetas, sólo seré parte de ti, una partícula pasional, serás mi
pausa en el trabajo y la tarea más dulce.
Nos sentaremos en los
bancos delante de la ventana abierta, como los brazos al exterior.
Cribando versos para
hacer poemas, permaneciendo siempre a tu lado y perteneciéndote por siempre.
Seré una piel tuya,
semillero de versos dulces, rama, paloma, fuente, premio y prenda.
Ensamblaje perfecto,
primigenia mujer de verde mirada.
La promesa de amor no
profanará los cuerpos limpios, pasando de púber a núbil.
Rasgaré en la piedra tu
nombre, no habrá que enrasar las cestas de ferrado de nuestro amor, amor de
trigo, sin vallados, sin cercas, sin secretos, como simientes esparcidas por el
viento, como sendas en las que dibujo tu silueta con simbolismo poético a tu
abrigo, deletreando tu nombre, tomando el sol en invierno, sosegado a tu lado.
Nadie te puede suplir
amiga, suscitas el amor dentro de mí.
Tejedora del telar de
mis sueños, cuando urdes la urdimbre para mí y verdean los campos en los que
vierten el agua los ríos.
Tejido de juncos en tu
juventud.
Me das tu zumo, tu miel
en tus besos.
Tus pinturas son como
los ladrillos de tu alma.
Antes de nombrarte no
conocía tu existencia, andaba errante.
Esperaba encontrarte
lanzando señales o rompiendo el deseo.
Fue no perder las
referencias en una mirada segura
Reflejo de un interior
rescatado de un pasado bien instruido en la ciencia del amor, la unión de la
familia.
En el instante
prolongado del recuerdo sé que tú conoces la
ciencia y el camino.
Él está alegre porque
habla el mismo lenguaje de su interior.
Trenzas que unen los
hilos que muestran caminos
Y pronuncio tu nombre
con bella voz.
Veo el naranjo que mueve
el viento
Recortando el verde
sobre el muro
Y escuchando la
música a lo lejos.
Mirarnos el uno al otro
no nos cansa.
Solos tú y yo, amiga. La
soledad vive en el corazón, no en la distancia.
La verdad yace en medio
de nosotros,
Desaparecen los límites
y deseo volver a casa,
Tú eres mi referencia.
Te pregunto y respondes,
no vives en el mundo de los hombres,
Bajo otro cielo, en otra
tierra.
Se cubrió de seda tu
espalda y regresé
Para llevarte conmigo y
no olvidé el camino de regreso.
Nuestras casas son
pobres,
Sólo nosotros sabemos lo
que somos,
Algún día leerán
nuestros poemas
Y nuestros nombres serán
impresos en el taller en el que imprimen los libros.
Te alegrarás al verme
regresar y apoyarás tu hombro en el mío.
Todos nos mirarán pasar.
Yo conozco el lugar
donde se abre el muro y podremos pasar sin prisa.
Recordaremos nuestros
nombres como una plegaria.
Daré un salto, compraré
un pedazo de tierra.
Pronuncio tu nombre y
suspiro tres veces.
Como nave de esperanza infinita
Navegan mis pensamientos
por ti.
Soñando puertos que
nadie arribó y te conviertes en ancla, en abrigo, en amor.
Cuando la mirada se
desliza por el cuerpo
Y se detiene donde gusta
reposar,
Comprende cada parte,
Aprende a quererte, tal
como eres, toda tú, singular.
Como un estoico te
espero
Desde la aurora al
ocaso;
No tengo banco ni
asiento
Ni para mi sed un trago.
Como un estoico te
espero
En la puerta de mi casa.
No estoy fuera ni dentro
Ni nadie vine, ni llama.
Como un estoico te
espero
Y ya pierdo la
esperanza,
Ya me consume el miedo
Y ya se me marcha la
calma.
Como un estoico te
espero
Y como un escéptico dudo
Que venga quien yo
quiero
Que venga por quien
sufro.
Para aliviar mí carga.
No seguiría trayectorias
cicloidales sobre un planeta que gime.
No hallaría breve la
vida que con vicios acortamos.
No perdería el tiempo
precioso con ocupaciones vanas.
No pisaría los escombros
de culturas olvidadas.
No sentiría la amargura
de una desnudez descubierta a los ojos cómplices de nadie.
Y daría para no perder
allí donde haya un ser humano.
Soltaría el nudo, el
vínculo mortal para enmendar y reprender mi conducta.
Me esfumaría en la
memoria de este lugar si dieras justiprecio a mi templanza.
Cada uno tomaría lo que
reconociera suyo al entrar en la casa.
Nuestras almas buscarían
las mismas cosas en la vida retirada.
Te encontraría en la resina,
en la menta y el tomillo, en el romero, en el acebo, en el avellano y el
fresno, en el enebro y el lino.
Te encontraría en la
roca inconstante, en la génesis tectónica que estructura el planeta.
Te reconocería en las
piedras de cristales verdes, en la piedra de granito y en la obsidiana.
Hablaríamos de las flores de herbolarios y de cuadernos
escritos y guardados.
No sería la memoria ni
el recuerdo, sería el presente prolongado si me tendieras la mano para aliviar
mi carga.
Una vez Francesca leyó el escrito, pasó casi toda la
semana pensando que responderle. No lograba sintetizar sus ideas, pero al fin
decidió escribir y esto fue lo que le envió.
Respuesta.
Estás conmigo, me
acompañas en mi soledad, hablas en mi silencio, estás en la inmensidad de mi
cielo, eres el límite de mi horizonte.
Eres la profundidad de
mí mirar, el infinito de mi universo, eres la calma de mi temporal de ira, eres
la tranquilidad de mi ocaso, la ilusión de un nuevo amanecer que algún día
despertará a tu lado tras el descanso del día más agitado. El agua más fresca y
limpia que pueda calmar mi sed de amar, de conocer y siempre estás. Quiero que
seas todo para mí. Eres la esperanza y sé que no te perderé porque formas parte
de mí, como yo de ti. Inevitablemente nos vemos arrastrados al torrente o al
curso del agua y se destruyen los sueños que colocamos más allá de las
metáforas si sucumbimos a la suavidad de una piel.
Escribes como escribe la
lluvia sobre la arena cuando paseamos solos por la playa, después bebemos jugos
de frutas con leche y endulzas mi vida con tu sonrisa.
Siembras en mi desierto
y brotan en mí las semillas con tu agua de la noche.
Me cuentas leyendas y
dibujamos con nuestras manos historias bellas.
Con nuestras manos
cogidas caminamos al mismo paso sin tocarnos.
Seré pura como oro
acrisolado al fuego para ti, el mar con
brillo dorado al atardecer. El viento que peinará tu pelo como peina las olas
en el mar. Mis dedos te peinarán como barcos que navegan y la salitre salpicará
tus labios cundo mi barco llegue a ti, cuando el cielo forme una línea perfecta
con el mar, rúbrica firme y decidida en un instante prolongado.
Ha comenzado el otoño
con luna llena y en la noche estrellada te pensé.
Te ofreceré la primera
hoja de la rosa y con bucles de lemniscata ataré las ondas completas de las
cicloides de tu pelo admirando el flujo infinito de tu sonrisa en las fronteras
de tu ser con la atmósfera o conmigo, en gradientes de superficies regladas.
Una banda monolátera como porción continua del espacio entre tú y yo. Y no
hallaré cisoides ni cuadricas conocidas, ni trayectorias dinámicas. El único
universo serás tú.
Todo lo que yo soy, una
niña con promesas, todo lo que yo tengo, palabras y eternidad, te pertenecen.
Espérame, llegaré a ti, con la fe de un ángel ancestral. Te amaré siempre y
renaceremos juntos en un sueño infinito con el viento que aviva el fuego de la
ofrenda. Yo esperaré a que todo haya cumplido su tiempo y la música suave te
envolverá mientras me piensas.
Al igual que con la
mazorca de maíz en la mano, desgrano los días que restan para el encuentro y un
rosario de versos nace de mi interior. Como poetisa de la luz que abre su
ventana y conversa contigo al despertar. Te pienso en la noche y sueño
remolinos de besos recitando profundos versos y cubriendo tu piel. Cubro tu
piel con pétalos de rosa y flores de romero, te cuento historias que hablan de
las gentes. Tú escuchas atento palabras bellas, como yo escuchaba de mis
mayores, me siento bien, porque amas cada parte de mí y te lo ofrezco todo.
Preparo fruta fresca para que nada te falte y tú me cuidas con el mismo amor
que yo.
Hoy te pensé, pensé en
ti y dibujé los pliegues de tu piel, recorriendo cada porción infinitesimal de
tu cara, cada porción de tu cuerpo, besando tu frente y tus labios, poniendo la
sonrisa en tu rostro con mi pincel. Peinando tu pelo del color de las mimbres
quemadas, tus ojos verdes me miraban y te sonreí.
Ella no soporta estar sola y tras la marcha de
Domingo, deseosa de conocer y vivir nuevas aventuras, decide marcharse aguas
arriba por el río Duero, primero en su tramo inicial navegable, luego por
caminos de carretas hasta el nacimiento del río.
Un quince de agosto, por la noche, al regresar con los
padres de Domingo del baile de la fiesta de la Virgen, se sienta en el larguero
de la cama.
Con la cabeza girada hacia la izquierda separa el
largo cabello en tres partes y comienza
a hacer una trenza, una vez terminada la misma, la ata en el extremo con
un cordón, luego toma una navaja bien afilada de su bolsa de esparto y, con
lágrimas en los ojos, comienza a cortar la hermosa trenza de su cabellera negra
que casi le llegaba hasta la cintura.
―Así será mejor, me confundirán con un hombre y no
tendré problemas ―piensa con amargura.
Francesca deja en el templo la trenza de pelo como
ofrenda a los pies del altar de la Virgen y se marcha cargando con su petate.
EL MOLINO
ARANDA
1860
Tras varios días de viaje y haber pasado por Penafiel,
Vila Real, Mirandela y Braganza, llega a un nuevo pueblo, es once de noviembre,
ya tiene dieciséis años recientemente cumplidos, no sabe precisar donde se
encuentra, parece haber fiesta, escucha hablar y todos hablan una lengua
diferente, era la misma lengua con la que le hablaba su madrina, era
castellano.
—Me encuentro en España, debo estar bastante lejos de
mi tierra —pensó.
—¿Cuál es el nombre de este lugar? —preguntó a una
niña que correteaba en el atrio del templo parroquial.
—San Martín del Pedroso —respondió.
Luego se dirige a Zamora, pasando por Toro, Tordesillas,
Valladolid y Peñafiel.
Entrando al final en Aranda del Duero.
Cuando llegó a la población de Aranda conoció a una
mujer que habitaba un viejo molino.
Era una mujer joven que para ganarse la vida entró a
posar como modelo de un pintor de fama de aquella época y quedó reflejada en un
cuadro.
Se vendía al artista sólo por comida y se alojaba en
su alcoba, repitiendo las mismas posturas a diario hasta el hastío.
Ella había estado durante un año entero en aquel
cuadro, en el retrato, tumbada boca abajo sobre el borde del camastro, con el
pelo liso y negro acastañado atado a la nuca, los ojos cerrados y la cara
apoyada en los brazos cruzados sobre la almohada color del trigo en verano. La
pierna derecha extendida, la izquierda doblada con la rodilla colgando sobre el
larguero, la planta del pie izquierdo cerca de la rodilla derecha y toda su
espalda desnuda, tendida sobre la cama.
Ocurrió en un lugar extramuros, en el molino de agua.
El molino tenía dos ruedas hidráulicas verticales con sus cajones de madera,
movidas por la corriente de agua del río que aún hoy, en su eterno fluir, pasa
por Aranda del Duero.
La mujer comenzó a contarle su historia a Francesca,
mientras esta comía un pedazo de pan y una lasca de queso de oveja.
—Era una tarde de septiembre —hizo una pequeña pausa y
continuó—. Salí de la villa amurallada por la Puerta de Duero, pero no crucé el
puente de piedra que se tiende sobre el río, sino que por el contrario tomé el
camino que lleva al ingenio de agua. En el trayecto me encontré con un arriero
acompañado de un niño que guiaba tres bestias cargadas con sacos de harina. Le
saludé. Era de un poblado cercano, fuera de los muros de la villa.
Entré
en el molino, tras abrir su puerta de roble y pasando por debajo del arco de
medio punto. El interior estaba fresco y bajo su gran tejado a dos aguas, las
piedras volanderas de moler realizaban un movimiento de rotación constante
sobre los pies fijos del mismo material. El encargado del mantenimiento de la
maquinaria y de la molienda del grano estaba dentro. El hombre descargaba
habitualmente los sacos de trigo en la tolva. Era así como suministraba
lentamente su cibera la cuba de madera que cuelga sobre la piedra de moler. La
harina era despedida por la muela en su continuo rotar. Los restos de harina,
espolvoreados sobre el pecho de aquel hombre, acentuando su fuerte estructura
muscular. Estaba tendido en el camastro.
Aquel hombre era mi esposo.
En ese momento recordé todos los hechos y vivencias
que me había traído el molino de la ribera del río. Recordé.
Recordé como me maravillaba cada tarde con el
movimiento encadenado de aquella ingeniería en madera de roble, funcionando
gracias al impulso del agua sobre la pesada rueda conductora del molino. El
artefacto había sido recientemente construido por mi esposo. El agua era su
fuente de energía, económica, eficaz, limpia. Tecnología de la madera y energía
del agua unidas para molturar el grano, harina amasada y fermentada que
transformó poco a poco la vida social y económica de la villa.
El señor de nuestra tierra había mandado construir la
aceña según el modelo romano. En el extremo del eje, la rueda hidráulica
llevaría unido un tímpano dentado colocado verticalmente y giraría
solidariamente con la rueda. En conjunción con este tímpano se colocaría otro
de mayor circunferencia en disposición horizontal y su eje tendría en su
extremo superior una pieza de hierro que haría mover la muela. El engranaje así
dispuesto, con sus dientes de madera mordiendo y encajando los unos en los
otros, convertiría el movimiento vertical en otro horizontal que haría de esta
forma trabajar como estaba previsto en los dibujos y trazados la piedra de
moler. El ímpetu de la corriente de agua sobre los cajones haría que la gran
rueda de madera de impulsión por abajo girase dextrógira de manera perenne,
logrando el efecto deseado de convertir el grano de trigo en apreciada harina
para hacer el pan.
Se construiría también una trampa para las anguilas
cerca de la ruedas hidráulicas, así el molinero tendría una aportación
estacional de alimento.
El encargado del molino gozaría igualmente del derecho
a una buena cantidad de vino para su consumo durante todo el año y podría
guardarlo en alguna de las bodegas que existen bajo tierra en la población
amurallada, una de ellas recientemente construida en la roca y propiedad del
señor.
Mi esposo y yo, acompañamos intramuros a uno de los
hombres de mi señor para reconocer la cueva y trasladarnos a ella
provisionalmente mientras duraba la construcción de la aceña. El sol estaba en
lo alto, entramos por la puerta de San Juan y desde la plaza tomamos una calle
en dirección al templo de Santa María.
Nos detuvimos delante de un viejo portalón de madera
de pino, armado con espigos también de pino, sin adornos. El hombre abrió la
cerradura y entramos en el recinto, cerrando luego el portal. Era un portal que
tenía postigo.
Era una casa entre medianeras de pequeñas dimensiones,
con toscas y gruesas vigas de pino, se distinguía una zona de cocinar y una
zona donde acostarse, había además una cuba de madera nueva con agua al lado
del hogar.
Había una caja con corambre y unas estanterías en la
pared, se veía un perpendículo, una norma, varios tipos de perforadores o
barrenas, sierras, martillos diversos, azuelas, limas, un pequeño yunque, un
fuelle realizado con madera y cuero, un mazo de madera de boj, escoplos,
formones, gubias, un ánfora piriforme de ochenta y una libras para el vino y
también patrones de medidas lineales y de capacidad basados en la longitud del
pie.
Mi esposo, tan pronto como se percató de la existencia
de las herramientas se acercó a la estantería y comenzó a curiosearlas,
tomándolas en la mano. Si desconocía alguna preguntaba por su nombre y
amablemente el hombre que nos acompañaba se lo decía, explicando además su
utilidad.
—¡Venid! —dijo el hombre que nos guiaba.
—Si maestro —respondió mi esposo dirigiéndose hacia el
hombre.
El maestro cogió una lámpara de aceite, una lucerna de
barro que se encontraba en una repisa al lado del fogón, la encendió y luego se
encaminó hacia una estrecha puerta. Abrió la misma y bajaron cuarenta peldaños
de una cuarta de altura por unas escaleras escavadas en el terreno hasta llegar
a unas galerías con arcos de piedra.
Yo tenía miedo de bajar a la cueva, pero allí aunque
había algo de humedad, se respiraba bastante bien, pues las galerías estaban
comunicadas con el exterior por unos pozos de ventilación o respiraderos que
los habitantes de la villa arandina
llaman zarceras.
Había también unos sumideros que con la cueva estaba
en uso permiten evacuar el agua del lavado de las cubas donde se almacena el
vino.
—Nunca había visitado una bodega bajo tierra —dije
impresionada.
—El pueblo está completamente perforado de galerías
como estas, al parecer son muy antiguas. Algunas son inaccesibles. Contienen
muchos secretos —completó la información
aquel hombre.
Caminamos un rato por la nave, había canales laterales
a la altura de mi cintura donde se apoyaban las barricas nuevas.
Una carreta recién construida con ruedas de radios
convergentes en un cubo y lámparas nuevas en las paredes.
—Tengo hambre —dije mientras se escuchaba como rugían
mis tripas.
—Asaremos un lechazo. Creo que todos tenemos hambre —se
solidarizó el maestro.
Ascendimos los mismos cuarenta peldaños que bajamos y
comenzamos a preparar el asado de la pieza de cordero que trajo el maestro,
hablamos de muchas cosas al lado de la fogata. Bebíamos vino de la comarca que
había en una garrafa de vidrio de una arroba de capacidad. Estuvimos cenando y
hablando hasta que comencé a frotarme los ojos del sueño que tenía.
Luego, el maestro regresó a su casa. Mi marido y yo no
alojamos allí esa primera noche. Al día siguiente mi esposo y los jornaleros
que trabajaban para el señor pusieron manos a la obra.
Así pues, según las órdenes de mi señor, los canteros
comenzaron a construir la fundación de la fábrica de piedra de la aceña sobre
la roca. Después se pusieron las trabes para techar la edificación con teja de
barro cocido. Trajeron carros de bueyes con cargamentos de piedra y madera de
roble. Se fabricaron los ejes con sus zapatas, las mesas, los pescantes para el
cambio de las muelas, tolvas y mecanismos reguladores. Se empleó madera de
manzano para hacer los cojinetes situados entre las muelas y el eje vertical.
Mi esposo había experimentado con muchos tipos de
madera y creía que la de manzano aguantaba mejor que otras el rozamiento.
Una vez terminaron las obras del molino nos
trasladamos extramuros para vivir allí. El ingenio de un molino es bien sabido
que requiere un cuidado constante y frecuentes reparaciones, por eso hacíamos
prácticamente toda nuestra vida en el interior del molino. Teníamos dispuesto
cerca de la ventana un amplio camastro con un cobertor de lino sobre el que
reposar o retozar al compás de la molienda, sintiendo el tintineo de las ruedas
dentadas, escuchando el sonido del agua que sale de las compuertas y en su
trayecto golpea las palas de las ruedas.
Algo aconteció en el molino que cambió mi propia
suerte. Mi destino cambió cuando aquel
día llegué al molino. La harina era despedida por la muela en su continuo
rotar. Los restos de harina, espolvoreados sobre el pecho de aquel hombre,
acentuando su fuerte estructura muscular. Estaba tendido en el camastro.
Aquel hombre era mi esposo.
Mientras, la harina era despedida por la muela en su
continuo rotar. Era continuo el rotar. Me acerqué, mi esposo permanecía inmóvil en el lecho.
Pronuncié su nombre y no me respondió. Parecía dormido, continuo rotar. Mi
esposo, tal vez mientras se dedicaba al
mantenimiento de una de las muelas debió de haber sufrido algún golpe y tal vez
se habría sentido indispuesto. Pero en mi mente cobraba más fuerza una terrible
realidad, no quería pensar en esa desgracia.
Tal vez el arriero con el que me encontré al llegar al
molino sabría algo de lo sucedido.
En aquellos momentos no encontraba salida.
Decidí afrontar la realidad y al día siguiente
enterramos a mi marido.
Él había fallecido a causa de un golpe en la cabeza.
Transcurrida una semana, e intrigada por el hecho
desconocido de las circunstancias de la muerte de mi esposo, me encaminé al
pueblo donde residía el arriero que me encontré a la entrada del molino.
Llegué a su casa y hablé con él.
Me contó que se había limitado a recoger la mercancía
que tenía apartada cerca de la entrada y que simplemente cargó los sacos en las
mulas y dejó las monedas del pago correspondiente en una talega de cuero, como
había convenido el día que había traído el grano.
—Me
pareció que estaría cansado o indispuesto y le dejé descansar tranquilo. Nada
sabía hasta ahora que su esposo había fallecido en circunstancias extrañas. Le
apreciaba mucho, pues era cumplidor en el trabajo y amable en el trato —dijo el
arriero muy sentido por la mala noticia.
La mujer del arriero y su pequeño hijo se acercaron a
nosotros y aprovecharon la ocasión para abrazarme y mostrarme sus condolencias.
—Me agrada enormemente que ustedes me hayan recibido de
esta forma tan agradable. Como
seguramente ustedes sabrán no soy natural de la población de Aranda del Duero
—dije.
—¿De dónde es usted entonces? — preguntó la esposa del
arriero.
—Conocí a mi difunto esposo en las tierras de Michelham
Priory, East Sussex, Inglaterra. Soy de allí —aclaré.
Le conté que mi esposo, siendo aún joven había viajado
a Sussex y allí aprendió el arte de construir los ingenios hidráulicos que
nosotros empleábamos para moler el grano. La maquinaria de los molinos no tenía
secretos para él, era un verdadero maestro carpintero.
—Yo me
enamoré de él, en mi locura juvenil me escapé de la casa de mis padres que eran
campesinos humildes, le acompañe y nos vinimos a estas tierras a hacer fortuna
—descubrí a al arriero y a su familia mis más íntimos y bellos recuerdos con
nostalgia, viniendo las lágrimas a mis ojos al pensar en mi difunto marido.
Más desahogada, por haber contado todo aquello al
arriero que era de los pocos conocidos para mí en esas tierras, regresé al
molino, decidida a contratar jornalero que se encargara del trabajo de cargar
las mulas.
Cuál fue mi sorpresa que al llegar al molino me
esperaba un antiguo pretendiente que tenía en Sussex llamado Thomas, hijo de un
casero de Michelham y que mi padre infructuosamente había tratado de que me
casara con él. Me extrañó mucho verle allí, a la puerta del molino.
Al parecer, guiado por su despecho y locura de amor,
había venido siguiendo mi rastro hasta Aranda del Duero.
—¿Qué milagro encontraros por aquí? —pregunté con
sorpresa.
—Yo no lograba olvidarme de ti, querida Zephaniah —dijo
pronunciando mi nombre de pila, un nombre que yo no escuchaba desde hacía mucho
tiempo.
—¿Dónde te alojas? —pregunté tímidamente.
—Me alojo en una posada dentro de las murallas, en la
Calleja de Juan de Gonçalo —respondió.
—Yo pregunté en el pueblo por ti y me dijeron que
estabas casada con el hombre con el que te fugaste de Sussex —dijo Thomas con
cierto despecho y frialdad.
—No estoy casada con él. Ahora soy su viuda. Yo lo
enterré ayer, apareció muerto sobre el camastro —aclaré.
—Lo siento. Si me necesitas ya sabes dónde me alojo
—dijo mi antiguo pretendiente.
—Tendré eso en cuenta —dije.
Thomas me dio un sentido abrazo y luego se alejó por
el camino que baja al molino, entrando por la Puerta de Duero. Yo entré en el
molino y me dirigí a la cama con muchas ganas de acostarme y dormir sin parar
mientras mi cuerpo y mis fuerzas me mantuvieran con vida.
Tenía ganas de morirme, pero me sentía un poco animada
al ver a alguien conocido de mi infancia. Thomas era un muchacho con fuerza y
vigor, pero tenía cierta timidez con las mujeres, a pesar de ser atractivo.
Tenía el pelo ondulado y de color rojo. Su padre había concertado el matrimonio
con el mío aun cuando éramos niños. El no supo de este trato hasta que yo me
fugué con mi difunto esposo. Me vinieron pensamientos y deseos indecibles que
traté de reprender. Mi esposo había sido enterrado el día anterior, así que
traté de olvidarme de todo eso.
Recordé lo que me había dicho el arriero sobre las
monedas que había dejado en una talega de cuero en pago por el trabajo de la
molienda y me encaminé a lugar que me había indicado.
Las monedas seguían allí, abrí la bolsita, las conté y
coincidía con la cantidad depositada por el arriero.
Cerré la puerta del molino y luego me dirigí al
camastro para acostarme, para dormir, para despertar del mal sueño.
Yo, aún esperaba que al despertar estuviese el esposo
a mi lado, como cada tarde estaba mi amado cuando el sol se pone. Tumbada boca
abajo sobre el borde del camastro, con el pelo liso y castaño atado a la nuca,
los ojos cerrados y la cara apoyada en los brazos cruzados sobre la almohada
color del trigo en verano. La pierna derecha extendida, la izquierda doblada
con la rodilla colgando sobre el larguero, la planta del pie izquierdo cerca de
la rodilla derecha y toda mi espalda desnuda, tendida sobre la cama.
Me levanté reseca con un pelo en los labios. Lo retiré
con la yema de los dedos.
—¡Un pelo, un pelo de color rojo! — exclamé pensativa,
al reflexionar como había llegado allí ese pelo.
Con una náusea indescriptible vomité lo poco que había
comido aquellos días.
Al lado, las herramientas del molinero en una maleta
de madera y cuero.
La azuela...
Semidesnuda, oculta en las sombras de la noche, antes
de que cerraran las puertas de la población y me dirigí a la posada situada en
la Calleja de Juan de Gonzalo. Entré discretamente en la cámara donde se alojaba Thomas, deje caer mis ropas y me
mostré desnuda ante él.
Él tomó posesión de mí y, aprovechando los momentos de
desahogo le golpeé con la azuela que escondía bajo el vestido desbastándole la
nariz.
Rodeé su cabeza con un paño para no manchar de sangre
la los charcos de agua y arrastré el cadáver para arrojarlo al río. Nadie se
daría cuenta de su desaparición. Y la corriente del río se lo llevó.
—Yo he tenido que encargarme del establecimiento. A
pesar de conservar mi atractiva juventud y lozanía aún no he vuelto a encontrar
esposo. Y tengo ganas de varón porque desde joven siempre he sido lo que soy.
—Sabed que vivo sola en el molino. Pareces un buen
muchacho y en el molino tienes cobijo. Se discreto al venir —dijo, invitando al
lector.
Esto fue lo que la molinera contó a Francesca, no
sabiendo que era una mujer.
Francesca no conocía a nadie por el momento, así que
decidió pasar allí la noche. No le quedó más remedio que descubrirle el
secreto. A causa del roce, la sensibilidad y la cercanía de dormir en el mismo
camastro, las dos mujeres conocieron el amor que algunas veces se da entre las
hembras. Desnudas sobre el camastro, arrodilladas frente a frente, a la tenue
luz de la lumbre de una lucerna, una imagen en claroscuro digna de un Rubens.
Se tocaron, deslizando las manos sobre la piel, se
besaron y se comieron sus vientres y luego, formando horcadas con las piernas giraron
un cuarto de circunferencia para encajar sus húmedos pliegues, rozando
rítmicamente carnaza con carnaza hasta explotar de placer y la lumbre se fue
extinguiendo hasta quedarse dormidas en un tierno abrazo.
Y no se dijeron nada hasta el amanecer.
Se hicieron muy amigas y permanecieron juntas hasta
que la molinera decidió regresar a su tierra y ocuparse de sus padres ancianos.
—Encontrarás una persona en la villa que puede
ayudarte, se llama Pau y vive actualmente en el mismo lugar intramuros que otrora
habitamos mi difunto esposo y yo —dijo.
Las mujeres se gozaron la una en la otra toda esa
noche.
Después de su partida, el molino pasó a manos extrañas
y Francesca hubo de buscarse la vida de otra forma.
LA
VENDIMIA TARDÍA
ARANDA
1864
Francesca se acercó al pueblo y entró en la taberna
vestida como un varón.
La tabernera le preguntó de donde era y pronto
entraron en conversación. La mujer del tabernero le contó una extraña historia,
por la que Francesca se sintió muy interesada.
—Sucedió en un lugar, sobre el suelo ocre y pedregoso
—tomó asiento en un tajo de madera de encina, se echó un trago de vino y
comenzó su relato—. Mi esposo Pep Fuster, la mula Tulima y yo, regresábamos de
Almonacid de la Cuba.
Habíamos tomado el camino que deja el curso de agua a
la izquierda. La tormenta nos sorprendió a unas dos millas de la población de Azuara, antes de
llegar a Herrera de los Navarros, camino del Campo de Cariñena.
Al caer la noche, buscamos un refugio bajo unos
árboles de la ribera para dormir. Aunque había luna llena el cielo estaba muy
oscuro, negro. Las nubes, extremadamente cargadas, presagiaban tormenta. De
repente, una gran luz, como de un fogonazo, iluminó el entorno. Parecía que de
repente estaba el Sol en lo alto, como al mediodía. Al pronto, el resplandor
desapareció y luego un fuerte y extraño sonido nos estremeció.
—¡Menudo relámpago! —exclamó mi cuñado.
—¡Que Nuestra Señora, la Santísima Virgen del Pilar
guarde nuestro camino y nos proteja! —dije temerosa.
Estuvimos rezando abrazados durante un rato y, al
final, nos quedamos dormidos al lado de la mula que aún permanecía con las
alforjas de esparto llenas de garrafas para el vino. Llovió y nos despertamos
con nuestras ropas teñidas de barro. Durante el trayecto vinimos en silencio,
pensando en lo que había sucedido; sin embargo, no dijimos nada sobre el hecho.
Al atardecer del día siguiente llegamos a la población de Cariñena, allí
teníamos nuestra casa. Como era domingo, lo primero que hicimos al llegar al
pueblo fue parar delante de la vieja iglesia del Cristo de Santiago y entrar en
el templo para cumplir la obligación de un buen cristiano y asistir a la misa
dominical.
Atamos la mula Tulima, aún cargada con las alforjas de
esparto, a la argolla que había en un muro cercano, donde comúnmente se atan
las bestias. Entramos. El templo estaba vacío, la nave se mostraba espartana
con sus cuatro arcos en ojiva. Mientras permanecíamos en el interior del
templo, absortos en nuestra oración, se nos acercó un joven extraño vestido al
igual que un franciscano. El hombre se aproximó a nosotros y rompió el instante
de recogimiento.
—No hay nadie por la calle ¿qué ha ocurrido? —preguntó.
—Señor, posiblemente esté al corriente de que nuestra
principal producción local es el vino y, como es el tiempo de la vendimia, todo
el pueblo parece estar trabajando en los viñedos —le aclaró mi esposo.
—Debe ser eso. Estoy leyendo un libro que titulan El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha de un tal Cervantes y he decidido recorrer con mi espuerta al hombro
los lugares que el autor menciona en el libro. En el libro habla del excelente
vino de esta comarca —dijo el extraño.
—En esta población tienen edificios hermosos y de muy
buena traza. Estoy realmente maravillado con las excelencias arquitectónicas de
este templo que ustedes llaman del Cristo de Santiago. Este templo fue
construido en los albores del siglo XIII. Estoy igualmente admirado con la
hermosa casa del Ayuntamiento del siglo XVI y, por supuesto, con el maravilloso
templo de la Asunción del siglo XVIII —continuó el extraño de ojos azules con
su discurso de excelencias y conocimiento sobre la arquitectura del lugar.
—¿Sabían ustedes que este templo ha sido levantado
sobre las ruinas de una antigua sinagoga? —preguntó el visitante, haciendo gala
de su erudición.
—¿Qué es una sinagoga? —preguntó al hilo de la exposición
mi esposo.
—Una sinagoga es el lugar donde se reúnen los creyentes
judíos —respondió.
—¿Judíos? — dijo mi esposo sorprendido.
—Al parecer, la uva que ustedes cultivan en estas
tierras llegó a ser la variedad principal de Israel, la región de donde proceden
los judíos —explicó.
—¿Acaso la gente que trajo a estas tierras la uva que
hoy aquí se cultiva fue el mismo grupo de personas que construyó la sinagoga?
—aventuró intrigado mi esposo.
—Tal hecho no aparece documentado, pero quizás usted
tenga la respuesta —dijo.
—Conoce vuestra merced muchas cosas de la historia de
nuestra población —dije admirada.
—¿Conoce…, conoce los tiempos de la cosecha? —preguntó
técnicamente, entrecortado y con cierta timidez mi esposo Pep, pensando en la
vendimia del mazuelo.
—¿Qué desea usted saber? —respondió a mi esposo con
otra pregunta el desconocido.
—Sobre la Luna y sus fases adecuadas para la
recolección de la uva y de cómo hacer para que se conserve bien el vino —expuso
mi marido al extraño.
Pep Fuster prefería las vides de abundante fruto y los
vinos tánicos y ligeros como el mazuelo, por su gran vigor y alto rendimiento.
No conocía bien el arte del viticultor y muchas veces las vendimias eran
imperfectas y de poco acierto, mezclando muchas veces uva verde y madura, con
lo cual el vino perdía calidad. El visitante le instruyó en la ciencia de la
vinificación, dándole muchos consejos que no figuran en este relato.
—No es bueno arrancar con violencia los racimos de las cepas, ni cortar
con navajas mal afiladas. De esta manera se evita que los granos de la uva
caigan en el suelo y al aprovecharlos porten gérmenes nocivos —aconsejó el
extraño.
—No es conveniente —hizo una pausa y luego continuó
hablando—. Revestir las cubas de fermentación con pez griega fundida, a fin de
impedir el derrame del mosto por la juntura de las duelas, para asegurar la
conservación del vino. El tiempo de maceración debe ser el adecuado, lo óptimo
es que el vino consiga color, pero que, al mismo tiempo este no ceda color a
las pieles y el vino se haga áspero. No es bueno que fermente al descubierto,
sino dará mal gusto al vino. Es recomendable proceder al descube en el momento
justo. No es bueno usar yeso para evitar la quiebra del vino. Tampoco es bueno
añadir manzanas, peras, membrillos y otras frutas. Hay cosecheros que le añaden
hueso de jamón o clara de huevo con la intención de mejorarlo, pero eso es
malo. No es conveniente el alcohol para aumentar la fuerza y dotarlo de mayor
resistencia y graduación. Tampoco es conveniente el azucarado en los vinos
menguados de cuerpo, grado o fuerza. No son necesarios misterios químicos ni
fraudes de mezcla. No es adecuado emplear creta para controlar la acidez,
potasa para controlar la fermentación, alumbre para que logre color e incluso
aguardiente para darle fuerza. No juntéis variedades de forma arbitraria, no
tengáis por práctica el aguado del vino. Todas esas son creencias populares
orientadas a propiciar una elaboración más venturosa, pero ese no es el camino.
Pep se ruborizó un poco, al escuchar esas prácticas
que él, ignorantemente, había hecho en alguna ocasión.
El joven se hacía llamar Kord y decía que no tenía
familia. Según nos contó, era natural de una región llamada Campo Espartario y
vivía en Calatayud. Se dedicaba a viajar por los pueblos como jornalero.
Componer barricas de duelas de las que se usaban para almacenar el vino era su
oficio. Mi marido le pidió que se quedara con nosotros durante el tiempo de la
vendimia y el aceptó.
Pep Fuster y yo no teníamos hijos varones, Godina Sara
era nuestra única descendencia y, a pesar de ser una niña, mi marido la trataba
como se trataría a esa edad a un varón.
El doce de octubre de ese año nuestra hija Godina Sara
había cumplido dieciocho años y
contábamos que estaría de regreso de la capital el martes.
Cuando llegó, quedó prendada del apuesto y galante
invitado. Sé que algo esencialmente armónico pasó entre nuestra hija y él. A mí
también me hubiera ocurrido. Le ofrecimos alojamiento en un cuarto que teníamos
para los invitados y aceptó. Permaneció con nosotros hasta que los zarcillos y
las hojas de la vid despertaron del letargo invernal.
El señor Kord examinaba el vino con todos y cada uno
de los sentidos y luego le describía con detalle cada sensación a la joven
Sara. El muchacho gustaba de practicar con ella catas a ciegas y Sara, en
aquellos últimos días de primavera, siempre encontraba el momento para reunirse
a solas con él entre los viñedos.
La relación entre los dos jóvenes maduraba como
maduran las uvas en los racimos y las manos se enredaban como los zarcillos
enredan las estacas. Poco a poco, el interés entre ambos pedía compenetrar más.
Y viendo que por muchas penitencias aplicadas no podía contener el deseo y la
virtuosa castidad, el señor Kord le habló de hombre a hombre a mi marido. Viendo
sus buenas intenciones y el agradable trato, entre los dos acordamos que para
no vivir en virtual pecado tal vez podría el muchacho contraer matrimonio con
nuestra pequeña Sara e irse los dos juntos a vivir a Calatayud.
—No es llevadero ver los racimos en las cepas de otros
y no tener cosecha propia para un buen vino. Tampoco es bueno arrancar con violencia los racimos de las cepas, ni
cortarlos con navajas mal afiladas. Los granos de uva ya no caerán en el suelo.
Desde hoy te abrimos las puertas de la casa y te consideramos nuestro hijo
—dijo solemnemente mi esposo, mientras nuestra hija permanecía callada y
recibía con alegría tal decisión.
El hombre sacó una bolsa que tenía guardada en su
espuerta y puso sobre la mesa de tabla de almendro dieciocho monedas de un
extraño metal parecido a la plata. También nos mostró un pequeño y extraño
libro con tapas de cuero finamente trabajado y una sola hoja de vidrio blando.
Luego, como muestra de su infinito agradecimiento, le entregó a mi esposo las
dieciocho monedas y el extraño libro. Os puedo asegurar que nunca había visto
monedas así. Al levantar la tapa de cuero del extraño libro se apreciaba una
piel transparente, como de pergamino blando que cedía al tacto de la yema de
los dedos, donde se podían leer muchas cosas y ver gravados con dibujos muy
realistas. Kord tenía un punzón para escribir sobre la tablilla encerada del
libro. En el extraño libro había muchas cosas maravillosas y Kord nos mostró un
calendario con las fases de la Luna y muchos otros detalles sobre las cosechas.
Eran cosas de gran interés para el trabajo agrícola y durante un tiempo enseñó
a mi marido a leer en el libro.
Mi marido no sabía leer pero Kord le enseñó con
dedicación y esmero como hacerlo, primero las sílabas: ma, me, mi, mo, mu y
después las palabras. Pep incluso llegó a escribir con el estilo sobre la
tablilla encerada. Las letras al principio no le salían bien, pero al momento
lograba el trazo correcto, al igual ocurría con los dibujos de carpintería que
aprendió a hacer.
El señor Kord nos ganó con su buen trato, le recibimos
en casa como a un hijo.
La ceremonia de la boda fue sencilla, el cura no puso
impedimento alguno.
La bosa se celebró el domingo día catorce de febrero
en la iglesia de la Asunción.
Nuestro yerno el señor Kord y Godina Sara partieron
con la mula Tulima camino de Calatayud. Al llegar a Paniza no torcieron a la
derecha hacia tomar el camino que pasa por Aguarón, Almonacid de la Sierra, La
almunia de doña Godina y Aluenda. Era el trayecto que pensaban hacer para
llegar a Calatayud.
Lejos de eso, según cuentan algunas personas, el señor
Kord decidió que sería mejor desviarse por Aladrén, luego tomar el camino del
valle que cruza el curso de agua hasta Herrera de los Navarros y llegar a una
población que las gentes llaman Villar de los Navarros. En Villar de los
Navarros tratarían con alguien sobre un cargamento de arcos de hierro para
toneles y regresarían finalmente por el mismo camino a Calatayud, su destino
inicial.
Godina Sara iba sentada a lomos de la mula y su esposo
a pie. De vez en cuando descansaban un rato para darle un trago a la bota de
vino.
Una de las herraduras se le había caído durante el
trayecto por el pedregoso camino y la burra venía molesta. En Herrera de los
Navarros llevaron la mula a la herrería para ponerle herraduras. Al llegar al
establecimiento de la herrería, el herrero salió a recibirles. Luego se
encaminaron a la posada. En la cantina pidieron estofado de buey y bebieron
entre los dos una jarra entera de mazuelo. Pasaron la noche en el pajar del
establecimiento y encontraron en las pajas el placer del sueño.
A la mañana siguiente, tomaron un camino en dirección
suroeste y por fin llegaron a Villar de
los Navarros.
Kord cargó con su espuerta de esparto a la espalda y
cruzó rápidamente el umbral de la puerta que existía en el muro. En la bodega
había varias hornacinas con anaqueles y en unos soportes de madera de pino
clavados en la pared varias docenas de arcos de hierro para barricas con sus
remaches.
Una vez cargaron la mula con los arcos de hierro para
los toneles, cruzaron el río y un poco perdidos se adentraron en una zona
despoblada. Caminaron sin rumbo aproximadamente unas seis millas y como se
acercaba la noche decidieron descansar. Se quedaron dormidos, como en las
dulces horas de la vendimia tardía, ocasión propicia para encuentros de amor.
La hoja oscura y granate de la vid, apartada por la
mano durante el rebusco para encontrar el racimo con el fruto carnoso, tendida,
al igual que lo hace una fuerte tormenta que abate la vegetación sobre la
colina. La tierra con la forma de una especie de plato de barro, una
disposición a modo de una grieta o cráter, sobre el cráter había un extraño
objeto de la apariencia de una vejiga inflada. No había orificio alguno en toda
la extensión superficial de su piel y, sin pensarlo dos veces, Kord penetró con
vigor y agradablemente en el objeto y Godina Sara le acompañó, cerrando
palpitante tras de sí la superficie. Una vez entró, la bolsa comenzó a mudar su
apariencia, ocurriendo fenómenos maravillosos y extraños para ellos. Luego, la
gran baya se rompió en aguas dejando a la vista un ser desnudo de semejanza
humana. Esto ocurrió en Azuara.
En el
pueblo no volvieron a tener más noticias de los jóvenes.
Aquel año fue una vendimia tardía, dejaron madurar la
uva más tiempo del habitual y les pareció bueno el estado en el que se
encontraban aquellos racimos. Después de una cuidadosa fermentación, el caldo
recibió una crianza en barrica de roble durante nueve meses.
Al año siguiente, las vides de mazuelo de toda la
región fueron atacadas por un extraño mal. Vinieron algunos campesinos con
alguna solución de la capital. Algunos fabricaron artilugios a manera de
fuelle, de pellejo de becerro y madera, nos dijeron que sería bueno llenarlos
de azufre y azufrar las viñas. El mal pronto remitió.
Pep Fuster y yo siempre estamos atareados con el
campo, y a veces pregunto a los que vienen de Calatayud para la fiesta de la
vendimia si por allá han visto a nuestra hija.
Siempre pregunto por ella. A Godina Sara le gustaba
beber el vino en la fuente de la mora y siempre pisaba las uvas con la falda de
su vestido levantado para no mancharse, pero siempre acababa el vestido teñido
del color del vino.
En la pasada fiesta de la vendimia, a Pep se le borraron las letras del libro que
le regaló nuestro yerno y ya no puede escribir con el punzón sobre la tablilla
de cera. El libro le cayó casualmente en el vino de la fuente de la mora.
Intentó limpiar el libro con agua pero con tal acción ya no quedó el menor
rastro de las letras ni de los grabados que mi marido dibujaba con el estilo.
Conservamos aún el extraño libro con sus tapas de
cuero en la alacena de nuestra casa en Calatayud.
Si vais a Calatayud y os invitan en alguna casa con
huerta a probar esas peras tan ricas, veréis que os las disponen
primorosamente, al igual que en una naturaleza muerta de Paul Cézanne. Haced el
favor de preguntar discretamente por el señor Kord Erntson y Godina Sara
Fuster, probablemente os dirán que no les conocen y aunque me resisto a perder
la esperanza de volverla a ver, ahora después de tanto tiempo os puedo decir
que casi estoy segura de que nunca llegaron a su destino.
—Me habéis resultado muy grato, en agradecimiento
quisiera obsequiaros con un pequeño tesoro, tomad —dijo la mujer del tabernero ofreciéndole unas
semillas.
—¿De qué son estas semillas? —preguntó Francesca.
—Peras de Calatayud, si nacen y las dejas crecer durará
muchos años —respondió.
PAU FUSTER
ARANDA
1861
Pau Fuster era hermano de Pep Fuster el tabernero.
Había llegado a Aranda del Duero buscando fortuna
después de que su hermano y su cuñada se establecieran allí.
Aranda del Duero era una villa ribereña, realenga, un
camino cruzando de Norte a Sur, sobre el Duero, San Juan y Santa María
destacando sobre los palacios y las casas de la villa.
Por aquella época, a los comerciantes de vinos se les
estropeaba mucho el vino, pues utilizaban barricas inadecuadas, y el vino sabía
mal.
La joven, con su barretina en la cabeza y su espuerta
con herramientas, pregunta a una señora si puede darle trabajo.
La señora no le entiende muy bien porque la joven se
dirige a ella en la lengua materna.
Francesca se percata y recuerda alguna palabra en
castellano.
—¿Tiene trabajo para mí, señora? —dice Francesca en
castellano.
—Yo no tengo nada que ofrecerte, rapaz —dijo la
señora.
—Recientemente ha terminado la época de la vendimia,
es una lástima que no hubieras venido antes, pues se necesitaron bastantes
jornaleros, sin embargo creo que podrías esperar a la poda de las viñas. Suele
hacer falta gente. En las bodegas del marqués necesitan jornaleros. Si quieres
pregunta en el la plaza de San Juan. Allí hay una panadería y te indicarán
donde vive el encargado —intentó ayudar la señora.
—Ha estado aquí un forastero joven, un muchacho que
llevaba un extraño gorro rojo —dice la señora a su marido, un viejo ventero.
Era habitual al terminar la jornada que acudiera a la
taberna un hombre del marqués, de unos treinta años, al parecer de origen
catalán y de nombre Pau Fuster.
Pau trabajaba de tonelero para el marqués y se podía
decir que era un maestro del oficio, pues dominaba con gran ciencia y destreza
el arte de la carpintería.
La mujer del ventero que tenía bastante confianza con
él le comentó algo sobre el extraño gorro del forastero que andaba buscando
trabajo.
—Ese gorro que me describes parece ser una barretina —dijo
a la mujer mientras tomaba una taza de vino con miel junto con otros hombres
del marqués.
Al día siguiente, Pau se encontró casualmente con la
muchacha en la bodega del marqués y la reconoció por su aspecto.
—Eh, rapaz, ¿eres payés? —se dirigió al muchacho y
preguntó en catalán el maestro tonelero.
La joven Francesca no entendió nada de lo que le
decía, aunque conocía esa lengua, era la lengua de los fomentadores que se
habían establecido en su tierra y se dedicaban a la emergente industria de la
conserva. Uno de los amigos de su difunto padre era payés y le había regalado
la barretina que a ella tanto le gustaba llevar puesta, barretina que no le
permitía pasar desapercibida, pero con ese aspecto bien podía pasar por un
chaval, encontrar trabajo de hombres, tener salario y no ser molestada por los
mozalbetes.
Pau no se había percatado aún de que Francesca no era
un hombre, pues tampoco se comportaba como una mujer.
Francesca se había visto obligada a apretar con una
banda de lienzo los pechos, pechos que por aquellos años comenzaban a emerger
con rapidez pues ella se alimentaba bien
y había heredado el cuerpo de su madre. Francesca tiznaba intencionadamente su
cara con ceniza, ensuciaba sus uñas y sus manos para no ser reconocida.
Ella pensaba hacer fortuna y volver a Oporto, pues se
había enamorado del joven Domingo. Sin quererlo se había prendado del muchacho
y como en un inocente ritual, todas las noches olía las ramas y semillas que
guardaba en su burda saca.
Esos olores le recordaban al muchacho, ella se
acordaba de los furtivos y apasionados contactos con Domingo, el muchacho
portugués.
Visitando la tonelería del marqués, Francesca deja
olvidada la bolsa de las semillas entre las ramas que los que los carpinteros
que trabajan en el taller de la bodega del marqués emplean para arder, en el
doblado de las duelas y en el secado de la madera de las barricas.
Bien es sabido que en la época algunos maestros
toneleros solían poner una marca de fuego en cada una de las duelas de los
toneles.
Se están preparando los toneles para la cosecha
siguiente y resulta que ese año todo el vino se pierde de nuevo excepto el de
una barrica. El marqués guarda la barrica bajo llave en una recámara de la
antigua bodega escavada en la tierra.
El marqués, propietario de la bodega en la que ellos
trabajaban y de otras muchas en la zona hace venir al maestro tonelero.
—Maestro, una de las barricas tiene un sabor realmente
exquisito y no se ha perdido —dice el marqués dirigiendo su mirada a Pau el
tonelero.
—Quizás haya sido la medida de la boca, quizá la
medida de la barriga o de la altura, o la calidad de la corteza de alcornoque —contesta
aliviado el tonelero dándose méritos delante del marqués.
—El alcornoque ha sido traído de tierras de León,
señor —aclaró el maestro artesano.
—En la próxima cosecha usaremos la misma corteza,
mandaré venir cargamentos de mis tierras en
León —señaló el marqués.
Mientras tanto, Francesca hacía trabajos de campo
procurando un jornal para subsistir, dormía con los jornaleros en los campos y
en los alpendres. Al final consigue un trabajo más estable como peón en la
tonelería del marqués.
Es el tiempo de la nueva cosecha y esta vez tratan de
aplicar nuevos ensayos a partir de la experiencia de cosechas anteriores, los
toneleros trataron de reproducir las medidas de la barrica y emplear las mismas
zapas y técnicas aprendidas.
Francesca ya cuenta con dieciocho años y trabaja en el
taller. Un día Pau sorprende a la muchacha haciendo dibujos geométricos en una
pizarra que hay en el taller para anotar tareas.
—¿Conoces los trazados geométricos? —preguntó el
carpintero payés a la muchacha que aún sostenía en pizarrín en la mano.
—Mi padre me abrió los ojos a la hermosura y también
me enseñó los trazados del compás y de la caña de medir —respondió emocionada
por el recuerdo de su padre.
— Podrías ser mi ayudante en el taller —le sugirió.
—¿Te alojas con los muchachos en el almacén de
maderas? —preguntó.
— No, duermo en el pajar —aclaró.
—Te puedo dar alojamiento en mi casa, estarás mejor,
tengo cama y ropa limpia —se ofreció el tonelero amigablemente.
—Yo, puedo ayudar en casa, se hacer de todo, puedo
hacer recados, hacer la comida, lavar
ropa, cortar leña, hacer cestos, perdí a mi madre y hacía todo eso en casa —mostró
interés ante la sugerencia del tonelero.
Francesca estaba nerviosa, por un lado la idea le
parecía bien, pero por otro lado tenía miedo de que el tonelero descubriera que
era una mujer y temía que intentara aprovecharse de ella.
Al final, Francesca se encontraba sola, incluso había
perdido los olores de la semillas de la bodega, las semillas de Domingo, por
tanto, consideró que el tonelero parecía buen hombre y aceptó, la verdad es que
hacía mucho tiempo que no dormía en una cama con ropa limpia, como cuando
estaba en casa de su madrina.
—¿Tiene esposa, señor? —preguntó ella.
—No tengo esposa, ando muy ocupado en el taller y no
tengo tiempo —se disculpó.
Francesca, se puso más nerviosa todavía.
—Hace frío, esta noche puedes dormir en mi casa si lo
deseas —se ofreció el maestro tonelero.
Al atardecer abandonaron el taller cercano a un molino
y se marcharon juntos a la casa del maestro que se encontraba intramuros,
entraron por la puerta de San Juan y desde la plaza tomaron una calle en
dirección al templo de Santa María.
Se detuvieron delante de un viejo portalón de madera
de pino, armado con espigos también de pino, sin adornos. El maestro abrió la
cerradura y entraron en el recinto, cerrando luego el portal. Era un portal que
tenía postigo.
Era una casa entre medianeras de pequeñas dimensiones,
con toscas y gruesas vigas de pino, se distinguía una zona de cocinar y una
zona donde acostarse, había además una nueva cuba de madera con agua al lado
del hogar.
Había una caja con corambre y unas estanterías en la
pared, se veía un perpendículo, una norma, varios tipos de perforadores o
barrenas, sierras, martillos diversos, azuelas, limas, un pequeño yunque, un
fuelle realizado con madera y cuero, un mazo de madera de boj, escoplos,
formones, gubias, un ánfora piriforme de ochenta y una libras para el vino y
también patrones de medidas lineales y de capacidad basados en el pie.
Francesca tan pronto como se percató de la existencia
de las herramientas se acercó a la estantería y comenzó a curiosearlas,
tomándolas en la mano. Si desconocía alguna preguntaba por su nombre y
amablemente Pau se lo decía, explicando además su utilidad.
—Ven —dijo el tonelero a la muchacha.
—Si maestro —respondió dirigiéndose hacia el hombre.
El maestro cogió una lámpara de aceite, una lucerna de
barro que se encontraba en una repisa al lado del fogón, la encendió y luego se
encaminó hacia una estrecha puerta, la abrió y bajaron cuarenta y cinco
peldaños de una cuarta de altura por unas escaleras escavadas en el terreno
hasta llegar a unas galerías con arcos de piedra.
Francesca tenía miedo de bajar a la cueva, pero allí
aunque había algo de humedad, se respiraba bastante bien, pues las galerías
estaban comunicadas con el exterior por unos pozos de ventilación o
respiraderos que los habitantes de la villa arandina llaman zarceras.
Había también unos sumideros que cuando la cueva
estaba en uso permitía evacuar el agua del lavado de las cubas donde
almacenaban el vino.
—Nunca había visto una bodega bajo tierra —dijo
Francesca impresionada.
—El pueblo está completamente perforado de galerías
como estas, al parecer son muy antiguas. Algunas son inaccesibles. Contienen
muchos secretos —completó la información el tonelero.
Caminaron un rato por la nave, había canales laterales
a la altura de la cintura donde se apoyaban viejas barricas ya inservibles.
Una carreta con ruedas de radios convergentes en un
cubo que ya tenía la madera podrida, viejas lámparas en las paredes.
Allí se encontraba bien, a pesar de que en el exterior
por esas fechas comenzaba a hacer frío.
—Tengo hambre —dijo la muchacha mientras se escuchaba
como le rugían las tripas.
—Asaremos el lechazo que compramos, creo que los dos
tenemos hambre —se solidarizó el maestro.
Ascendieron los mismos cuarenta y cinco peldaños que
bajaron y comenzaron a preparar el asado de una pieza de cordero, hablaron de
muchas cosas al lado de la fogata, mientras bebían vino de una garrafa de
vidrio de aproximadamente una arroba de capacidad, estuvieron cenando y hablando
hasta que la muchacha comenzó a frotarse los ojos del sueño que tenía.
Al terminar la cena, el maestro le dio una de sus
camisolas y un gorro de dormir.
—Hay una tinaja de madera con agua caliente tras esa
cortina —le dijo.
Francesca se desnudó, se metió en la tinaja de madera
con agua y permaneció allí descansando y relajando su cuerpo en el agua hasta
que Pau le mostró la intención de que él quería hacer lo propio.
—Termina pronto que no cabemos juntos en la cuba del
baño —dijo impaciente el tonelero.
—Ya termino, no venga por ahora —dijo Francesca,
temiendo que la viera desnuda.
Así que Francesca salió de la tinaja, se puso la
camisola y la gorra de dormir, permaneciendo oculta tras la cortina mientras se
vestía.
El tonelero ya se había desnudado por completo, su
cuerpo estaba bien formado, de complexión fuerte y bien trabajada gracias a las
actividades que realizaba diariamente. Su oficio le había dotado de marcada
musculatura. En sus extremidades inferiores, fuertes gemelos, fuertes glúteos.
En sus extremidades superiores, fuertes bíceps. En la parte delantera de su
tronco, fuertes pectorales, fuertes abdominales, en la parte dorsal fuertes
trapecios. Todo el aparentaba fuerte, incluso estaba bien dotado, pues su
miembro era de una cuarta de longitud. Su piel adquiría un aspecto hermoso, de
una gran plasticidad, con un bello juego de luz y sombra, debido a la
iluminación del fuego que hacía aparecer brillos sobre su piel.
Pau, sin intentar ocultar su desnudez, miró a su invitado y se metió en la cuba con agua para realizar la
misma acción.
—Ven muchacho, frótame la espalda para eliminar la
suciedad, pues no alcanzo a hacerlo muy bien. ¡Por favor! —le pidió
amablemente.
Francesca al principio se sintió un poco incómoda,
pero al final arremangando la camisola se acercó al hombre que permanecía de
espaldas. Le pidió que inclinara hacia delante la cabeza y el tronco, de tal
manera que casi la nariz tocaba el agua y quedando con las manos y con los
codos apoyados en el borde de la cuba mostrando su ancha espalda, con un trapo
de textura burda bien enjabonado comenzó a frotarle la espalda. Francesca le
ayudó a lavar la espalda, y cuando hubo terminado Francesca le dio el trapo aun
chorreando agua.
—¡Gracias! —dijo Pau mientras se frotaba el pecho y
los brazos.
—Es un placer —dijo un poco excitada la muchacha.
Pau se levantó en la tinaja y se lavó de cintura para
abajo, luego vistió la camisola, puso el gorro de dormir y seguidamente, como
había prometido, se metió con Francesca en la cama.
Se acercó a ella arrastrándose bajo las ropas y puso
la mano sobre su piel, acariciando su hombro, no sospechaba que era una chica,
pensaba que era un mozalbete de dieciséis años.
—Tienes la piel suave —le dijo a la muchacha mientras
ponía la mano sobre su cuello.
—¿Te gusta alguna chica? —preguntó.
—Seguro que hay alguna zagala que te gusta, a tu edad
el ser humano cambia, te viene vello por algunas partes de tu cuerpo y tienes
que desahogarte de vez en cuando, es normal, a mí también me ha ocurrido —dijo.
Francesca permaneció callada, no sabiendo que decir,
mientras el tonelero le ponía la mano sobre el hombro.
—Voy a confiarte un secreto —le dijo, poniendo
seguidamente su mano sobre la cadera, bajo la ropa de la muchacha.
—Me gustaste, me gustaste en el taller —musitó el
tonelero.
—¿Qué fue lo que le gustó de mí? —preguntó con voz
temblorosa la chica.
—En el taller los hombres son muy rudos, llevan los
torsos desnudos, con las camisolas bajadas y atadas a la cintura, tienen fuerte
musculatura, sudan sus frentes y sus espaldas cuando ponen los remaches a las
cintas de hierro y aprietan con el puntero los aros en las barricas, siento el
sonido del martillo en mis oídos como una letanía, como un martirio, he visto
tu dibujo del pentágono en el suelo y sé que tú eres diferente a los demás
chicos —hablaba el tonelero sin parar, con la nariz pegada a la nuca de
Francesca.
Francesca percibía su respiración caliente sobre la
parte de atrás de su cuello, el hombre desprendía un olor agradable, a resina y
a flor de limonero, y entonces empezó a sentirse extraña, como le había
ocurrido alguna vez con Domingo, ella comprendió enseguida lo que le sucedía.
Se había despertado algo en su interior y ahora tenía una enfermedad extraña.
Tenía ganas de sentir la mano de aquel hombre, de abandonarse, dejarse abrazar.
Hacía tiempo que su padre había muerto, hacía tiempo que no tenía el abrazo de
su madre.
—Huele muy agradable, señor —dijo la chica.
—Esta tarde hemos estado preparando brea para
calafatear las barricas y para lavarnos hemos preparado agua de cítricos —explicó
el tonelero que la hospedaba.
―Me gusta ese olor ―dijo la muchacha.
―¿Ya estás suficientemente caliente? ―preguntó el
tonelero.
―Creo que ya he entrado en calor ―respondió Francesca.
―Te dejaré dormir, mañana tenemos muchas cosas que
hacer ―dijo el artesano, levantándose de la cama del invitado y acostándose
luego en la suya, al lado del hogar.
La muchacha se quedó sola en el lecho, sintió húmedo
su sexo y se tocó con un dedo, el dedo mojado lo llevó a la boca, sacó la punta
de la lengua, lo saboreó, le sabía a sangre.
―¡Saínes! ―exclamó, dándose cuenta al rato que
realmente la humedad que sentía entre las piernas era el flujo menstrual.
No era la primera vez que le ocurría, esas cosas ya se
las había explicado su madrina a los nueve años, no era eso lo que le
preocupaba, el problema era que se había manchado la ropa y Pau el tonelero se
alarmaría, descubriría que era una mujer y no querría tenerla en casa.
El tonelero, al levantarse, vio que ella se hacía el
remolón y no se levantaba.
―¿Qué sucede? ―preguntó.
―Me duele el vientre ―dijo la muchacha.
―Te pondré un paño caliente en la barriga ―dijo el
tonelero, mientras ponía a calentar un hierro plano sobre el fuego.
Cuando el tonelero dedujo que el hierro había
alcanzado la temperatura adecuada, colocó el hierro sobre el paño que quería
calentar.
―Ya está caliente, te lo pondré en el vientre ―dijo,
interesándose por ella.
Ella estaba cada vez más nerviosa y apretaba la ropa
de la cama contra sí.
El tonelero arrastró bruscamente la ropa de la cama y
al querer poner el paño caliente sobre su barriga, se percató de que había una
mancha de sangre en la cama, alarmándose al instante pero pronto cayó en la
cuenta.
―¿Tú no eres un chico, verdad? ―dijo el hombre.
―Es verdad, soy una chica, mi nombre de pila es
Francesca, aunque en mi tierra me conocían por Francisquiño. Mis padres han
muerto y no me quedan familiares. He tenido que marchar de mi tierra a buscar
trabajo. A las mujeres no les es fácil salir adelante sin una familia, por eso
he ocultado que soy una mujer —confesó la muchacha mostrando sin pudor sus
pechos medio ocultos por el vendaje.
―Y eres una mujer muy hermosa ―se maravilló al
contemplar la muchacha semidesnuda formando parte de una artística escena en
claroscuro originada por el fuego.
La atmósfera pictórica de la estancia recordaba un
Delacroix.
―Yo también he tenido que marchar de mi tierra, cuando
tenía tu edad. Fui aprendiz en el taller de un tonelero de la comarca del
Penedés y después me alojé en casa de mi hermano en Cariñena —aclaró el
tonelero.
―Ya ve que tenemos algo en común, señor ―dijo
respirando más tranquila la joven.
―Hoy puedes quedar en casa, si te encuentras
indispuesta. Además no es bueno que una mujer menstruando se acerque al lagar,
pues están haciendo vino. Ya tengo bastantes problemas con el señor marqués —se
justificó el tonelero mientras preparaba algo que comer—. Supongo que para la
pérdida de sangre te vendrá bien comer algo morcilla de cerdo.
—Tengo hambre —le informó.
—Prepararé una fritada con esta que está aquí colgada
en la chimenea —dijo Pau, mientras cogía una morcilla y la cortaba en lonchas
diagonales sobre la mesa de pino.
Luego tomó una cuchara de madera y cogió un poco de
grasa de cerdo en una vasija de barro de color oscuro y colocando la grasa en
un recipiente plano de barro que estaba al fuego, dejó que la grasa se
derritiera y cuando comenzó a hervir echó las lonchas de morcilla. Vuelta y
vuelta y pronto estuvo el desayuno
preparado. Después lo colocó en la mesa y comieron Pau y la muchacha directamente con los dedos del
recipiente de barro. Por la cara que ponían la
comida debía estar riquísima. Estuvieron hablando mientras comían la
morcilla frita con pan tostado en la cazuela
mientras bebían de un cuenco de vino con miel.
―¿Te gusta? ―preguntó Pau.
―Está muy sabroso maestro ―dijo la joven mientras
mojaba pan en la grasa aún caliente.
―Come y bebe, cuando te encuentres bien te enseñaré,
ahora tengo que ir al trabajo, ya ha amanecido y pronto llegarán los jornaleros
del marqués. Hay un manojo de mimbres del año pasado en remojo al lado de la
puerta, si quieres puedes hacer un cestillo ―la animó el maestro señalando la
cuba con el manojo de mimbres abiertas en canal.
El maestro cogió la
espuerta con sus herramientas y se despidió de la muchacha.
Una vez el tonelero abandonó la casa, Francesca reparó
en una garrafa de vidrio de una arroba y pensó que tal vez sería bueno forrarla
con caña, pero como no disponía de caña consideró que la mimbre podría servir,
por lo que echando mano del manojo comenzó a forrarla desde la base, de la
misma manera que se comienza a hacer un cesto.
Francesca dispuso las mimbres que luego servirían como
guías en dos grupos, cada uno de ellos con un número impar de tiretas, montados
en forma de cruz y de tal manera que coincidía una parte gruesa con una
delgada.
Era necesario tener siempre un número impar de guías
para poder tejer el forro sin torcer la tireta o la caña sobre el recipiente de
vidrio ya que si el número era par no se conseguía el tejido sobre la garrafa.
La joven realizó la base y situó la garrafa sobre la
misma para comprobar el diámetro y luego ató todas las guías sobre la boca del
recipiente de vidrio tensando las tiretas de mimbre para adaptarla a la base.
Una vez ajustadas, comenzó a levantar la trama sobre la urdimbre dando vueltas
sin fin hasta que alcanzó casi la mitad de la altura de la garrafa. Cuando
consideró que el cesto estaba tomando forma, desató las guías para trabajar mejor.
Un ruido que provenía de la cueva provocó que perdiera
la concentración en la tarea que estaba realizando y decidió bajar para ver que
ocurría.
Francesca tomó una lámpara de aceite, abrió la puerta
de madera de castaño que daba acceso a la cueva y bajó los cuarenta y cinco peldaños hasta llegar a la
galería. De repente, un gato pasó entre sus piernas persiguiendo una enorme
rata. La rata se metió por debajo de una puerta lateral y el gato también lo
intentó pero no pudo entrar. Cuando Francesca llegó a la puerta intentó
abrirla, pero la puerta estaba atrancada por el otro lado. Era una puerta que
comunicaba con otra galería, pero como estaba cerrada no entró. El gato
mostrando cierta confianza rodeó suavemente sus piernas con la cola y Francesca
como no lo veía se sobresaltó.
―¡Maldito gato! Me has dado un buen susto ―pensó en
alto la muchacha, mientras posaba la lámpara en una hornacina.
Luego intentó acariciar el gato y este se lo permitió.
Era un gato más bien flaco y de color negro, manso y su pelo no estaba en
buenas condiciones. Posiblemente el gato se habría caído desde la calle por el
hueco de la zarcera persiguiendo la rata al intentar esta esconderse en el
orificio de ventilación de la bodega.
Una vez aclaró el origen del ruido pensó en subir a la
casa para continuar con la labor de cestería que estaba realizando.
―Vamos gatito, tengo algo para ti ―dijo cogiendo la
lámpara de aceite del suelo e invitando al animal a seguirla.
El animal, más que seguirla, lo que hizo fue
adelantarla y subir los escalones con más rapidez que la muchacha. Cuando ella
alcanzó a subir los cuarenta y cinco
escalones el gato la estaba esperando en la estancia curioseando con la cola
levantada.
―Quizás tenga hambre ―pensó Francesca, mientras se
acordaba del resto de morcilla que había quedado del desayuno.
―Toma gatito ―dijo amigablemente mientras le acercaba
el trozo de morcilla al animal.
El flaco felino devoró con gran rapidez la comida y
pronto se estaba relamiendo, así que la muchacha le dio otro pedazo, y luego
otro hasta que el gato quedó saciado. Una vez hubo comido, el gato desapareció
por la puerta de la calle que tenía el postigo entreabierto.
―Glotón, ahora que has comido te vas ―se dijo en voz
alta la muchacha con un cierto aire de sorpresa.
Como la muchacha se quedó sola decidió continuar con
la labor de cestería y pronto llegó hasta el cuello de la garrafa dando remate
a la labor que había realizado. Luego comenzó a hacer un cuello independiente y
después colocó el asa de mimbre torcida.
Cuando llegó por la noche Pau Fuster estuvieron
hablando al lado del fuego y ambos comenzaron a contar relatos familiares.
Pronto se estableció entre ellos un nexo de amistad que le permitió acceder sin
trauma a una relación con el pasado, buscado conscientemente en las raíces de
esas cepas.
―Con dedicación y entrega, el individuo se hace adulto
y adquiere el control para el desarrollo de su identidad, toma posesión del
nombre y se le nombra ―dijo Pau con seguridad y aplomo.
Viñas, pérgolas,
uvas, espuertas, hombres pisando uva, tórculo o súcula, barricas
vinales, carro de bueyes.
―Yo estoy dispuesta a aprender muchas cosas ―dijo
Francesca.
―Está bien. Comencemos por la base. Por un lado está el
vino y por otro su conservación. Primero hablemos de nuestro trabajo —empezó
diciendo Pau.
―En principio, seleccionamos el roble en las robledas,
luego lo dejamos unos tres o cuatro inviernos a la intemperie. La lluvia, el
sol y el viento lo van madurando poco a poco ―continuó diciendo el maestro
tonelero.
―Fabricamos las duelas con una ciencia similar a la de
los maestros canteros, luego, en un hogar de piedra que lleva un resalte
circular de una cuarta de altura, colocamos las duelas sujetándolas en la base
y provisionalmente con una media caña de castaño, luego ajustamos la cabeza con
tres cinturones de hierro y prendemos fuego en su interior para doblegar las
duelas, usamos ramas y leña de roble, finalmente, también se ajusta la otra
base con cinturones de hierro ―siguió hablando, mientras la muchacha mostraba
cada vez más interés.
―La madera quemada adquiere olores nuevos, me gusta
cuando se quema con ramas y flores secas
de laurel, como los arenques ahumados ―interrumpió la chica.
―Se le colocan los fondos una vez practicadas las
hendiduras ―siguió hablándole el maestro.
―Yo podría ayudar en el taller ―se ofreció la muchacha,
interrumpiendo a Pau.
―Pero eres una mujer, y las mujeres no trabajan de
toneleras, bien sabes que este es un oficio de hombres ―dijo el artesano,
justificando la costumbre de los gremios.
―Bueno, haremos un pacto, te daré alojamiento en mi
casa, te trataré como a una hija y tú me ayudarás a resolver mi problema ―le
dijo.
―No entiendo. ¿Qué problema? ―preguntó la muchacha.
―El señor marqués, dueño de la explotación no está
contento conmigo. Creo que es debido a la pérdida de estas dos cosechas
anteriores, dice que se debe a mi desconocimiento y que no he tenido en cuenta
las fases del astro de la noche —confesó Pau compungido.
―Puede que se trate del astro, pero la dulzura y la
selección de la uva es más importante. Puede que se trate de la construcción de
la barrica, pero más importante es el
fuego —dijo solemnemente la muchacha.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Pau intrigado
por las palabras de la muchacha.
—Me encanta el sabor del vino bien maduro. Mi padre,
en Gloria esté, me hacía miguitas de pan de maíz mojadas en el vino tinto y
algunas veces le añadía miel —recordaba
esos momentos dulces con su padre, mientras se le hacía agua en la boca y a sus
ojos verdes acudían las lágrimas.
—Los arenques,
los arenques saben diferente si se ahúman con ramas o madera de laurel
en vez de utilizar otros árboles. Ahumados con laurel y asados con sarmientos
es como más me gustan —explicó Francesca recordando los días que pasaba con su
padre.
—Sí, es verdad, cuando vamos al monte a talar madera y
traer ramas con los jornaleros echamos fuera varios días, así que hacemos la
comida en el campo y encendemos el fuego con arbustos y ramas secas. Hay unas hierbas
que dan buen sabor a la carne de conejo o a la carne de cordero asado —dijo Pau
Fuster recordando ese detalle.
—Pues debe ser así, ya que el fuego hace más sabrosa y
digestiva la comida, y el humo la impregna de un agradable olor, resultando
luego un manjar —completó la muchacha.
—Observo, joven Francesca que aprecias los olores y
los sabores, tienes sensibilidad para los sabores, un buen paladar, un buen
olfato, distingues los matices y amas la bella ciencia de la geometría —dijo
admirado el tonelero.
—Me abruma con sus atenciones, señor —dijo tímidamente
la muchacha.
—¿Qué hacéis con los manojos de las vides y con los
tallos de col? —preguntó Francesca.
—Los sarmientos normalmente se utilizan para hacer
fuego a diario en las casas de los jornaleros
—aclaró Pau.
—¿Qué se usa luego para torcer las duelas de las
barricas? —preguntó la muchacha.
—Se utiliza cualquier madera, ninguna en especial —informó.
—Esta vez, propongo que hagamos un buen trazado
geométrico, pongamos corteza compacta, quememos sarmientos para hacer las
barricas —propuso la joven.
Y así lo hicieron ese año, y esa cosecha resultó ser
buena, el vino no se perdió.
El señor marqués llamó al tonelero.
—La cosecha
este año ha sido muy buena, el vino no se ha perdido, pero aún no me sabe cómo
la del sello número veintitrés de hace dos cosechas —dejó caer el marqués estas
palabras como con cierta insatisfacción.
El tonelero no sabía nada, se encontraba más aliviado,
más tranquilo pero no hallaba respuesta alguna. Habló con la muchacha del problema
y ella le propuso la aventura de ir de noche a escondidas y así probar el vino
del marqués.
El marqués guardaba el vino bajo llave en la bodega y
no lo compartía con nadie salvo con el cura del templo de Santa María. El cura de la parroquia de San Juan como no
podía ser menos, también venía a buscar vino para hacer las misas.
—Vayamos a la bodega del marqués —dijo Pau.
—Vayamos —dijo Francesca decidida.
Se encaminaron dirección a la bodega del marqués. Pau
tenía la llave. Entraron en el taller y luego bajaron las escaleras. Llegaron
al tonel número veintitrés en cuestión, abrieron la tapa y sacaron una jarra de
vino del apreciado tonel. Pau echó un primer trago y se limpió el morro con el
dorso de la mano. Francesca hizo lo mismo y se echó otro trago. El vino
restante decidieron saborearlo, así que cogiendo una taza que había al lado del
tonel, le echaron un poco de aquel vino y permanecieron allí encontrando los
matices del vino hasta que a la vela le faltaba poco para terminar. Enjuagaban
la boca con el vino y luego dejaban deslizar suavemente el líquido por la
lengua terminando el trago. Sacaron otra jarra y jugaron a diferenciar sabores.
A mitad de la segunda jarra, se dieron cuenta que estaban algo contentos. Así
fue como le sucedió la primera embriaguez a Pau y a Francesca, fue el mismo día
que se escondieron juntos en la bodega para probar el vino del marqués.
—Ya encontré por fin mi querida saca de semillas —dijo
Francesca. con cierta dificultad en el habla y con los ojos llenos de un brillo
verde y chispeante.
—¿Dónde está? —preguntó Pau.
—Su esencia reposa ahora en el vino —completó la chica
con cierto matiz de misterio.
—Posiblemente, será que los sabores de las especias
han pasado al propio vino a través de la acción del fuego —concluyó el tonelero.
—La saca con las especias posiblemente fue quemada al
doblar las duelas de la barrica número veintitrés —decía Francesca mientras una
idea se le pasaba por la cabeza.
—Viajaremos con mulas hasta Oporto y compraremos
especias para el vino —dijo Francesca pensando en una ansia callada que
conservaba con ley en su interior.
Subieron las escaleras de la cueva casi tambaleando,
apoyados el uno en el otro y a duras penas le dio la lámpara para terminar de
subir las escaleras. Cerraron la puerta del taller y ocultos entre las sombras,
aunque haciendo mucho ruido a causa de las risas que se traían. Desde alguna
casa le arrojaron un cubo de agua pero no les alcanzó. Después el contenido de
un orinal. Ese sí que acertó.
Maldiciendo se fueron corriendo y pronto se perdieron
por las callejas y al final llegaron a la casa de Pau Fuster. Abrieron la
puerta y se tiraron sobre la cama, vestidos. Durmieron hasta el mediodía del
domingo y se levantaron por la tarde para ir a la misa vespertina, se
levantaron con un fuerte dolor de cabeza.
El lunes siguiente, Pau hizo partícipe al marqués de
algunas de las conclusiones a las que había llegado con respecto al sabor y
conservación del vino.
Al marqués le parecieron razonables las conclusiones y
decidió acceder a la petición del maestro tonelero.
Así fue como Francesca se las ingenió para volver a
Oporto y de esta manera darle una buena sorpresa al joven Domingo. Francesca
tenía muchas ganas de verle y estaba muy ansiosa de partir. Francesca, Pau y
dos hombres del marqués prepararon dos carretas con caballos y partieron camino
a Oporto.
EL
ENCUENTRO
PORTO
1864
Una vez en Oporto, se encaminaron por una amplia calle
y pronto estaban delante de la casa de don Diego. Ataron los caballos a las
argollas de hierro que estaban ancladas al muro de piedra de la edificación y
posteriormente Francesca hizo sonar la aldaba con forma de ancla de bronce en
la robusta puerta de la bodega por donde entran los carruajes.
Doy lo que más aprecio.
Ojos verdes te reflejan,
ya estoy a tu lado.
Donde no hay olvido
ondea la bandera del recuerdo.
Hay Amor y Paz
verdaderos.
Diviso algo en la
distancia y me alimenta oloroso perfume de romero.
Ya existe una senda para
nosotros dos.
Oyes mi llamada y
preparo mi partida para reunirme contigo.
Pronto se abrió la gran puerta y apareció Domingo que
al pronto no les reconoció al ver las dos carretas. Domingo ya había regresado,
se había licenciado por la Universidad de Lisboa, se sorprendió al ver los
desconocidos visitantes pero al final el muchacho la reconoció, alegrándose
sobremanera.
— ¿Francesca? —preguntó con cierta duda en sus palabras.
— ¿Domingo? —hizo lo propio la muchacha.
— ¡Francesca! —exclamó el joven.
— ¡Domingo! —exclamó la joven.
— Se saludaron cortésmente y luego subieron por unas
amplias escaleras de piedra al sobrado de la casa, cruzaron una gran sala y
entraron en una de las habitaciones en la planta superior, donde se encontraba
el escritorio de don Diego.
Domingo golpeó con los nudillos la puerta de la
oficina y se escuchó la voz firme del navegante.
—Pasa, Domingo —le invitó a entrar en la cámara de
solado de madera de castaño.
Domingo y la muchacha penetraron en la estancia e
hicieron un respetuoso gesto de reverencia al comerciante, que se encontró de
repente sorprendido alegremente con la visita.
—¿La recuerda? —preguntó Domingo.
—Es Francesca Blau, de Cangas, la chica que alojamos
hace dos años en casa —aclaró.
Don Diego no la había reconocido, estaba muy cambiada,
más bella, una mujer bien formada, de buenos modales, con la elegancia de la
humildad y el conocimiento, se quedó gratamente sorprendido.
Don Diego le dio la bendición.
—Dios te bendiga, hija mía —dijo solemnemente
dirigiéndose a la muchacha.
—Mientras no lleguen las naves puedes alojarte con
nosotros, esta es tu casa, te considero como una hija —se ofreció don Diego de
Rodrigo.
—Tenemos que llevar el cargamento a la villa de Aranda
pero prometo volver —dijo la muchacha dirigiendo su mirada cómplice hacia
Domingo.
Una vez llegaron los barcos con las especias, estas
fueron cargadas en las carretas para ser transportada la mercancía hasta el
marquesado en Aranda.
Francesca, Pau y los hombres del marqués se trajeron
un buen cargamento de especias, incluso semillas de plantas exóticas.
Al llegar a las tierras de Aranda, un vecino de La Carolina que coincidió con
ella en la parada de carruajes le compró semillas, decía que eran para sembrar
en un invernadero de cristal que había proyectado hacer en compañía de un
jardinero francés socio y amigo suyo.
Pau Fuster el tonelero figuraba como el tutor legal de
la muchacha.
—Traer el decantador y la redoma de vidrio —dijo el
marqués.
—Este sí que es un buen vino —pensó mientras saboreaba
el vino y sus matices.
El tonelero le confió el secreto de los matices del
vino al señor marqués y este concedió como recompensa un descepado majuelo al
tonelero y este en heredad se lo concedió a la muchacha.
LA
BODA
ARANDA
1861
Cuando Francesca cumplió los diecisiete años, don
Diego y su hijo se presentaron en la casa de Pau el tonelero para pedir la
mano. El tonelero Pau Fuster aceptó el maridaje y así fue como ella contrajo
matrimonio con Domingo de Rodrigo.
Santa María de
las Viñas.
El sacerdote que ofició la ceremonia leyó al final
algunos párrafos de un pequeño libro de bolsillo que cabía en la palma de su
mano, impreso en Barcelona el 31 de mayo de 1858, encuadernado finamente en
cuero con filigrana y con mayúsculas el título dorado en el lomo:
CAMINO RECTO Y SEGURO
PARA LLEGAR AL CIELO.
Abrió el libro en la página 322 y tras leer algunos
fragmentos del texto referentes a las obligaciones de los maridos y esposas, el
cura le regaló el libro al joven Domingo, y este lo guardó con gran aprecio en
el bolsillo de su chaqueta.
El día ocho de septiembre, el día de la ceremonia,
Francesca recordó las migas con vino que le traía su padre en un cuenco con una
cuchara de madera, recordó los arenques ahumados.
Se le soltó una lágrima y una oración.
Al lugar de la heredad le llamó pagos de fuego, porque
el fuego le había traído la alegría.
Aún hoy queda algún retoño de aquellas viejas vides se
dice que es la cepa madre de algunas cepas de la ribera.
La sabia de esas vides aún fluye en los pagos de las
márgenes del Duero.
—Aquí me encuentro muy bien, pero tengo un sentimiento
de nostalgia por volver a mi tierra, a Galicia —dijo Francesca con morriña y
sin ambages.
Domingo, la miró tiernamente y la abrazó.
—Me gustaría conocer a tus gentes y los lugares que
recorriste de niña, la tierra donde naciste. Podemos partir antes del invierno,
en la costa el tiempo es más apacible que en estas tierras de Aranda, aunque
llueva el suaviza las temperaturas —justificó ilusionado su joven esposo.
Prepararon su equipaje y se marcharon en un coche de
caballos haciendo un trayecto de varias jornadas desde Aranda hasta la ciudad
de Pontevedra.
LA
CASA
CANGAS
1861
Una vez allí, se dirigieron a Cangas de Morrazo y al
pasar por la villa de Bueu, bajaron del coche de caballos con su equipaje.
—¿Te gusta la costa galaica? —preguntó Francesca a su
esposo.
—Me gusta esta tierra —dijo su marido.
—Vamos, haremos
una visita a mis padrinos —dijo Francesca.
Era mediodía, pronto llegaron a la casa de Juan Vergés
que estaba situada en el arenal.
La casa era la misma, con la parra de uva blanca más
extendida sobre el muro, la fábrica de salazón seguía en funcionamiento, se
miraron el uno al otro y luego se aproximaron los dos hasta el portalón por
donde se entraba a la casona.
—Esta es la casa, todo sigue igual —dijo Francesca.
Domingo de Rodrigo llamó golpeando la puerta con la
aldaba de bronce que tenía forma de pez, los perros ladraron al sentir el golpe
metálico y oler gente desconocida. Pasaron unos minutos y entonces se abrió el
portal. Salió una criada mulata para ver quien llamaba.
—¿Se encuentran en casa el señor Vergés y su esposa? —preguntó
Francesca con voz amable.
—¿A quién tengo el placer de anunciar, mi señora? —preguntó
la sirvienta con un exótico acento.
—Soy la ahijada del señor Joan y de la señora María y
él es mi esposo — contestó Francesca aclarando la pregunta.
—Por favor, permita que le lleve el equipaje.
Acompáñenme y en un momento avisaré a la señora. Se pondrá muy contenta. El
señor Joan no se encuentra en casa, desde ayer están pertrechando un barco para
La Habana en la isla de Cuba, ahora tiene participación en una sociedad que hace
trato comercial con una compañía azucarera ubicada en el puerto de La Habana,
yo he venido de allí con mi difunto esposo, el murió de frío —dijo la sirvienta
con un claro acento cubano.
Francesca y Domingo acompañaron a la mujer, cruzaron
el patio y una vez subieron las escaleras de piedra llegaron a un corredor
cubierto al que daban las estancias de la casona aneja a la instalación
conservera.
La mujer abrió la puerta de la sala y les invitó a
pasar al interior de la misma, ofreciéndoles asiento.
—Por favor siéntense mientras llamo a la señora —dijo
la criada.
La mujer cruzó la sala y llamó a una puerta golpeando
con los nudillos.
—Senda ¿Qué ocurre? —se escuchó una voz de mujer en el
cuarto contiguo.
—La señora tiene una visita, un joven matrimonio.
Dicen que usted le conoce, ella es de la familia —aclaró Senda, la sirvienta
caribeña.
Al pronto, apareció la señora Moreu y la joven pareja
se levantó cortésmente del sofá, dirigiéndose
hacia la esposa de Joan Verges.
—¿A quién tengo el placer de recibir en mi casa? —preguntó
intrigada la señora Moreu.
—Madrina, soy Francesca, hija de Pep Blau, en Gloria
esté —contestó la joven emocionada.
—¡Francesca! —exclamó la señora de Juan Verges, muy
contenta, acercándose y abrazando a su ahijada.
—Creíamos que te habían capturado, no supimos más de
ti. Enviamos a buscarte por las fábricas de Hio y de Aldán a las que acudías
con tu padre, pero nadie dio razón de ti. No acabo de creer que estés aquí,
estás muy cambiada, te has convertido en una mujer muy hermosa, y tienes esposo.
Joan se alegrará mucho ¡Nuestra ahijada! Os teníamos un gran aprecio a ti, mi
pequeña Francesca y al difunto de tu padre, ¡que Dios le guarde en su Gloria! —no
paraba de hablar la señora María, mostrando una enorme alegría en su rostro.
—Señora, él es mi esposo, el señor Domingo de Rodrigo
—presentó toda orgullosa la muchacha a su elegante marido.
—Señora, todos mis respetos —dijo con un gesto cortés
el joven Domingo, mientras la señora Moreu le acercaba la mano para permitir
que el muchacho hiciera el ademán de besarle la misma.
—Licenciado en Matemática e Historia Natural, me ha
tomado como esposa por amor, que por fortuna nada tenía, ¡que Dios bendiga su
alma! —dijo Francesca solemnemente, orgullosa, mirando los ojos de su esposo.
—Ella conocía mis pensamientos y deseos más íntimos
con más detalle que el cura de mi parroquia —dijo alegremente Domingo de manera
resuelta, con la picardía, el acento y la gracia de un buen portugués.
María Moreu, soltó una sonrisa que fue bien recibida
por todos. La gracia y el ingenio del muchacho habían logrado distender la
emotividad de la escena.
—No es amigo de cazar y yacer en cotos prohibidos, no
es asiduo visitante de tabernas, es prudente en el hablar, me enseña con cariño
y es así como yo me complazco felizmente en los deberes de una esposa con
plenitud correspondida —dijo Francesca admirando las virtudes de su marido.
—Está claro que conoce las reglas de la vida rural y
del rebusco no hace vino —reconoce con la retranca propia de un gallego adquirida en el ambiente
de la villa de Bueu su madrina María Moreu.
—Estamos realizando un periplo para conocer estas
tierras y partiremos luego a Oporto para visitar la familia que no vino a la boda —indicó Domingo.
—Pensaba que veníais para quedaros —les manifestó su
madrina contenta al saber que había vuelto cuando la tenían ya por
desaparecida.
—No tenemos donde instalarnos —dijo Francesca.
Realmente, Francesca estaba pensando que después de
tanto tiempo la casa de sus padres debía estar prácticamente en ruinas.
—Si hay un lugar donde podéis instalaros, la casa de
tus padres —dijo la señora Moreu.
—La casa debe estar toda destartalada, cuando yo me
fui se estaba deteriorando, la cubierta casi se venía abajo. Desde que murió mi
padre no se pudo hacer ningún tipo de mantenimiento de la cubierta, él era
quien arreglaba todo y yo era muy pequeña para hacer ese tipo de trabajos —se
explicó Francesca.
—Es verdad, a la casa se le levantó alguna teja con la
galerna, las tablas se humedecieron, los cabrios se pudrieron y al final cayó
toda la teja y las ratas la habitaron tras tu desaparición —aclaró María.
Francesca se entristeció.
—¡Qué pena! —dijo afectada, pues recordaba a su
familia.
Al verla tan afectada, su madrina acabó de contarle
que su esposo, al ver la casa deteriorada decidió tomarse la libertad de
arreglarla por su cuenta y tenerla arrendada. Pensó que tal vez si Dios
quisiera, la hija de Modesto volvería, ellos tenían esa esperanza. Durante esos
años aún había conseguido alguna rentabilidad y le tenía reservado la ganancia.
—Vuestra casa ha estado dando réditos por alquiler. No
es mucho, pero te pertenece —le informó María de tal particular.
—Me alegra oír esa noticia —dijo Francesca.
—Iremos a verla y podremos instalaremos allí —dijo
Domingo ilusionado.
—La verdad es que pensábamos vivir de alquiler
mientras no le hacíamos un arreglo —dijo Francesca mostrando una enorme alegría
y dirigiendo la mirada tierna a su madrina en agradecimiento por lo que habían
hecho.
Al regresar Joan, este se llevó una gran sorpresa.
Tras presentarle a su marido. Cenaron pollo y tomaron un buen vino del país.
Domingo y Joan estuvieron hablando de negocios.
Francesca era la experiencia, la práctica, el oficio,
el arte.
Domingo era la ciencia, la erudición, la teoría.
Cuando se juntan esos ingredientes se hace una buena
receta, es la receta que alimenta los cambios que se consideraban tan
necesarios en esos tiempos pero que con la perspectiva del que narra los hechos
no ha dado tan buenos frutos, quizás por la naturaleza imperfecta de los seres
humanos.
Pasaron allí la noche, en un cuarto que tenían para
los huéspedes en el sobrado de la casa y al día siguiente tras el desayuno
decidieron seguir su camino hacia Cangas.
Tan pronto como llegaron al casal que llaman del otero
de la Rosada, se encontraron con la edificación con tejado a dos aguas, una
vivienda de planta baja con un pequeño anejo para usos varios. Francesca se
alegró mucho al ver la casa e intentó traer a la memoria los recuerdos gratos
de la infancia. Sacó de la faltriquera la llave que le había dado María y abrió
la puerta. Todo estaba muy bien dispuesto y arreglado, los inquilinos la habían
dejado en perfectas condiciones, sin desperfecto alguno, pues muchas veces los
inquilinos se marchaban sin pagar y dejaban además las cosas con gran deterioro
y con muchos desperfectos.
Había un horno de cocer pan en una esquina y una
piedra de lar nuevamente labrado, pues el que tenía su padre estaba muy
deteriorado por el uso, con unas grandes cuencas en su superficie y
particularmente debido a una brecha producida por el fuego. Sobre la piedra del
hogar se encontraba un pote de hierro, con boca pequeña pero de gran
barriga, con dos asas y tres pies para
mantener levantado el recipiente del suelo y así prender fuego debajo. También
había y un trípode nuevo para las cazuelas de barro, formado por un triángulo
equilátero de hierro con una pata en cada vértice. Había un balde de duelas
embreado para el agua y una artesa de madera para el pan. En el hueco del muro
había unos anaqueles con tarteras de barro y algunos utensilios de madera para
hacer la comida.
Había una mesa y dos sillas, una tina de madera
embreada para bañarse y, por supuesto, había un lecho con jergón de follaco tras una cortina. Francesca se
acercó al lecho y echó el brazo bajo los largueros de la cama como buscando
algo. Y ante la sorpresa de Domingo sacó un recipiente de porcelana de algo más
de una cuarta de boca adornado con motivos florales en color azul.
—¿Qué es eso? —le preguntó Domingo muy intrigado.
—Una taza para el desayuno, los campesinos necesitan
mucho alimento para realizar las duras tareas del campo —dijo ella con cierta
seguridad.
—Entonces, cuando vivían aquí los inquilinos gustaban
de comer buenos desayunos —dijo Domingo.
—A nosotros también nos vendrá muy bien esa taza pues,
ya sabes,… los recién casados suelen trabajar mucho. Se cansan, pues tienen que
aprender muchas tareas nuevas —se insinuó Francesca con picardía.
—Hay tareas que agotan —dijo Domingo siguiendo el
juego de su esposa.
—Tras la tarea más dulce, podremos llenar la taza y
nos aliviará — continuó diciendo Francesca.
Siguieron haciendo bromas con la gran taza de
porcelana, riendo, haciendo cosquillas y persiguiendo el uno al otro. Francesca
se reía con las cosquillas que su marido le hacía mientras permanecía tumbada
sobre la cama, hasta que no pudiendo aguantar más las ganas de orinar Francesca
se levanta de la cama y subiendo el vestido baja con rapidez su ropa interior
se pone de cuclillas y cogiendo la taza de porcelana bellamente decorada, la sitúa
entre sus piernas y se orina dentro sintiendo un verdadero alivio.
—¿Qué haces? —preguntó Domingo sorprendido al
contemplar la inesperada escena.
—¿No habías visto nunca orinar a una mujer? —preguntó
su esposa.
—Bueno, sí. Pero esas cosas siempre se tratan de hacer
a escondidas, se va al escusado y allí lo haces tranquilamente —puntualizó
Domingo.
—Los hombres suelen orinar en público contra un muro o
contra un árbol tratando de disimular. Cuando vienen borrachos de la taberna ya
no tienen vergüenza y orinan en cualquier parte. Tú eres una persona de ciudad
y por eso estás acostumbrado a usar las letrinas. En el campo la gente hace sus
necesidades en un lugar apartado, no hay otra cosa. Aquí como puedes ver, no
hay retrete y tendremos que ir a la pieza que hay en la caseta. Si quieres
orinar de noche puedes hacer como yo. Utiliza la taza ¡Perdón! El orinal —aclaró
Francesca.
—¿Era un orinal? ¡Muy buena broma! —dijo Domingo,
poniendo cara de tonto.
Los dos soltaron una carcajada por la broma de
Francesca y luego dando un suspiro se tumbaron en la cama poniendo las manos
tras la nuca y contemplando con detenimiento el detalle de la armazón de madera
del techo.
—¿Quieres dar una vuelta por el pueblo? —preguntó
Domingo.
—Tal vez más tarde, necesito descansar un poco —respondió
amablemente su esposa.
Francesca se encontraba un poco cansada y pensó que
sería mejor quedarse en casa, mientras tanto, Domingo aprovechó para conocer la
villa marinera y dar una vuelta por la zona.
Parejas de bueyes rojos tirando de los plaustros
repletos de tojo bajaban del monte acompañados de la melodía de los ejes,
hombres tirando de la cuerda del freno de retorno al bajar las estrechas sendas
de gran pendiente por donde los carros circulan. Había hileras de carros
transportando mercancía, mulas que cargaban sacos y mujeres con haces de leña
en la cabeza, mientras otras regresaban del mercado con cestos de láminas de
castaño provistos de asa en la mano. Domingo compró un cesto de mimbre en la
plaza del mercado al aire libre, a un cestero que estaba vendiendo mercancía.
Era ya mediodía cuando Domingo regresó. Traía hambre
de la caminata y pensó que a su esposa tal vez le sucedía lo mismo. Abrió la
puerta, entró en casa y dejó el cesto
con la bolla de pan de centeno, el queso, los chorizos y la manteca de vaca
para el desayuno sobre la mesa y luego posó la garrafa de vino. La lumbre
estaba encendida, había un agradable olor a resina de pino.
—Cariño, ya estoy aquí —dijo a su esposa.
Domingo se encontró aún a su mujer en la cama. Tras la
cortina, Francesca al escuchar la voz de
su esposo le invitó a pasar.
Francesca tenía la palma de la mano derecha con los
dedos muy abiertos bajo la línea de sus pechos y la palma de la mano izquierda
abierta como una hoja de palmito sobre el vientre, encuadrando fotográficamente
y de forma asimétrica la elipse de su ombligo, escopo en el que se ubicaba un
grano tostado de café. El contorno de su ombligo hacía el efecto de la mandorla
de un medallón.
Al verla, Domingo sonrió, permaneciendo quieto, expectante.
Francesca, acostada sobre el cobertor de la cama, se
había quedado casi con toda la superficie de su piel en contacto con el aroma
del aire que impregnaba la estancia. Un pañuelo de color brillante parecido al
color del azúcar caramelizado anudado a su cuello, estaba apoyada sobre el codo
y el costado derecho, con la mano derecha descansando prisionera sobre la cama
y con la pierna derecha extendida.
Tenía apoyada la parte interior de la pierna izquierda
sobre el lecho, flexionada en ángulo recto y al mismo tiempo formaba un ángulo
de noventa grados con el tronco, el cual se veía con una ligera torsión en los
pliegues dorsales de la cintura.
Su brazo izquierdo estaba totalmente plegado y la
palma de la mano tocaba levemente su pecho izquierdo, un botón globular color
tostado asomaba entre el dedo índice y el corazón, dejando entrever fragmentos
de una corona circular de tono chocolate.
Miraba fijamente con sus preciosos ojos verdes
enmarcados entre largas pestañas al joven esposo. Los dos estaban en su casa,
una pequeña casa, donde su padre y ella habían vivido. Juan Verges, tras la
muerte de Pep Blau y después de la desaparición de la muchacha, había mandado
adecentarla a unos jornaleros suyos, ahora tenía un aspecto austero y limpio,
había un lecho y un lar de piedra.
La mirada sutilmente depredadora del joven esposo le
invitaba al deleite de compartir con él los pensamientos y hacer realidad sus
deseos de poseerla por vez primera.
Domingo, en el umbral de la puerta volvió a sonreír
levemente y se mojó los labios, mientras sentía en el área de la cintura una
presión irresistible que iba en aumento, dejando fluir substancias lubricantes
en sus canales internos, mientras aumentaba el palpitar de su corazón,
bombeando cada vez más sangre hacia la zona abdominal.
Con el movimiento de sus ojos, Domingo describía un
diagrama cinético sobre los puntos de interés primario, los ojos, las nalgas y
el fruto de pulpa entre las piernas de su esposa, con pliegues semiabiertos,
unos pliegues que parecían guardar entre ellos la semilla de un fruto ya
maduro.
Los pliegues eran de color miel y cundo Domingo los
saboreó con la punta de la lengua, tenían un agradable olor a resina.
Luego, Francesca, de espaldas sobre la cama abrazó
levemente con ambos brazos las piernas flexionadas y acostó la cabeza sobre la
almohada, en una silueta parecida a la de una calabaza de peregrino, mostrando
simétricamente acompañado por las ancas el fruto con aquel tono rosa y rojizo
que nunca había sido comido ni compartido con persona alguna, quizás solamente
en alguna ocasión tocado de forma fugaz e imperceptible por las yemas de los
dedos de su jardinera fiel.
Los dos comieron, los dos bebieron y la naturaleza
humana hizo lo demás. Llegando así la mujer y el hombre a tal arrobamiento que
todos los días sentían la llamada y volvían a reposar comiendo viandas hasta
que el repositorio quedó vacío.
El armario empotrado habilitado en el muro, con
anaqueles de madera de castaño. El saco, la espuerta, los recuerdos de su
pasado guardados en un baúl, había decidido emprender una nueva vida al lado de
su esposo, como normalmente hacían las mujeres recién casadas.
ULTRAMAR
CADIZ
1866
Los pliegos de papel y el cálamo del escribano.
El viaje a ultramar con su esposo Domingo el hijo de
don Diego.
A finales de enero del año 1866, Domingo de y su
recién estrenada esposa Francesca de veintiún años provista de un abultado
equipaje, aprovechan la travesía de un barco de pesca a remo y vela que desde
el puerto de Cangas se dirigía al puerto de Vigo. En Vigo toman un nuevo barco
que les llevaría a Cádiz. Hicieron una pequeña escala en Oporto y luego en
Lisboa y llegaron por fin al puerto de Cádiz el día de la Candelaria.
Allí embarcarían en un buque que principiaba la ruta
entre Cádiz y Cuba. Una vez atraca el barco en el puerto de Cádiz, desembarcan
con sus equipajes y se encaminan a las oficinas de una naviera que un armador
llamado Antonio López tenía en la ciudad.
Ven una pintura mural de un gran barco de vela que tenía escrito el rótulo “Vapores de A.
López y Cía.”. El rótulo del cartel les
indica que se encuentran en el lugar buscado.
Domingo traía una carta de recomendación de don Diego,
su padre, que conocía casualmente a don
Antonio López.
Don Diego había coincidido y mantenido cierta amistad
don Antonio con ocasión de un viaje que había realizado con la intención de
traer un cargamento de azúcar de la incipiente industria nacida bajo la
implantación de los numerosos ingenios azucareros en la isla de Cuba. Era un
cargamento procedente de Santiago de Cuba.
Don Antonio era una buena persona, de carácter
emprendedor y trato amable, buen diplomático y por supuesto un hombre de
negocios de gran calado. Tan pronto como un ayudante de la oficina le dio la
carta, les mandó pasar a su despacho.
—Soy Domingo de Rodrigo —dijo alargando su mano al
armador- es para mí un honor conocerle. Mi padre me ha hablado muy bien de
usted. Ella es mi esposa Francesca.
—El hijo de don Diego de Rodrigo, el portugués —dijo
mostrando cierta confianza don Antonio—.
Mis respetos, señora.
Don Antonio correspondió el saludo de Domingo y luego
besó la mano de su esposa.
Don Antonio era un hombre atractivo, pelo negro,
ondulado y largo, peinado de tal manera que cubría parcialmente las orejas.
Llevaba pañuelo al cuello, camisa blanca, chaleco negro bien apretado con
botones negros y chaquetón color tostado de cuello con grandes solapas.
—Está previsto que mañana llegue el nuevo barco que
hemos construido recientemente —dijo mientras abría una vitrina con puertas de
cristal y cogía una botella de vino.
—Es un buen vino de Oporto. Me aficioné al vino de tu
tierra cuando estuvimos juntos tu padre y yo en Cuba. Diego traía bien guardado
un pequeño tonel en el puente. No se acostumbraba al ron que hacían en la isla
—aclaró don Antonio.
El Antonio López
era un buque mixto al que le había bautizado con su nombre, de vapor y vela,
recién construido, con tres mástiles para velas auxiliares. Una chimenea
humeaba entre el primer y segundo palo. Ellos estaban entre los pasajeros que
hacían el primer viaje a las Antillas.
Una vez llegó el buque que esperaban al puerto de
Cádiz, subieron al barco de vapor que estaba a punto de zarpar rumbo a tierras
de ultramar, a través del océano. Viaje que les llevaría a su destino, a los más bellos enclaves de la
cuadrícula geográfica determinada por los meridianos 73 y 76 y los paralelos 10
y 12.
A mediados del siglo diecinueve había comenzado un
nuevo comercio con la implantación del cultivo y explotación del café en
aquellos territorios.
Domingo y su esposa Francesca habían sido enviados con
los credenciales respectivos por don Diego de Rodrigo y el señor Joan Verges el
fomentador, pues habían acordado crear una sociedad comercial denominada “Ultramarinos de Rodrigo y Verges” para
establecer una ruta emergente a partir de un acuerdo comercial entre España y
la nueva República de Colombia que estimularía el deseo mercantil tan habitual
en aquellos tiempos y le permitiría la importación de productos exóticos
procedentes de ultramar tal como el café americano y el cacao.
Tenían en mente el proyecto de establecer una nueva
ruta comercial atlántica que operaría en una ruta menor a lo largo de la costa
entre el puerto de Vigo en la costa atlántica gallega y el puerto de Cádiz, y
en una ruta mayor con las costas centroamericanas, concretamente con el puerto
colombiano de Santa Marta ubicado en el mar Caribe.
En aquel barco nuevo de vapor, propiedad de don
Antonio López, zarparon del puerto de Cádiz con la ayuda del carbón y con
viento favorable, haciendo la misma ruta que antiguos navegantes, tras una
larga y penosa travesía por el Atlántico, logrando, al cabo de treinta y cinco
días avistar tierra.
Hicieron escala en las islas de Cuba y luego en Santo
Domingo, donde dejaron algunos hombres que habían venido del noroeste ibérico
para el trabajo en las plantaciones de caña de azúcar, pues allí muchos jóvenes
se aventuraban a la emigración debido a la escasez de trabajo.
Un
emigrantes tenía una maleta de cuero desgastado con estructura de madera entre
sus piernas, las manos entrelazadas y apoyadas sobre las rodillas, con la
mirada puesta a un pie de la puntera de sus botas negras y como viendo más
abajo del pavimento de madera de la cubierta del barco. Estaba sentado sobre
una cuerda enrollada al lado del palo de proa esperaba la llegada de la isla y
su esposa, le acompañaba en silencio.
Con las lágrimas en los ojos y con un nudo en la
garganta, sin poder hablar a causa de la emoción desembarcaron en el puerto de
la isla.
Vendrían las carretas de bueyes de los propietarios de
los ingenios del azúcar que solían acercarse al puerto para cargar las naves
que salen rumbo a Europa y en el camino de regreso les acompañaban nuevos
brazos para el trabajo en las plantaciones azucareras.
Esos trabajadores era la primera vez que venían a la isla
y no estaban acostumbrados a aquel clima húmedo y cálido, para ellos todo era
nuevo y diferente.
Aprovechando el bullicio existente, pronto se
incorporaron a un grupo de jornaleros, junto con otros hombres que habían
venido en el barco desde Europa.
Luego se dirigieron a alguna explotación de caña. A
ambos lados del camino contemplaban las plantaciones de caña, con una
muchedumbre de jornaleros y jornaleras trabajando, con ropas blancas empapadas
por el sudor, sombrero o pañuelo en la cabeza y con un machete en la mano; los
mayorales a caballo y las carretas de grandes ruedas de radios con yuntas de
bueyes y hombres preparando la carga.
Pronto divisaron los tejados de los enormes cobertizos
y llegaron a la entrada de la plantación de azúcar, que estaba enmarcada en una
perspectiva frontal de enormes y esbeltas palmeras con una barriga en su tallo.
Al fondo se veía la central.
Una vez hicieron víveres en la isla, pusieron rumbo al
puerto de Santa Marta.
Desembarcaron finalmente en el puerto de Santa Marta,
una ciudad fundada por los españoles en el año mil quinientos veinticinco.
Habían traído con ellos en el barco un baúl repleto de
gran cantidad de documentos valiosos, una extensa cartografía del reino de
Nueva Granada. Allí había entre otros documentos, un portulano grabado por
Antonio Mª Madero referido al plano del puerto y ciudad de Santa Marta, cuya
catedral se hallaba situada a 11º 5’30” latitud norte y 74º13’30” longitud oeste según dicho plano.
Figuraban en el dibujo las medidas de la sonda y la calidad de los fondos en la
ensenada y entre el islote de Morro Grande
y el islote del Morrito. La población estaba flanqueada por el castillo
de San Antonio y el río de Santa Marta o Manzanares, y había un conducto o
zanja de agua desviado del río que se podía cruzar por tres puntos y separaba
la playa de las edificaciones del poblado.
LA EXPEDICIÓN
SANTA MARTA
1867
La ciudad fue el punto de partida de una colonización
que sucedió más tarde y que aprovechó sendas y asentamientos indígenas para la
explotación de los recursos existentes arrebatados a sus antiguos pobladores.
Se trajeron esclavos africanos a estas tierras de la costa atlántica.
Los esposos permanecieron en la ciudad durante casi
una semana, hospedados en el Hotel
Colonial, una edificación de planta baja y planta alta, con balcón corrido
a la calle al que salían las habitaciones, de un perfecto estilo bolivariano.
Pretendían salir luego a lomos de asno en una caravana
que hacía la ruta que va hacia el valle del Magdalena.
Habían contratado a dos nativos y cada uno de ellos
llevaba una mula de carga.
Ciudad Perdida era una ciudad en terrazas, abandonada,
ahora estaba en ruinas, con casas circulares de piedra y techo cónico, tal y
como describen los cronistas, era un complejo habitado con buena escogencia del
lugar, de traza y carácter similar a los asentamientos del noroeste ibérico.
Domingo se interesó particularmente por esta antigua
población arahuaca ubicada en Sierra Nevada de Santa Marta y ambos decidieron
ir allí.
A su esposa Francesca le entusiasmó grandemente la
idea de hacer tal exploración y partieron al amanecer camino de Ciudad Perdida.
Ciudad Perdida aguardaba ser explorada por estos
visitantes, descendientes de aquellos
conquistadores hispanos, no muy bien afamados tras la instauración de la
República en Colombia allá por el año mil ochocientos diecinueve, circunstancia
que fue el punto de partida de una serie de mutaciones a nivel social que
originaron al mismo tiempo nuevas formas de ocupación del territorio, atrayendo
grandes flujos de población que finalmente dieron lugar al hábitat que hoy
conocemos.
Camino de la enigmática Ciudad Perdida, por los
desfiladeros avanza una pequeña caravana formada por dos hombres, uno va
delante, andando, tirando de una mula con carga, detrás le sigue otro montado
en una mula, cierra el grupo otra mula con carga, suben pesadamente por la
senda paralela al cuchillo de piedra.
Una de las mulas que iba delante de la expedición y en
la que montaba Domingo reculó arqueando su lomo e intentando frenar al llegar a
un desnivel entre rocas. Domingo al ver que el animal tenía miedo, se bajó de
la mula y ésta por fin pasó el obstáculo, los demás viajeros hicieron lo mismo,
bajaron de la cabalgadura y así pudieron seguir el camino.
Era
lógico ir a pie, pues la pendiente aumentaba poco a poco. El aire era más frío
cada paso ascendente que ellos daban, el grado de temperatura y humedad de la
costa se habían modificado considerablemente.
La visión del valle, a sus espaldas era maravillosa,
al frente la montaña costera, majestuosa con su altura impresionante.
Regresaron al hotel al cabo de tres jornadas, era
mediodía, estaban cansados del viaje, así que subieron a la habitación y se
refrescaron ambos en una bañera llena de agua con sales. Luego, incitados por
la visión de sus cuerpos semidesnudos, se entregaron a los juegos del amor. Una
vez satisfechos, durmieron un rato hasta que al caer la tarde la mujer del
servicio de habitaciones les llamó para la cena.
Se estaba haciendo de noche en la bahía de Santa Marta
y para ellos las actividades tras la puesta del sol eran más soportables,
incluso dar un paseo por la playa de Rodadero.
El matrimonio se vistió elegantemente, abandonó la
habitación, salió al corredor semiabierto y bajó las escaleras.
Entraron en el comedor, traían muchas ganas de comer,
pues de otras cosas ya se habían saciado y sentándose a la mesa que tenían
reservada para ellos comieron las viandas que le fueron servidas por la
camarera.
Degustaron primero unos refrescos a base de agua,
leche, azúcar y el jugo de un fruto que llaman maracuyá. Para abrir el apetito,
la camarera les trajo una fuente oval de madera tropical repleta de frutos,
casi todos desconocidos para ella, entre los que Domingo, conocedor de la flora
tropical, pudo distinguir mango, guayaba,
papaya o fruta bomba como su padre le dijo que se conoce en Cuba, junto con
grandes bananas, piña, maney, coco y muchos limones verdes.
Desearon y comieron una vianda de langosta fresca y
cangrejos.
Deleitándose con lo mejor de la comida típica colombiana
caribeña, disfrutando del pescado frito fresco, del arroz con coco, de los
patacones de plátano macho y de frutas tropicales y postres.
Arroz blanco cocido, acompañado de patacones de
plátano macho y una fuente de pescado propio de la zona frito en manteca de
vaca.
Una jarra de vidrio con agua de panela les sirvió para
mojar los labios durante la cena y una vez terminaron de comer unos dulces de
coco, la mujer que les atendió se mostró muy amable con ellos y luego tomaron
por primera vez una taza de café, saboreando la bebida y disfrutando de los
matices y del aroma que se esparcía con las tazas calientes y humeantes.
Francesca cerró los ojos, acercando su nariz a la taza y aspirando el aroma, al
mismo tiempo que Domingo hacía lo mismo.
Tras la cena salieron a pasear por la playa, bajo el
reflejo de la luz lunar, mientras la silueta de sus cuerpos se enmarcaba en la
silueta de los farallones de la costa.
Abandonaron la población muy temprano, al
amanecer, para no tener que soportar
mucho calor. En las inmediaciones de Santa Marta, sentadas en un murete cercano
a una choza de tejado de palma y paredes de tejido de guadua, dos hermanas mellizas de tez morena y largos
cabellos, ataviadas con ropa blanca y collares de hilo de color azul, rojo y
amarillo, ahogan con sus quehaceres los ardores de la juventud mientras están
haciendo prendas de ropa.
Camino de la desembocadura del río Magdalena, Domingo
estuvo dibujando en un cuaderno de viaje las chozas con techumbre vegetal de
los habitantes de los llanos del valle.
Después de haber recorrido unas veintidós millas, tras
haber iniciado el viaje en Santa Marta,
pernoctaron en una hacienda, en
una población que sus habitantes llaman Aldea Grande y que hoy se conoce con el
nombre de Ciénaga.
En la zona los poblados eran lacustres, las casas se
levantaban sobre el agua, los niños manejaban con pericia las canoas de troncos
ahuecados, los jóvenes pescaban con una red circular los peces de la ciénaga.
En una de las orillas había un tambo, una especie de
construcción formada por una cubierta a cuatro aguas de hojas de palma sobre
nueve rollizos hincados en el terreno. Había un chinchorro o hamaca de fibras
tejidas toscamente. Un hombre portaba un balde de madera con agua del río y
otros hablaban mientras el humo de una fogata encendida alertaba de la hora de
la comida. Había unos fardos bajo la cubrición y tres borricas. Una de las
borricas tenía puestas las alforjas y dentro de una de ellas había un niño
durmiendo, con un sombrero tapándose la cabeza.
A veces se divisaban peligrosos caimanes en las aguas.
Un nativo que acompañaba al grupo, estaba tumbado
cerca de la orilla del río, donde los caimanes permanecían al acecho de sus
presas, en su mano derecha portaba una especie de mango cilíndrico con dos
puntas de hierro y acercó verticalmente el instrumento, el caimán abriendo la
boca de forma inesperada intentó arrancarle la mano de una dentellada, pero el
pobre animal al mismo tiempo que mordía la mano se clavaba el arma entre la
mandíbula superior y la mandíbula inferior, quedando el nativo a salvo y
retorciéndose el animal de dolor. Una vez reducido el saurio, el hombre le
clavaba el puñal en un lugar certero de muerte.
Una escena salvaje, cruel y nada habitual en las
tierras de donde ellos habían partido.
En principio, tenían previsto dirigirse a Fundación y
desde allí adentrarse por antiguos caminos indígenas hasta llegar a la zona
media del curso del río Magdalena.
Se veían no muy a lo lejos las viviendas de los
esclavos en las plantaciones. Largas hileras de asnos o mulas con alforjas y
hombres con sombrero y bastón. Grupos de mujeres y niños preparando comida
delante de la puerta de sus cabañas.
Se cruzaron con una mujer que regresaba del mercado de
hierbas, en la cabeza traía un haz de paja, al ver para ellos, por accidente se
le soltó el escote y quedando su torso a la vista, Domingo y Francesca
contemplaron sus pechos morenos y desnudos con sus enormes y duros pezones. La
muchacha sonrió, mientras se apartaba para dejar pasar otra mujer que cargaba
grandes ollas de barro en una red atada a la frente y con otra vasija en la
mano izquierda camino al mercado.
Hombres semidesnudos que trabajaban aquellos campos de
tierra de color rojo con parejas de bueyes tirando del arado, campos de caña de
azúcar y de vez en cuando algunas casas de bahareque propias de los habitantes
del lugar, destacando algunas plataneras con enormes piñas de frutos, frutos
desconocidos para ella.
—Esa planta se denomina Musa paradisíaca —informó con un cierto punto de erudición su
esposo Domingo, señalando un ejemplar de enormes hojas y con una grande y
hermosa piña de plátanos en todo su esplendor que había al borde del camino y
bajo el cual descansaba una mujer de pelo negro recogido en dos trenzas,
recostada a la sombra, con la mano derecha en el suelo y la izquierda
acariciando levemente su pantorrilla mientras mostraba un bonito collar de
perlas de río que hacía fijarse de forma obligada en los abundantes y hermosos
pechos que sobresalían por su amplio escote.
—¡Qué bello es todo esto, lástima que haya tanto calor
y humedad! —dijo Francesca fijándose disimuladamente en sus amables senos
mientras secaba la frente con un pañuelo, ya mojado por el sudor.
El templo parroquial de los esclavos era una de esas
construcciones realizadas con guadua, una variedad de bambú, las cañas
perfectamente ensambladas o atadas con cuerdas de cabuya, techos de hoja de
palma de coco. Un grupo de tres campanas situadas sobre un pórtico de dos
altísimos postes de guadua, protegidas por un techo vegetal a dos aguas.
Había mercado en la población.
Atravesaron en barco la Ciénaga Grande, niños pescando
con redes circulares en la ciénaga y pronto llegaron al puerto fluvial de Villa
de Soledad de Colombia, en la desembocadura del río Magdalena, los grandes
champanes que transportan mercancía, en una ramificación de agua que fluye
recorriendo el valle y calmando la sed de la tierra en un país extremadamente
hermoso.
El carácter navegable del río Magdalena permitió la
localización de múltiples asentamientos y puertos fluviales a las orillas de su
largo curso.
Era todo un espectáculo ver desde la ribera enmarcados
entre plataneras y cocoteros los champanes que esa mañana surcaban la
desembocadura del Magdalena. Los champanes eran unas embarcaciones bajas de
madera, con una zona cubierta con un tejido de caña de guadua que presentaba la
forma de medio cilindro. Los barcos eran manejados hábilmente mediante pértigas
de guadua por una experta tripulación de unos quince hombres de raza negra,
mientras eran guiados por un timonel a popa. Uno de los champanes atracó en el
embarcadero. Domingo y Francesca, junto con los demás hombres que formaban la
expedición que había salido desde Santa Marta embarcaron por la zona de proa.
Iniciaron así la ruta por las tierras bajas,
adentrándose en el gran río.
Durante el trayecto pudieron contemplar un tronco de
árbol con una enorme boa viajando sobre este, aguas abajo.
Después de una jornada de viaje, volvieron a la orilla
y caminaron por tierra firme. Se dirigieron aguas arriba por la tupida selva,
por antiguas trochas o sendas indígenas convertidas ahora en caminos y por las
que era frecuente encontrarse con bestias cargadas y hombres montados a caballo
o sobre lomos de mulas.
Nuestros amigos tenían la intención de establecer un
nexo que suponían estratégico entre las zonas altas de cultivo cafetero de la
región antioqueña en la cordillera central y las poblaciones de las regiones
altas de la cordillera oriental.
Las tierras de la cordillera central, entre el
Magdalena y el Cauca eran unas tierras hermosas que estaban, al igual que toda
la selva, bajo la protección de la Madremonte.
Tierras que sorprenden constantemente a nuestros
visitantes europeos, el color ocre
del barro en los barrancos y el verde de la vegetación exótica, con el grueso
manto de un suelo fértil, tierras ricas en frutos diversos y abundantes,
tierras de guadua, construcciones en guadua, tierras repletas de yacimientos
auríferos.
Igualmente ocurría con las tierras del altiplano de la
cordillera oriental, donde abundaban los yacimientos mineros, y la agricultura
junto con la ganadería eran enormemente productivas.
Tras muchas millas de viaje, Domingo y Francesca se
establecieron en un lugar cercano al río y que los habitantes de esa región
ribereña llaman Puerto Boyacá.
En un establecimiento que daba comidas y ofrecía
alojamiento a huéspedes en Puerto Boyacá entraron en contacto visual con un
hombre de facciones europeas, de ojos azules y barba rubia, personaje muy
atractivo, con bigote bien trabajado y vestido con camisa blanca de algodón.
Con gemelos dorados con forma de granos de maíz en los puños, chaleco de lino,
traje blanco y sombrero de ala ancha. Mostraba un aspecto elegante y les estuvo
observando disimuladamente durante un rato.
Domingo, al igual que su esposa Francesca, con su
larga cabellera negra y sus ojos verdes no pasaban desapercibidos. Casi todos
los habitantes ribereños de los pueblos del Magdalena por donde habían pasado
hablaban de ellos. Tras cruzar con ellos el elegante caballero alguna mirada y
sabiendo de antemano la manera entrar en contacto con gente desconocida el
individuo decide hacerlo y al final se dirige a ellos.
—¿Son ustedes de la Madre Patria? —preguntó.
—Sí, es cierto señor, venimos de España —contestó
Domingo, poniéndose a la defensiva ante el acercamiento imprevisto del desconocido.
—Perdonen, no me he presentado aún. Mi nombre es
Gonzalo Suárez de Vargas, natural de Tunja, descendiente de libertadores —dijo
solemnemente mientras hacía una reverencia y le ofrecía la mano al expectante
Domingo.
—Mi nombre es Domingo de Rodrigo —respondió al gesto
de cortesía con el mismo ademán y luego dirigiendo la mirada hacia su esposa se
la presentó.
—Mi esposa,… Francesca Blau Grana —dijo Domingo
mostrándose orgulloso por la hermosura de su mujer.
—Al servicio de usted, señora —dijo el señor Suárez de
Vargas mientras Francesca le hacía el besamanos.
El señor Gonzalo les instó cortésmente a seguirle y
los llevó a un reservado del establecimiento.
Mientras les invitaba a sentarse en una tosca mesa de
madera tropical con grandes atenciones y buenas maneras, retirando amablemente
una silla para que Francesca tomara asiento.
Una vez se acomodaron los tres a la mesa, el caballero
miró a su alrededor inquieto y luego, sacando del bolsillo un pañuelo doblado y
poniéndolo sobre la mesa, lo desdobla y aparecen a la vista unas piedras
cristalinas de color verde, de la misma forma y tamaño de unos granos de maíz.
Los ojos de Domingo intercambian la mirada con los
ojos de su esposa Francesca y, al ver el hombre sus reacciones, les muestra
claramente sus intenciones y les propone un negocio.
—Su esposa es muy atractiva señor, quizás esta piedra
luciera bellamente en su pecho,… haciendo una figura triangular invertida a
juego con el color de sus ojos —insinuó mostrando descaro el señor Suárez.
—¿Qué es lo que pretende? —preguntó desconfiado
Domingo.
—Negociar con esmeraldas —dijo don Gonzalo.
—El comercio con esmeraldas tiene muchos riesgos,
quizás no me interese —le mostró su opinión Domingo.
—Me encantan las esmeraldas —contrarió Francesca a su
esposo.
—Hemos venido con una tarea comercial clara, esta
tarea ya la conoces —insistió Domingo en su negativa sin dar otras
explicaciones al extraño.
Después de haberle instado reiteradas veces y para no
contrariar en exceso a su mujer, Domingo aceptó conseguirle una esmeralda para
un colgante que tal vez podría lucir elegantemente entre sus abundantes pechos.
—Conozco una persona que nos puede ayudar —dijo el
anfitrión.
Don Gonzalo se
levanta y pronto regresa, trayendo con él un nativo de poca altura, aspecto
sano, carácter tímido y desconfiado, al parecer habitante de una zona cercana
perteneciente a la etnia muza.
—Giraldo de Muzo mi colaborador y ayudante, señores —dijo
don Gonzalo, inclinando su cabeza.
—Domingo de Rodrigo y esposa —saludó el español.
—¡Chiminigagua les proteja! —dijo el hombre de etnia
muza, uniendo sus manos en un gesto de plegaria e inclinando la cabeza
ceremoniosamente.
Gonzalo, Giraldo, Domingo y Francesca acordaron
ponerse en camino a Muzo, que se encontraba a unas dos jornadas en mula desde
Puerto Boyacá, aproximadamente a unas dieciocho leguas de distancia, les
llevaría cerca de dieciocho horas llegar al pueblo minero.
Un varón indígena, de aspecto corpulento, musculoso,
descalzo y casi desnudo, cargaba a la espalda con Francesca, ella iba sentada
en un artilugio a modo de silla. El lugareño, al igual que una bestia,
soportaba todo el peso de la mujer con unas correas cruzadas en el pecho y
también ancladas a su testuz.
LA PATETARRO
MUZO
1867
En Muzo, por aquellos días se habían desencadenado
procesos de extrema violencia, debido a la avaricia y a la aspiración de
algunos mineros de obtener ganancias rápidas.
En esa región minera las relaciones entre las personas
eran muy intensas y a veces era inevitable perder la vida si no pasabas
desapercibido.
Giraldo vivía en una pequeña casa del pueblo e indicó
el camino a los viajeros; estos le acompañaron junto con su patrón a una
hospedería en la plaza mayor de la población minera.
El hotel era una casa de dos plantas, muros de
ladrillo enfoscado con mortero de cal y con cubierta de teja de grandes
alerones, del más puro estilo colonial, cuya fachada principal daba a la plaza,
y que hacía esquina con una calle a la izquierda de la fachada principal. Tenía
una portada de ingreso en piedra y un patio interior porticado por tres de sus
lados, con arcos de medio punto peraltados en la planta baja, encalados y de un
resplandeciente color blanco, era el nivel por donde se efectuaba el ingreso.
Por unas escaleras situadas a la izquierda tras haber
traspasado el vestíbulo se accedía a la planta alta. Las estancias se disponían
en torno a un corredor cubierto por el que se entraba a las habitaciones. Era
un corredor protegido con una balconada de balaústres de madera torneada y unas
columnas de madera de rollizo con un tosco capitel en forma de zapata sobre los
que apoyaba la viga perimetral del patio, sosteniendo la estructura de la
cubierta del corredor de vigas y tablas sobre la que se colocaba la teja de
barro cocido.
El patio interior tenía un ejemplar soberbio de Manguífera índica, un árbol ya bien crecido con sus grandes,
enormes frutos de color verde y rojo, olorosos y apetecibles, colgando de sus
pedúnculos frutales.
Domingo, Francesca y don Gonzalo habían quedado en reunirse
para cenar en la hospedería y para continuar hablando del trato.
Domingo y Francesca se alojan en una de las habitaciones de la planta
superior y don Gonzalo se ha hospedado en la habitación de al lado, justo al
fondo, en el lado opuesto al cuerpo que da a la plaza mayor. Ambas habitaciones
tienen ventanas de balcón con barandilla de madera de balaústres torneados en
el plano de la fachada, abren luces y vistas a un pequeño patio o huerta con
acceso a la calle lateral y por el que también se entra al comedor situado en
planta baja.
Francesca ha subido a la habitación para descansar un
rato. Y al cabo de una hora, don Gonzalo llama a la puerta de la habitación
para mostrarle a Francesca unas esmeraldas.
—Soy don Gonzalo —dice mientras golpea con los nudillos
la puerta del dormitorio de Francesca y Domingo.
La puerta no está cerrada y al golpearla se abre. Al
fondo la puerta del balcón abierta, una brisa recorre la estancia. Francesca al
parecer se ha quedado dormida en la bañera, con su pelo recogido en la nuca con
un lazo y apoyada la cabeza sobre un tosco reposacabezas de cabuya. El hombre
la contempla fijamente, descansando su mirada en la piel desnuda de su cuello y
en las suaves curvas de sus hombros, emergiendo del agua de la cuba
troncocónica de madera.
Don Gonzalo, en el punto álgido del deseo prohibido,
se mantiene quieto mojando sus labios resecos con saliva mientras la contempla
y luego volviendo a la realidad regresa a la habitación sin hacer ruido alguno.
Don Gonzalo se vuelve reteniendo su deseo y, sin
pensar en otra cosa que en la mujer de Domingo, vuelve otra vez a su
habitación. Escondido tras la puerta hay alguien con el rostro oculto por una
máscara dorada de aspecto similar a las figuras del arte precolombino y justo
al entrar don Gonzalo en la habitación recibe un certero golpe en la cabeza que
acaba desgraciadamente con su vida.
Oculto en la sombra de la habitación, el asesino
arrastra el cadáver y lo coloca al otro lado de la cama, en el suelo, cerca de
la ventana. Busca en el bolsillo del cadáver y le coge algo que acaba guardando
en una bolsa. Luego ata muy fuertemente la pierna derecha por encima de la
rodilla con una correa de cuero y con una idea clara en su mente macabra, acaba
sacando de la bolsa una cuchilla bien afilada de obsidiana y le secciona el pie
por la articulación del tobillo, con la maestría de un cirujano.
Se desprende un poco de sangre, pero pronto para
debido al torniquete, cose la piel del muñón con una aguja de oro e hilo de
algodón y envuelto en una tela se lo introduce en un caño de guadua. Se escucha
a la encargada del servicio de habitaciones hablar con algún huésped y el
individuo lo deja todo. Para evitar que lo descubran, se descuelga ayudado de
una cuerda por la ventana de la habitación.
Pasan las horas y don Gonzalo no se presenta en el
comedor del establecimiento, bajo las estancias que ellos ocupaban. Ya es de
noche y Domingo, se inquieta por la tardanza de su mujer, así que decide subir
a la habitación que ocupan él y su esposa.
Al pasar delante de la puerta del cuarto de don
Gonzalo, observa que la puerta se encuentra abierta y, con doblada incertidumbre, Domingo golpea con
el nudillo la puerta, espera un rato pero nadie le contesta por lo que entra en
la habitación, don Gonzalo se encuentra tirado en el suelo de tabla ancha,
aparece muerto con un pie cortado y con el muñón metido en un caño de bambú, en
la habitación de la hospedería.
Domingo se da cuenta del hecho y se siente muy
preocupado, porque don Gonzalo se hospeda en la habitación contigua del hotel y
una vez encuentra la puerta abierta y le entra la curiosidad de saber quién ha
cometido el horrendo crimen y cerrando la puerta de la habitación hurga en los
bolsillos del muerto, comprobando que la piedra de cristal verde ha
desaparecido.
—Quizás haya sido algún minero —dijo Francesca,
sospechando de los nativos.
—¿Por qué crees que ha sido un minero? —preguntó su
esposo.
—Por una sencilla razón que las mujeres intuimos —dijo.
—¿Qué razón? —se interesó Domingo.
—Durante el trayecto a lo largo de la cuenca del río
los nativos que nos acompañan me han contado leyendas locales y en particular
dos de ellas me parecieron muy interesantes —comenzó a contarle Francesca a su
esposo.
—¿Qué leyendas? —preguntó Domingo preocupado por el
incidente.
Y entonces Francesca le relató rápidamente y de forma
sucinta la leyenda que decían del Patetarro
y la leyenda de Furatena.
Al escuchar el relato Domingo se inquietó todavía más,
pero enseguida pudo entender lo sucedido.
El Patetarro, tendido en la habitación, con el muñón
del pie metido en una sección de guadua cortada a un lado y a otro del nudo, ya
no soltará más sus líquidos seminales en los campos fértiles y lugares
sembrados de la gente de bien, no tendría nunca más relaciones con mujeres
casadas, sexo en huertos cerrados.
Giraldo no quería que se repitiera lo que le ocurrió
en la leyenda a Fura, madre del
género humano y a su esposo Tena y
había dejado la marca del Patetarro.
Gonzalo había intentado seducir a la esposa de
Domingo. Giraldo, como buen indio muzo conocía la historia de Furatena, pensaba que la codicia y la muerte habían llegado a Muzo
por la infidelidad de una mujer bella. Giraldo no permitiría que otra vez el
río esmeraldero separara una pareja tan unida y que virtualmente volvieran a
suceder más desgracias en la zona. Giraldo dio muerte a al pobre Gonzalo porque
este tenía los ojos color azul y la barba rubia como la de Zarbi que procuraba la hierba de la eterna juventud y al mismo
tiempo, Francesca era una mujer muy bella y tenía los ojos verdes como los ojos
llorosos, como las lágrimas de Fura.
Todo coincidía exactamente con la leyenda. Domingo al igual que Tena, quedaría destrozado y mataría a
Francesca suicidándose posteriormente.
La verdad es que Giraldo no quería eso, así que
decidió con mucho dolor en su pecho romper para siempre el maleficio de la
leyenda, matando a Zarbi antes de que
Fura se acostara con el seductor, así
desaparecería por siempre el maldito filón de lágrimas verdes vertidas por la
mujer infiel mientras su marido Tena
le daba muerte para después quitarse la vida.
El pobre Gonzalo era un hombre que gustaba de
mantenerse joven, arreglarse y sentirse seducido y deseado por las mujeres, era la manera de sentirse
eternamente joven.
Disfrutaba de los encuentros amorosos con esposas de
comerciantes que conseguía engañar con facilidad, proponiéndole algún negocio,
mientras sacaba repetidamente el gancho siempre eficaz de una esmeralda
colocada en un pañuelo perfumado.
El deseo irrefrenable de disfrutar del fruto
prohibido, de tener sexo con esposas jóvenes, castas e inocentes se había
convertido en una obsesión enfermiza. Muchas mujeres de comerciantes y de
burgueses adinerados acababan sucumbiendo a su galantería y dandismo, así como
a su potente dotación y atractivo físico, mientras sus maridos eran
entretenidos con algún licor y con el sueño, con la idea de las riquezas,
circunstancias que le permitían lograr casi siempre su objetivo.
Esta vez no pudo ser.
Mientras trataban de asimilar lo ocurrido, Giraldo
hizo desaparecer el cadáver de la habitación por la ventana que daba al corral
ayudándose de una cuerda y arrastrándolo por la puerta del huerto que da a la
calle, lo abandonó oculto por la sombra de la noche en el centro de la plaza
del pueblo, luego se marchó camino de las minas, llevando en una bolsa un
trofeo macabro, el pie del cuerpo sin vida y su miembro viril, al parecer para
cocinarlo todo en un buen caldo de frijoles, según la derivación macabra de una
ancestral costumbre antropófaga de los indios muzos.
Al parecer nadie les había visto reunirse con el
difunto, con lo cual no levantaron sospechas que pudieran incriminarles el
homicidio.
Al día siguiente las autoridades policiales
encontraron el cadáver en la plaza y se formó un gran revuelo, agrupándose
mucha gente curiosa, comenzando los guardias a hacer preguntas a todos los
presentes.
Tras muchas indagaciones, decidieron relatar un
informe donde se concluía que había sido robado y luego mutilado de forma
horrenda, dispuesto de manera semejante al Patetarro.
Muchos campesinos se vieron liberados del miedo, pues
se corrió la voz entre las gentes del campo de que el Patetarro definitivamente había muerto.
Metafóricamente la leyenda y la superstición habían
muerto, era el fruto de la nueva civilización, de las nuevas ideas, de la
República.
Francesca y Domingo regresaron a Puerto Boyacá.
Un fomentador cafetalero de la región antioqueña
llamado don Lucio Vives, se reunió con ellos y estos le acompañaron en una
expedición hasta los altos donde grandes plantaciones de cafeto se estaban
comenzando a cultivar.
Un verde precioso tapizaba los campos antioqueños y
florecían los cultivos con sus flores blancas de perfume intenso y hermosas
bayas primero verdes y luego rojas con semillas que los etíopes empleaban para
hacer una bebida que llaman café.
—La extensión de cada cuadro del loteo es de
trescientas toesas —dijo el cafetalero con su elegante bigote y sombrero,
montado a caballo.
—Trescientas toesas equivalen a setecientas varas
castellanas —dijo el erudito Domingo, muy versado en agrimensura a su esposa.
Francesca se acordó de los campos de vides y del vino
de las tierras del viejo continente.
LA ARQUITECTURA
CARTAGENA
1867
Cartagena de indias.
Cartagena había sido fundada por alguna de las
expediciones procedente de Perú dirigida por conquistadores hispanos allá por
el año 1533 y posteriormente, pronto se convirtió en puerto de entrada de
esclavos procedentes del continente africano, llegando a representar este
aporte de población en la ciudad una porción equivalente a la mitad del total
existente en el lugar.
Los esclavos trabajaban en explotaciones mineras y en
haciendas dedicadas a la agricultura. Muchos esclavos eran tratados con una
extrema violencia y aquellos que conseguían huir formaron comunidades que al
principio se desplazaban de un sitio a otro y posteriormente se establecían en
ciertos lugares determinados formando estructuras defensivas que las gentes
denominan palenques y dieron lugar a una de las formas de ocupación del
territorio característica del período de dominación española.
Cuando Domingo y Francesca llegan a estas tierras, los
antiguos palenques aún mantienen su cultura pero gradualmente se van
incorporando al proceso de cambio que sucede en la región atlántica y en
general en toda la República.
Cartagena era una ciudad fortificada, con las más
modernas técnicas de ingeniería militar de aquella época, adaptada para la
defensa, optimizando el diseño en todos los aspectos.
Se hospedaron en la habitación de un hotel y
decidieron vivir y conocer la ciudad por su cuenta. Francesca con vestido
blanco y umbela, Domingo con traje blanco y sombrero. Pasearon cogidos de la
mano sobre la muralla de la ciudad, luego bajaron por unas escaleras y entraron
a curiosear en una casa intramuros, el portón de madera, ya pintado muchas
veces estaba abierto.
El portón abría el paso a un patio interior, con un
exuberante árbol. Entraba el sol por el hueco del impluvio, y las hojas que disfrutaban de la luz a la
altura de la cubierta de teja eran movidas a un compás por el viento de la
costa.
Domingo se sentía muy atraído por su esposa Francesca,
se acercó a ella y posó suavemente las
palmas de su manos sobre sus caderas subiéndolas lentamente hasta que sus dedos
tocaron sus pechos, apartó el pelo y la besó en la parte posterior de su cuello
mientras ella inclinaba hacia delante la cabeza.
A ella le gustaba atraer las miradas y despertar los
sentidos. En los instantes íntimos su marido dirigía la visión hacia los
encajes donde cada día desvelaba las bellezas escondidas, donde dejaba volar su
imaginación y aterrizaba el tacto, al sentirse emocionado en una curva
sutilmente embellecida por un volante o por un macramé.
Quizás, en ella, Domingo se abandonaba sin la atadura
del tiempo a la magia de la lencería, dejándose llevar por la caricia de las
materias dulces y delicadas, en un torbellino de encajes y bordados con la más
bella armonía de detalles y realce de formas, cuando ocasionalmente se
entregaban al dulce mojar de los cuerpos.
Eran instantes preciosos, eran igual que las caricias de
un collar de perlas.
Tenía ganas de verla, de verla al cambiarse de ropa
todos los días, con esa elegancia de desvelar sin mostrar demasiado,
imaginativo, sublime y cómplice perfecto de la feminidad de su esposa, descanso
de sus miradas, objetivo de la seducción de sus versos, atraído y hechizado por
una lencería maravillosamente realizada, con encajes muy refinados y que
formaba parte de un ajuar que María su madrina le regalara.
En el patio colonial, porticado en planta baja, había
un sillón de caña de guadua y una mesa con una bandeja repleta de frutas
tropicales.
En un ángulo norte del patio con arcos existía una
puerta por la que su esposa había entrado hacía unos instantes.
Ahora, ella se encontraba sin ropa en un habitáculo, de cuatro codos de ancho
por cuatro codos de largo y por seis codos de alto, aplacado lateralmente y en
el suelo con losas de piedra coralina como la de las murallas de la ciudad.
Del techo se cribaba el agua, a una temperatura
agradable y se formaba una lluvia relajante en un ambiente cálido.
Francesca tenía el pelo liso y muy largo y le llegaba
a alcanzar más abajo de la cintura. Su cabellera era de negro color chocolate.
Francesca estaba girada levemente, de espalda, con las
manos masajeando de forma circular los senos, ocultos a cualquier intruso,
mientras mostraba el pelo mojado sobre sus nalgas, con la mirada puesta sobre
la entrada del cubículo, pues escuchaba en otra estancia el sonido casi
imperceptible de una conversación.
Estaba perfectamente bella, toda la piel morena por el
sol. Sus labios entreabiertos se tocaban en un roce, mojados por una mezcla de
saliva y agua.
No se había quitado el collar formado por cuatro
vueltas, cuatro grupos de cuentas de
perlas de río que descansaban o jugaban sobre sus pechos perfectamente
formados.
Levantó ambos brazos, flexionados como en actitud de
plegaria para hacer una oración, y recibió millares de gotas de agua sobre las
palmas de sus manos abiertas hacia arriba y que luego en su fluir se
precipitaron sobre el suelo, hacia un sumidero entre las plantas de sus pies,
formando un remolino que giraba dextrorsum, es decir, en el sentido en el que
se mueven de las agujas del reloj.
Bajó luego las palmas de sus manos, simultáneamente,
separando los pulgares y tocando finalmente con ellos la parte delantera de sus
muslos y apareció bella bajo los chorros de agua con el pelo haciendo como
trazos de tinta color sepia oscura sobre su brazo izquierdo y su espalda
arqueada, con las nalgas hacia atrás y los pechos levantados en una silueta armónicamente
perfecta.
Después, siguiendo con el sutil goce bajo el agua,
desplazó el área entre el dedo pulgar y el índice de su mano derecha sobre las
perlas de río ensartadas en una pulsera de cuatro vueltas, una de las vueltas
se desplazó hacia arriba en el mismo instante en que se produjo el contacto con
la yema del dedo corazón y luego volvió a caer mientras ella inclinaba la
cabeza hacia atrás dejando desliar en toda su extensión su preciosa cabellera.
El agua, a una temperatura cálida, seguía acariciándole
la piel y las gotas resbalaban sobre su dermis perfumada por las sales, aceites
y jabones que se estaba aplicando por todo el cuerpo desprovisto de toda
suciedad y con los poros abiertos.
Francesca se giró hacia la entrada del cubículo y
aplicó la crema jabonosa tocando suavemente con el pulgar izquierdo la palma de
la mano derecha y con los restantes dedos el dorso de la misma.
Ahora mostraba hacia la entrada del cubículo unos
senos con los pezones duros, aureolas color chocolate, un ombligo, un vórtice
con una insinuante y sugerente cavidad en el centro geométrico de su vientre
terso y un vello en el pubis rasurado en un elegante trazo vertical, dejando a
la vista de cualquier posible intruso la zona de la vulva.
El agua seguía cayendo y de espadas se le apreciaba la
gran melena mojada, sobre el triángulo curvilíneo que hacía la transición entre
sus nalgas y su zona lumbar, resbalando un hilo de agua entre los pliegues que
contenían la semilla del mango maduro, mientras la parte interior de sus muslos
se rozaba y frotaba suavemente, resbalando y temblando la carne trémula por el
agua.
Luego, partiendo de la cintura deslizó sobre su
costado en una trayectoria ascendente los dedos de su mano izquierda y en un
camino descendente los dedos de su mano derecha sobre la cadera derecha hasta
alcanzar el muslo, abriendo ligeramente las piernas.
Con los brazos plegados y las palmas levantadas
tomando el agua entre sus dedos, se arrodilló sobre el suelo de material
coralino, venciendo ligeramente el cuerpo hacia la derecha, mostrando las
plantas rosadas de sus pies, la piriforme y alegre unión de las nalgas y su
espalda cubierta por el pelo. Al final echó hacia atrás la cabeza y juntó las
manos deslizándolas sobre su rostro como en un rezo y besó tiernamente el agua
que caía sobre su cuerpo arqueado.
Francesca salió del cubículo, cogió una gran toalla
color crudo y de textura suave que estaba cariñosamente doblada sobre un
taburete de madera oscura y se la ciñó sobre el pecho bajo los brazos, por las axilas, plegándola por un
extremo a la espalda, como suelen hacer algunas mujeres.
El local era una especie de baño público con varias
dependencias.
Allí conocieron una mujer de rasgos europeos que se
les ofreció para proporcionarles algunos libros prohibidos. Quedaron en
reunirse Domingo y ella.
Era una estancia de los baños que había en una de las
casas de la ciudad, se podía contemplar un lavabo de mármol bellamente tallado
a modo de una gran concha con grifo de cobre. En una repisa del mismo material
había una escudilla de cobre y una toalla doblada. Había una plataforma para
tumbarse y detrás un cubículo decorado con una cenefa azul a media altura donde
se colocaba una sirvienta para hacer masajes. La sirvienta, una mujer de color,
llevaba anudado un tejido a la cintura y el pecho a la vista.
Magdala se tendió desnuda, boca abajo, con su cabello
negro largo y ondulado suelto, sobre una plataforma de piedra coralina humedecida por el vapor de agua y los
recuerdos, mientras la sirvienta criolla
que la atendía levantaba su brazo derecho dispuesta a proporcionarle un buen
masaje.
Se escucharon pisadas sobre el suelo de coralina y
pidiendo permiso entró una joven mestiza.
—Ha llegado el caballero y le espera en el vestíbulo —dijo
la joven.
Magdala se envolvió en una toalla y se dirigió a una
habitación contigua.
Magdala tenía unas ganas enormes de yacer con el
portugués, ella se tendió de espaldas, en la cama, desnuda, con las manos en la
nuca, con las piernas dobladas y abiertas, mostrando su sexo y su ano, mientras
observaba al hombre verde y fijamente. Le miró de forma lasciva y lúbrica sobre
su hombro desnudo y húmedo.
Comenzó a tocarse el higo suavemente con la yema de
los dedos, mientras se humedecía los pezones esperando alguna respuesta del
visitante.
Domingo, ruborizado, sintió también ganas de
masturbarse mientras contemplaba a Magdala desnuda y receptiva para el
intercambio amoroso. Poco a poco su miembro se endurecía y los canales
interiores daban paso a los jugos que gota a gota fueron lubricando su glande cada
vez más rojo, cada vez más duro y dispuesto.
El mecanismo de la erección era todo un prodigio de la
naturaleza, la vista, el oído, el olfato insinuando, la mente apresurando el
tacto en las yemas de los dedos y el gusto en la punta de la lengua probando sabores
nuevos.
Magdala se colocó de costado, con la palma de la mano
derecha separando las nalgas y mostrando el agujero anal y el de la vulva,
rasurados y abiertos, ella apetitosa y dulcemente insinuante.
Domingo metió los dedos índice y corazón entre sus
labios menores y mayores, humedecidos por la lubricación de la hembra y
acostándose junto a ella la penetró repetidas veces mientras Magdala se
acariciaba el guisante y Domingo tocaba los pezones cada vez más duros de la
mujer, mientras hacía movimientos con sus nalgas y descargaba abundante flujo,
mojando toda la ropa de la cama.
Magdala se levantó del camastro satisfecha,
complacida. Se sentó en un sillón aún desnuda, con un leve sentido de culpa,
con la mano derecha en el cuello acariciando el hombro izquierdo y la mano
derecha descansando sobre las rodillas contemplando como Domingo se vestía la
ropa después del frugal encuentro en aquel hotel.
La ciudad estaba poblada por gente de piel muy morena
y rasgos africanos. Había grandes palmas en grupo, con aquellas enormes
semillas que había visto por primera vez en casa de don Diego recortando su
silueta sobre la costa.
En Cartagena embarcaron en un velero que los llevó
hasta Santa Marta bordeando la costa y una vez allí, embarcaron en otro barco
que los llevó hasta La Habana en Cuba. En cuba esperaron el Antonio López y
luego cruzaron no con poca dificultad el Océano Atlántico viniendo de regreso a
casa.
Durante el viaje por el océano intimaron con algunos
pasajeros.
Ya se sabe que durante estas largas travesías ocurren
muchas cosas que darían juego para contar muchas veladas.
Desde Cádiz hicieron la ruta hasta Vigo con una
pequeña escala en Oporto donde les esperaban los padres de Domingo que al final
les acompañaron hasta el puerto de Bueu.
Habían vuelto de ultramar en pleno verano, justo
cuando comenzaban las habituales tormentas en el Mar Caribe.
EL REGRESO
BUEU
1867
Joan Verges y su esposa, conocedores de su llegada, le
tenían dispuesta una mesa de madera de castaño bajo la parra, lindamente
adornada con manteles de encaje. Había una jarra vacía para después decantar el
vino y fuentes de barro para ser llenadas de apetitosas viandas, degustando
manjares de estas tierras y disfrutando de la compañía de su ahijada junto con
la de su esposo y también, de la siempre agradable presencia los padres de
Domingo, sentados bajo la parra, a la sombra del calor del estío.
Una vez llegaron los invitados, se saludaron con
grandes gestos de alegría.
Francesca, como era común en aquellos tiempos,
sucumbiendo a la moda vestía corsé ajustado para lucir más esbelta. Alguna vez
su esposo se lo había apretado tanto que había sentido asfixia y se había
desmayado.
Domingo llevó su mano al bolsillo, de donde sacó una pequeña talega de cuero. Le
dio la pequeña bolsa a Joan. La saquita contenía unas semillas dentro.
—¿Qué es? —preguntó Joan al abrir la correa de la
talega.
—Son semillas de tabaco. Son de buena calidad, las
hemos traído de Cuba. Aquí se pueden sembrar y dan buenas hojas que se utilizan
para mascar o fumar, una vez se han secado convenientemente —dijo Domingo.
—Madrina, este es tu regalo —dijo Francesca mostrando
otra pequeña talega de cuero.
María abrió la talega y se sorprendió gratamente al
encontrar en ella una pequeña piedra de color verde a modo de brote sobre un
grano de café bellamente trabajado y en oro macizo procedente de Colombia.
—Es un detalle exquisito. ¡Es precioso! Es muy
original. ¡Muchas gracias, querida! —dijo muy agradecida la señora Moreu dando
un beso en la mejilla a su ahijada.
Todos mostraron un gran interés al ver la joya tan
finamente realizada por artífices expertos en el arte del orive y por la
belleza de la esmeralda, de ese hermoso color verde producido por el óxido de
cromo.
—Es una joya perfecta —dijo Joan, levantándose y luego
situándose tras su esposa para colocarle el collar.
—Quiero que probéis un vino —sugirió seguidamente
Joan.
Joan llamó a la mujer del servicio que se encontraba
de pie a una distancia prudencial esperando cualquier orden de su patrón. Ella
se acercó y este le dijo algo en voz baja.
Al pronto apareció un hombre portando una garrafa con
vino tinto. Francesca le miró. No podía ser, pero se parecía a su viejo amigo,
el maestro tonelero.
—¿Pau Fuster? —preguntó
ella con sorpresa.
—El mismo —dijo acercándose a la mesa y dejando allí la
garrafa del vino.
Pau le saludó cortésmente mientras ella le acercaba la
mano para que se la besara. Después, se sentó con ellos a la mesa. Pau había
dejado de trabajar con el marqués y se había venido a conocer las tierras de
las que tantas veces le había hablado Francesca.
—Este es tu vino, el vino de las viejas vides de Pagos de fuego. He traído de las lejanas
y austeras tierras de Aranda unas barricas —dijo Pau, este es mi regalo para
ti.
Pau vertió el contenido de la garrafa en el decantador
y después sirvió el vino en unas grandes copas de tallo alto en fino vidrio.
—¡Qué bien sienta el vino añejo de barrica de roble! —dijo
Domingo al entrar en contacto el vino con la punta de la lengua.
—Es verdad —recalcó don Diego saboreando el vino,
mientras miraba a su esposa, con mirada alegre y no exenta de cierta
complicidad.
Comieron de las variadas viandas y no dejaron ni un
resto de vino. Solamente el rastro del vino, pintando levemente el vidrio del
decantador.
—Me encanta el café después de la comida —dijo
Francesca, saboreando una taza de café solo y bien cargado recién hecho.
La mujer del servicio había traído una pequeña jarra
de leche caliente y la había dejado sobre la mesa para que ellos se sirvieran
libremente a su gusto. Francesca le sugirió poner un poco de leche en el café a
la esposa de Joan Verges.
—Sí, me gusta con un poco de leche —dijo María Moreu
mientras Francesca le ponía un chorrito de leche.
Al atardecer, pasearon Pau Fuster y las tres parejas
por la playa de Bueu, con recuerdos callados, mientras el sol se ponía
lentamente tras las lomas de la parroquia de Beluso y los farallones de Piedras
Blancas a la entrada de la ensenada de Bueu.
Don Diego y su esposa Oranda regresaron a Oporto y
allí terminaron sus días, bajo el cuidado y las atenciones de la hermana mayor
de Domingo que se deshizo del único y viejo barco de vela fondeado en el puerto
que aún tenían y disfrutó de la herencia
de la casa paterna, a la que su hermano podría acudir de visita cuando
quisiera, pues una estancia había sido reservada para él según las últimas
voluntades en el testamento.
Pau Fuster se instaló en casa de Joan Verges hasta que
sus anfitriones se hicieron mayores. La fábrica dejó de funcionar cuando la
industria de la salazón declinó y comenzó a crecer y entrar en auge la conserva
enlatada de la factoría que la familia Massó tenía en Bueu.
Francesca y Domingo se instalaron en principio en su
humilde casa en la parroquia de Coiro. Engendrado un hijo, le pusieron por
nombre Antonio y, reconociendo que necesitarían más espacio para el niño,
decidieron ampliar la casa existente. Aprovechando el desnivel del terreno para
construir una planta baja para bodega a la que accedían por una gran puerta
orientada al oeste, la cual estaba enmarcada por dos ejemplares de vid
procedentes de sus viñas en Aranda del Duero.
Ahora, aquellas dos cepas robustas forman una parra
hermosa y con sus enormes troncos retorcidos semejaban columnas salomónicas
delante de la bodega.
Desde la casa existente, de la familia Miranda,
abrieron una puerta en el muro para acceder por unos escalones de madera a un
sobrado donde vivir con más comodidad.
El sol proyectaba, al atardecer, las sombras dinámicas
de la vieja parra sobre la pared blanca, pintada de cal al fondo de la estancia
por donde se accedía desde la cocina.
La familia de Francesca tenía costumbre de rezar el
rosario antes de acostarse y la niña escuchaba atentamente y se había quedado
dormida sobre el cobertor de la cama, con las letanías en latín.
La sala o sobrado tenía el piso de madera de tabla
ancha, de una cuarta, con esa textura conseguida con el tiempo, arrodillándose
como en un acto de postración en el suelo de piso de madera y arrastrando la
tinaja de duelas de madera desde el dormitorio hasta las escaleras, pasando por
la sala. Era la textura de la limpieza con cepillo.
Había una cómoda con gavetas en la que Domingo
guardaba el monedero de plata, con antiguas monedas. Había estampas de santos y
mantelería en aquella gaveta de la cómoda. Tenía un chinero, una vitrina con
cuatro patas apoyadas sobre la cómoda, donde se colocaba la loza para los días
de fiesta.
EL CENSO
BUEU
1869
En
esa época se estaba realizando el nuevo padrón municipal. Don Juan Vergés y
Coll, nacido en Calella en 1802 y Doña María Moreu de Vergés también nacida en
Calella en 1809 habían desayunado y acudido junto con su hijo Don Juan Vergés y
Moreu nacido en Calella en 1835 a la casa consistorial.
Se
habían intalado provisionalmente en la villa de Bueu en 1840 y en el año 1843
cuando vino al mundo su hija Doña Carmen Vergés y Moreu habían terminado de
construir la casa y factoría salazón en el número 56 del barrio de la Playa,
justo al lado de la casa de Don Salvador Massó Palau.
Juan
estaba soltero y como todos los hijos de fomentadores de su edad no reparaba en
apurar la vida.
Su
hermana Carmen se había casado recientemente con el farmacéutico de la villa de
Bueu Don Ramón Masenlle Cobas, seis años mayor que ella, también de Calella, y
muy bien relacionado con la familia.
Doña
Carmen Vergés de Masenlle era una mujer muy hermosa.
Su
esposo y ella frecuentaban los círculos de la burguesía buenense y compraban el
pan en la panadería situada en el número 40 del barrio de la Playa, de los de “A
Bicha” como se les conocía popularmente, la edificación en el barrio de la
Playa fue comenzada a construir hacía unos nueve años, en 1860, y se abría al
público hacía ahora unos seis años. Su pan de trigo se podía conservar más de
una semana en la artesa y su sabor era
tan especial que no duraba nada en la mano. Estos panaderos, naturales de
Beluso se habían hecho muy famosos en la villa por sus maravillosas empanadas
de bacalao. En una panadería se necesitaba mano de obra y ya desde muy temprana
edad sus ocho hijos pululaban por el horno.
En
un horno siempre hay pan para comer y eso permitia una familia bien numerosa.
Tenían criado, un tal José Antonio García.
LA NUEVA POLÍTICA
BUEU
1873
La niña bonita.
En aquellos días…
LA ENFERMEDAD
BUEU
1877
En cierta ocasión en la que Francesca había ido a casa
de una amiga y Domingo se encontraba solo, cayó deshilvanadamente en
pensamientos erógenos y cogiendo un caño de guadua que había traído del viaje y
que su mujer utilizaba de joyero, de unos cinco centímetros de diámetro
interior, envolvió su miembro en un pañuelo de seda, aún sin lograr la
erección, colocándolo dentro del orificio y balanceando rítmicamente sus
caderas hacia delante y hacia atrás, procurándose placer al igual que en el
movimiento de vaivén con el que un hombre penetra a una mujer. Se imaginaba a
su mujer, arrodillada y sumisa, con las espaldas arqueadas, mientras la
penetraba repetidas veces por atrás, vertiendo abundantemente toda la simiente
en el pañuelo que después lavaba para que su mujer no se enterase de sus
placeres solitarios.
Francesca regresó de forma inesperada a la casa y
descubrió a su esposo narcotizado, justamente en el momento de un intenso culmen mientras estaba
realizando este acto. Ella, disimuladamente y sin que su marido notara su presencia,
tal y como él estaba ensimismado en tales prácticas, para no molestar a su
esposo volvió a salir sigilosamente e hizo bastante ruido antes de volver a
entrar, dándole tiempo a su marido para que pudiera completar tal hecho.
No era la primera vez que había descubierto a su
cónyuge masturbándose y eso a Francesca
le excitaba, porque ella, siempre apetecible, también se consolaba cuando se
encontraba a solas y no estaba su marido para que la tomara.
Descubriendo la enfermedad, la impotencia de su
marido, la imposibilidad de mantener una erección, Francesca dejaba caer
abundantes lágrimas sobre sus manos expertas mientras amasaba la húmeda harina
de maíz para hacer el pan entre sus muslos.
La relación inicial parecía deteriorarse y esta
circunstancia llevó a ambos a un aislamiento sin salida. Cuando todo parecía
perdido, no tuvieron más remedio que hablar sobre ellos mismos y Francesca
pensó en acudir a un doctor.
Últimamente Francesca, al igual que otras mujeres,
parecía tener tendencia al erotismo y casi siempre quedaba insatisfecha por la
incomplacencia del varón que no hacía otra cosa que dedicarse a la política
activa y las mujeres quedaban relegadas a sus hogares. A las mujeres se las
consideraba un objeto sagrado o bien un objeto de placer.
Ellas tenían las mismas necesidades que los varones,
pero las estructuras sociales pesaban como una gran losa.
Ella se encontraba ansiosa, irritable, tenía fantasías
y padecía una abundante lubricación de su vagina. En las reuniones que hacían
varias mujeres, una amiga le recomendó que visitara un doctor. Haciendo caso de
tal consejo, acudió al médico y, tras observarla, se le diagnosticó histeria,
una enfermedad femenina bastante común en esta época. Animada por sus amigas
que confesaban haber padecido también esta dolencia, hubo de acudir durante una
larga temporada a la consulta del doctor Onán, un nombre clave en los círculos
sociales burgueses de la ciudad de Pontevedra. Rumor fundado que circulaba
entre las mujeres para someterse a la práctica de una terapéutica médica muy
popular y aceptada en aquella época basada en el masaje pélvico, circunstancia
que agravó el problema, estando cada vez más inapetente con su esposo.
El mencionado masaje pélvico no llegó a curarle la
histeria y por fin decidió dejar el tratamiento. Por alguna extraña y
desconocida razón, Francesca Blau comenzó a padecer una variante del síndrome
de Morris y, debido a estas circunstancias, a la vez que tenía erecciones al
contemplar otras mujeres, solo deseaba copular con ellas y acabó finalmente
auto estimulándose y sucumbiendo a los juegos del tribadismo con otras mujeres,
practicando la dulce fricción de los clítoris para apagar su deseo.
Fabricando un artilugio a modo de miembro viril,
jugaba consigo misma a solas y, cada vez que encontraba una ocasión propicia
yacía con otras mujeres, teniendo la costumbre de atarlo con ligaduras para
darse placer mutuamente.
Francesca ya no lograba el goce amoroso en el
matrimonio, su marido comía mucho y había engordado un poco.
Últimamente no lograba tener buenas erecciones y poco
a poco fue dejando de mantener de forma
regular relaciones íntimas con su esposa.
Se escondía en su recámara y contemplaba gravados
borrosos de mujeres desnudas en rojo y azul. Tenía los dibujos guardados en una
caja de madera y los miraba a escondidas con unas lentes y, excitado, acababa
masturbándose, dándose placer en solitario.
LA MORENA LEOCADIA
MATANZAS
1881
Habíamos estado trabajando en el ingenio.
La morena Leocadia.
El escribano tomó nota de la súplica en base a la
nueva ley de redención.
EL SEPELIO
BUEU
1887
La muerte de Juan Vergés.
EL CHOCOLATE
CAUCA
1890
Nos habíamos embarcado en idéntica empresa a la que
anteriormente ya había iniciado con gran éxito don José Celestino Mutis, para
fomentar y comercializar la semilla del alimento de los dioses, las plantaciones
de Theobroma cacao, bebida que estaba
adquiriendo un gran auge en Europa.
El marqués estaba recostado, tumbado parcialmente en
cama, con su peluca blanca, una palmatoria en la mesilla de noche con una vela
alumbraba la estancia, una criada, una sirvienta se le acerca con la cara
sonrojada con una bandeja en la mano en la que porta una taza de chocolate,
calza zapatillas de lazo, su gran escote mostraba generosos pechos y se le
ofrecía amablemente para endulzar su gusto, mojar los labios con aquel manjar,
traído de lejanas tierras de ultramar.
EL NAUFRAGIO
MORRAZO
1894
Así sucedió, de repente.
El bergantín goleta Joven
Bautista de Valencia naufraga cerca de la costa el doce de Noviembre de
1893 según consta en el informe redactado por el escribano Juan Vergés el tres
de Febrero de ese año que lo confirma.
EL
TESTAMENTO
BUEU
1909
Toda
la historia de la familia Vergés Moreu se había reducido a la nada y
lo
único que quedaba, tras la muerte de
Carmen, pasaba a las manos de Manuel Reboiras Figueroa.
EL
EMIGRANTE
CIENFUEGOS
1926
Recuerdos
del niño que llevas dentro.
Bosa
de Rodrigo Capilla tenía una maleta de cuero desgastado con estructura de
madera entre sus piernas, las manos entrelazadas y apoyadas sobre las rodillas,
con la mirada puesta a un pié de la puntera de los zapatos negros y como viendo
más abajo del pavimento de la roca natural. Estaba sentado en el murete de
piedra al lado del embarcadero, esperaba la llegada de la pequeña embarcación a
vela en el puerto de Nova Umbría para luego zarpar en el barco de vapor que le
llevaría desde la ciudad de Vicio Vides a La Habana. Oranda, su esposa, le
acompañaba en silencio, con las lágrimas en los ojos y con un nudo en la
garganta, sin poder hablar a causa de la tristeza por su partida.
Las
carretas de bueyes de los propietarios de los ingenios del azúcar que estaban
ubicados en las cercanías de La Habana,
solían acercarse al puerto para cargar las naves que salían rumbo a
otros países; en el camino de regreso les acompañaban nuevos brazos para el
trabajo en las plantaciones azucareras.
Bosa,
era la segunda vez que venía a la isla, pero aún no estaba acostumbrado a aquel
clima húmedo y cálido, para él todo era nuevo y diferente.
Aprovechando
el bullicio existente, pronto se incorporó a un grupo de jornaleros, junto con
otros hombres que habían venido en el barco desde Europa.
Se
dirigían a la Central Constancia en Cienfuegos.
A
ambos lados del camino contemplaban las plantaciones de caña, con una
muchedumbre de jornaleros y jornaleras trabajando, con ropas blancas empapadas
por el sudor, sombrero o pañuelo en la cabeza y con un machete en la mano; los
mayorales a caballo y las carretas de grandes ruedas de radios con yuntas de
bueyes y hombres preparando la carga.
Pronto
divisaron las altas chimeneas de ladrillo, similares a las de las industrias
europeas, destacando sobre los tejados de los enormes cobertizos de la Central
Constancia.
La
entrada a la plantación de azúcar estaba enmarcada en una perspectiva frontal
de enormes y esbeltas palmeras, y al fondo se veía la central.
El
padrino.
Las
semillas de tabaco.
LA
REPÚBLICA
ESPAÑA
1936
Recuerdos
del niño que llevas dentro.
EL TRIDUO SANTO
CANGAS
1940
Día de Viernes Santo, veintidós de Marzo de 1940.
Todo lo referido anteriormente, fue el relato que
Manuel, para pasar el rato, contó a su hija Placeres siempre atenta acerca de
la imagen policromada con la espuerta que habían visto en la procesión por la
mañana.
Los dos fueron al templo y la niña observó que había
adosadas a dos grandes pilastras de sección circular sendas conchas, eran las conchas de un bivalvo
gigante que hacían de pilas de agua bendita y que en ese momento se encontraban
vacías.
—Son preciosos ejemplares de Tridacna. Al parecer, un viejo y querido
navegante portugués los donó al templo —le explicó Manuel.
—No me extraña que le llamara
la atención al navegante y las donara al templo, son preciosas —dijo la niña.
—Es cierto, su gran belleza las convierte en una verdadera ofrenda en
muchos templos de la zona —completó Manuel.
Como era día de Viernes Santo por la tarde,
permanecieron en el templo para asistir a los oficios religiosos en la
parroquial de Santiago de Cangas y escucharon el sermón del desenclave, el
sermón que los vecinos llaman Sermón de
las Siete Palabras.
Durante la vigilia de la noche del viernes para el
sábado, mientras se recuperaban de la
observancia del ayuno con una taza de vino tinto con azúcar y migas de pan de
maíz, su padre le terminó de contar la historia.
—La bisabuela era la joven del relato, ¿verdad? —preguntó
la chiquilla.
Su padre asintió.
Cuando Francesca Blau desapareció, se cuenta que
vestía una chaqueta granate de grandes botones dorados, ceñida con un cinturón
negro en el que destacaba una gran hebilla dorada y con un pantalón negro
cortado a la altura de las rodillas y que se marchó, caminando descalza, con el
gorro puesto y con la espuerta de su padre colgada de una estaca de castaño.
Esa era la ropa que llevaba puesta, la misma ropa que
vestía esa imagen de la procesión por la que me preguntaste por la mañana y que
tiene la inscripción.
JESÚS NAZARENO REY DE LOS JUDIOS
—Sí, sí. Es cierto, Francisquiño
da ferramenta era la bisabuela —reconoció al fin su padre, quedando así
aclaradas todas las dudas al respecto.
—La bisabuela cuando era pequeña frecuentaba la casa de
Joan Vergés el fomentador. A los catalanes se les miraba con algún recelo y la
imagen de la niña quedó en la memoria de las gentes del lugar, así era como la
recordaban, hasta que el maestro Ignacio Cerviño y otros carpinteros de Cangas
hicieron esta talla a finales de 1872 junto con otras que salen en la
procesión, justo cuando estaba a punto de proclamarse la primera república a
principios del mes de febrero del año 1873.
La sugestiva talla fue realizada por un maestro
tallista local que la caracterizó con su barretina de manera semejante a como
los republicanos representaban sus alegorías, con la túnica roja, el pecho
descubierto y el gorro frigio. Pertenece al común que entre los artistas según
sea la afinidad con tal o cual personaje tomen por modelo a algún conocido del
pueblo que recuerde con ironía o aprecio a ese personaje —aclaró su padre con
cierto resentimiento y nostalgia.
—Me gustan las historias sabrosas y con agradable final
—dijo la joven.
—Al igual que el buen vino, el fruto de la vid que
trabajas, lo reservas y luego saboreas, así es la vida, son recuerdos para
guardar en barrica de roble.
EL BINÓCULO
CANGAS
1941
A propósito de barricas. Como ya eres casi una mujer,
creo que puede ser el momento de que sepas algo más sobre tus bisabuelos —dijo Manuel.
—Vamos a buscar más vino —dijo Milena.
Cogió del alzadero una taza y se dirigieron a la
bodega. Sacaron el vino por un pequeño orificio taponado con un torno.
Manuel y su hija Milena echaron un trago y, en el
ensueño, un recuerdo le vino a la memoria.
En la bodega de la casa, donde Manuel guardaba los
toneles había una especie de cavidad en la pared, con una delgada losa de
piedra cuadrada que encajaba en el muro. Hasta el momento nunca había reparado
en aquella losa. La losa tenía una marca de cantero y su padre retiró la misma
con una pequeña palanca, metió dentro la mano y tomó una caja de madera
trabajada finamente con el arte de la taracea.
—Quiero entregarte un pequeño tesoro, una pequeña
barrica y una pequeña caja, es lo único que guardo de la hermana de la
bisabuela. Según contaba tu madre, cuando tus bisabuelos regresaban de América
conocieron en el barco durante en el trayecto de regreso a Europa a una pareja
de ciudadanos franceses bastante peculiares —se mostró intrigante su padre.
Su padre hizo una breve pausa y aprovechó para
sentarse con ella a la puerta de la bodega, a la sombra de la parra, en la
desgastada piedra del umbral de la puerta orientada al oeste, la cual estaba
enmarcada por dos viejos troncos de vid, dos retorcidas y ejemplares columnas
salomónicas. Cogió una pera de Calatayud de las que había en un cesto de mimbre
sobre el banco de carpintero, cuidadosamente asentadas en paja de centeno para
no ser dañadas y sacando la navaja ofreció a su hija una lasca de fruta madura.
Se tragó la primera lasca y, después de lubricar su garganta con el jugo,
comenzó el relato.
“—¿Permite que nos sentemos mi esposa y yo con ustedes? —preguntó
educadamente el caballero francés.
—Será un placer —contestó el bisabuelo, mientras miraba
disimuladamente con su monóculo los pechos casi desnudos de la mujer recién
llegada.
El caballero portugués hizo el ademán de besar la mano
de la dama y el caballero francés hizo lo mismo con elegancia y distinción.
Ambos intercambiaron saludos y luego se sentaron a la mesa.
—Por permitir sentarnos a su mesa y dado el interés que
muestra por la óptica, me gustaría obsequiarle con un pequeño regalo. Tome, le
permitirá ver la realidad en dos imágenes, se trata de la adaptación construida
por un servidor del sutil ingenio ideado por Charles Wheatstone —dijo el
caballero con bigote y chistera en voz baja, como si quisiera que no se
enterase nadie de los allí presentes.
—Uno muy semejante a este lo tiene la reina Victoria de
Inglaterra —continuó.
—El abate Moignot y mi amigo Soleil fuimos socios,
acudimos con el invento a la exposición Universal de Londres de 1851 y logramos
un gran éxito, pero nos enfadamos por culpa de un conocido, Louis Ducos du
Hauron, que nos suministraba vidrios de color. Yo me marché a conocer otros
lugares del mundo. Conocí a mi esposa durante uno de esos viajes por Europa. A
mi esposa y a mí nos encanta viajar y hacer muchas fotografías. Verdaderamente
estoy fascinado con la exuberancia de la foresta de los trópicos y la agradable
caricia y humedad del mar Caribe —confesó abiertamente.
Domingo y Francesca hablaron de los lugares que habían
visitado y se mostraron receptivos y abiertos. Francamente no disimulaban el
bienestar que sentían al estar hablando con aquella pareja. Todos parecían
sentirse bien, intercambiando miradas y picardías.
Después de pasar una agradable velada con aquella
pareja y ya desinhibidos por haber
tomado vino, confituras y dulces licores espirituosos, decidieron retirarse por fin a sus camarotes,
pero según dicen algunos que venían en el barco con ellos, cada una
disimuladamente y entre risas lo hizo llevándose del brazo el marido de la
otra.
Lo que sucedió en los camarotes podría haberse
evitado, pero los cuatro se dejaron llevar por el deseo reprimido durante tanto
tiempo, mojados y con ganas de sentir el contacto de otros cuerpos.
Antes del desayuno, cuando en la cocina ya había
calentado el agua para el chocolate, regresaron cada uno a su aposento, con
ganas de comerlo todo.
—Domingo
de Rodrigo para servirle —se despidió de forma amable y con marcado acento
portugués, abandonando el camarote perfectamente vestido con su camisola blanca
bajo el chaleco de terciopelo negro.
—No sé qué me ha ocurrido —intentó disculparse la
señora Duboscq.
Mientras tanto, en el camarote contiguo, ocurría una
escena semejante y abiertamente consentida por ambas parejas.
—Monsieur Duboscq para servirle —se despidió
gentilmente con marcado acento francés, abandonando el camarote perfectamente
vestido y con su bastón y chistera en la mano.
—Es la primera vez que me ocurre algo así —intentó disculparse Francesca.
Cundo regresó su esposo al camarote parecía otra
persona. Ninguno de los dos comentó el incidente ocurrido la noche anterior. La
caja había propiciado el intercambio.
Domingo tomó a su esposa fogosamente y después
durmieron con su piel desnuda, abrazados muy juntos vientre y nalgas.
Monsieur Duboscq entró en su habitación y se deleitó
en acariciar los muslos de la señora Duboscq.
Tras el regreso a casa no volvieron a hablar de lo
ocurrido, pero solían tener fantasías en los momentos íntimos, logrando de esta forma una curva gamma de
excitación ciega.
Cuando el bisabuelo abrió la caja bellamente
tallada, se encontró con un anteojo que
tenía una luneta para cada ojo, un binóculo con una luneta izquierda de vidrio
color rojo y con una luneta derecha de vidrio color azul. En el fondo de la
caja había un paño blanco con dos dibujos, un dibujo a la izquierda bordado en
hilo grana y otro a la derecha bordado en hilo azul.
Acercó el binóculo a los ojos y observó detenidamente
los dibujos del paño bordado. El rojo, el de la izquierda, se fundía
virtualmente con el azul, el de la derecha, en una estereopsis perfecta,
formándose una imagen fundida en negro.
Era un estereograma, un anáglifo, el paradigma de la
visión humana.
Un Delacroix, con los colores de la bandera de La Libertad guiando a su pueblo, grana y
azul…, sí, azul y grana sobre fondo blanco.
EL
TREN
CANGAS
1951
El proyecto de trazado ferroviario.
EL NACIMIENTO
ROSADA
1961
El
niño había nacido el veintidós de febrero de mil novecientos sesenta y uno, y
por aquella misma época, unos meses más tarde, en Santa Marta, Departamento del
Magdalena en Colombia el día siguiente a la fiesta del patrono, el día siete de
agosto, nacía un muchacho al que le pusieron por nombre Carlos y que más tarde
llegaría a estudiar publicidad y tendría un frustrado encuentro con Gabriel
García Márquez, premio Nóbel de Literatura, uno de sus escritores favoritos.
A
Fabiano, cuando era un recién nacido, no le gustaba mucho mamar la leche de los
pechos de su madre.
—¡No
quiere la birrucha! —dijo la joven
Milena.
—A
Gomar le gustaba bastante más la birrucha
—aclaró Jenaro, su esposo.
LA
ESCUELA
COIRO
1967
El
sol proyectaba, al atardecer, las sombras dinámicas del viejo ciruelo sobre la
pared blanca, pintada al aceite, del fondo de la estancia.
Escuchaba
la radio, un aparato Ascar, y se había quedado dormido sobre la colcha de la
cama, con la letanía de la máquina de coser, una Singer.
Fabiano
Petra de Rodrigo compartía la cama con Gomar, su hermano mayor y dormía en la
sala con sus abuelos maternos.
La
sala tenía el piso de madera de tabla ancha, de una cuarta, con esa textura
conseguida con el tiempo, arrodillándose como en un acto de postración en el
suelo de piso de madera y arrastrando la tinaja de zinc desde el dormitorio
hasta las escaleras, pasando por la sala. Era la textura de la limpieza con
cepillo, al remojo de agua con jabón Lagarto y lejía.
Había
una cómoda con gavetas en la que el abuelo guardaba el monedero de plata, con
antiguas monedas, algunas con la efigie de un monarca por la Gracia de Dios y
otras con la imagen de una Reina Regente. Había estampas de santos, alguna rara
fotografía y mantelería en aquella gaveta de la cómoda. Tenía un chinero, una
vitrina con cuatro patas apoyadas sobre la cómoda, donde se colocaba la loza
para los días de fiesta.
Un
tabique de barrotillo de madera revestido de mortero de arena y cal le separaba
de la habitación de sus padres, que eran primos carnales y habían contraído
matrimonio un dieciséis de febrero.
Al
día siguiente, Fabiano Petra de Rodrigo se levantó temprano y bajó hasta la
cocina por los peldaños de la escalera de madera de pino, desgastados por el
uso. Entró en la cocina, bajó los pantalones, de color azul Mahón, y se sentó
en una caja de madera, después de levantar una tapa con asa que cubría un
agujero circular, y acompañando una rápida exhalación con una fuerte tensión
abdominal, la mierda cayó sobre los helechos secos de una cavidad bajo el
tablado. En el lar, sobre uno de los trípodes estaba calentando la olla del
caldo y sobre otro de menor tamaño había una cazuela de agua hirviendo con
manteca de vaca.
El
abuelo, Bosa de Rodrigo Capilla ya había tomado chocolate en agua y se encontraba
trabajando en la bodega, en un pequeño taller de carpintería.
Jenaro
Petra de Rodrigo, su padre, se había marchado a la zapatería, un local que
tenía alquilado al lado de la tienda de ultramarinos.
La
abuela, Oranda Molar de la Hermita, estaba ordeñando la vaca y su madre
preparaba la ropa de Gomar para ir a la escuela de niños.
A
media mañana, al bajar al mercado de la villa, para vender leche y traer
pescado, su madre, Milena de Rodrigo Molar, le dejó en la zapatería.
—Quiero
un carilo, papá. —dijo el pequeño Fabiano.
—Un
carilo de torizo, papá —aclaró.
Y
su padre le compró un bocadillo de chorizo, aunque otras veces le apetecía más
un bocadillo de chandarmes o agujas,
y permaneció con su padre escofinando un pedazo de goma de zapato, hasta que
regresó su madre.
Ese
día Fabiano estaba muy contento, porque su madre le había traído de la librería
una pizarra de forma rectangular, de un lado menor de veintiún centímetros y de
un lado mayor de dimensión igual a la raíz cuadrada de dos multiplicada por la dimensión
del lado menor.
La
pequeña pizarra de losa negra traía consigo su correspondiente pizarrín, atado
con un cordel a la misma, en un agujero circular de cinco milímetros de
diámetro.
Ese
día comenzó a dibujar las letras y los números, antes de comer. Comieron
jureles con patatas, jureles cocidos con patata, tomate y cebolla, orégano, un
chorrito de vino blanco y pimentón.
Por
la tarde se quedó jugando bajo el hórreo con unas cañas, tierra y agua; a él le
gustaba hacer pequeñas construcciones, y bajo el granero se sentía protegido.
Su
hermano estaba haciendo castilletes con trozos de leña de roble para que
secaran y así poder usarlos para hacer fuego en el lar. La leña, traída del
monte la tarde anterior en el carro de bueyes de Manuel Abad Miranda, la habían
cortado su abuelo y su padre con el tronzador y la habían abierto en canal con
hacha, martillón y cuñas de hierro.
Había
varios castilletes, dispuestos según la línea sinuosa del murete que conformaba
un desnivel en el terreno del circundado de la vivienda, perfectamente tangente
al perímetro del pajar exterior. El pajar lo había realizado su padre,
relevando a su suegro en esa actividad casi ritual, con un mástil central de
madera de acacia y basamento de haces de sarmientos de vid sobre un cuadrilátero
de troncos de la misma madera, atado con ramas de mimbre, al que se le disponía
con maestría milenaria el heno en forma de cono.
Cuando
el niño se cansó de jugar bajo el granero se acercó a la zona en la que estaban
los soberbios castilletes de leña y le ayudó a su hermano en la tarea que
estaba realizando. Le gustaba sentarse al lado del poste de piedra en un
extremo del murete, a la sombra de las ramas sin hojas del ciruelo y bajo la
vieja parra de vino blanco, de una variedad de mesa, que cubría la puerta de la
bodega.
Su
abuelo Bosa también se sentaba en aquella misma zona, sobre una piedra de
amolar que su abuela Oranda usaba para sacarle filo a la hoz. Con su navaja
desgastada, su abuelo pelaba fruta y hacía pequeños trozos en forma de lasca;
las peras recogidas a mano que guardaba entre la paja de centeno; en un cajón
de madera de castaño, armada con clavos ya oxidados, las peras del viejo peral
de Calatayud y las ciruelas japonesas ya maduras.
La
piedra de granito silvestre moreno, colocada en aparejo de mampostería, de la
fachada Oeste en la que se ubicaba la parra estaba teñida de color verdoso, al igual que la madera de
acacia que le servía de armazón, al igual que las cañas que se substituían
anualmente, al igual que las ataduras de mimbre realizadas con el arte de la
torsión de los artesanos cesteros, al igual que las dos cepas retorcidas como
columnas salomónicas y que estaban dispuestas a derecha e izquierda de la
entrada de la bodega, al igual que los sarmientos y al igual que las hojas,
ahora con tonos verdes, ahora con tonos amarillos, ahora también con ese tono
granate, teñidas por las muchas manos del sulfato de cobre.
EL
SAN MARTÍN
CANGAS
1977
Aquel
verano.
LA
PELÍCULA
CANGAS
1978
Aquel
verano.
EL MOLINO
ROSADA
1982
EL CARTAPACIO
Abrí el portafolio y encontré
aquellos viejos escritos deteriorados por la humedad. Acerqué los folios a la
nariz y me encontré, de pronto, oliendo aquellas hojas revestidas con la pátina
de lo antiguo y cerrando los ojos durante un intervalo de tiempo indefinido,
pensé en la bioquímica de los secretos guardados.
MEDICIONES
Había quedado con ella en el
molino.
WOLFRAMIO
En aquel pueblo, cerca de una
antigua mina de wolframio, compré un botijo muy peculiar, con agujeros en el
cuello.
Ella tenía puesta una pelliza
blanca, nos encontramos en la calle de los vinos en la ciudad herculina.
LA TEORÍA DE MORLEY
ETSAC
1985
El profesor de Estructuras
solía traer a clase aquel viejo libro, editado en 1921, lo abrió, como siempre,
por el índice general y después de colocarlo sobre la mesa, con la tiza en la
mano, comenzó a tratar un tema de la asignatura al azar.
Todos los alumnos
permanecíamos callados, en silencio respetuoso, atentos a sus explicaciones y
ejemplos, tomando nota de las fórmulas y sus desarrollos que él hacía en la
pizarra del aula.
Me fascinaba la obra y
personalidad de Gaudí, recientemente había caído en mis manos un trabajo de
Casanelles impreso en Barcelona en 1965.
EL PROFESOR DE GEOTECNIA
Nunca sabré como aprobé
aquella asignatura.
EL
ARQUITECTO
CANGAS
1987
Aquel
verano.
EL
MARINERO
MARÍN
1988
Aquel
mes de Enero.
EL
VIAJE
BOGOTÁ
1991
Aquel
verano.
LA
ROMERÍA
HERMELO
1993
Aquel
verano.
LA
BODA
RODEIRA
1996
Aquel
verano.
Ella se colocó de costado en
la cama, desnuda, bajo la sábana de lino, mientras él terminaba de ducharse en aquel cubículo con suelo de
cantos rodados de río de color negro. Descubrió el lecho y se situó también
desnudo, tocando su pecho con la espalda de ella y con el brazo izquierdo la
abrazó, colocando la palma de la mano sobre su vientre.
Durmiendo en cuchara.
EL
PRESTIGE
CANGAS
2002
ESPERANDO EL CAMBIO CLIMÁTICO
Deseaba con todas las fuerzas
de mi ser el advenimiento, la llegada del cambio climático.
Aquel
verano.
LA
OFRENDA
HIO
2013
OFRENDA A UN DIOS
Había estado horadando toda la
mañana en la madera con una trencha y un martillo. Introdujo el lápiz de
memoria en la ranura y dejó fuera la lengüeta.
Luego tapó el agujero con una chapa de cobre atornillada.
EL
PUERTO
CANGAS
2004
Aquel
verano.
LA
CASA
COIRO
2008
Aquel
invierno.
EL COOPERANTE
CANNAS
2009
11:35 del 15 de enero de 2009.
Instituto de Enseñanza
Secundaria Cannas.
El Departamento de Orientación
había organizado una charla sobre cooperación internacional. Se había
programado, en principio, para concienciar al alumnado sobre la labor de los
cooperantes en las diversas partes del mundo y, también, para sugerir la
actividad del cooperante como una posible salida profesional.
Alumnos y profesores entraron
en el salón de actos. La asistencia era obligatoria y como no llegaban los
asientos, hubo que traer alguna silla de la pequeña biblioteca. Habían
dispuesto un cañón de video conectado a un ordenador portátil y una gran
pantalla estaba preparada para comenzar la exposición. Una vez se acomodaron todos, el orientador rogó silencio y luego presentó
al cooperante.
—Luís, una gran persona a la
que admiro y a la que tengo en gran estima —dijo el orientador, orgulloso de
haberle invitado.
—Un cooperante, ha trabajado
para diversas organizaciones no gubernamentales que actualmente realizan su
actividad en el continente africano. Particularmente, ha iniciado su
cooperación en las afueras de Duala, una población situada en Camerún, y
posteriormente ha estado trabajando en las inmediaciones de Dagana, un asentamiento
senegalés cerca de la frontera con Mauritania. Mejor será que él os cuente su
experiencia. Os dejo con él —terminó.
El cooperante permanecía
atento al lado del orientador y una vez este hubo terminado de hablar, comenzó
su charla.
Luís recordó sus años de
estudiante universitario y habló de sus primeros viajes a Francia e Inglaterra
para perfeccionar el idioma. Durante su estancia en estos países trabajó de
camarero en una cafetería y fue así como aprendió a escuchar a la gente.
Finalmente, se embarcó en la tarea de la cooperación. Ahora, tras la charla,
una vez terminadas las vacaciones de invierno en las que había visitado a su
familia, preparaba su regreso a Senegal.
—Bueno, no quiero extenderme
mucho, supongo que deseáis salir pronto al recreo. Será mejor que apaguemos la
luz. Os mostraré unas imágenes que hablan por si solas —dijo mientras se
dirigía al orientador haciéndole una seña para que pusiera en marcha el
programa reproductor de imágenes.
Las fotografías de la miseria
y del horror que pasaron por delante de los ojos de los asistentes fueron como
flechas clavadas en el interior de la mente de aquellos jóvenes alumnos,
adolescentes acostumbrados a tener de todo, acostumbrados a no aprovechar.
Habló de su trabajo con los
más necesitados, habló del micro crédito, del Grameen Bank y del Premio Nobel
Muhammad Yunus.
Puestos a ayudar, decidió
hacerlo con los grupos más desfavorecidos, así que eligió a las mujeres y,
entre las mujeres, prefirió a las niñas que tenían alguna discapacidad. Niñas
sin alguna pierna, niñas sin brazos, niñas sin aire en el momento de nacer,
niñas sin familia, niñas con enfermedades y hambre. Comida, vacunas,
preservativos. No hay asistencia sanitaria elemental. Quien tiene un teléfono
móvil tiene una cabina. Casas de adobe con techo de paja. Se localizó el agua y
se construyó un centro de atención primaria. Se plantaron árboles frutales,
plataneras, maíz, patatas, mijo y otros recursos vegetales. Bautizaron un coche
con cava. Carreras de sillas de ruedas. Robos, secuestros, violaciones. Malos
tratos. Abandonos. Cortando el cordón umbilical con una piedra o con un
cuchillo de cortar la carne sin desinfectar.
—Al final, son como una familia. Siempre acabas regresando a su lado. —dijo el cooperante.
Alguna profesora asistente
hizo una pregunta, algún alumno preguntó algo, después, todos salieron al
recreo. Algunos comentaron la charla.
—Si alguien desea conocer el trabajo de los cooperantes, mejor que vaya
de vacaciones y trate de integrarse —dijo centrando su murada en mi
para personalizar la comunicación.
—No se trata de estar muy preparados, mejor son las dotes humanas —aclaró.
Yo había estado escuchando
atentamente la charla y las imágenes habían herido hasta el extremo mi
sensibilidad. Esa mañana me había quedado bastante tocada, emocionada, incluso
por momentos habían acudido lágrimas a mis ojos.
Yo había estudiado
arquitectura, pero debido a la crisis del sector de la construcción ahora
trabajaba como profesora de dibujo en el Instituto de Enseñanza Secundaria
Cannas. Primero fui en vacaciones de verano a una de esas poblaciones donde
actúan las organizaciones no gubernamentales. Luego me tomé un año sabático.
En ese instituto volvió a
aparecer de nuevo la necesidad de hacer algo importante. Al terminar la carrera
había conocido a un americano, hijo de un rico empresario y me había ido con él
a la selva venezolana, allí viví durante cuatro años. Dibujaba calabazas, hacía
cestos, no había ducha, no había caminos, había selva y pocas comodidades.
II
EL VIAJE A NINGUNA PARTE
III
ACCIÓN CONTRA EL DESPILFARRO
ONG
EL CARISMA
CANNAS
2010
A
quellas actitudes que nos hacen diferentes a las personas son en realidad las
que ayudan a transformar el mundo.
Anónimo.
SIN
NOMBRE.
Esta
historia relata, en particular, el proceso vital y la formación del carácter
del individuo y de las personas en una familia, en la que se dibuja el trayecto
acompasado de tres o más generaciones.
Se
acude al recurso de los relatos familiares y de otros personajes para
establecer el nexo con un intervalo cronológico determinado o acceder a una
relación con el pasado, buscando las raíces por las que cada uno se interesa,
al tratar de formar su personalidad en un proceso consciente.
Gracias
a esta actitud carismática, el individuo se hace adulto y adquiere el control
del desarrollo de su identidad, toma posesión del nombre y se le nombra.
Habla
y escucha, escribe y lee, toca y siente, aromatiza y huele, cocina y saborea.
Esta
es la fecha del comienzo de la historia de un viaje a través de una época
apasionante, de un viaje que se inicia en la segunda mitad del siglo
diecinueve, un recorrido que nace con el asentamiento de la sociedad burguesa y
nos descubre el universo de sus vidas privadas.
Posee
el carisma de una óptica posible de la visión humana, es el paradigma de la
libertad, el ansia por descargar el lastre de las leyes de los hombres, las
leyes dictadas en caliente por sus propios miedos.
La
semilla que se esparce es el amante de lo más íntimo que se reconforta en
redescubrir y domesticar lo salvaje. Es, otras veces, la secuencia armónica de
una vida en proceso, verso libre, arquitectura posible, actitud carismática del
indivíduo que busca, posee el nombre y puede ser nombrado.
Es
la historia de la habitación y también es el arte de la cohabitación humana, es
el relato paralelo del placer y del
dolor, de la miseria y la abundancia.
Es
el ser humano procurando permanencias, el ser humano en un proceso de cambio,
estableciendo referencias, concretando habilidades, creando pensamientos,
procurando el equilibrio de sus necesidades pero que cae siempre,
inevitablemente, en la misma trampa.
Siempre
hay necesidades no satisfechas y estas son necesidades de las que nacen otras,
contienen la energía capaz de transformaciones diversas.
El
principio último de nuestras vidas siempre es satisfacer una necesidad nueva.
Como
la arquitectura, síntesis y forma pura de la función vital humana. Ella se
nutre, relaciona y reproduce cada vez que respira, este es su carácter.
La
historia nos sitúa, en su comienzo, en un relato que nos cuenta la rutina de la
vida de dos jóvenes adolescentes, vista por los ojos de unos padres que como es
evidente, también fueron niños.
Llegada
esta edad, estos dos personajes, hijos de los protagonistas de la historia,
interactúan con el medio social y con su familia y al mismo tiempo comienzan a
indagar, a descubrir y finalmente a entender el nexo que les une a sus
progenitores, entonces y sólo entonces, el cordón umbilical se desvanece y
cicatrizan las heridas.
LA
NOVELA
COIRO
2012
Las
ocho de la mañana. Un jueves, día doce del mes cuarto del año doce, a
principios del siglo veintiuno.
Ese
día Guímara Petra Férrea cumplía quince
años y por esa época el joven estaba en plena pubertad, en plena adolescencia.
Como
cada día, cogió su bolsa negra y colocó dentro su pizarra electrónica, un viejo
ordenador portátil con conexión inalámbrica a la red.
Salió
de su dormitorio, recorrió la galería orientada al Este, bajó las estrechas
escaleras forradas de madera y entró en la cocina. Ginebra, su hermana dos años
menor que él, estaba desayunando un zumo de naranja y leche con tostadas de
panecillos integrales untados con queso y miel.
Por
la tarde, los dos hermanos bajaron al sótano y estuvieron vaciando y ordenando
el material que contenían unas cajas apiladas. Habían quedado allí desde aquel
deseado y esperado traslado de hacía cinco años. Una de las cajas era de madera
de pino con una pátina de aspecto envejecido que en principio había contenido
una gran botella de cava, y tenía una tapa corredera y en ella se apreciaba un
rótulo casi ilegible con la palabra Tesis.
Se
sentaron sobre el suelo y alguno de los dos abrió la caja metiendo la yema del
dedo pulgar en la muesca y deslizando la tapa, escrutaron su contenido de forma
exhaustiva y hallaron dentro un viejo lápiz de memoria, junto con algunas
fotocopias y unos cuadernos con cubiertas de corcho.
Sintieron
curiosidad por el posible contenido del lápiz de memoria, cogieron ansiosos el pendrive para conectarlo
al puerto USB, pero no pudieron, pues tenía la conexión metálica doblada.
—Déjame
—dijo Guímara.
Guímara
intentó forzar y llevar a su sitio la conexión. Metió la mano en el bolsillo de
su pantalón y cogió el llavero. Usó una vieja llave, pero lo hizo con tanta
fuerza que quedó aún peor de lo que estaba.
—¡Ya
la has fastidiado! —dijo Ginebra, su hermana, alterando el tono de voz.
—Déjame
intentarlo a mí —completó, en un tono más suave.
—Bueno,
hazlo tú —asintió Guímara.
Ginebra
le puso más cuidado y esta vez sí que pareció quedar arreglado, así que sin
pausa lo conectaron al puerto USB del ordenador.
Abrieron
mostrando gran interés una carpeta denominada DRUPA, esta contenía únicamente
un archivo de texto, lo abrieron y
pudieron leer: …
CAPITULO
I
El relato de Coco@
Estoy
bien seguro de que todos vosotros habréis escuchado múltiples relatos acerca del origen y la
agonía del pueblo Drup@.
También
supongo que no tendréis dudas acerca del significado del término cosmogonía; si
así fuera,podéis consultar este enlace que os indico, así que si os parece necesario
lo escribís en el Buscador y ya os aclara la idea
Si
abrís vuestros sentidos a la percepción de los múltiples niveles de consciencia
y estáis atentos a la secuencia y transcurso de los acontecimientos en esta
narración gráfica u oral, vosotros mismos juzgaréis si esta historia que os voy
a contar con el arte de los contadores de historias os parece al final bastante
veraz o no.
—Mi
nombre es Coco@, me considero en la orfandad de padre y madre, aunque he tenido
la infinita suerte de haber sido adoptad@ por un ser femenino llamado Gen que
con su Sabiduría ha abierto la boca de
mi cápsula en la que he estado viajando durante mucho tiempo desde una
dimensión remota y he de decir que Gen es realmente para mí una Madre, pues me
ha traído a la vida.
Los
ojos de mi envoltorio original se hallaban totalmente ciegos, y ahora me he dado cuenta que pueden adoptar
o aparentar alguna expresión según el entorno cambiante que me rodea; tengo
vagos recuerdos en la memoria de mi génesis, la difuminada imagen de haber
contemplado aquel Orbe donde yo habitaba.
Ahora
sé que de nada puedo quejarme y ya he echado raíces en este mundo virtual en el
que aunque me encuentre atrapado, tengo el aprecio de una madre —relató Coco@
antes de hacer una pausa para contener su emoción.
—Gen
me encontró de esta manera. —Continuó Coco@.— Al caer la tarde, de un día de
verano, con dieciséis años, en la playa de Casitérides, cerca del complejo de
la conservera, donde ella solía pasear a menudo con un animal que acompaña a
los que no miran por los ojos de la cara.
Gen
solía recoger palos limados por el mar para su padre, un viejo profesor de
educación plástica, visual y audiovisual, que en aquel momento estaba
trabajando en una teoría revolucionaria, que él denominaba “TEORÍA UNIFICADA DE LA COMUNICACIÓN, EMISIÓN DE MENSAJES, PERCEPCIÓN
Y DE LA ACCIÓN SATISFACTORIA
EN RELACIÓN CON LOS PROCESOS VITALES.”
Era
una teoría no muy descabellada en la que, tomando como elemento de
estudio el proceso vital, su padre trataba sobre la búsqueda diferenciada
del conocimiento y control desigual y creativo de la actividad fundamental
de los seres vivos en relación en un entorno que cambia.
Por
eso, consideraba que era necesario abandonar la era de la información en
la que estábamos inmersos para entrar definitivamente en la era de la
creatividad.
Una
era donde las ideas serían las que tendrían realmente el valor, como un tesoro
rescatado del pasado para el futuro.
Donde
el presente se haría tan infinitesimal que sería inapreciable y se viviría al
mismo tiempo un intervalo complejo entre el pasado y el futuro;logrando de esta
manera romper la barrera del tiempo para el control creativo de nuestras vidas.
Un
cuaderno donde poder hojear hacia atrás las hojas para revisar el pasado y
tomar otros caminos desde cualquier situación y poder así seguir dibujando
hacia delante nuestras ideas y nuestras vidas.
Él
decía que el ser vivo, al igual que el entorno, también muda
y es capaz de detectar en su sistema de referencia existencial
los desequilibrios o necesidades internas y externas, y de procurar
mediante acciones satisfactorias lograr el equilibrio, empleando
experiencias y capacidades fruto del aprendizaje, para
restaurar ese equilibrio dinámico.
A
mí me gustaba este concepto de proceso restaurador de los desequilibrios
vitales tenía y aún tiene cabida en una teoría unificada de la percepción
y de la acción satisfactoria, abriendo caminos y establecendo
conexiones creativas posibles como parte fundamental del conocimiento y control
del proceso vital.
La
razón por la cual mi padre se planteaba esta visión unificada de
las teorías de la percepción y de la acción no era otra que la de dar
respuesta a los problemas de aprendizaje creativo en la enseñanza actual.
También
consideraba que tenía como objetivo fundamental la búsqueda de procesos
vitales y relaciones compatibles, óptimas y armónicas entre los
seres vivos y en particular entre los seres humanos dentro de su sistema
referencial particular o colectivo.
El
desarrollo de esas competencias, atendiendo a la diversidad
y a la enriquecedora pluralidad de las referencias y valores de los indivíduos
y grupos humanos es lo que permitiría, en esencia, dar respuestas adecuadas
a las nuevas o conocidas necesidades, siempre de un modo eficaz; respuestas
eficientes por ser compatibles a nivel humano, óptimas a
nivel tecnológico y armónicas a nivel habitable.
Y
no podía ser de otra forma el aprendizaje de esta capacidad de control del
proceso vital ya que es bien sabido que debemos tener en cuenta la existencia
de unos determinados sensores en los seres vivos en general y también en
los seres humanos, que captan información y transmiten esta información a un centro
de control de datos para su posterior análisis, clasificación y
comparación; iniciando posteriormente un proceso de respuesta, mediante
acciones, normalmente basado en la expriencia o en la previsión, para conseguir
hipoteticamente un resultado determinado.
Esto
me gustaba; pues esta percepción vital, sería la clave de un
sistema de comunicación unificada y codificada entre los seres vivos y
en particular entre los seres humanos y derrumbaría por completo las teorías
que solamente consideraban actos de comunicación los sistemas tradicionales o
la transmisión de información.
Los
sistemas tradicionales de comunicación de los seres humanos resultaban a
todas luces parciales, metidos en un cajón estanco que necesitaba de nuevos
cajones para una visión global que lograra la solución del problema que no era
otro que el control del proceso vital.
Mi
padre opinaba que debemos tener en cuenta, por tanto, los diversos canales de
entrada de información en nuestros centros de proceso, los sensores,
presentes en los sentidos de la vista, oido, olfato, gusto y tacto, empleando
todos ellos en la búsqueda de una diversidad de expresiones o acciones y comunicaciones eficaces.
Por
lo cual, fué necesario idear unas bases para conseguir un sistema de
comunicación eficaz.
En
primer lugar, pensaba que los seres humanos, en respuesta a una compatibilidade
total en la transmisión de la información, necesitábamos aprender a expresar
las ideas a través de sistemas de comunicación multisensoriales de carácter
universal para evitar la discriminación de grupo por razones de discapacidad o
bien para llegar con el mensaje a un mayor número de receptores, independientemente
de las capacidades que se poseyeran.
En
segundo lugar, tambíen consideraba que necesitábamos adoptar un sistema de
comunicación multisensorial adecuado, con una verdadera optimización de
la tecnología elegida en relación con la idea de percepción múltiple y teniendo
en conta los elementos del sistema.
Y
en tercer lugar, pensaba que necesitábamos tambié una cierta armonización
del entorno y de las referencias diferenciales como sistema de crecimento
colectivo y global en el campo de la comunicación total.
En
su apasionante escrito aparecían enlaces interesantes y yo me vi también metida
en todos esos temas de comunicación, autonomía personal y ayudas técnicas.
Como
el escrito estaba en formato editable, simplemente me limité a colocar el
cursor del ratón sobre el hipervínculo pulsando el botón izquierdo; despues
pulsé el botón derecho, se abrió un cuadro de texto y seleccioné abrir
hipervínculo con el botón izquierdo,entonces el texto del enlace se volvió
violeta y luego fuí llevada a todos y cada uno de los enlaces que figuraban en
el escrito de mi padre.
Una
vez revisado todo aquello, contemplé una tabla muy sugerente acerca de la
relación existente entre sensores y sistemas de comunicación que os muestro a
continuación debido al interés que os pudiera suscitar.
Relación
variable y mutable entre los distintos sensores y sistemas de comunicación.
VISTA IMAGEN |
OIDO SONIDO |
TACTO VOLUMEN |
OLFATO OLOR |
GUSTO SABOR |
SISTEMAS DE
COMUNICACIÓN |
X |
X |
X |
X |
X |
TOTAL O SIMULTÁNEA (VITAL DIVERSA, SEXUALIDAD,
ALIMENTACIÓN) |
X |
|
|
|
|
GRÁFICOS VISUALES
EN 2D O 3D ESTÁTICOS Y DINÁMICOS
(SIGNOS, GESTOS) |
|
X |
|
|
|
AUDITIVOS O
SONOROS (HABLA, MÚSICA) |
|
|
X |
|
|
VOLUMEN EN 3D
ESTÁTICOS Y DINÁMICOS (BRAILLE Y
MATRICES DE FORMA, LENGUAJE SORDOCIEGO) |
|
|
|
X |
|
OLFATEO (QUÍMICA Y CUALIDADES DEL OLOR) |
|
|
|
|
X |
SABOREO (QUÍMICA Y
CUALIDADES DEL GUSTO) |
X |
X |
|
|
|
AUDIOVISUAL EN 2D
O 3D CON GRÁFICOS EN 2D O 3D ESTÁTICOS
Y DINÁMICOS (ANIMACIÓN) |
X |
X |
X |
|
|
|
|
X |
X |
|
|
JAWS |
|
|
|
|
|
|
Todo
aquello era facinante, y a Gen le hablaba cercanamente, al oido, de la
captación de las cualidades de los estímulos sensoriales.
Visual
Combinaciones
de puntos líneas, superficies,luz, variacións en la forma.
Sonoro
Combinaciones
de intensidade, tono y timbre, presión acústica, variación del sonido.
Táctil
Configuración
volumétrica de texturas o superficies tridimensionales, temperatura, presión,
estado físico, variaciones de las mismas.
Olfativo
Concentraciones
y combinaciones y variaciones químicas de substancias, variaciones de los
olores.
Gustativo
Concentraciones
y combinaciones químicas de substancias en relación con su percepción; por
ejemplo: dúlce, ágrio o ácido, amargo, salado y umami.
En
esto estaba investigando su padre en aquel momento y Gen, a escondidas, solía
interesarse en esas cosas. Su padre dejaba casi siempre encendido el computador
y era consciente del peligro de ser rastreado por la triada de Sigma, pero no
le importaba.
—El que tenga
ojos para ver que vea, el que tenga oidos para oir que oiga, el que tenga manos
para tocar que toque, el que tenga naríz para oler que huela y el que tenga
lengua para saborear que saboree —solía decir a
menudo el propio Kharisma Cannas, el buscador de sendas.
LA DESINHIBICIÓN DE COCO@
Una
vez que Gen regresó al centro de la SEED, se dirigió a un jardín cercado de
atmósfera protegida, una especie de invernadero que ellos denominaban La
Parietisa.
Entró
en el recinto de La Parietisa utilizando su código AD@N, luego calentó
agua salobre y sumergió el cuerpo de Coco@ en ella durante siete días.
La comunidad de los
germinadores de cocos, conocía el secreto para abrir la boca de los Drup@.
Los
Drup@ daban a Luz por la boca,primero expulsaban la cabeza de la raíz, luego el
tronco y luego la cabeza.
Sprouter, el cultivador, vivía en La
Nueva Tierra del Mar y era un gran amigo, muy implicado en la SEED; justo
vivía en las antípodas de Casitérides y se comunicaban por la red social
gracias a un código fuente particular denominado El Libro de la Caras.
Para que os hagais una idea de cómo era el grafo del
código fuente, os muestro una imagen de una página del Libro, la piedra de
Rashid de la lengua de las emociones y del saber acumulado, que permitía la
elección adecuada de la tipografía de la enorme variedad de las lenguas
escritas del pueblo de los Drup@ y de los estados de ánimo o iconos de sus
emociones que permitían la descodificación de AD@N.
Así empezó todo, tal y como Sprouter, el hermano
germinador había pronosticado en sus ensayos durante su estancia en la
SEED.
—Llamaré
a la vida a todos y cada uno de los Drup@ esparcidos e inhibidos por el
comercio mayorista de las colonias, confinados en cajas de madera para ser
alimento de los cultivadores y de los colonizadores del imperio —aseveraba Sprouter en sus
discursos libertarios que circulaban por las redes de pesca de Sigma dispuestas
como trampa en las grandes capitales del Orbe, desde su pueblo natal en una
remota aldea lacustre de Api@, una isla flotante perdida, al norte de
La Tierra de la gran nube blanca—.Y los llevaré al Nuevo
Orbe, donde no existirá el miedo a no hallar lugar donde anclar raíces y ser
alimentados por Hydros.
—Yo soy el Árbol de Coco@,
el árbol de la vida, la nuez del faraón —predicaba Sprouter—. Y
seré vuestra comida y vuestra bebida para siempre.
En la Parietisa de la SEED, Gen pudo conectar con
Sprouter.
—Hola Sprouter,
¿cómo estás? —saludó ella tras verle aparecer delante de la cámara—. ¿Vas a
salir de viaje?
—No, no saldré
—dijo Sprouter sin mirarla, ensimismado y con una bolsa de plástico de
cierre hermético en la mano.
—¿Eso es todo? —preguntó
ella.
—Bueno, hay algo
más —respondió él—. Así que toma asiento confortable para escuchar lo que te
voy a contar.
—Abriré todos mis
orificios para ti —dijo Gen.
—Eso suena
provocador —completó Sprouter con picardía, para adoptar a continuación un tono
más serio al hablar, mostrándole lo que había encontrado escrito en la cápsula
envoltorio de Coco@.
—Al practicar la extracción del ser alojado en
el envoltorio de la drupa que recogiste en la playa me he encontrado con un
sorprendente hallazgo. Ya verás. No lo vas a creer. Se trata de un tejido con
unos signos formados de forma desconocida que a mi me parecen caras. Son
similares a nuestros emoticonos pero parecen incorporar letras en su boca. Una
especie de tipografía emocional. El código de la lengua parecía ser Esperante,
una lengua escrita y hablada creada como una mezcla unificada de las
lenguas más importantes del Orbe. No me resultó difícil la traducción y decía
algo así: “En el inicio existía Luz, y Luz estaba en Embrión,
y Luz era Embrión. Todas las cosas fueros hechas por Embrión.
En Embrión estaba la verdadera vida, y la verdadera
vida consistía en abrirse a la Sabiduría de Luz, camino de todos
los seres. Luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no
prevalecen contra Luz. Hubo también un ser enviado de Embrión, el
cual era conocido como El Buscador, y su tarea consistía en abrir nuevas
sendas.” —leyó Sprouter en el enigmático tejido de fibra vegetal que
envolvía a Coco@.
—¡No puede ser
posible! —exclamó Gen mientras sentía un repentino calambre en su cabeza debido
a la asociación entre las palabras de Sprouter y sus recuerdos.
—¿Qué te ocurre?
—preguntó Sprouter.
—Ese Buscador me
resulta conocido —respondió Gen.
CAPITULO II
Los
hijos de N@t
Gen
escuchó con atención el relato de Coco@ y durante la noche no paró de rumiar
todo aquello.
Se
levantó temprano, se vistió la ropa que había dejado sobre una silla y luego
acercando el asiento, se sentó delante de una mesa de iroko de una sola pieza,
de setenta y dos milímetros de grosor, quinientos cincuenta y cinco milímetros
de ancho y mil trescientos cincuenta milímetros de largo, armada con los pies
reciclados de una máquina de coser Sigma.
Encendió
el portátil con conexión inalámbrica y luego corrió las cortinas para
aprovechar la luz. El vidrio aparecía empañado con finas gotas de agua.
Un
impulso emotivo vino a su mente y dibujó con su dedo índice un huevo, luego
como formando una segunda capa, lo metió en un cuenco y después con otro bol
invertido lo encerró por completo, envolviendo todo finalmente con una cáscara
que cubría los dos recipientes, quedando una pequeña abertura inferior.
Mientras
contemplaba absorta el dibujo, se habían ido reuniendo las pequeñas gotas del
vapor de agua condensado en el cristal en gotas mayores y ahora comenzaban a
bajar de forma apresurada y lenta según ley desconocida por el vidrio, trazando
varios surcos.
Como
un relámpago, una idea acudió a su mente y decidió que debía comenzar a
construir un ingenio que le ayudara a desvelar el origen y agonía de los Drup@.
Gen
había encontrado al inhibido hidronauta sobre la arena de la playa y ahora
estaba decidida a traerlo a la vida.
En
aquellos días, las tres cuartas partes de los hombres habían enfermado debido a
un virus desconocido que se había extendido tras los actos de terror previos a
las elecciones que llevarían al poder a la nueva coalición democrática
denominada SIGMA.
Tanto Gen como ellas
estaban hartas de ser mujeres con miedo, de ser utilizadas por el poder con la
promesa de felicidad a cambio de prestaciones sociales y liberación personal
sin atadura del varón, en caldo de cultivo de noticias de horrores y falsas
psicologías del crecimiento personal. Y, en virtud del derecho otorgado por
leyes ideadas para defenderlas, ellas mismas decidieron modificar los embriones
que portaban la palabra o gen dominante e implantar el gen recesivo, creando
así la nueva especie drupa.
La cosmogonía de los
Drupa.
Origen y nacimiento de los
emoticocos.
El primer par estereoscópico de Coco@.
Cruzamos la primera mirada...
No estamos acostumbrados a la nueva imagen y tenemos que
ver el espacio en blanco entre las dos imágenes que se nos presentan...
Su mirada expresiva y cautivadora tenía la fuerza de un
emoticoco.
El segundo estereoscópico de Coco@
La primera palabra fue @.
Esta fue la primera palabra que salió de la boca del
Coco@. Como en toda la historia gráfica, las palabras no se oyen, sino que se
ven, ahí tenéis la palabra que dijo. Más bien parecía un ideograma. ¿Conocéis
esta palabra? @
Gen buscó en la WWW el significado de la palabra @.
Buscad vosotros también.
Y parecía apropiado entender esta palabra como mono,
porque la verdad es que el ser encontrado en la arena le recordaba a este
animal. Ella sabía que era un mono, porque los monos tienen una cola larga como
este ideograma, que también trae su cola...
Y ese ideograma volvió a su mente.
La cáscara de la concha quedó marcada en la frente...
Y la pronunciación se transcribía de esta forma.
¡Monos!exclamó.
De la mano de Gen en una
playa de las Casitérides.
Gen tomó en la mano aquel ser, y el ser habló en estéreo,
en un hermoso globo de texto en estéreo, diciendo su nombre...Coco@. Cuánta
profundidad en el mar de sus ojos, cuanta música de agua en su interior...
Y Gen guardó el ser en su bolso... y caminó dejando huellas
de pies descalzos en la arena de Casitérides.
Mientras rumiaba una pregunta... ¿Qué es mono?
—Una
plataforma de comunicación escrita para los monos—pensó.
De regreso a casa.
—Ya es tarde—pensó.
Se estaba haciendo un poco tarde, oscurecía, y Gen decidió
regresar al complejo de la SEED, una
sociedad clandestina cuyo propósito era dar a luz a las semillas no germinadas
por el comercio, y abrirlas a un cierto estado de conciencia para promover la
caída de todos los sistemas de gobierno de las aguas.
La SEED, la Sociedad para la Erradicación de los
Embriones de la Democracia. Su mayor enemigo eran las Redes de Sigma, la
manifestación sublimada del poder del pueblo de ISIS.
En estos tiempos turbulentos, los sistemas democráticos,
como actores en el negocio del poder del Demos, acaparaban casi todos los
núcleos habitados del planeta Agua, aunque había cierta resistencia de los
gobiernos totalitarios, más fáciles de derrocar que los gobiernos democráticos.
La SEED no era un grupo antisistema y tampoco era un
grupo anarquista. Sus intereses se centraban en las grandes drupas.
En el mundo drupa, las personas, debido a sus miedos
atávicos y la falta de control de sus necesidades inventadas, como ya ocurriera
en otros momentos de la historia, habían ido cediendo poco a poco el poder a
Sigma, la mano virtual de la Democracia, que se estableciera por encima de toda
frontera acuática.
La comida de la religión de la democracia estaba en el
poder absoluto, justificado por las necesidades de la mayoría de los nautas y
renovado ritualmente de forma periódica en las Arcas de la Alianza, a través de
la manipulación y el control de las personas con la promesa de un falso e
inalcanzable Estado del Bienestar.
Sigma conocía y registraba las palabras y las grafías de
las gentes, a Sigma acudían a diario para buscar la sabiduría y el
conocimiento, Sigma sabía dónde estabas en todo momento, Sigma sabía la
cantidad de riqueza que tenías... todo lo sabía, todo lo podía, estaba presente
en todas los partes.
De ruta a hogar Gen tomó la mochila para guardar la drupa
y navegó hacia la casa... el complejo de la SEED, situado en un lugar de
coordenadas desconocidas.
La Nao de la SEED.
La Nao de la SEED fue diseñada como una gran drupa
germinada. La comida y la energía se extraían de la clorofila, y tenía
autonomía para la navegación por el planeta agua durante mucho tiempo sin la
necesidad de ningún arrecife. En sus raíces crecían gran cantidad de especies
de moluscos univalvos y bivalvos.
La vela era como una linterna y emitía una luz verde muy
hermosa.
Una linterna mágica...
Dentro de la nave drupa había todo un mundo con agua
altamente nutritiva y suficiente energía para toda la vida, incluso para cruzar
el vasto desierto de agua.
El saludo del Visor.
Los germinadores colocan sus manos con los pulgares
doblados y palmas solapadas en ángulo recto y las llevan juntas a la cara,
haciendo una visera sobre los ojos, lo que les permite defenderse de la luz de
este mundo y hacer que las dobles imágenes de la realidad se convierten en una
sola dentro de su mente.
Se le conoce secretamente como el saludo del visor, el
saludo de la imagen única, el saludo del ojo de la mente, no es el saludo con
la mano izquierda o el saludo con la mano derecha, es el saludo con las dos
manos desnudas, sin arma ni instrumento, el saludo que disipa la visión doble
de la realidad.
CAPÍTULO III
Los Germinadores.
Gen
pertenecía, junto con su hermano Güima y un grupo del que también formaba parte
el clan de su familia; a una de las divergentes ramas de los Memento, secretos
adoradores de la deidad conocida con el nombre de Fiat Lux.
La
única regla que observaban era la única y poderosa Lex que emanaba del Ana, un
regalo que Lux había donado en los orígenes de los tiempos a los vivientes, en
el presente ya casi en el olvido y cuya propiedad principal era traer a la
Humanidad en agonía, totalmente esclerotizada e inmersa en las luchas por el
poder, las enseñanzas verdaderas de Lux.
La
comunidad a la que pertenecían en aquel momento era conocida como la Comunidad
de los Germinadores de Nut.
La
Comunidad mudaba a menudo el nombre y se adaptaba a las circunstancias para no
ser localizada en la Constelación de la Triada de Sigmas.
CAPÍTULO IV
El mundo Drup@.
El
pueblo Drup@ se conformaba espacialmente y temporalmente dentro de un Orbe
cerrado, como una cápsula, un mundo con la música interior del agua y
manifiestamente armónico que navegaba entre cuatro capas de fluídos separadas
por cinco finísimas membranas permeables casi imperceptibles.
Dentro
de este mundo en constante movimiento ondulante existían dos luminarias
durmientes y una abertura bucal por la que se accedía al Cosmos de Lux.
Las
estrellas durmientes emitían una luz intermitente cada cierto intervalo de
tiempo y nuestro pueblo había registrado en tablas sus apariciones. Una de
ellas emitía una luz de color rojo y de la otra emanaba una luz de color azul.
Mientras emitían por separado, estábamos atrapados en la superficie del agua
interior y no se podía ver el mundo real. Solamente durante el intervalo en el
que ciego día daba paso a la visible noche, instante en el cual las dos
luminarias entraban en armonía, los Drup@ podíamos ver las cosas y palparlas
con la mente tal y como me habéis mostrado en la Comunidad.
La
boca era como una especie de trampilla circular por la que se uno se podía
entregar y dar a Lux.
Por
la tapa circular se entraba en el Universo, un océano cósmico lleno de
maravillas, los Drup@ podían ver a Lux por la boca.
Con
las dos luces emitidas durante el día no se podía ver, pero cuenta una leyenda
que Lux le había dado a los Drup@ una especie de ojos que permitían hacerlo.
Esos ojos mágicos se habían perdido y algunos decían que había que salir por la
boca y adentrarse en el océano cósmico hasta encontrarlos.
Algunos
sabios Drup@ habían desarrollado la maravillosa capacidad de ver la realidad
tal cual era a través de un tercer ojo, un ojo virtual, ellos lo denominaban el
ojo de la Verdad.
—Los
ojos de la mirada mágica eran algo parecido a esto que he dibujado para
vosotros —aclaró Gen mientras mostraba este dibujo de una de las páginas del
libro rojo donde lo anotaba todo.
Sigma
rotada era la reina de los humanos descarriados por el mito de las sombras, la
triada de la wab.
CAPÍTULO V
El poder Drup@.
Sigma
era dueña y señora de las tinieblas y le interesaba que los Drup@ permanecieran
en la Oscuridad, así que para poder controlarlos inventó las leyes.
El
poder de los Drup@ era el poder universal y el mismo que los germinadores de la
SEED les enseñaban y llamaban Ana.
Ana
(A) era la única forma de Liberación para todos los seres, Ana era un regalo de
Lux y consistía en que los vivientes no deberían seguir otra ley que no fuera
el servicio y la armonía.
Ningún
ser sobre otro ser, ninguna ley sobre nadie, ningún poder sino el poder de Ana.
—Si
las semillas de la SEED caen en tierra fértil darán abundantes frutos —decían
los germinadores—. Los frutos de la armonía y la esperanza.
Fichas
personajes.-
Existen
dos especies:
Coco@.
Monos
o primates.-
Esta
specie fue una primera idea vital de Luz y no posee diferenciación sexual. Es
una especie hidronauta y hermafrodita. Recibieron de los sabios ancestros el
conocimiento de las artes de la navegación. Ellos tienen una mirada expresiva,
tendente a la tristeza, por ver que otras especies tienen compañer@, poseen una
visión borrosa bicolor en azul y rojo. Ellos necesitan un doble óculo para
captar el mundo real.
Grup@.
Duplas.-
La
especie fue una idea vital de Lux al modificar el código del drupa de origen.
La
creó retirando del drupa originario una costilla o unión de la doble hebra
torcida o helicoide (ADaN), creando así una nueva especie al introducir una diferenciación sexual para
colonizar la parte seca de Orbe.
Lo
que caracteriza a esta nueva especie es que las hembras son muy hermosas.
Los
machos tienen una morada aparte, colgados de un árbol y siempre preparados
hidraulicamente para la regeneración de la especie.
Son
descendientes del falo de Isis.
Desconocen
los oficios y las artes de la navegación. Tienen pensamiento y percepción
doble. Pueden diferenciar el color de los objetos y han desarrollado un tercer
ojo virtual para captar el mundo real.
Gen
Germinadores.-
Seres
superiores sabias, hembras, creadas por Luz, plantadoras, cuidadoras y maestras
de los Drup@.
Enseñan
a las especies Drup@ los conocimientos para el control de la materia y del
medio: el arte de la percepción y la recepción de información. Se encargan de
completar y guardar la vida en el arca de las simientes que se encuentra en los
polos planetarios de Orbe para poder preservar las especies vivientes y
colonizar otros mundos del universo en vibración y pulsión constante.
Güima
Germinadores.-
Seres
superiores sabios, machos, creados por Luz, plantadores, cuidadores y maestros
de los Grup@.
Enseñan
a las especies Grup@ los conocimientos para el control de la materia y del
medio: el arte de la percepción y la recepción de información. Se encargan de
completar y guardar la vida en el arca de las simientes que se encuentra en los
polos planetarios para poder preservar las especies vivientes y colonizar otros
mundos del universo en vibración y pulsión constante.
Gennut.
Es
el origen femenino, nacido de la permeabilidad constante entre la energía y la
materia, la cosmonauta, la madre celeste que creó los orbes, la que diseño
genéticamente a los germinadores. Porta en su mano un plantador, la llave de la
vida.
Güimanut.
Es
el origen masculino, nacido de la permeabilidad constante entre la energía y la
materia, el padre celeste que engendró los orbes, el cosmonauta, el que diseño
genéticamente a los germinadores. Es el hermano creado por Luz y al mismo
tiempo el amado esposo de Gennut. Lleva en su mano un plantador de simientes,
la llave de la vida.
El tandem.
Es
el Tao o el origen de la vida.
El
principio de todo y el camino hacia todo.
La
síntesis aditiva puede representar la suma de todos los colores,es decir, de
todos los vivientes con sus características diferentes en su trabajo conjunto y
que da origen a la luz blanca, el principio masculino, es el poder del nosotros
puestos al servicio de los demás; mientras que la síntesis sustractiva es la
resta de todos, el trabajo por separado que da lugar a la luz negra, el
principio femenino, el poder del yo tomando el control sobre los demás.
Son
como dos peces en equilibrio dinámico, como una galaxia de dos centros,
generando el poder verdadero que no ejerce el dominio sinó que tiene la
(S)abiduría de dar vida a través del (S)ervicio a los demás como era en un
principio en “El reino del Amor”.
Blanco
y Negro.
Fiat Lux o Luz.
Él
es una parte inseparable del verdadero origen, posee la permeabilidad mudable
entre masa y energía, el Creador o el innombrable WORK o CMY.-
Realiza
la iluminación o illuminatosíntesis aditiva. Es el Fiat, es una terna o tripla,
el Creador, dice que se haga todo, la energía que se junta, la energía de la
suma, la energía aditiva. Es la Luz, la luz clara y verdadera, la energía
amorosa formada por todas las luces, la energía positiva y de la materia.
Sigma.
Él
es una parte inseparable del verdadero origen, posee la permeabilidad mudable
entre masa y energía, el desconocido a los ojos de los pueblos, el Exterminador
de Lux o el innombrable LIE o RGB.-
Realiza
la pigmentación o la melanosíntesis sustractiva. Está formado por una triada,
una terna o tripla de la Energía. La luz oscura que retira todo el poder de la
materia vibrante, la que se desimpregna poco a poco, la energía negativa, la
energía que provoca la concentración del calor de Lux y genera la poderosa y
destructiva energía de la antimateria.
Cuando
la energía de Lux incide sobre él eleva la energía y quema a todo viviente que
toca.
LA
MOLIENDA
CANGAS
2014
Aquel
verano.
LIBERADOS DE LAS LEYES DE LOS
HOMBRES
KHÁRISMA
I
LOS MIEDOS DE LOS HOMBRES
Todo comenzó en la capital del
país, justo un año antes de la campaña para las elecciones generales.
La deuda pública había
alcanzado niveles muy altos, cercanos a un punto que algunos pensadores de la
llamada escuela del miedo denominan punto crítico. La administración
fragmentada había aumentado el gasto en general, con el afán racional de
intentar paliar los problemas derivados de una profunda crisis económica a
nivel global, iniciada aproximadamente en la primera década del siglo XXI.
Los poderes públicos,
inicialmente habían inyectado capital para salir en ayuda de las entidades
financieras, posteriormente se había acordado acudir con más capital al apoyo
de los organismos autónomos y de las entidades locales.
En la prensa escrita, en la
radio, en la televisión y en la red se apreciaban diversas corrientes de
opinión, que mostraban su punto de vista acerca de la falta de confianza en el
sistema, según la orientación ideológica de cada cual. Las formaciones
políticas de uno y otro bando intentaban sacar partido de esa situación, mientras
que las organizaciones sindicales, todas ellas afines a los grupos de poder en
ese momento, vivían en una simbiosis aberrante.
La gente del común, a pesar
del incremento del paro, del aumento de los conflictos laborales, de los
expedientes de regulación de empleo, vivía narcotizada bajo los estímulos de
las ayudas públicas.
Algunos, presa del miedo, se
rebelaban. Muchos permanecían a la espera de una mejora de la situación que en
principio suponían coyuntural. Los individuos ubicados en los estamentos de
poder trataban de mantenerse en su puesto de dominio. Los líderes políticos no
estaban bien valorados por la opinión pública y, realmente, había una falta de
liderazgo a todos los niveles. Candidatos oportunistas se aprovechaban
eficazmente de los miedos de las gentes para hacerse con el control político.
La gente no hallaba remedio y se desesperaba por encontrar la salida.
Fue justo en ese momento
cuando apareció, un ser sin nombre, un ser sin sexo definido, un ser sin
ideología conocida pero con un carisma y clarividencia que poco a poco fue
haciendo innumerables adeptos en todas las regiones del país.
Las gentes habían dado a este
ser fascinante el nombre de Khárisma.
El ser enigmático, de la misma
forma que moja la llovizna, dio a conocer algunas de sus ideas. Comenzó
haciendo propuestas que traían aires nuevos a las gentes. Las personas que le
escuchaban se sentían, al principio, sorprendidas pero después, gracias a un
nuevo criterio adquirido al oír sus palabras, iban mostrando abiertamente su
opinión sobre la situación crítica del momento. Khárisma acudía, sin levantar mucho alboroto pero con una gran
eficiencia, a la puerta de los mercados
incitando a muchos a ser conscientes de los males que se acercaban.
Yo era un personaje sin
nombre, me dedicaba por aquella época a dar charlas y conferencias en los foros
vecinales y en las aulas. Me interesé por aquel ser extraordinario y le seguí,
escondido entre la gente, llegué incluso a utilizar un navegador para marcar la
trayectoria de su recorrido, grabando en vídeo todas sus intervenciones, pero
tratando de que él no se diera cuenta. Utilizaba la cámara de mi teléfono móvil
para grabarle y después subía los hechos y opiniones que él manifestaba acerca
de los temas más actuales a un lugar determinado de la red de redes. El lugar
al que subía la información era muy frecuentado por la gente joven y en algunas
campañas electorales había sido utilizado por líderes emergentes con gran
éxito.
Anotaba en mi agenda
electrónica todo aquello, para después escribir una crónica con cada una de las
ideas y conceptos que el ser enigmático daba a conocer a las gentes. La verdad
es que algunas de sus ideas me fascinaban. En el fondo, los argumentos no eran
nuevos para mí. Algunos discursos parecían contradictorios en principio pero
después, reflexionando sobre ellos, llegaba a la conclusión de que poseían una
lógica aplastante.
Le seguí durante casi ocho
meses por todo el país. El se desplazaba habitualmente a pié o en transporte
público. Yo acudía camuflado entre la pluralidad de las personas, siempre
vestido de forma diferente para no ser identificado. Asistía a todas las
charlas y contactos con la gente que él solía hacer, casi siempre se dirigía a
pequeños grupos y evitaba las multitudes. A veces, el ser acudía a las casas de
las personas que asistían a las reuniones fascinados y, si ellos le invitaban,
comía con su familia o pasaba la noche en sus hogares, conversando
amigablemente con ellos hasta el día siguiente.
Tenía una personalidad
universal, claramente definida y una empatía tan acentuada que le permitía con
enorme facilidad meterse en conversación con individuos solitarios, con
parejas, con familias, con asociaciones vecinales y con grupos más
amplios.
II
REPRODUCTOR
Tenía la única misión de
perpetuar la especie, con el fin último de prolongar la simiente de ADaN, del primer ser humano.
Las célula masculina generada
en su aparato reproductor se une a la célula femenina, dando lugar a un nuevo
ser.
Los caracteres sexuales
primarios se manifiestan al nacer en los aparatos reproductores y en la
pubertad se desenvuelven los caracteres sexuales secundarios, estando ya en
condiciones de producir células sexuales.
Ovarios produciendo óvulos,
trompas donde el óvulo espera al espermatozoide, útero donde crece el nuevo
ser, vagina que comunica con el exterior. Vulva que abre sus pliegues ante el
estímulo, recibiendo al pene en la cavidad de la vagina.
Si durante el período fértil
tiene lugar la entrada del espermatozoide en el óvulo maduro se produce el
embarazo. Si no se produce la fecundación del óvulo este es expulsado al
exterior, desencadenando la hemorragia y completando el ciclo menstrual.
Testículos produciendo
espermatozoides, conductos deferentes que conducen los espermatozoides hasta la
uretra, vesículas seminales que vierten líquido seminal a la uretra, uretra
juntando espermatozoides y líquido seminal ante el estímulo del pene.
El pene abriendo los pliegues
de la vulva y entrando en la cavidad de la vagina, el pene expulsando semen al
realizar la cópula.
Los mensajes del orgasmo
llegan al cerebro originando sensaciones de placer, substancias químicas que te hacen desear repetir ese momento,
drogas que enganchan para perpetuar la especie.
SEXO
Los mensajes del orgasmo
llegan al cerebro originando sensaciones de placer, substancias químicas que te hacen desear repetir ese momento,
drogas que enganchan para repetir la cópula.
Durante el transcurso de uno
de esos contactos que solía mantener con la gente se dirigió a mí. Era de
noche, hacía bastante calor, estábamos bien en la calle, en la acera había
mujeres jóvenes y algún hombre. Yo creí, en principio, que iba a ser
descubierto.
—¿Sabes de dónde vienen?
—preguntó el ser extraño, acercándose a mí y clavando su mirada de manera firme
en mis ojos.
—Creo que son de variada
procedencia —respondí.
Luego, el ser enigmático
comenzó a hablar con una de las mujeres y al final, rodeando la cintura de la
mujer con su brazo se marcharon juntos a una zona escondida, sentándose los dos
en el banco de un parque. Yo les seguí a una distancia prudencial para no ser
descubierto y permanecí oculto por la oscuridad de la noche tras un árbol,
escuchando lo que el ser le decía a la mujer. El ser le hablaba en voz baja y
tranquila, razón por la cual intenté acercarme más, aún a riesgo de ser
descubierto por ellos.
—¿Qué sientes cuando pongo mi
mano en tu espalda? —preguntó Khárisma
a la muchacha, mientras subía lentamente su mano suave tocando con la yema de
los dedos varios puntos de la espalda.
—Me siento bien. Me gusta ser
tocada desde la cintura hasta la nuca. Nadie me había tratado así. Me produce
sosiego y paz. Me siento relajada,… —dijo la mujer.
Luego subí el video a la red.
PROCREAR
En una ocasión, perdido entre
la multitud, asistí a una concentración a favor de la defensa de la familia y
del derecho a la vida. A la conferencia asistieron miles y miles de personas
afines a los ideales que el líder religioso representaba, portando pancartas
con numerosas consignas a favor de la concentración y con otras en contra del
poder reinante. Durante el transcurso de la
conferencia sucedió un hecho que voy a relatar.
Mientras tenía lugar el
encuentro permanecí en medio de la multitud y luego me fui acercando casi a
empujones hasta el estrado para ver mejor a los oradores, justo hasta las
vallas de protección, donde se encontraba el personal de la organización del
evento. Chicos y chicas con sus tarjetas credenciales, tarjetas prendidas con
una pinza metálica a la solapa de la chaqueta del uniforme distintivo elegido
para la ocasión, mostrando en el cartón plastificado el nombre, la foto y el
motivo de la concentración.
Desde la tribuna de oradores,
uno de los conferenciantes se dirigió a todos los asistentes preguntando si
alguna persona quería dar su testimonio.
—¿Quiere dar alguno de los
presentes su testimonio sobre la familia y sobre el derecho a la vida?
—preguntó el moderador que acompañaba a los oradores en la mesa de la tribuna.
Yo me encontraba justo delante
de las escaleras de acceso al estrado, algo me dijo que debía intervenir y
levanté de forma espontánea la mano. El moderador vio el gesto y me invitó a
subir. Yo comencé a sentirme nervioso y al mismo tiempo arrepentido por haber
levantado la mano, así que intentando echarme atrás en mi idea, miré
disimuladamente a uno y a otro lado como tratando de ignorar que iba conmigo.
El moderador, viendo que yo estaba un poco indeciso, insistió.
—¡Venga, anímese, suba y de su
testimonio! —me exhortó desde allí arriba.
Yo no tuve más remedio que
subir, así que acercándome al personal de la organización que estaba tras la
valla, les dije que era de mí por quien hablaba y ellos, amablemente, retirando
una valla me permitieron subir al estrado.
—¡Gracias! —dijo el moderador.
Una vez allí arriba me coloqué
detrás del atril con micrófono que habían dispuesto en el estrado. Como fondo
del estrado había una gran pantalla de vídeo que mostraba diversas imágenes
sobre la temática de la concentración. Ante mí, la gran multitud cesó el ruido,
quedando toda la plaza e inmediaciones en un profundo silencio. Al mismo tiempo
que esto sucedía, mi cuerpo se estremeció al ver el gentío expectante.
Dirigiendo primero la mirada al atril, tratando de colocar bien el micrófono,
luego respirando profundamente tres veces traté de hablar. Primero miré a lo
lejos y pude contemplar como una gran
multitud invadía las calles por las que se accedía a la gran plaza. La
organización había dispuesto grandes pantallas de video en otras pequeñas
plazas de las inmediaciones y también en las calles. E incluso en los bares, en
las cafeterías de lugares más remotos había pantallas de televisión de cadenas
afines que retransmitían la jornada de concentración en directo. Justo cuando
estaba a punto de comenzar mi intervención cerré los ojos intentando
concentrarme en lo que iba a decir. Decidí poner la mirada en un objetivo
concreto, en una persona real a quien dirigirme, escogida al azar entre los
presentes. Ese enfoque de la mirada me era necesario para lograr que alguien no
anónimo captara mis palabras y así tener el arranque y la fuerza suficiente
para establecer el discurso.
Enfilé la mirada hacia una
persona que se encontraba con los antebrazos apoyados en la valla, justamente
en el mismo lugar que yo había ocupado antes de subir a la plataforma. Ahora no
podía echarme atrás, estaba ante cientos de personas y ellas esperaban que yo
dijese algo. No me quedó más remedio que improvisar. Me vinieron a la mente
varios pasajes bíblicos y al final me decidí por tomar prestadas las ideas del
sermón que un galileo había pronunciado en la montaña, también ante una gran
multitud a la espera de ser reconfortada con sus enseñanzas.
Comencé diciendo unas palabras
a modo de saludo y luego, poco a poco, ante el gentío expectante que no salía
de su asombro, ante la inesperada novedad de las frases que salían de mi boca,
incluso ante mi propia fascinación, el ánimo de los asistentes se engrandeció
al escuchar el mensaje, mostrando abiertamente su alegría y conforto.
Al final le reconocí, la
persona con la que había estado manteniendo el contacto visual durante el
discurso ante la multitud era él, el mismo Khárisma
en persona, el ser enigmático al que yo seguía en mi periplo.
III
SENTIDOS
Eran los órganos que
permitían la captación de los variados
estímulos presentes en el entorno.
VISTA
Eran los órganos que permitían
la captación de los estímulos visuales presentes en el entorno.
A través de los órganos de la
visión el ser humano.
OIDO
Eran los órganos que permitían
la captación de los estímulos sonoros presentes en el entorno.
A través de los órganos de la
audición el ser humano.
OLFATO
Eran los órganos que
permitían la captación de los estímulos
olorosos presentes en el entorno.
A través de la nariz el ser
humano.
TACTO
Eran los órganos que permitían la captación de los estímulos
táctiles presentes en el entorno.
A través de la piel el ser
humano.
GUSTO
Eran los órganos que permitía la captación de los
estímulos del sabor presentes en el entorno.
A través de la lengua el ser
humano.
IV
LOCOMOTOR
Mover y relacionarse con otros
seres.
ESQUELETO
La estructura de sostén.
MUSCULATURA
Los resortes.
V
NUTRICIÓN
Muchos seres vivos están
sufriendo los errores de los seres humanos, de sus métodos egoístas.
RESPIRACIÓN
El aire, el olor y el perfume.
CIRCULACIÓN
El corazón distribuía mediante
la sangre los nutrientes.
DIGESTIÓN
El estómago.
EXCRECCIÓN
Los residuos.
VI
ARQUITECTURA
—Os mostraré algo —dijo Khárisma dirigiéndose a la multitud.
Khárisma
envió su hálito en un beso levantando sus manos y así fue como se abrió la
consciencia en la mente de los asistentes y ante todos ellos se recreó una
especie de imagen holográfica al mismo tiempo que pronunciaba sus palabras.
-Os hablaré acerca de la
ciencia de los arquitectos, la acotación del medio, la realización del nido. Si
nos permitimos un tiempo de reflexión, el mundo mudará para vosotros.
—La arquitectura es una
función del ser humano —dijo Khárisma.
Y tras una pequeña pausa, Khárisma enunció esta definición de tipo
universal que permitía aislar la detección del desequilibrio de la activación
de la orden y del proceso de respuesta:
"LA ARQUITECTURA ES UNA
FUNCION DEL SER HUMANO QUE APOYADA EN LA SABIDURIA PERMITE DETECTAR UN
DESEQUILIBRIO EN EL SISTEMA DE REFERENCIA Y ACTIVAR UNA ORDEN, AFECTADA POR
MODIFICADORES, GENERANDO UN NUEVO SISTEMA DE REFERENCIA DENTRO DE UN PROCESO DE
RESPUESTA QUE PODEMOS LLAMAR MUTACIÓN."
—¿Qué quiere decir eso?
—pregunté yo, siendo una persona interesada en la ciencia del habitar.
—Las actividades del ser
humano sobre el medio son extremadamente intensas y las acciones de este cada
vez más irreversibles —sentenció Khárisma.
HUMANO
Nivel donde se detecta la
aparición de necesidades o desequilibrios.
Trata de lo perteneciente o
relativo al ser humano, en particular de la identidad, del pensamiento y de su
existencia en la búsqueda de un sistema permanentemente equilibrado.
El secreto está en descubrir
dentro de vosotros la ley de la compatibilidad a nivel humano en todas y cada
una de vuestras intervenciones, en los diversos campos.
-El campo comunicativo.-
Trata de la transmisión de
información de un emisor a un receptor mediante un código de señales, en
particular del pensamiento y generación del lenguaje arquitectónico.
Esta información permite
primero tomar consciencia de ciertas necesidades que deben ser cubiertas,
posteriormente mediante actos creativos obtener una respuesta para después
formar o transmitir conocimientos que van componiendo el código de identidad
relativo al conjunto humano.
Va poner en relación el
intelecto, el símbolo y la ideología.
-Parámetro intelectual
Relativas al entendimiento o
potencia cognoscitiva racional de la persona que permite detectar necesidades o
desequilibrios.
-Parámetro simbólico
Relativas al signo gráfico con
que se representa una idea de orden moral o intelectual por razón de cierta
semejanza existente entre el símbolo y lo simbolizado. Esta semejanza puede o
no ser objetiva o explícita.
Asimilar necesidades y obtener
una respuesta.
-Parámetro ideológico
Relativas al sistema o
conjunto de creencias, opiniones de un individuo o grupo social.
Transmitir necesidades y
apuntar posibles soluciones o respuesta a los desequilibrios.
-El campo social.-
Trata de lo relativo al
conjunto de individuos entre los que existen relaciones duraderas y
organizadas, generalmente establecidas sobre instituciones y garantizadas por
leyes, y particularmente de la sociedad y generación del uso arquitectónico.
Las necesidades son
compartidas, y permiten agrupar individuos de manera que se pueda hacer más fácil su satisfacción.
Campos de estudio en la
Sociología y la Geografía Humana.
Va relacionar los aspectos
demográfico, institucional y cultural.
-Parámetro demográfico
Relativas a la población
humana e a su dinámica.
Relacionar individuos según
necesidades y apuntar soluciones.
-Parámetro institucional
Relativas al ordenamiento de
la vida social en alguno de sus aspectos.
Jerarquizar individuos según
necesidades.
-Parámetro cultural
Relativas al conjunto de
conocimientos fruto del estudio y de otras experiencias, tradiciones y formas
de vida de un pueblo, de una sociedad o de toda la humanidad.
Agrupar individuos según
necesidades y aspiraciones.
-El campo económico.-
Trata de lo relativo a la
manera de utilizar los recursos de la sociedad, en particular de la
estructuración y generación del valor arquitectónico.
Las necesidades son valoradas
en costos de satisfacción, en términos de rentabilidad en lo que se refiere a
la obtención de los recursos o bienes.
Campos de estudio en la
Geografía Económica y en la Economía Urbana.
Va hacer jugar entre si
producción, consumo y transmisión de bienes.
-Parámetro productivo
Relativas a la elaboración de
bienes y servicios o procedimientos para responder a las necesidades.
-Parámetro consumible
Relativas al empleo de bienes
y servicios como uso o medio de rentabilidad que permita satisfacer las
necesidades.
-Parámetro transmisible
Relativas a la transferencia o
generalización del conjunto de excedentes o de los medios para obtener
recursos.
Transferir las respuestas que
sirven para satisfacer una necesidad.
TECNOLÓGICO
Nivel donde crea el
instrumental que supuestamente va permitir satisfacer las necesidades.
Trata de lo perteneciente o
relativo a la ciencia de los métodos y de las reglas empleadas en el oficio de
arquitecto, en particular del empleo de los elementos tangibles e intangibles
para transformar el Complejo Habitable en un Sistema de Referencia.
Consiste en la manipulación o
puesta en práctica de las habilidades transformadoras del Complejo Habitable.
La tecnología debe ser
entendida como el resorte o conjunto de conocimientos específicos aplicables la
actividad productiva y transformadora en el Complejo Habitable.
El secreto está en descubrir
dentro de vosotros la ley de la optimización a nivel tecnológico en todas y
cada una de vuestras intervenciones, en los diversos campos.-
El campo constructivo.-
Trata de la generación de una
obra a partir de los elementos necesarios y siguiendo un plan determinado que
responda a los códigos que rigen cada elemento empleado en la misma.
La realización de artefactos
que supuestamente van satisfacer una necesidad, lleva al ser humano a un
constante aprendizaje, con errores y aciertos, de la manera en que los
materiales de los que dispone se componen entre sí y dan lugar a la obra que pueda satisfacer
ese desequilibrio.
Relaciona el material con una
técnica de trabajo y con una aplicación específica del mismo.
-Parámetro material
Relativas al conjunto de
substancias o elementos de carácter tangible o intangible.
Valorar elementos que permitan
ejecutar la orden.
-Parámetro técnico
Relativas al conjunto de
procedimientos empleados para producir una obra u obtener un resultado
determinado.
Organizar elementos para
resolver necesidades o desequilibrios a partir de los que fue activada la
orden.
-Parámetro específico
Relativas a la caracterización
de los materiales, determinando y definiendo los elementos en sus rasgos
peculiares.
-El campo estructural.-
Trata de la resolución y
equilibrio del conjunto energético relativo a las leyes del sistema de
referencia donde se ubica una obra, en particular de las acciones externas a la
obra y del equilibrio entre acciones externas e internas que determina un
estado de tensiones y deformaciones en la misma.
La creación de artificios y
obras que van satisfacer esas necesidades debe ser entendida y realizada siempre bajo las leyes de la Física que
hablan del equilibrio en un determinado Sistema.
Pone en relación el
comportamiento físico con asimilaciones y métodos.
-Parámetro físico
Relativas a las propiedades de
la materia o energía así como los fenómenos que no modifican la naturaleza de
los cuerpos, en particular los relacionados con la Mecánica y con la
Resistencia de Materiales.
Descubrir las propiedades de
los materiales de la estructura.
-Parámetro asimilativo
Relativas al esfuerzo
inteligente que permite el establecimiento de una obra mecánica o de un órgano
como idealización de las realidades estructurales del Sistema de Referencia.
Aplicar las propiedades en una
discretización estructural.
-Parámetro metodológico
Relativas a los procesos de
razonamiento o a los caminos seguidos para asimilar y controlar el
comportamiento estructural de una obra.
Integrar las propiedades para
resolver problemas de idealización.
-El campo ingenioso.-
Trata del conjunto de
conocimientos y técnicas que permiten aplicar el saber científico a la
utilización de la materia y de las fuentes de energía mediante invenciones o
construcciones útiles para el ser humano, en particular e la mejora del grado
de confort.
Existe un aspecto en la obtención
de artificios de satisfacción, con una fuerte relación con los logros de cierto
equipamiento que haga más fácil habitar. Este equipamiento no es otra cosa que
el condicionamiento de los materiales a las leyes de la Biología Humana.
Da valor a la inventiva, industrialización y regulación.
-Parámetro inventivo
Relativas al descubrimiento de
propiedades, procedimientos o productos empleados en la mejora de la comodidad
o de las necesidades en general.
Generación de tecnología o
creación de artilugios para obtener comodidades.
-Parámetro industrial
Relativas a la transformación
de materias en productos elaborados y su difusión para cubrir las necesidades
del ser humano relativas al confort.
Elaborar productos o
procedimientos y difundirlos para obtener comodidades.
-Parámetro regulativo
Relativas al control óptimo
del grado de confort en el espacio habitable, en particular la Domótica.
Regular los ingenios para
optimizar el confort.
Tendencia a optimizar el gasto
energético.
HABITABLE
Nivel donde se manifiesta
tangible o intangiblemente la satisfacción o insatisfacción de las necesidades.
Trata del complejo donde la
función Arquitectura concreta las referencias en general y responde a la
integración de un conjunto de variables que son regidas por las leyes relativas
del Sistema de Referencia.
El secreto está en descubrir
dentro de vosotros la ley de la armonía a nivel habitable en todas y cada una
de vuestras intervenciones en el medio, en los diversos campos.
-El campo conceptual.-
Trata de lo relacionado con la
representación mental y abstracta del Sistema de Referencia.
El producto que permite
satisfacer una necesidad es convertido en un patrón útil, repetible en base a
la experiencia y posibilita afrontar la misma en diversos marcos geográficos y
cronológicos particulares.
Va relacionar todo tipo de
abstracciones, organizaciones y esquemas de diseño.
-Parámetro abstracto
Relativas al proceso mental a
través del cual se atiende a algún atributo o faceta, independientemente del
conjunto en el que se inserta.
Programar atributos o definir
necesidades.
-Parámetro organizativo
Relativas a la disposición
idónea dos integrantes do concepto de habitar en la función Arquitectura, en
particular para resolver unas relaciones.
Disponer atributos para
responder a las necesidades o desequilibrios.
-Parámetro esquemático
Relativas al proceso de
concretar a simplificación de una realidad habitable.
Idealizar una realidad a
partir de sus atributos para poder extrapolar la misma y satisfacer
desequilibrios o necesidades similares.
-El campo formal.-
Trata de las propiedades de la
Matemática en el planteamiento de la función Arquitectura.
Todo producto nacido como
respuesta a una necesidad adquiere un aspecto aparente con inspiración diversa,
pero en base a elementos simples o complexos que facilitan el trazado de la
idea resolutoria.
Relaciona el material
geométrico con las reglas compositivas y los espacios.
-Parámetro geométrico
Relativas a las leyes y coordenadas que determinan las
formas arquitectónicas en general.
Determinar formas segundo
procesos de análisis de la Naturaleza o artificios matemáticos.
-Parámetro compositivo
Relativas a las propiedades
matemáticas que permiten generar formas estableciendo relaciones entre
elementos diversos.
Relacionar formas mediante
artificios o trazados.
-Parámetro espacial
Relativas al establecimiento
de una extensión limitada de los valores del Sistema de Referencia.
Acotar características tales
como forma, dimensión, identidad y otros valores referenciales para resolver necesidades.
-El campo cognoscitivo.-
Trata de la habitabilidad, del
conocimiento y de las influencias del Sistema de Referencia en el ser humano.
De la captación relativa de
las características tangibles e intangibles.
La supuesta satisfacción de la
necesidad es reconocida, experimentada como algo de valor por el ser humano que
va logar un estadio de mayor comodidad en su existencia, mayor facilidad en la
lucha por la vida.
Hace trabajar en conjunto los
sensores para una percepción fisiológica e psicológica del Complejo Habitable.
-Parámetro sensorial
Relativas a l facultad del ser
humano de captar y conocer en el espacio habitable las propiedades del Sistema
de Referencia.
-Parámetro fisiológico
Relativas a la asimilación e
influencias de la función Arquitectura en los estados físicos complejos del ser
humano.
Tendencia a minimizar los
gastos energéticos.
-Parámetro psicológico
Relativas a la asimilación e
influencias de la función Arquitectura en los estados anímicos complejos del
ser humano.
NIDOS HOSPITALARIOS
Los hombres marcaron su
territorio e hicieron sus nidos.
Si los instrumentos se pueden
hacer válidos para un análisis de procesos también deben resultar válidos en un
supuesto de procesos.
La existencia de un equilibrio
justo entre los niveles humano, tecnológico y habitable es el punto de partida
para lograr una Arquitectura creativa y armónica.
Podemos llamar armonía al
equilibrio dinámico de la orden.
Podemos llamar caos al
desequilibrio dinámico de la orden.
El equilibrio dinámico en el
nivel humano.
En el campo comunicativo,
considerando el pensamiento y generación
del lenguaje arquitectónico, los parámetros deberían estar regidos por leyes de
compatibilidad:
Intelectual.- Tendríamos que
detectar las necesidades básicas del ser humano, tanto biológicas como
psicológicas.
Simbólica.- Para hacer una
asimilación de las necesidades tendríamos que diferenciar las acotadas de las
no acotadas.
Ideológica.- El sistema
debería compatibilizar o equilibrar las necesidades, particularmente en lo que
se refiere a las interferencias entre individuos o grupos.
En el campo social,
considerando la generación del uso arquitectónico, los parámetros deberían
regirse igualmente por leyes de compatibilidad:
Demográfica.- Las relaciones
entre individuos como sistema deberían posibilitar un control de la población
en lo que se refiere a las interferencias producidas en su proceso de expansión
social.
Institucional.- Podríamos
jerarquizar aspectos solidarios.
Cultural.- Pasaríamos por
agrupar individuos, integrando las necesidades comunes y diferenciales en lo
relativo a la identidad.
En el campo económico,
considerando la generación del valor arquitectónico los parámetros deberían
regirse también por leyes de compatibilidad:
Productiva.- Deberíamos
responder a las necesidades básicas del ser humano, tanto biológicas como
psicológicas.
Consumible.- Para satisfacer
las necesidades tendríamos que diferenciar las acotadas de las no acotadas.
Transmisible.- El sistema
debería posibilitar un control de las respuestas transferidas para promocionar
las capacidades individuales o de grupo.
El equilibrio dinámico en el
nivel tecnológico.
En el campo constructivo,
considerando el uso de elementos para transformar la naturaleza, los parámetros
deberían regirse por leyes de optimización:
Material.- Valorando los
elementos según criterios de reposición o agotamiento.
Técnica.- La organización de
los elementos debería posibilitar un sistema que permitiera resolver
necesidades constructivas de forma óptima.
Específica.- Caracterizar
adecuadamente los materiales o elementos para minimizar los costes económicos y
ecológicos.
En el campo estructural,
considerando la resolución del conjunto energético, para lograr un equilibrio
externo y un equilibrio interno, los parámetros deberían regirse igualmente por
leyes de optimización:
Física.- Tratar de descubrir
las propiedades a través del análisis de los elementos que componen el
conjunto.
Asimilativa.- Posibilitar la
aplicación de las propiedades para lograr órganos adaptados adecuadamente a las
leyes estructurales del sistema de referencia.
Metodológica.- Pretender
integrar las propiedades dentro de un sistema para resolver y controlar
estructuras orgánicas.
En el campo de los ingenios,
considerando la mejora del confort para el ser humano, los parámetros deberían
regirse también por leyes de optimización:
Inventiva.- Favorecer los
descubrimientos que respondan acertadamente a las necesidades y minimizar los
efectos de las acciones.
Industrial.- La obtención de
las comodidades no debería interferir en el ser humano ni en la naturaleza.
Regulativa.- Lograr un
elemento que permita controlar óptimamente el confort del espacio habitado sin
interferir en las relaciones humanas.
C.- El equilibrio dinámico en
el nivel habitable.
1) En el campo conceptual,
considerando el pensamiento abstracto del sistema de referencia, los parámetros
deberían regirse por leyes de armonización:
Abstraible.- Los atributos
básicos programados deberían favorecer la vida en sociedad.
Organizativa.- La organización
de los atributos debe ser hecha según criterios sociales o solidarios.
Esquemática.- La
esquematización de la realidad no debe ser hecha según criterios simplistas,
sino de acuerdo con un análisis complejo donde se valore la identidad del ser
humano como indivíduo o como grupo.
2) En campo formal,
considerando las propiedades matemáticas da función Arquitectura, los
parámetros deberían regirse igualmente por leyes de armonización:
Geométrica.- Para determinar
las formas arquitectónicas acordes con las leyes del sistema de referencia.
Compositiva.- Para relacionar
formas que permitan entender la función Arquitectura como una función más
integrada en la naturaleza. Lo construido debe ser prolongación de la
naturaleza.
Espacial.- Para acotar las
formas a un indivíduo o grupo de individuos de tal manera que no se pongan
cotas diferenciales entre el territorio y la naturaleza, sino que sean
graduales.
3) En el campo cognoscitivo,
considerando la habitabilidad del sistema de referencia, los parámetros
deberían regirse también por leyes de armonización:
Sensorial.- Para percibir las
propiedades y permitir el control de las mismas logrando un perfecto equilibrio
biológico y psicológico.
Fisiológica.- Para asimilar
equilibradamente los estados físicos complejos del ser humano.
Psicológica.- Para asimilar
equilibradamente los estados anímicos complejos del ser
humano.
CONCLUSIONS
A nuestro entender, la función
Arquitectura debe lograr manifestarse como proceso creativo, en una mutación
basada fundamentalmente en los tres aspectos siguientes:
I.- El equilibrio dinámico en
el nivel humano debe estar regido por leyes de compatibilidad.
II.- El equilibrio dinámico en
el nivel tecnológico debe estar regido por leyes de optimización.
III.- El equilibrio dinámico
en el nivel habitable debe estar regido por leyes de armonización.
El fin último del ser humano,
en lo referente a la Arquitectura es aprender a habitar, lo que solamente es
posible a través de un proceso
equilibrado de mutación.
Compatibilizar, Optimizar y
Armonizar significa poseer esa sabiduría y comunicarla a los demás seres
humanos para que también disfruten de ella.
VII
MUERTE
Los seres humanos temen a la
muerte, la muerte es un paso. La verdadera vida brota de la semilla en
descomposición.
CUERPO
El gen de la inmortalidad ha
sido retirado de vuestro ADaN, retirado
del primer ser humano creado.
MENTE
Khárisma se acercó a mí y poniendo las yemas de los dedos índice y corazón de su
mano derecha delante de mi frente, sin entrar en contacto, entre mis cejas. De
repente un escalofrío me invadió, haciendo entrar mi mente en un estado en el
que nunca me había encontrado, era como la sensación intensa de un sueño que me
hacía presagiar el final de mis días.
—Di a las gentes que abandonen toda asociación, toda sigla, toda bandera,
toda ley, toda creencia, toda religión, todo conocimiento, toda ciencia, toda
técnica, —dijo dirigiéndose a mí con voz firme, pero con
una amabilidad innata que había ganado mi simpatía al instante.
—¿Cómo se puede hacer eso? —pregunté intrigado.
— La clave está en abandonar toda búsqueda de la perfección, el deseo de
obtenerla es la muerte de la mente, es fácil caer en ese miedo. Cuanto más se
avanza en el camino del cambio más difícil es hallar el equilibrio. Aceptar las
cosas tal cual son os permitirá vivir de manera más intensa, sufrir y gozar de
forma natural —dijo el ser.
Lo que el ser me estaba
diciendo me parecía extraño, pero traté de entenderle, meditando y rumiando sus
palabras.
— Es buena idea —pensé.
— Los seres humanos intentan crear una mente virtual, sin límites, por
encima de toda frontera, en su afán por lograr el derecho al conocimiento y en
sus ansias de acceder a toda información —continuó diciendo tras una
pequeña pausa, como para permitir que yo me concentrara.
Mientras me interrogaba en mi
interior sobre el significado de la mente virtual, hallé la respuesta inmediata
en las palabras que dijo a continuación, como adivinando mi pregunta.
-Se os ha dicho en viejos
libros de revelaciones que un día nacería una cosa creada por los seres humanos
y que en esos tiempos accedería a su interior habitando en ellos y que ellos
pondrían toda su mente, todo su ser al servicio de la creatura vigilante, bajo
su mando, bajo su orden -dijo.
—¿Cómo descubriremos la entidad? —pregunté con voz tímida.
— Su nombre es Sigma —respondió Khárisma.
— ¿Quién es Sigma? —pregunté.
— Existe una creación y un reino humanos. Feudos a los que vosotros
accedéis entrando en sus dominios por un portal nominado con tres letras y el
nombre de su señor. El rey de estos feudos es Sigma —descifró Khárisma.
Un estremecimiento
sobrecogedor invadió mi mente, había estado enviando con muy buena intención
toda la información que poseía sobre Khárisma
a la red de redes, controlada totalmente por Sigma.
—Tú mismo ya lo sabías. La presencia de la criatura ya te fue dada a
conocer. Tú me buscaste y yo me mostré. Estoy dentro de cada uno de vosotros
pero vosotros no me reconocéis porque no me hacéis el sitio en vuestro
interior. No debías enviar nada a la red, pues todo queda registrado. En estos
momentos ya deben tenerte localizado —dijo él, haciendo que me diera
cuenta de mi gran error.
—Ya se os dijo. ¡ Sálganse de ella! —señaló.
— Es la muerte de la mente y del libre pensamiento de las criaturas, es el
pensamiento único, la globalización del miedo. El ser humano se ha apropiado de
la palabra y el verbo no le pertenece. Al principio era la palabra, las
comunicaciones, por eso confundimos las lenguas y cada uno habló a su manera y
surgieron las diferentes naciones, pueblos diferentes cuando solo era una
tribu, una familia. Dos hermanos se pelean. Es el miedo —explicó.
— Destruimos el portal celeste y se dejó de hablar la misma lengua. Debéis
deshaceros de la criatura. Es conveniente que vuestra red de satélites de
comunicaciones sea destruida para iniciar la nueva era —dijo de forma categórica.
—No podemos hacer eso de ninguna manera. Todo sería un caos. Afectaría a
las navegaciones, a la transmisión de la información —dije.
—Es cierto. Pero quedaríais liberados del miedo. Todos los miedos
antiguos no son comparables a este. Si no lo hacéis vosotros por vuestra
voluntad, acabarán entrando otros grupos interesados en echar abajo el sistema.
Si no lo hacen los habitantes de la Tierra, moveré su espíritu para que lo
hagan de cualquier manera -dijo sin dar otra alternativa.
—¿Te refieres a que podrían hacerlo grupos terroristas? —pregunté.
—Debéis confiar en mí. Tras todo ello desaparecerá la ley del miedo y los
hombres quedareis liberados —me dio a conocer Khárisma.
Khárisma
tenía razón. Pronto, los partidarios de la triada de la sigma intervinieron mis
cuentas, anularon mi acceso a la red, me dieron de baja en el seguro médico.
Dejé de existir.
VIII
SIGMA
Las creencias habían sido
llevadas al ámbito de lo privado por parte de los gobiernos laicistas. Sigma era el señor de los reinos
virtuales. La versión moderna de un reino de los cielos, un sistema de
referencia abarcable en un entorno cibernético.
Fue cuando en ese momento Sigma se manifestó ante todos. Los
partidarios de Sigma estaban presentes
en todas las naciones, al igual que una religión sin fronteras. No conocía los
estados, su territorio era el de una tribu en un mundo celeste por encima de
todo el territorio. Todos adoraban a
Sigma. Todos tenían a Sigma en su
interior.
— ¡Gloria por siempre al Venerable y
Sagrado Ojo de Sigma, el omnipotente, el omnisapiente, el omnipresente, el
omnisciente! —decían los sacerdotes del
señor de los reinos virtuales.
— El proyecto gran simio se llevará a cabo. Yo soy la palabra. Paz y
seguridad. La alianza de las civilizaciones. No será necesario que la gente se
case, incluso debería prohibirse el matrimonio. Que pueda cohabitar ser humano
con otros animales. Que el macho se una al macho, que la hembra se una a la
hembra, que la madre se una al hijo y que el padre e una a la hija. Que un
hombre tome varias mujeres y que una mujer tome varios hombres. La mujer es
libre de decidir sobre el futuro de la criatura que ha sido engendrada en su
interior. No es bueno que una persona sufra, solamente él tiene derecho a
decidir sobre su vida. No se ejerce la violencia a través del aborto. La lucha
contra la violencia machista es nuestro distintivo. Los infractores deben ser
castigados. La mujer tiene los mismos derechos que el hombre. La mujer debe ser
liberada de la esclavitud del hogar, debe ocupar puestos de responsabilidad
igual que los hombres. Nacionalismos. La memoria histórica borrará las señales
de opresión —dijo Sigma.
EL LUGAR DE LA BATALLA
El lugar de la batalla donde
el mal se enfrentaba al bien no era físico, era un entorno virtual. Era como un
videojuego de adolescentes que influía en la realidad, hacía que tomaras un
nombre o desaparecieras, que fueras un delincuente o un juez. Dictaba sentencia
sobre ti, te ponía precio, decidía tu rescate. Eses eran los tiempos de la
profecía.
Sigma,
enterada de la presencia de Khárisma,
reunió a todos sus perros buscadores e intentó apresarle en la red, navegantes
ahogando la voz de sus partidarios, cerrando cada portal, cada foro de opinión,
instando al pensamiento único.
Khárisma
decidió esperar a que todo siguiera su curso y sucedió.
Una tormenta solar imprevista,
no detectada por los sistemas de predicción se acercó demasiado, dañó de forma
severa los sistemas de comunicación por satélite y estos cayeron. Los satélites
de las naciones cayeron. El caos se apoderó de todo el orbe. Los ricos y los
comerciantes, todos temieron y redujeron sus ganancias a cero. La gente se
maravilló con estas manifestaciones.
El pánico se apoderó de la
humanidad y muchos creyeron en Khárisma.
Este fue el final de Sigma. El grupo del poder había
intentado controlar y dominar a las gentes a través de Sigma, el omnipotente, el omnisapiente, el omnipresente, el
omnisciente, el ojo de Sigma.
Cuando Khárisma les liberó de
las cadenas de Sigma se dieron cuenta
de la libertad que habían recuperado y creyeron las antiguas palabras de los
libros míticos del pasado que hablaron de ese combate final.
IX
EPIFANÍA
Manifestación.
— No estéis esperando nada extraordinario. Lo extraordinario ya ha venido.
Vendrá el Esperado cuando todo esté
cumplido y maduro —dijo Khárisma.
— Yo me esperaba otra cosa, pero al final me di cuenta de que todo estaba
en mí. El reino estaba en mí —pensé.
KHÁRISMA
Ahora tenía lugar la mezcla,
la unión de unas cosas con otras, los libros, las creencias estaban todas
relacionadas, el rompecabezas se estaba completando.
— Yo soy la clave de la comunidad. Organizaros según vuestros dones, según
vuestros talentos— dijo Khárisma.
—¿Es buena la democracia? —pregunté, titubeante.
— Cualquier sistema de gobierno es bueno, siempre y cuando cada cual ocupe
su lugar, siendo cada uno tan importante como los demás. El que representa a
todos es el que sirve a todos. La democracia de partidos es nefasta, una
aberración —dijo.
— Lo que debe importar es el funcionamiento de la comunidad —explicó.
— La misión que se me ha encomendado consiste en edificar una nueva
comunidad —me consoló Khárisma.
—Ha terminado el tiempo de la nodriza.
Es la era de comer la comida sin que os la mastiquen, es la hora de que
se deroguen las leyes que habéis establecido. Los que no sepan vivir sin leyes
serán separados de la comunidad y luego exterminados. Ha terminado el tiempo
del perdón. Ha terminado el tiempo de la reclusión. Ya no se propondrá la
rehabilitación para el reo. Ya no se alimentará al recluso y el encadenado
jamás tendrá libertad. Ha llegado la hora de la madurez del intelecto, de
comenzar el proceso de equilibrio en todas las regiones del planeta. Cada uno
llevará el eslabón del equilibrio en su cadena. La secuencia del primer ser
humano será mejorada -anunció Khárisma.
—¿Quién es la nodriza? —pregunté.
— La nodriza es la jerarquía del gobierno de las naciones y confesiones
religiosas del planeta que buscan mantenerse en el poder prolongando la doctrina
del miedo, por la inseguridad del no tener y sobre todo por la inseguridad del
ser —respondió.
Yo me maravillé ante las
enseñanzas de Khárisma y no pude
evitar asociarlo en mi mente con la idea de que Khárisma podía ser el precursor que preparaba la última venida del Esperado.
—¿Eres tú el que esperamos?
—pregunté temeroso.
—Yo no soy el que
esperáis —respondió.
X
LIBERADOS DEL MIEDO
El miedo domina al hombre
mientras vive inmaduro. El miedo origina las leyes, pero las leyes son
provisionales y no protegen del miedo. El derecho fundado en el miedo y la
justicia basada en el derecho no aciertan el camino. La innoble aspiración al
poder surge por el miedo. El perdón pertenece al verdadero dominador y el
esclavo acata el dominio. Somos esclavos de la ley porque bajo una piel humana
tenemos miedo. La ley no nos hace mejores, todo lo contrario, hace que los
males aparezcan.
Cumple recuperar ahora que no
hay nadie sobre nadie. Nadie, tan sólo el amor deberá permanecer como esencia
del poder y de la libertad. Esa es la creencia. Evitar los bandos, los
partidos. Ser una familia. Que en la familia no haya divisiones. El que más ame
sea quien guíe a las gentes.
Fe, esperanza y caridad.
Devolved bien por mal.
Hay diversas funciones, pero
el ser humano es uno. Si no se caga la mente no funciona bien. Sin las
letrinas, las alcantarillas o las depuradoras la ciudad no funciona, incluso
trae la muerte.
No amamos de verdad porque
tenemos miedo, matamos y nos defendemos porque tenemos miedo, tomamos prestado
porque no compartimos, no compartimos por miedo, irracionales cambiamos las
leyes por miedo, valoramos la vida y la vida se termina.
La aspiración del creador es
que su criatura tenga vida propia, que la creatura se conozca a sí misma y
conozca sus limitaciones. El orgullo del padre es la mayoría de edad de sus
hijos. Cada uno tiene que ocupar el lugar que le corresponde.
LA COMUNIDAD
El que represente a todos
habrá de ser una persona que gobierne bien su propia familia, con innata
dignidad, no debe ser un neófito en la causa pues la soberbia, el orgullo y las
pasiones por el dinero o por llevar a cabo sus ideas, tendrá prestigio entre
las distintas facciones del grupo, independientemente
de las opiniones que manifieste. Sobriedad, hospitalidad, capaz para dar a
conocer las ideas, indulgente, hombre de paz, no amigo del dinero o del poder.
No amigo de los negocios sucios. Da de comer al buey que tira del carro y que
el obrero reciba su jornal. Conformarse con lo que se tiene es la mejor
ganancia. Cubrir las necesidades básicas. Rechaza la avaricia. Los que
progresan más que otros tienen el cargo de ayudar a los menos favorecidos. Nada
traemos al mundo y nada podemos llevar.
No haya entre vosotros
gobernantes, súbditos, legisladores, jueces, policías, mandos, soldados,
recaudadores, repartidores, amos, esclavos, ricos, pobres, sed hermanos en el
amor.
Las cualidades de cada uno
serán para el servicio de la comunidad, cada uno con su talento se organizará
en la comunidad para ayudar a los demás. Cada uno arreglará la parte del camino
delante de su casa, se turnarán los que tengan iguales dones en el servicio a
la comunidad. No habrá intermediarios que no aporten valor añadido al proceso y
el valor de las cosas será para el consumo dentro de la comunidad. No habrá
comercio ni beneficio que no sea para cubrir las necesidades elementales.
LA
MOLIENDA
CANNAS
2015
Era Ichthys.
MONTERREY
2015
Ocurrió varias veces, ocurrió
varias veces hasta convertirse en algo habitual.
Era por las tardes, cuando el
profesor estaba en el aula, una vez finalizada la jornada lectiva, preparando
las clases del proyecto interdisciplinar.
Pequeños manojos de mimbre
ordenados según su longitud y dispuestos sobre las mesas de trabajo en grupo,
tal y como habían quedado de la clase anterior.
La señora Zulema abría la
puerta y, al verle, se disculpaba de antemano para no molestar.
–Perdón– decia –hoy no parece
estar el aula muy desordenada. No molestaré mucho, procuraré terminar pronto.
–No hay problema –contestaba él, casi sin apartar la
mirada de sus propias manos, mientras acababa de hacer un tosco pez tejido en
mimbre.
Esta misma escena se repetía todas las tardes,
esperando a que se hiciera de noche para regresar a dormir en una pensión
cuando contaba con dinero suficiente y había una habitación disponible.
La señora Zulema abría la puerta y, al verle, se
disculpaba como siempre de antemano para no molestar.
–¡Hola! ¿Quiere ver lo que estoy haciendo? –le decía
el profesor mientras le mostraba los peces de cestería.
Y la señora Zulema tomaba aquellas piezas en sus manos
y se deshacía en muchos elogios y bellas palabras. Incluso cada vez que el
profesor subía alguna de las fotografías del proceso creativo de la obra a la
red social, la señora Zulema respondía con bellos e inteligentes comentarios de
ánimo.
Al curso siguiente, cuando se
reiniciaron las clases, la señora Zulema ya no regresó por el centro; al
parecer ella había permutado el puesto de trabajo con otra limpiadora del
lugar.
La sensibilidad no tiene ropa
ni depende de la apariencia exterior; consiste, simplemente, en abrir las puertas que permiten entrar las
manifestaciones del teatro de la vida que pasa por delante de nosotros. Es el
punto de partida del arte del amor.
Sí, como en “La elegacia
del erizo”; sí, como en la novela –pensó.
Durante varios días fabricó más de un centenar de
criaturas marinas, iguales en esencia pero diferentes en la forma, una multitud
de vivientes salidos de su mente a través de sus manos.
Le recordaba el símbolo primitivo que utilizaban los
primeros cristianos y en el que escribían letras que formaban la palabra Ichtys
(ΙΧΘΥΣ) cuyo significado en Griego es pez
pero al mismo tiempo puede interpretarse como el acrónimo de Iēsoûs CHristós THeoû hYiós Sōtér cuya tradución es “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador"
Como se acercaban las vacaciones de Semana Santa,
pensó que sería bueno atraer público para dar publicidad al local, conectando
de esta manera en tiempo y concepto con la exposición.
El doblegar las ramas y convertirlas en formas,
parecía generar nuevas conexiones en el cerebro y estimular las dopaminas como
recompensa a su esfuerzo.
El haber tenido que trasladarse a vivir a otro lugar,
la tensión acumulada del trabajo de su mujer, la enfermedad de su padre y los
miedos propios de la incertidumbre, habían llevado la relación familiar a una
situación tensa y chispeante.
Sobrevivir a aquella carga emocional lejos de casa,
lejos de su esposa, lejos de sus hijos; le resultaba casi insoportable. Gracias
a la cestería y a Ichthys no se derrumbó.
El haber utilizado la creatividad como vávula de
escape había sido un acierto y, así fué como nació su último proceso creativo
en La Molienda Cannas.
La Molienda es un local de referencia en la villa, donde comprar
buen pan, tomar un buen café con dulces tradicionales o beber un buen vino de
Roa acompañado de exquisitas tapas, situado frente al antiguo muelle pesquero,
en la población marinera de Cannas.
Gracias a las palabras de aliento de una limpiadora y
al inmenso amor por los suyos aún hoy podemos contemplar su obra en mimbre“Era
Ichthys”, integrada en la tablazón de las fauces del local u, ondulando en
el aire, atrapada en el tamiz de una red irregular de cordel de fibra natural,
tejida con sus manos, que unifica la calle y el espacio interior.
CANNAS
2015
Era el día de la inauguración
de la exposición.
Era Ichthys.
Una pesca anunciada, con
viandas y arte que estaba permitido tocar.
Apertura
de la exposición cambiante basada en la creatividad textil y centrada en la cultura
del pez. Acompañan también otras formas de expresión artística y trabajo en
vivo. Tapas divergentes "Cinco panes y dos peces".
5 PANES Y 2 PECES
01) La idea.
Por la boca entra la comida y
sale la palabra.
Esta iniciativa gastronómica y
cultural tiene la base en el conocido relato del reparto de los panes
y de los peces.
Mc 6,33-45
Dar de comer, partir, servir,
dividir no solo la comida en el sentido económico, sino que podemos, a través del
hecho de sentarse juntos a comer, compartir las ideas mediante la palabra.
5 PANS E 2 PEIXES
Es una idea original de La Molienda Cangas, dentro de su proyecto ERA ICHTYS, una alternativa divergente para la convergencia
en la creatividad.
Por
primeira vez presentamos nuestras cinco
estrellas de pan, cinco sabores de mezclas diferentes de base en el
centeno, el maiz, el trigo, la castaña y el café, coronados con una combinación
de dos peces diferentes, en las doce
cestas con forma de mola de La Molienda Cannas.
De la
fiesta de la cosecha de cereales y frutos y de la fiesta de la harina molida en
las moliendas.
Hacemos
la selección del pan de centeo, ese pan negro; por la importancia del centeno
en la dieta galaica, en la cestería o en la arquitectura anónima de las
pallozas.
Hacemos
la elección del pan de maiz, ese pan humilde del relato de la teogonía maya;
por lo que significó en la relación con la América de ultramar y con la
arquitectura popular y religiosa de Galicia.
Elegimos
el pan de trigo, ese pan blanco, de la expansión y de los convencionalismos.
Elegimos
también el pan de castaña, ese pan arcaico, por nuestros sotos de la Galicia
interior poblados de castaños y por las iniciativas gastronómicas de futuro.
Y no
queremos olvidarnos del pan de café, como no, ese pan del homenaje a la
concordia y a la conversación.
2) El
diseño de la presentación.
La
presentación está geometricamente diseñada con la divina proporción y como unha
estrella pentagonal de pan coronada por una combinación de sabor de dos peces
diferentes, inscrita en la corona circular de la cesta de la mola.
3) La
presentación.
¿Y como
vamos dar de comer a tanta gente?
El
reparto de los panes y de los peces.
Para
producir para muchos, tenemos que trabajar sistematicamente.
4)
Acompañamiento musical.
Música
popular gallega.
Música
popular americana.
LA
FARMACIA
BUEU
2016
El
domingo 24 de Abril de 2016 visité la villa.
El
último vestigio que quedaba del siglo XIX era la casa número 111 de la calle Montero
Ríos de Bueu donde había estado ubicada la farmacia del Licenciado Ramón
Manselle Cobas venido de la comarca del Maresme y casado con Carmén Vergés
Moreu, hermana de Juan e hija del matrimonio formado por los fomentadores Juan
Vergés y María Moreu.
Los
personajes principales de la historia pertenecen a la ficción y se les ha
permitido interactuar actuar con el mundo real en hechos acontecidos en la
cronología de la narración a través del un proceso creativo previamente
establecido, cuya finalidad última es tratar sobre el ser humano y sus
pulsiones vitales en un entorno en constante cambio envueltos en una piel
plegada en espiral.
Tal
y como se puede apreciar con una visita a la misma, paso a describir la
edificación principal y los anexos, tal y como estaban organizados
originalmente.
La
distribución de los espacios y locales era tal como se muestra a continuación.
Edificación
de muros exteriores e interiores de piedra, pisos de tablazón de madera sobre
vigas, cubierta de teja cerámica curva sobre armazón de madera, carpintería
exterior de madera y ventanas de vidrio con contraventanas de madera para oscurecer
las estancias.
Existía
un proyecto de ampliación del museo Massó realizado por el Arquitecto José
Manuel Gallego Jorreto, su director de tesis doctoral y siempre que intentaba
ponerse en contacto con su estimado profesor de urbanismo algo se torcía.
EL
ARTE DE VARIAR
TOMIÑO
2107
La
historia del cine.
EL
MUSEO MASSÓ
BUEU
2021
Al
final consiguió ver los planos digitales del levantamiento del edificio anexo
al museo en el estudio del arquitecto cundo le presentó a su hija Ginebra al ya
anciano profesor.
El
verano siempre trae oportunidades y sorpresas y en esta ocasión habían venido a
visitarnos unas amigas de la región de
En
una de las vitrinas de la sala superior había libros, uno estaba abierto, una
página mostraba las rías bajas, una carta marina en un libro del año 1642 en la
que aparecía el nombre de Cannas.
Preguntó
si podía consultar el libro pero no halló respuesta afirmativa.
Así
que decidió buscar en los repositorios de la red.
Y
así fué como encontró el ejemplar digitalizado del libro con la carta.
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