EL CÓDICE CANNAS

 

 

LA LLEGADA

ALDÁN

1836

 

Se cuenta que por aquella época, había llegado a la comarca del Morrazo una nutrida caravana de mouros, formada por familias de diversa condición y procedentes de la comarca del Maresme.

Al parecer, habían venido en busca de fortuna a estas tierras de la comarca, atraídas por el ansia de encontrar mejores oportunidades y ahora trabajaban como marineros o jornaleros para abastecer la fuerte demanda de sardina de las fábricas de salazón que se habían establecido en la costa.

Con ellas se había acoplado un forastero, también de la misma procedencia; un varón de unos veinticuatro años de edad, de aspecto imponente debido a su considerable alzada de seis pies, manos grandes de tacto áspero, brazos fibrosos, caganer de duras nalgas y piernas robustas de pantorrillas marcadas por la simple razón de que los desplazamientos se hacían a pie, con unos ojos azules y largo pelo negro en trenza recogido y oculto en barretina que se enmarcaban en un rostro moreno de facciones rectas, nariz aguileña medio torcida por una reyerta y labios carnosos. Tenía una cicatriz en la ceja izquierda y  en el ambiente de la caravana de colonos era conocido con el apodo o mote de “Carnasedo”, apelativo que le habrían asignado los lugareños del puerto de Aldán al ver al pixaner enseñando la carnaza.

Acostumbraba a vestir con las prendas de la época. Calzones a la altura de la rodilla, mostrando lo marcados gemelos y una camisa de estopa y cáñamo con medias mangas sobre sus tensos bíceps. Cinturón de cuero con fíbula de bronce. 

Joseph Blau, se había instalado en un alpendre de tablazón o chabola marinera, próxima a la parroquia de San Cipriano, una pequeña edificación de la calleja que baja desde el templo a la playa. No hacía más de un año que Pep había llegado y trabajaba por temporadas como jornalero o bien como carpintero en varias fábricas de salazón en la zona, establecimientos localizados en sendas orillas de la ría de Aldán y pertenecientes a los cerrados clanes familiares conocidos como los fomentadores de la industria de la sardina.

 

LA DESCARGA

HIO

1844

Un día, a mediados de verano, durante una gran descarga de sardina, Joseph se había presentado a hora muy temprana en la fábrica que aún hoy existe en ruinas en Punta Alada, en el lugar de Vilanova, en la parroquia de San Andrés de Hio, perteneciente al municipio de Bueu en aquellos días.

Saltó de la barca con su espuerta de esparto cargada a la espalda y deteniéndose un instante, su silueta prominente quedó recortada en la pared del naciente. Luego, Joseph cruzó rápidamente la puerta que existía en el muro, entró en el patio enlosado de la fábrica y se encaminó a la bodega.

La bodega se encontraba entrando a la derecha. En un ángulo del local había una alquitara de cobre para hacer destilaciones, pipas de vino,  un gran apilamiento de duelas y otro de tablas para los fondos. Pep echó un vistazo y reparó que quedaban pocas liazas de mimbre y casi ninguna corteza. En unos soportes de madera clavados en la pared del almacén había varias docenas de arcos de madera de castaño.

En otro local anejo estaban las redes de pesca y había una zona apartada donde los obreros solían encascar las nuevas.

En la parte alta se encontraba la vivienda del propietario con una vista extensamente agradable hacia los arenales de Aldán.

El muro frontal y el muro lateral izquierdo del patio estaban flanqueados por alpendres. Los cobertizos con cubierta de teja albergaban los lagares para la salazón.

Pep era carpintero de oficio y se dedicaba a componer timbas, unas pequeñas barricas de duelas de pino de medio pie de alto y un codo de diámetro, cinchadas con dos cintas de vara de castaño que se utilizaban para envasar el pescado salado y prensado que transportarían después los barcos de cabotaje hasta las costas del Mar Medi Terraneum.

En esa época una vez despachados, los galeones, goletas y bergantines zarpaban desde el muelle de San Cipriano en la parroquia de Aldán, perteneciente al ayuntamiento de Bueu, con destino a otros puertos de la costa levantina peninsular.

En la recién construida fábrica de salazón era costumbre que trabajasen por aquel entonces muchas rapazas. Los trabajos de las mujeres en las industrias de salazón de la costa gallega eran eventuales. Los salarios de las mujeres eras más bajos que los salarios de los hombres.

Los mozos de procedencia local y los foráneos con más interés por relacionarse y socializar en la zona no paraban de hacerse notar delante de ellas con miradas transparentes y picardías.

Una de estas rapazas destacaba por su buena hechura sobre las demás, tenía una altura aproximada de cinco pies y un palmo, faz hermosa de tez morena, nariz recta, orejas bien formadas, ojos verdes, lustrado pelo negro y cuidados cabellos, piernas de gemelos marcados por el caminar diario por las veredas, pechos abultados y posaderas proporcionadas de aspecto piriforme que se marcaban bajo la tosca vestimenta al agachar su cuerpo sudoroso.  Atendía por el nombre de Josepha y sus padres eran naturales del lugar de Graña en Bueu.

Esa tal Josepha de sobrenombre Modesta, era una mujer joven bastante atractiva de unos veintiún años y aún entre el olor a saín de la chabola de salazón desprendía aroma de mujer.

La verde mirada de Modesta se cruzó con la de Pep. El muchacho enseguida se dio cuenta de su presencia y no pudo evitar retener la vista y mirarla fijamente barriendo sus formas en las tres direcciones cartesianas.

Al terminar la jornada, los rapaces marchaban en grupo por los senderos serpenteantes o por los carreiros caminando a sus respectivas casas y les acompañaban las chicas en una larga hilera, ristra que decrecía hasta que se desvanecía cuando los que vivían más lejos alcanzaban sus casas.

A los pocos días, Pep Blau se unió disimuladamente al grupo de mujeres y se fue aproximando de forma casi asintótica a la muchacha.

Te he visto en la salazón —dijo Pep acercándose a ella.

Yo también —contestó Josepha con el corazón acelerado.

Mañana es el día de Sant Iago y es costumbre entre los jóvenes del pueblo acudir a la romería de la feligresía de Hermelo, así que algunos de nosotros hemos pensado sacarle el polvo a la vieja rabona de Juan Vergés, un buen amigo de mi familia en Calella, mi pueblo natal y llevarla para  que chirríe un poco.  Un moyo de vino, una cesta de tiras de castaño con bolas de pan de centeno y timbas de sardina prensada para vender y sacar algún real —propuso Pep.

Me gusta el sabor del vino mezclado con las sardinas secas asadas con aros de cebolla sobre un pedazo de pan de centeno o de maíz negro. Hay buen vino de la parroquia de Cela y buen pan de Meiro indicó Josepha.

Si gustas puedes acoplarte al grupo —invitó Pep.

Nosotras subiremos por el camino habitual, como todos los años, por los peñascos de la fraga del río Bouzós —dijo Modesta, tardando en contestar.

¡Por Sant Jordi que lo pasaremos bien! —exclamó Joseph de forma solemne, sorprendido por la inesperada respuesta afirmativa de la joven.

Pep se despidió del grupo de muchachas en el pequeño lavadero que hay al lado el puente del rio Orxas y ellas continuaron el camino a través de los montes del Condado.

Al caer la tarde, tras la despedida, los corazones solitarios aún latían a mayor ritmo de lo habitual y tanto el uno como el otro no dejaban de pensar en el día siguiente.

Pep antes de volver a la chabola paró en la taberna del puerto. Cruzó el umbral y se sentó en una vieja mesa de gruesas tablas. La tabernera, notando s u evidente presencia se acercó para tomar nota del pedido.

―¿Que desea forastero? preguntó la tabernera.

Una tassa de vino tinto y algo para comer ―respondió el maresmense.

Temos caldeirada de raia e viño de Donón ―ofertó la regenta del establecimiento con acento local.

Pronto apareció la tabernera con una escudilla de barro llena de abundante agua con pimentón, patatas y pequeños trozos de raya con una cuchara de madera y una porción de pan de maíz negro y centeno para acompañar la sopa.

Joseph se sentó en el banco con otros comensales, marineros foráneos,  como era común en los puertos de mar.

Tomó el pan duro y, haciendo migajas, lo incorporó al cuenco; luego agarrando la cuchara como si se tratara de un remo comenzó a palear el contenido a la boca.

Pidió un par de tragos más, pues el vino era considerado un alimento necesario para la nutrición.

Era ya entrada la noche y con la espuerta en mano se dirigió al alpendre, posó la espuerta sobre una piedra que sobresalía del muro y apartando la pretina del calzón comenzó a orinar erguido como era costumbre entre los hombres. Estaba muy tenso y con el miembro enhiesto de tanto aguantar la orina, y en estas circunstancias, al acabar de orinar, intentó entregarse de forma manifiesta a la práctica del placer pero como sintió voces cercanas, se adentró en la habitación y trató de encender el fuego por percusión con un eslabón, pedernal y yesca de hongo.

Si no disponían de estes instrumentos, acudían a la llama perpetua del templo para encender el hogar.

Distraído por la presencia de gente cercana al alpendre, había perdido la tensión de aquel fuego que le invadía por dentro y tras cerrar la tosca puerta de pino, se echó agua templada sobre su cuerpo restregándose con jabón de grasa de cerdo y sosa cáustica, en una tinaja de madera, una escena en claroscuro ambientada con la tenue luz del farol.

Ya cercana la media noche, se acostó sobre un lecho de paja de centeno, cubierto con el pedazo de la vela de una  dorna.

Se quedó dormido y al día siguiente, al despertar se encontró pegajoso y con la tela de la dorna mojada. Al parecer sus deseos y pensamientos íntimos se habían ido a correr la caravana y se habían liberado en sueños húmedos que no lograba recordar e irremediablemente le habían inducido a llevar las cabras al monte y provocar una abundante polución nocturna.

No era la primera vez que le ocurría este hecho y, a menudo, notaba que su miembro se hallaba muy tenso de madrugada, provocando en su interior el deseo de llevar la mano al pecho y rozar instintivamente con las yemas de los dedos las mamilas mientras trataba de soltar la intensa tensión que había aparecido en la zona abdominal rozando la superficie del mástil con la ruda tela de la vela que le cubría.

Mientras tanto, en otra escena paralela, Modesta se quitaba el largo y grueso vestido de color verde oscuro que le cubría las piernas casi hasta el calcañar, luego calentando agua del balde en el lar, la vertía dentro de una gran tina de madera, lavándose los pies, las axilas y las partes. Luego se tumbaba sobre el jergón de follaco, semicubierta por un escueto paño de estopa al lado de la lumbre. Semidesnuda pero caliente, llevando la palma de su mano sobre la cara suave, deslizando las yemas de los dedos sobre los labios camino del cuello, mientras sus pechos se erizaban bajo la sarga y, apresuradamente, su otra mano buscaba abrir camino entre el pliegue y repliegue de sus piernas en frotación, para acabar humedecida por la lubricación que emanaba de aquellas partes amigables y, luego, tras  esas tareas tan dulces quedar dormida al lado de la artesa de amasar el pan, junto al dorneiro de tabla de pino, al calor y al olor del horno de piedra anejo a la lareira, en aquella cocina de piso de tierra, mientras escuchaba el gemido de su madre holgando tras el cortinaje de un catre con pared de barrotillo de caña, revestido con mortero de cal y arena que ocupaba el ángulo noroeste del sobrado con el piso de tablazón de aquella casa de paredes de mampostería de dos pies de grueso, con las únicas aberturas de una ventana en la sala y la puerta de madera con postigo en la cocina.

Tras similares experiencias nocturnas y el apasionado interés por la celebración festiva, como rotura de la rutina diaria, abriendo un intervalo para la pasión y la devoción nocturna amenizada por los fuegos de artificio,  los muchachos y las muchachas no dudaron en levantar sus cuerpos extremadamente relajados en la pesadez del lecho y aún soñolientos se desperezaron para luego lavar los ojos en la palangana con la ilusión de preparar sus cestos de cachas llenos de viandas y con garrafones llenos del vino que salía por la billa o por los tornos de los viejos fustes de las pipas, para encaminarse al lugar de Hermelo y una vez allí descubrir algún lugar idóneo donde recalar y comer a rastras sobre las lajas de piedra madre o sobre la mullida hierba de un prado o comareiro.

Unos iniciaron sus andaduras y otros las cabalgaduras desde procedencia distinta, para encontrarse antes del toque del Ángelus cuando el Sol llega a su punto más alto, donde antiguamente había un monasterio, anejo al edificio del templo.

Tras el encuentro, se saludaron y se dirigieron hasta la parte alta del poblado, donde aún hoy hay unas lajes de piedra limada por el tiempo con unos surcos de formas extrañas y cazoletas casi inapreciables bajo el liquen y el musgo.

Una vez allí, a Pep se le dio por recoger del suelo fragmentos de piedras vítreas de color negro, cristalizadas según prismas hexagonales y haciendo con su navaja una cavidad en una minúscula galla de roble las incrustó formando una cruz y al terminar el oficio religioso se la regaló a Modesta.

Joan Vergés que había venido en el grupo de Bueu con el carro para vender sardina en salazón, vino y pan, acompañaba a Pep en la romería y mientras estaban sentados en la pértiga de la vieja rabona recordando aquellas romerías juveniles de las tierras del Maresme, levantándose del madero comenzaron a bailar la sardinia, al son de la gaita y del tambor improvisado a partir de un timbal de sardina.

Pronto se animaron otros y mezclaron los ritmos de las tierras en una fusión de bocados de pan, tragos vino y sardina seca prensada salmuera.

Siempre andas con entretenimientos —dijo Juan Vergés.

Ya ves que esa muchacha me hace andar como chiquillo agarrado a la rabona de su madre —confesó Pep.

Y ella,… anda detrás de ti como una rabona tras la tropa —completó María que escuchaba atenta cogiendo del brazo a su esposo Joan.

Sabes que soy un echado para adelante, y ella es como la cuerda de retorno del carro, el grueso cabo con forma de rabo atado a la rabera que frena la carreta cuando baja del monte con madera y donde se ata la cuerda de la red de la jábega en la playa. Así es ella, así me arrastra, me frena y me rastrea como la rabona —replicó Joseph.

Al poco rato, se acercó a ellos el grupo de chicas y Modesta se unió a la conversación. Los recuerdos de la noche y la atracción mutua no tardaron en aflorar tras el roce de las miradas y estas pronto hicieron nacer un deseo irresistible en sus mentes jóvenes para la aproximación gradual de sus cuerpos, encadenando una serie de hechos que les llevarían inevitablemente al contacto íntimo.

Y así fue, pues al atardecer, en el trayecto del camino de regreso a casa, se separaron estratégicamente del grupo y aprovecharon para tumbarse en un cómaro tras refrescarse en el riachuelo,  cerca del molino que los vecinos llaman de los canteros, y tras un breve retozar, se levantaron y se dirigieron al molino a curiosear.

Se escuchaba el sonido sordo del agua saliendo por la saetera y golpeando con fuerza la rueda de eje vertical de palas de madera que hacía mover la muela del molino, girando y volando sobre el pie, apoyada en la segorella y acompasado esta sinfonía con el sonido del cacarexo que dosifica el grano en el orificio, mientras la harina se esparce por el suelo.

Como la puerta estaba entreabierta, Pep intentó invitar a Josepha para que entrara, llevó la palma de su mano a las posaderas de la chica y ella sintió una descarga de placer y un fuerte escalofrío mientras la obligaba a entrar en la edificación y ella se abandonaba a lo imprevisto, a lo inesperado.  Pep le rodeó la cintura con el brazo izquierdo y la atrajo rozando su abdomen, mientras con la palma de la mano derecha empujaba su cuerpo hacia adelante haciendo que Modesta apoyara las palmas de sus manos sobre el camastro y su cabellera negra azabache barriera la tosca cama.

Estaba claro que Pep, vinater confeso en el pasado, aprovechaba para actuar bajo los efectos desinhibidores del vino y Modesta andaba igualmente alegre. Como Modesta le seguía el juego, levantó hasta la cintura su ropa y dejando entrever la zona bivalva entre sus nalgas, la mirada de Pep reparó en el tono moreno de esa zona perineal y acercando con celeridad su mano a la muchacha la atrajo para tomarla.

Pep, mojando las yemas de sus dedos índice y corazón en los núbiles pliegues labiales de Modesta, empujó repentinamente hacia dentro gesticulando placer, rompiendo la  fina piel de su inocencia robada y tiñendo sus muslos en grana. Las ganas de romper y penetrar iban en aumento y deshebillando los calzones,  accedió a la húmeda puerta vulnerable para apagar el fuego mientras cerraba los ojos y luego abría la mirada fugaz de aquella piel trémula agarrado las caderas con sus grandes manos con el rítmico movimiento oscilante del mástil de un bote amarrado a puerto pero a merced de las olas. Olas de intenso placer y harina fina de óleo, haciendo resbalar el pecho sobre su espalda mientras agarraba los pechos de la muchacha azorada y, sobre la tela, jugaba hábilmente con los dedos amasando sus pezones.

No se sabe donde Pep había adquirido tales mañas, pero quizás se hubiera iniciado en los viejos burdeles del los puertos donde había trabajado. Eso no tenía importancia en aquel momento, ya había hecho penitencia por ello en el pasado.  

Lo que sucedió allí daría para escribir un excitante relato, pero el caso es que mientras estaban absortos en tal actividad eran observados a través de la estrecha rendija de la puerta entreabierta del terminado por Isolina Molanes, hija de la molinera y de padre desconocido.

Isolina tenía unos diecisiete años y este episodio marcó su existencia, haciéndola caer inevitablemente en una pérdida del dominio sobre si misma. Cada vez que su madre la enviaba al molino a moler la simiente del maíz, ella esperaba toda la molienda absorta en los sonidos del molino, tumbada sobre el camastro, mientras el grano era molido en el baile de rítmicos movimientos circulares de unos dedos. 

Pasadas cuatro semanas tras ese hecho, Josepha Modesta notó la falta de la menstruación y se quedó bastante preocupada.

Como los catalanes estaban mal vistos en la zona, los paisanos le llamaban mouros, decidió que lo mejor sería no decir quién era el progenitor.

Sus padres la repudiaron vilmente y ella decidió buscar vida por su cuenta, durmiendo a la intemperie, y echándole valor, se marchó caminando con lágrimas en los ojos hasta la playa de Bueu, y buscó trabajo temporal como sirvienta en casa del fomentador Juan Vergés, primo del  alcalde Narciso Gallup Vergés de Calella.

La preñez de Josepha no le impedía hacer los trabajos domésticos, pues era muy buena cocinera  y una hábil tejedora, Ayudaba a la mujer del fomentador en las labores de casa, pues la señora Moreu acababa de traer al mundo a una niña llamada Carmen no hacía más de un año.

En el quinto mes, cuando se celebraba la fiesta de la Navidad, la familia Vergés y Moreu fue invitada a comer con los Gallup, con ellos se encontraba un carpintero, un viejo amigo de la familia.

Juan Vergés necesitaba arreglar la vieja rabona  destartalada, un carro con ruedas de camba para transportar madera y al mismo tiempo tirar de la red en la playa,  por lo que aprovechó la presencia del carpintero para hacer el trato.

Estaban reunidos hablando del encargo y ajustando el precio, sentados en el alpendre del señor Gallup.

Podría sacar más rendimiento a la rabona si se le construyera un cesto de vergas de vimetera o de castaño apuntó Pep.

—Para poder llevar el argazo de la playa a las leiras de los aldeanos. Es muy buen abono para los cultivos de millo —completó el señor Gallup viendo en ello una nueva oportunidad de negocio, ya que se cobraba bien el transporte con carreta.

Bien grande fue su sorpresa, pues el carpintero en cuestión que acompañaba a los Gallup y que ellos apodaban Carnasedo era el tal Pep Blau.

¡Pepa! ― exclamó Joseph llevando su enorme mano abierta a la cara en un gesto de sorpresa.

¡Pep! ― musitó Josepha al volver a ver aquel rostro de marcadas facciones del mouro. Como era un día de fiesta había colocado su gorro de color rojo ajustado a su cabeza.

Los muchachos hablaron tras la comida de todo ese tiempo.  Pepa descubrió a Pep el secreto mejor guardado y acordaron, calculando que la criatura nacería por San Jordi, que sería bueno celebrar boda y bautizo por esas fechas.

Llegado el mes de Abril, prepararon las nupcias.

El parto se retrasó hasta esa fecha y la boda ya no podía ser. La víspera de San Jordi, llamaron al médico y este acudió a casa de los Gallup. Tras varias horas de parto, el doctor anunció que la madre había muerto, pero que al menos había podido salvar a una hermosa niña.

El 22 de abril de 1844 el facultativo certificó la muerte de Josepha Modesta Graña tras el parto, velaron el cadáver y Joan colocó una rosa en el lecho mortuorio. En el tavario de Sant Jordi fue enterrada.

La alegría del padre también se había enterrado con la madre de su hija.

Envolvieron el cadáver de la mujer con el hábito y una vez amortajado lo colocaron sobre dos varas de castaño con toscas tablas atravesadas que luego transportaron cuatro personas a hombros hasta el atrio parroquial. Llegaron al templo de San Martiño de Bueu, con el cadáver al descubierto como se hacía normalmente en la época. Las cofradías de las parroquias  cercanas asistieron al entierro, los mayordomos portaban pendones.

Enterraron el cadáver de la difunta en el cementerio del atrio del antiguo templo.

Comenzaron las honras fúnebres y, como era frecuente, todo ello acarreó una multitud de gastos, debido a las acostumbradas comidas, ofrendas, limosnas, rescate obligatorio de rehenes, ayudas a hospitales  y mil ochocientas cincuenta y dos misas, todo ello necesario para salvación del alma de Josepha Modesta Graña, la finada.

Las misas a perpetuidad acabaron minando sensiblemente el patrimonio de la familia de Pepa Modesta Granha.

El luto era obligatorio, e incluso se había creado un importante negocio con las telas de paño negro para las familias de los difuntos.

Dos de noviembre de mil ochocientos cuarenta y cuatro, día de difuntos. Pep Blau asistió a la misa de difuntos.

Aun así, después de las honras fúnebres sacó fuerzas de su decaimiento y postración, bautizando la criatura durante el duelo ante el peligro de muerte.

La criatura fue bautizada con el nombre de Francisca el mismo día de difuntos. María se ofreció como madrina de la ceremonia y también para amamantar a la criatura, pues sus pechos daban leche abundante, y la pequeña Carmen rechazaba la leche materna por lo que Pep entregó la criatura recién nacida al cuidado de la esposa de Juan Vergés y Coll que por aquella época amamantaba a su hija Carmen de un año de edad. Su hermano Juan ya había cumplido los nueve años.

Francisca era la verdadera razón de la existencia de su padre y el pequeño Juan se entretenía jugando con ella y con su hermana.

Al principio, durante los primeros años de vida, pasaba mucho tiempo con su madrina, la señora María Moreu, en la casa de la ribera en parroquia de San Martín de Bueu.

Conforme iba creciendo, ayudaba en muchas tareas y, a los tres años, con la gracia de los niños de su edad ya le hacía mucha compañía y su padre venía todos los días al acabar la jornada a visitarla, venía a casa de sus compadres en Bueu. Le alegraba su vida y compartía con otros las horas libres en los arenales.

EL DIBUJANTE

BUEU

1849

 

En cierta ocasión, a mediados de septiembre, no lo recuerdo muy bien pero creo que fue el sábado día dieciocho por la mañana.

Pep había trabajado solo un par de horas ese día. Tendría Francesca unos cinco años.

La marea estaba baja, su padre y ella andaban paseando por la playa de Bueu, recogiendo ramas de formas  curiosas y conchas en la arena. Había una multitud de personas tirando de las redes en la playa. Había un hombre dibujando, sentado en una piedra de un grupo de rocas cercano. Tendría unos cuarenta y dos años de edad, mirada dura, pelo rubio ensortijado, bigote, peinado con la raya del pelo a la izquierda, sombrero de copa media, chaquetón de doble hilera de botones de bronce, pantalones ajustados, botas bajas. Mochila de cuero con pequeñas hebillas de bronce a su espalda, una bolsa colgada a modo de bandolera que literalmente descansaba sobre la piedra, al igual que un curioso bastón con terminación metálica en forma de doble hacha, quizás para cortar maleza o defenderse de alguna alimaña.

Pep se acercó al dibujante con la niña montada a caballo sobre los hombros, como suelen hacer los padres con sus hijos y estuvieron admirando la destreza, precisión y rapidez con la que hacía el apunte.

El hombre estaba dibujando con un lápiz de grafito la escena de pesca que tenía lugar en esos momentos. Botes de vela en la ensenada. Botes en la playa. La gente en la arena tirando de las redes, las redes del arte de pesca conocido con el nombre de la jábega. Había mucha gente con gorros de lana de color rojo. Mientras Pep se alejaba con su espuerta a la espalda, y la niña iba más adelante caminando por la playa, el dibujante lo inmortalizó y quedó allí para siempre la imagen de Pep, dibujado en el ángulo inferior derecho de una de las hojas del cuaderno de apuntes, una carpeta de tapas duras de cartón forrado en cuero, con hojas de papel dentro, provista de cintas para atarla. Era el soporte para hacer los dibujos que utilizaba el artista.

 

El hombre que estaba haciendo el dibujo, al parecer se llamaba Genaro Pérez de Villamil y se hospedaba en la casa del señor Juan Fontenla, un vecino adinerado de Bueu, antes de partir en la diligencia destino a Madrid.

En esta expedición que le ocupaba plasmaba fielmente los usos y las costumbres por la zona. El dibujante había realizado también un apunte de una fábrica de salazón colindante con las instalaciones de la familia Massó mostrando el alpendre de las cuencas con varios trabajadores  tras haber contemplado el desplome una gaviota inoportuna y chillona que les había robado el almuerzo, abatida por el certero disparo del arcabuz de don Luís Patiño.

Ahora sábado por la noche estaban reunidos en tertulia fumando tabaco y tomando licores, tras la cena,  con otros cuatro amigos más, Antonio, Enrique, Francisco y Jacinto.

Es una gran satisfacción para nosotros tenerlo en casa como huésped, y admiramos grandemente su trabajo  dijo el señor Juan Fontenla.

―Siempre contando con la ayuda de mi inseparable Perfecto Valdés Argüelles, a quien le auguro muchos éxitos ―añadió el señor Genaro.

―Me honran grandemente sus palabras señor Genaro ―agradeció el señor Valdés.

 Juan Fontenla conocía a Juan Vergés, pues frecuentaban los mismos círculos sociales y aunque le había invitado a la cena, este no había podido asistir, pero eso no le impidió que les enviara una botella de cava.

Al día siguiente no pudo rechazar la oferta y si que pudo asistir, allí entabló amistad con el tal Perfecto Valdés, que posteriormente llegaría a jugar un papel importante en sus empresas de ultramar.


LOS OFICIOS

COIRO

1852

Pep no había vuelto a tomar esposa desde la muerte de su mujer y se consolaba con el amor por el trabajo y con la compañía de su hija.

Al cabo de unos años Pep decidió que la pequeña Francesca tal vez podría venirse a vivir una temporada con él para ayudarle en algunas tareas de casa y así comenzar a aprender el oficio de carpintero para ganarse luego la vida. Pep no tenía hijos varones, ella era su única hija y la verdad es que a pesar de ser una niña la trataba como se trataría a esa edad a un varón. Esto no quiere decir que la niña no hubiera adquirido algún tipo de refinamiento durante la estancia en casa de sus compadres.

Con su madrina había aprendido a leer y a escribir. Tenía una pizarra gris de uno por dos pies y media pulgada de espesor, una losa generosa y de buenas dimensiones provista de un pizarrín. María Moreu le ponía las letras en la pizarra y ella las copiaba derechitas, con buen trazo y dibujo. Ponto aprendió a escribir su nombre.

Cuando su padre venía a visitarla, le hacía numerosos dibujos en la pizarra a partir de círculos y otras figuras geométricas. Con él aprendió aritmética y geometría.

Al atardecer, antes de despedirse de ella con un beso en la frente, su padre le hacía siempre el mismo dibujo en la pizarra. Con el pizarrín dibujaba la concha de una caracola como las caracolas que la niña recogía en la playa. Lo hacía para que ella recordara cuando de pequeña él la acunaba y, soñando las ondas se dormía con el arrullo de la bocina al oído, mientras la niña se imaginaba que escuchaba allí dentro el sonido del mar.

A la niña le gustaba andar siempre por la ribera rebuscando y  casi siempre lograba recoger algún pescado golpeado que quedaba semioculto entre las algas, cuando los marineros en grupo tiraban con fuerza de la red en tierra.

Había aprendido de su padre a hacer conservas.

A veces conseguía algunas sardinas en las playas de la buena gracia de los marineros que se dedicaban al arte de la jábega. Francesca al llegar a casa les retiraba las escamas, las abría en canal, quitando las tripas y apartando luego la espina dorsal. Las espinas del vientre se las retiraba con una cuchilla muy bien afilada para luego hacer cuatro tiras de cada sardina, dos del lomo y dos del vientre. Colocaba los filetes de sardina en un cuenco de barro con vinagre de vino, ajo triturado y sal durante unas doce horas al menos, tiempo suficiente para ser comidas como un manjar.

Desde los ocho años, la pequeña Francesca llevaba el almuerzo a su padre al lugar de trabajo, ella salía de la casa con los pies descalzos y caminando así por los caminos del condado llegaba hasta la fábrica en el muelle, después se sentaban juntos los dos a comer.

Francesca estaba acostumbrada a hacer las labores de un muchacho.

A las mujeres, en esos tiempos, no se las admitía en los gremios como maestras en oficios de hombres pero a Francesca, por ser hija de artesano, si se le permitía ser aprendiz del oficio.

A pesar de ello, nunca podría ser reconocida como maestra por muchas habilidades que dominara. En general, las mujeres eran normalmente relegadas a labores propias de su sexo y se les pagaba un salario mucho menor que el de los hombres. Así, el mayor lucro siempre era para los varones que realmente eran los que tenían acceso a la ciencia y al conocimiento. También es bien sabido que por la época no era muy frecuente la escolarización, pero su padre le había enseñado a leer y a dibujar, e incluso aritmética, todo ello en el ámbito privado, y de esa forma la pequeña Francesca fue adquiriendo poco a poco los conocimientos que resultan de gran utilidad para el progreso de las gentes.

Ella tenía en un pedestal a su padre. Lo que más admiraba eran los trazados de carpintería de su padre, pero se podía decir también que le fascinaba el conocimiento de los artesanos, en particular las labores que su padre realizaba. 

Tras la vendimia, como a todos los niños, le gustaba explorar las viñas y recoger los racimos de uvas que quedaban olvidados o inmaduros.

Disfrutaba del placer del rebusco y en sus labios relamía el jugo de las uvas, mientras soñaba con vendimias tardías.

Los trabajos del campo resultaban una actividad fascinante para Francesca y, a mediados del mes de diciembre, tras cumplir los ocho años pudo acudir a podar con su padre las mimbreras que delimitaban los predios rurales de cultivo. A parte de instruirse en esa última labor, también acudió algunas veces con su padre al campo para ver cómo se cortaban los cañaverales en los prados donde los campesinos obtienen el alimento para sus bestias.

Francesca limpiaba con una pequeña hoz las hojas de las cañas y, bajo el alpendre, los dos clasificaban las ramas de mimbre según su tamaño, haciendo manojos de diversos calibres con ellas según su utilidad futura. Pep le enseñó a su hija como hacer manojos de mimbre para armar la parra o bajar los sarmientos. Y con esmero y dedicación, la pequeña cogía la punta de la mimbre con sus pequeñas manos de niña y mordía con los dientes el extremo de la misma. Era una experta en esa labor campesina.

Le gustaba aquel sabor amargo de la corteza y de la madera en la lengua. Tras morder la rama escupía la saliva con gracia. Así es como quedaba la punta de la mimbre dividida en tres tiras, terminando luego de hacer las tres tiretas con un hendedor. El instrumento consistía en pequeño cilindro de boj, una madera muy dura, tallado en uno de los extremos con una triple cuña a tres tercios y que permitía rajar fácilmente la rama de mimbre en tres partes hasta llegar a su extremo más grueso.

Cuando tenía un manojo de mimbre que aún podía abarcar con sus dos manos, lo doblaba en dos sobre la rodilla con la destreza de una persona mayor y luego, con una de las tiretas de mimbre que había hecho con el hendedor, ataba el manojo acodado.

De los sauces que servían para delimitar los prados cercanos a los pequeños riachuelos de la comarca cortaban las estacas. De los tocones ahuecados salían renuevos. Siempre intentaban que acabara la rama de sauce en una bifurcación y si no podía ser así le hacían un rebaje en el extremo de la rama. Con ramificación o sin ella la estaca siempre era de utilidad y nada se desperdiciaba, así que finalmente terminaban en punta la parte gruesa con la ayuda del hacha, para poder así clavar mejor las estacas en el terreno.

Cargaban el carro con las estacas aguzadas y las distribuían por las viñas según la necesidad de material. También hacían manojos de caña común que al mismo tiempo distribuían por los viñedos para hacer los entramados de las parras.

Hacían las parras de la siguiente manera. Primero clavaban las estacas a pares, a una distancia tal que permitiera la colocación de otras largas ramas de acacia espinosa encima, a modo de viga sobre dos apoyos, completando esta estructura con líneas de caña común dispuestas en cuadrícula, todo ello armado y atado magistralmente con mimbre. La atadura de mimbre era finalmente torcida haciendo un bonito lazo con la habilidad de unas manos expertas consiguiendo de esta manera que no se deshiciera la atadura.

Tras armar las viñas levantadas sobre el suelo a modo de parras ataban los sarmientos de las cepas podadas a la estructura de caña. Resultaba un parral de poca altura, pero eso no era un problema pues la vendimia normalmente la realizaban mujeres y niños, quienes permanecían casi siempre sentados para hacer la labor.

En la época de la vendimia, mientras cortaban los racimos, comían uvas hasta quedar saciados, siempre acababan con la boca pintada.

Su padre confeccionaba cestos con formas y materiales de diversa índole que las gentes del común utilizan para cazar, pescar, transportar o almacenar los productos. Forraba garrafas de vidrio para protegerlas. Realizaba por encargo los cañizos para los carros de bueyes, aquellas soberbias y gallardas yuntas de bueyes de piel roja que son propias de esta tierra. Incluso hacía nasas de mimbre y había aprendido a hacer nudos de red.

Cuando era la temporada de la sardina y llegaban los barcos de la sal a la ría de Aldán, con carga procedente de las salinas de Aveiro, su padre acudía con la espuerta al jornal y como carpintero hacía los envases para el almacenamiento y conservación de la sardina salada, ahumada y prensada, en alguna factoría de Aldán o Bueu.

Hacían cintas con el corte en dos hemiciclos, de la longitud del perímetro de la base de las cubas para almacenar el pescado, de las ramas delgadas y jóvenes de los castaños, hendidas a la mitad con una cuchilla de dos mangos, como las que usan los artesanos cesteros.

Ajustaban las duelas con su ranura sobre la base circular de madera de roble o pino y luego cinchaban los aros sobre la tinaja.

Como aprendiz del oficio de su padre, hacía algunos trabajos complementarios relegados a las mujeres, por eso recogía manojos de laurel para ahumar los arenques.

También hacía manojos de vides para vender en la plaza de la leña de la villa morracense, al inicio de la calle porticada que los vecinos llamaban rúa Calzada y por la que se bajaba de la iglesia colegiata dedicada al Apóstol Santiago. Era una plaza que estaba situada en plena playa, formando parte de una bella estampa con los barcos de pesca a remo y vela varados en la arena.

Esta calle separaba los barrios de Costal y Señal, en ambos se podía contemplar un conjunto homogéneo de casas de planta baja con el hastial dando a la vía pública y casas con escaleras exteriores de piedra compuestas de bodega y sobrado a las que los vecinos de los puertos de mar llaman casas de patín.


EL ABELLA

CANGAS

1854

Con sus diez años ya ruaba por la villa y cargaba balandros junto con otras mujeres, mujeres descalzas, vestidas de largas faldas, con su chal, con su pañuelo blanco a la cabeza, con el mullido y la cesta de láminas de madera de castaño a la cabeza.

Parejas de hombres caminando descalzos, con pantalones remangados a una cuarta del tobillo, portando cajones de pescado fresco colgados de una gran estaca de laurel que llevaban a hombros.

Los maestros canteros solían preparar una mixtura de caliza con cuarzo molido y calcinado, a la que añadían grasa de sardina o jurel y con esa mezcla hacían estancas las juntas de las pilas donde se echa la salmuera.

Cuando escaseaba la sardina, su padre hacía diversas labores relacionadas con su oficio, ejes de molinos de agua, carros de bueyes con sus correspondientes cañizos, cestos de todo tipo, tornillos de lagar, cubas, toneles.

Ella jugaba dentro de los grandes recipientes vacíos de la bodega del Condado de Aldán, donde su padre acudía  a trabajar sin remuneración alguna, reparando los toneles a cargo de las rentas de la tierra en la que cultivaban maíz.

Pep había intentado normalizar las relaciones con su suegra, pero esta le consignó en Meiro una leira de un ferrado de viña y otro de tierra para el maíz, como dote para manutención de la hija, y Joseph cultivaba la tierra con la ayuda de Manuela, una hermana de la finada Modesta y al mediodía acostumbraban rezar el Ángelus inclinando sus cabezas como en un cuadro de Millet.

Sembraban en mayo y recolectaban en octubre las hermosas mazorcas de grano blanco. A veces aparecían espigas de colores diversos y cuando aparecía una de color morado o millo corvo gritaban “¡Reina!”, y quien la encontraba podía cumplir un deseo o ser liberaba del trabajo

¡Reina! —gritó Manuela al encontrar la mazorca.

No te puedes librar del trabajo, así que tiene que ser otro deseo  —dijo Joseph.

De acuerdo —asintió Manuela.

Y sin mediar palabra se avalancha repentinamente sobre el muchacho tirándolo al suelo, mientras el cuerpo del hombre aplastaba las pajas del maíz.

El revolcón intenso no terminó con la cosecha.

Si no colgaban las mazorcas para secar, retiraban de las mazorcas las hojas que envuelven las mismas y que los campesinos llaman follaco. Ellos las vendían, pues se empleaban en la comunidad campesina para hacer jergones. Francesca disfrutaba confeccionando muñecos con follaco y espigas de maíz. Pep hacía medas con las cañas del maíz, el pajar cónico lo ataba con una rama de sauce o mimbrera.

Esos días, antes del comienzo de la vendimia, un vecino de la parroquia, marinero habitual en el puerto de la villa de Redondela, le trajo el recado a la finca mientras recolectaba habichuelas. Necesitaban carpinteros para hacer un trabajo en un barco. El barco se encontraba amarrado en el embarcadero de la isla de San Simón.

Llevó a la niña a casa de sus compadres y luego se encontró con un hombre que tenía una barca de remo y vela, de esas que los pescadores llaman dornas.

En el año mil ochocientos cuarenta y dos se había construido en la isla de San Simón un lazareto marítimo. Las obras habían sido realizadas por un comerciante vigués.

El Abella era un barco de vela y se encontraba fondeado en la isla ese mes de agosto del año mil ochocientos cincuenta y cuatro. Había entrado el Abella en la ensenada de San Simón y permanecía allí en cuarentena.

Pep desembarca acompañado de otro hombre en la isla de San Antonio, tirándose de la barca sobre la lámina de agua de poca altura. Y al llegar a la arena fangosa escarba en ella recogiendo al poco rato unos bivalvos denominados comúnmente berberechos y que en la zona llaman croques. Pep no había ingerido alimento alguno desde el día anterior y sin pensarlo dos veces se los come crudos, crudos como suelen hacer normalmente los ribereños humildes.

Los dos hombres habían llegado desde la villa de Cangas en la pequeña embarcación a vela propia de las Rías Bajas, pero como no soplaba el viento, no les quedó más remedio que remar todo el trayecto, de tal manera que llegaron bastante cansados a su destino. Vieron un barco fondeado en la isla de San Simón y pusieron proa a la embarcación.

No cabía duda, como bien se podía leer en un rótulo de bronce, se trataba del  Abella. Por causa de que algunos emigrantes que llevaba para la isla de Cuba habían enfermado, hubo de permanecer allí un tiempo en aislamiento preventivo.

La isla de San Simón era el lugar destinado a las tripulaciones de los buques en cuarentena y estaba comunicada con la isla de San Antonio por un puente de piedra de tres arcos de medio punto. La isla de San Antonio tenía una edificación donde se hospitalizaban los enfermos que ya no tenían cura, por eso recibía el sobrenombre de isla de la muerte.

El barco había terminado la cuarentena y ellos tenían que hablar con el capitán. Al parecer el capitán pretendía zarpar rumbo a Cuba a la mañana siguiente, cuando la marea hubiera subido lo suficiente. Pronto subieron desde el embarcadero a la nave por una rampa de madera.

— ¡Capitán! —gritó Pep.

— ¿Quién va? —preguntó el capitán del Abella desde el puente de mando.

El capitán salió del puente de mando y se acercó a los dos hombres que permanecían quietos en la cubierta, al lado de la rampa.

—Somos los carpinteros, nos han avisado para hacer un trabajo en el barco —dijo Pep tomando la palabra.

—Hay que arreglar la cubierta y algún camarote, el carpintero ha caído enfermo. Será más o menos media jornada, os pagaré como se paga habitualmente —dijo el capitán del barco.

—Nos parece justo —contestó Pep.

Así pues, repararon los desperfectos que había en el barco y el capitán le dio la paga según lo que habían convenido.

Embarcaron en el bote y se alejaron remando rumbo a Cangas. Cuando llegaron a la playa del antiguo fuerte que existió en  Cangas, echaron el ancla de piedra para fondear. Una vez la potada tocó fondo amarraron el bote a un tronco clavado en la orilla de la playa, después cada uno de los hombres se marchó a su casa con las bolsa de las herramientas a cuestas.

Al día siguiente, Pep echó un trago de aguardiente y salió por la mañana temprano con su espuerta a la espalda. Había que ir a trabajar.

Al regresar por la tarde a casa, durante el trayecto, había tenido que aliviarse, es decir, evacuar el vientre. El caganer se limpió con unas hierbas detrás de un viejo sauce, cerca de un lavadero público en una zona donde no le podían descubrir.

Había mujeres lavando la ropa, así que una vez hubo terminado de hacer sus necesidades se acercó al lavadero, saludó con gracia a las mujeres y bebió del agua de la fuente cogiéndola con las dos manos juntas a modo de cuenco, luego una vez calmada la sed, continuó su camino.

Continuó su camino de regreso a casa, con la espuerta a su espalda y al pasar por una fuente pública que los vecinos llaman  Fonte Ferreira, ubicada en la villa de Cangas, al poniente de la colegiata, sintió sed. Dejó la espuerta apoyada sobre la piedra de posar el balde y bebió. Una vez hubo bebido, al llegar el agua fría al vientre, sintió otra vez la necesidad de aliviarse defecando y dejó allí la espuerta. Escondido de forma apresurada tras una meda de paja de maíz quedó totalmente desfondado, evacuando heces líquidas. Arrancó las hojas de mazorca que había en los tallos de maíz y se limpió como pudo, pues hojas tiernas no había a mano.

Algo le manchó las manos, como pudo comprobar acercando estas a la nariz. Subió parcialmente los pantalones sin atarse el cinto y agarrándolos con las manos se acercó a la pila de la fuente. Así que cogiendo agua con la mano de la pila de piedra donde cae el agua de la fuente se lavó un poco como pudo. Aunque no lo pretendía y debido al apuro, se dio cuenta de que las heces pronto se esparcían entre el verdín del canal de piedra que va de la pila de la fuente al lavadero.

Solo faltaría que apareciera alguien se dijo para sí.

Y acertó.

Escuchó pasos y se subió rápidamente los pantalones. Con el cinturón de los pantalones aún sin atar, se escabulló entre las espadañas y luego, escondió en el cañaveral que había al lado de la fuente acabó de atarlo.

La fuente tenía un frontón de piedra con el año de su construcción. La fuente y el lavadero eran de construcción reciente.

El frontón adornaba con sobriedad el caño de la fuente. Tenía una piedra plana saliente a media altura, era la piedra de posar el balde. Una vez se coloca el recipiente en esa piedra, cualquier persona agachada puede llevarlo a la cabeza y transportarlo.

Cogió la espuerta con las herramientas y saludando a la mujer con disimulo se encaminó sin más percances a la casa.

La mujer que apareció por allí era una vecina de Cangas, viuda y sin hijos. La mujer venía con un balde de madera para el agua en la cabeza. Ella solía coger agua en esa fuente y traía algo de ropa menuda para lavar en una tinaja de madera. Ella caminaba con gracia y donaire llevando la tinaja agarrada con una mano al mismo tiempo que la apoyaba sobre la cadera, manteniéndola con una pequeña inclinación.

Esta señora había tenido una buena posición, pero al quedar viuda, no tuvo más remedio que despedir el servicio, razón por la cual se vio obligada a hacer por si misma los trabajos de casa, entre ellos la colada y las labores del campo.

Hizo lo que tenía que hacer, lavó la ropa, llenó el balde con agua y por último bebió agua. Bebió del canal de piedra por el que el agua fluye de la pileta de la fuente al lavadero y regresó a su casa. No había otras mujeres en el lavadero con las que poder hablar. El lavadero podía ser considerado un lugar habitual de encuentro para las mujeres en esa época, era donde se hablaba de todos los chismorreos, donde una se enteraba de lo que ocurría en el pueblo.

A la mujer la encontraron muerta el veintiocho de ese mes y al día siguiente fue enterrada.

La última semana de agosto de ese año, Pep también se sintió cada vez peor, estaba solo y tenía sed, mucha sed, sed hasta que el treinta de agosto le sobrevino la muerte.

Se extendieron los mismos síntomas entre la gente del pueblo, los vómitos, la diarrea acuosa profusa y con olor a pescado, las grandes ojeras, la sed intensa, y al final la muerte del enfermo.

Las autoridades tomaron las medidas oportunas encaminadas a atajar el mal, pero el número de afectados iba en aumento.

Se realizó un pregón instando a limpiar las calles, a cubrir de cal los muros de las casas y otras muchas medidas para mejorar la higiene y evitar el contagio. Para complicar todavía más la situación, ese año no había habido buenas cosechas ni de maíz ni de vino. Ni pan, ni vino y, aún por encima, el agua de las fuentes contaminada.

Gracias al Verbo y a la ayuda de los preparados del boticario, a principios del mes de noviembre el mal comienza a remitir.

La epidemia de cólera parece al fin controlada.

Francesca no había sufrido la enfermedad porque casualmente en esa ocasión estaba ayudando en casa de la familia de Juan Verges. El fomentador tenía por aquella época una fábrica de salazón en la villa de Bueu.

 Juan Vergés era buen amigo y compadre de Pep, residía junto con su esposa en una hermosa casa solariega de la villa de Bueu, con abastecimiento de agua de una mina. Su esposa María Moreu se encontraba embarazada, Francesca asistía a su madrina.

Recibió como un gran golpe la noticia de la muerte de su padre, del enorme dolor que tenía no le salieron ni lágrimas, sólo rabia e impotencia.

Joan Verges, que venía de hacer la descarga de doscientas fanegas de sal procedentes de  Aveiro trajo la noticia del terrible mazazo. Joan se lo contó a su esposa y ella abrazó a su marido echándose a llorar.

¿Cómo se lo diremos a la niña? se preguntó María.

No sabía cómo decirle la mala noticia, pero respiró profundo y mandó venir a la niña que se encontraba jugando en el patio de la casa.

La mayor fuerza de las gentes está en el amor dijo Joan.

María salió al patio y se encaminó al lugar donde la niña se encontraba jugando.

Hija, ven a casa, tengo malas noticias para ti, estos días tu padre se ha puesto enfermo con el mal, y… no pudo continuar y pronto las lágrimas le empañaron los ojos, abrazando a la niña durante un largo rato.

Juan Vergés se encargó de los gastos del entierro, que por aquellos años eran bastante importantes.

Decían los vecinos que su padre no pudo ser asistido espiritualmente por el párroco,  pues el cura se encontraba con un fuerte dolor de muelas, circunstancia que no le permitía visitar al enfermo.

Pep no había asistido demasiadas veces a misa tras la muerte de su mujer, quedando sumido en una profunda crisis de religiosidad de la que no lograba salir, sin embargo sus últimas palabras fueron dirigidas al Altísimo para pedir la bendición de su hija Francesca y para el perdón de sus torpezas.

Envolvieron el cadáver con el hábito de San Francisco y una vez amortajado lo colocaron sobre dos varas de laurel con tablas atravesadas que luego transportaron cuatro personas a hombros hasta el atrio parroquial. Llegaron al templo del Divino Salvador con el cadáver al descubierto como se hacía normalmente en la época. Las cofradías de las parroquias  cercanas asistieron al entierro, los mayordomos portaban pendones. Enterraron el cadáver del difunto en el cementerio del atrio construido hacía unos veinte años. En el dintel de piedra del camposanto había una inscripción anónima.

TÚ QUE ENTRAS POR ESTA PUERTA

DETÉN EL PASO Y ADVIERTE

QUE HAS DE MORIR EN LA VIDA

PARA VIVIR EN LA MUERTE.

Comenzaron las honras fúnebres y con ello vino una multitud de gastos, debido a las acostumbradas comidas, ofrendas, limosnas, rescate obligatorio de rehenes, ayudas a hospitales  y mil novecientas cincuenta y cuatro misas, a perpetuidad, todo ello necesario para salvación del alma del finado Pep.

Las misas a perpetuidad acabaron minando sensiblemente el patrimonio de la familia de Juan Vergés, pero este se decía que era lo menos que podía esperar de él su compadre.

El luto era obligatorio, e incluso se había creado un importante negocio con las telas de paño negro para las familias de los difuntos.


LA AVENTURA

ALDÁN

1858

Dos de noviembre de mil ochocientos cincuenta y ocho, día de su decimocuarto cumpleaños, aniversario de la muerte de su padre, día de difuntos, había muerto su padre hacía cuatro años y ella se encontraba sin familiares cercanos en la villa marinera.

Francesca asistió a la misa de difuntos.

Aquella tarde de otoño, sentada en un peñasco de un arenal que los habitantes de Aldán llaman Areacova, cuando el sol declinaba ocultando su luz en los montes de Hio,  ambientada la escena con una hermosa puesta de sol, decidió marchar a conocer otros lugares, a buscar fortuna y llenar cornucopias de abundancia.

Allí sentada sobre la roca, con el gorro de Ganimedes caído hacia delante, el gorro del frigio, el gorro del copero de los dioses, una barretina de color rojo que le había regalado a su padre un amigo carpintero de origen catalán que trabajaba para Juan Verges, en una mañana espléndida de hacía diez años, justo el mismo día en que apareció por allí un hombre con una mochila de cuero a la espalda y con un sombrero alto que hacia dibujos de la playa, mientras la gente tiraba de las redes en tierra.

Ese mismo día, al regresar a la casa de su padre después de salir del templo parroquial, Francesca se quitó el luto que había llevado todos los días tras la muerte de su padre, vistió una chaqueta granate de grandes botones dorados, ceñida con un cinturón negro en el que destacaba una gran hebilla dorada y con un pantalón negro cortado a la altura de las rodillas se marchó, caminando descalza, con el gorro puesto y con la espuerta de su padre colgada de una estaca de castaño.

Se interesaron por ella durante varias semanas algunos marineros en la ribera de la villa de Bueu, pero por el pueblo no se la volvió a ver.

Fue así como quedó en la memoria de las gentes del lugar.

Francesca embarcó en el Isleño, un galeón de siete toneladas de porte o tonelaje, propiedad de don Juan Buet, que contaba con una tripulación de cinco hombres, se hallaba fondeado en el puerto de Aldán y realizaba la misma ruta que la sardina en conserva, transportaba toneles de roble francés para el vino y tenía destino Porto.

No se lo pensó dos veces, aprovechando la noche se introdujo en una barrica y se dejó llevar.

Durante la travesía, comió algunas castañas que se había llevado su bolsa de factura burda y realizada en esparto por ella misma.


EL RAQUERO

PORTO

1859

Siendo en esa época Pedro V rey de Portugal, el barco llegó a Porto.

Esperó la oscuridad de la noche, se anudó el pelo, se colocó la gorra de su padre, un píleo de libertad que traía en la bolsa, y saltó ágilmente al muelle como lo hace un felino.

Así como las aguas del Douro se entregaban al océano mezclando sus espumas, ella pronto se mezcló con los mozuelos que obtienen algunas ganancias en el puerto, cargando mercancías en los balandros o guiando marineros.

Los barcos cargados de toneles de vino a babor y a estribor, aquellos barcos de Porto, aquellos barcos similares a los de Aveiro, que recogen algas.

Francesca no logró encontrar ocupación alguna y se alimentaba de los moluscos crudos que crecen en los peñascos y en las grandes piedras del puerto.

Un domingo cuando los feligreses salían de misa, Francesca se encontraba pidiendo limosna a la puerta de un templo, un joven de ojos marrones color avellana, pelo negro, vestido con chaleco negro y camisola de lino crudo se fijó en ella y le entregó una moneda de plata de no mucho valor.

El muchacho, de quince años, de nombre Domingo era, al parecer, hijo de un rico navegante de origen castellano, natural de Ciudad Rodrigo,  asentado en la ciudad de Porto, un tal don Diego de Rodrigo que se dedicaba al comercio de especias procedentes de las colonias portuguesas de ultramar.

La joven le sigue a una distancia prudencial y durante algunos días merodea por las calles del barrio, en el entorno de la casa.

Un día, el muchacho la descubre y deja entreabierta la puerta de la enorme bodega de su casa, una casa con patio central.

Era una casa de una arquitectura exquisita, con azulejos blancos y dibujos en azul de grandes barcos en parajes de ultramar.

Brasil, Cabo Verde, Guinea, Santo Tomé, Príncipe, Macao, Timor, Angola y Mozambique.

Francesca sin pensarlo dos veces entró en la gran bodega, pues le gustaba curiosear entre las cajas de madera, barriles sin tapa y fardos. Allí olía muy bien, pero no conocía esos olores, eran extraños para ella.

Abrió una de las arcas de madera, el arca contenía unas extrañas bolas peludas con tres marcas en la cáscara. Eran unas enormes semillas. Cogió una de ellas con las dos manos y sintió que había líquido en su interior, así que estuvo agitando la misma al lado de su oreja. Se guardó la gran semilla en la burda saca de esparto.

Luego abrió otra arca, el arca contenía otras ramas desconocidas para ella y que olían muy bien.

Luego abrió otra arca, el arca contenía extrañas semillas con forma de vaina, como de habichuela.

Había también un escritorio con libros, una vitrina, unas cartas náuticas y un compás de bronce.

Ella cogió el extraño compás y realizó un círculo sobre una tabla de madera, haciendo en ella un surco en arco.

Recordó los dibujos de su padre con el compás de hierro sobre las tablas y se le cayeron lágrimas sobre la tabla.

Secó las lágrimas de los ojos con el dorso de la mano, luego cogió un libro y comenzó a leer detenidamente.

Alberti Dvreri Clarissimi Pictoris et Geometrae no siguió leyendo más, estaba escrito con letra de imprenta en una lengua que no conocía, parecida a la que ella hablaba.

Había unas vitrinas con preciosos libros, bellamente encuadernados, en los que pudo leer el nombre de algunos autores que se escribían algo así como Vesalio, Galeno, Vitrubio, Leonardo Da Vinci, Alberti, Filarete, Francesco di Giorgio Martini, Palladio, Juan Bautista Villalpando, Blondel, Bullet, Tomás Vicente Tosca,  Laugier, Lodoli, Benito Bails, Serlio, Revesi Bruti, Fray Juan Ricci, Cosimo Bartoli,  Seregatti, Vredeman de Vries, Desargues, Leclerc, Lambert.

Reparó especialmente en uno que atrajo su atención por sus láminas, abrió casualmente una edición de 1847 de la Géométrie descriptive de Gaspard Monge y olió las hojas impresas como le gustaría haber hecho con todos y cada uno de los libros anteriores.

Luego encontró un libro dedicado al corte de los materiales pétreos de Alonso de Vandelvira, otro de  Diego López de Arenas, un tratado de estereotomía  de un tal Derand donde apreció una clara relación entre el corte de la duelas de las barricas y las dovelas de los arcos y bóvedas. Un diccionario con herramientas de oficios diversos.

Aún estaba absorta pasando las páginas de un libro que tenía trazados de figuras geométricas para su uso en arquitectura, cuando de pronto, el chico entró en la bodega y ella salió corriendo, llevándose en la bolsa algunas de las semillas que había hurtado.

También se llevó un hermoso libro encuadernado en cuero e impreso con un largo título REGIMENTO DE PILOTOS E ROTEIRO DAS NAVEGACOENS DA INDIA ORIENTAL Impreso el Lisboa en el año 1642.

Con las prisas, la gorra catalana se le enganchó en un madero que tenía un gancho de hierro para colgar y se le soltó la larga melena negra y lisa.

¡El ladronzuelo es una chica! dijo el muchacho extrañado. Esa noche no se durmió, solamente pudo pensar en ella, le había robado el corazón y,… las semillas.

En otra ocasión ella regresa a la bodega y vuelve a leer aquel mismo libro de Alberti Dvreri, mira con detenimiento todas y cada una de las páginas. Eran bellas páginas que contenían láminas y láminas con multitud de medidas del cuerpo en niños, mujeres y hombres al desnudo.

Ver dibujos de personas desnudas es pecado se dijo en voz baja la muchacha, cerrando deprisa el libro.

Había otro libro, su título era Evclides, lo abrió y leyó, no entendía nada, estaba escrito en la misma lengua que el de los desnudos.

Pero en esta vez don Diego de Rodrigo la descubre y asustada se marcha de la gran bodega almacén.

¿Quién es ese chico? preguntó don Diego.

¿Qué estaba haciendo con el tratado de Evclides? dijo.

Es una muchacha, no tiene padres, es española, de Galicia responde Domingo.

Estaba curioseando y le di algunas semillas dijo Domingo.

En la bodega, había gran cantidad arcas y cofres con cerradura que llevaban un rótulo grabado a fuego sobre la madera, y según se podía leer, contenían semillas de coco, ramitas de canela, vainilla, granos de cola, café, nuez moscada, tamarindo, cacao, semillas de ceiba, aguacate, mango, nogal, castañas, avellanas, roble, encina, alcornoque, tejo, piñones, enebro, ciprés, cedro, drago, mostajo, raigón del Canadá, semillas de arce, dátiles, areca o nuez de Betel, haya americana, eucalipto, algarrobo, serbal, nueces del Brasil, terebinto, pimentero, hovenia, árbol del pan y  castañas de indias.

Y también no hace falta decir que se había descubierto la semilla de un cierto interés entre ambos jóvenes y que la presión de las hormonas hacía todo lo demás.

Así que Domingo, perdidamente enamorado, con ese espíritu  romántico, presionó dulcemente a su madre para que alojara a la joven Francesca en un dormitorio contiguo al de su hermana mayor y que habilitaban con lencería de cama bellamente bordada siempre y cuando tenían huéspedes en la casa.

Domingo escribió para ella unas palabras bellas en un pliego de papel verjurado casi inservible que rescató del escritorio de don Diego, después lo enrolló, tomó una cinta dorada y lo ató con esmero, luego colocó el rollo sobre la cama de la muchacha mientras ella se encontraba hablando con doña Oranda, su madre.

 

Antes de conocerte  ya escribía para ti poemas.

Aprendí a esperarte nutriéndome con sueños.

Trazando la urdimbre de los versos.

Veía el Sol en la aurora y el ocaso.

Deseaba en  tus brazos ser eterno.

El viento hacía volar mis cabellos, ordenándolos según ley desconocida, cual ordena las ramas de los fresnos.

Y conocí tu secreto.

Eras la mujer que tiernamente aplica el peine del viento.

Te ama.

Domingo.

 

Francesca Blau Grana tenía los ojos de color verde enmarcados en cejas perfiladas, la mirada profunda, la nariz bien proporcionada, los labios carnosos, los senos ya abultando como pequeños frutos de cocotero y el pelo le había crecido hasta la cintura.

Como aquel era un verano muy caluroso Francesca bajó a la bodega para estar más fresca y se recostó en un chinchorro marinero de red, tejido con fibra de cabuya. La hamaca estaba colgada de dos argollas de hierro sujetas a una de las grandes vigas de roble del techo de la cámara.

Mientras se estaba balanceando en la red, se bajó sutilmente el vestido de encajes blanco que le había regalado doña Oranda, la madre de Domingo, dejando al descubierto los hombros y la espalda. Y se encontró de pronto acostada en el chinchorro de la bodega con los muslos casi al aire y con los pies descalzos, mientras la mano jugaba con el pelo entre sus dedos esperando que apareciera el joven Domingo.

Pronto sintió el ruido de pisadas por la calle y que alguien golpeaba repetidas veces la aldaba de bronce con forma de áncora que había en la puerta del almacén. La persona que llegó no era el muchacho sino su padre. Don Diego venía a la bodega con la intención de realizar un inventario de las mercancías existentes.

La chica arregló rápidamente su ropa tapando los muslos, incorporándose y sentándose luego en la hamaca haciendo un movimiento de balanceo del mismo modo que hace la gente que se sienta en un columpio.

¡Hola! saludó la muchacha cruzando las piernas.

¡Hola! respondió don Diego, sorprendido al verla allí.

Me dijo Mingo que podía ver las semillas y quedarme algunas se excusó la muchacha viendo que don Diego se había sorprendido, intentando de esa forma disimular su presencia en la bodega.

Está bien, puedes quedarte con algunas semillas, la verdad es que algunas son muy hermosas dijo don Diego sonriendo, mostrando su carácter, el carácter abierto de una persona comprensiva y con experiencia de andar por el mundo.

¿Quieres ayudarme con la retahíla del recuento de la mercancía? ―preguntó a la muchacha mientras Domingo hacía se entrada en la bodega portando un libro forrado en cuero de piel de becerro.

He traído el libro de registro como me pidió, padre dijo Domingo respetuoso.

Gracias, hijo manifestó su satisfacción el padre del muchacho.

Así fue como comenzaron el interminable recuento de las existencias, tarea que llevó varios días. Entre recuento y recuento Domingo tenía siempre alguna palabra agradable para la muchacha. Francesca era la que contaba los productos, Domingo daba la cantidad y el precio en voz alta, mientras don Diego anotaba en el inventario las mercaderías. En el libro de registro con cubierta de cuero se ponía la fecha del asiento y luego se anotaban tres columnas, la primera se correspondía con la lista de los productos, la segunda con la cantidad existente y la tercera con el precio correspondiente de la moneda en vigor.

 

Segunda feria, seis de agosto del año de 1859.

Aguardiente 1.536 @ 2 escudos.

Coco 1.860 @ 3 escudos.

Canela 1.860 @ 3 escudos.

Vainilla 1.860 @ 3 escudos.

Cola 1.860 @ 3 escudos.

Café 1.860 @ 3 escudos.

Nuez moscada 1.860 @ 3 escudos.

Tamarindo 1.860 @ 3 escudos.

Cacao 1.860 @ 3 escudos.

Semillas de ceiba 1.860 @ 3 escudos.

Aguacate 1.860 @ 3 escudos.

Mango 1.860 @ 3 escudos.

Nogal 1.860 @ 3 escudos.

Castañas 1.860 @ 3 escudos.

Avellanas 1.860 @ 3 escudos.

Bellotas de roble 1.860 @ 3 escudos.

Bellotas de encina 1.860 @ 3 escudos.

Bellotas de alcornoque 1.860 @ 3 escudos.

Tejo 1.860 @ 3 escudos.

Piñones 1.860 @ 3 escudos.

Enebro 1.860 @ 3 escudos.

Ciprés 1.860 @ 3 escudos.

Cedro 1.860 @ 3 escudos.

Drago 1.860 @ 3 escudos.

Mostajo 1.860 @ 3 escudos.

Raigón del Canadá 1.860 @ 3 escudos.

Semillas de arce 1.860 @ 3 escudos.

Dátiles 1.860 @ 3 escudos.

Areca o nuez de Betel 1.860 @ 3 escudos.

Haya americana 1.860 @ 3 escudos.

Eucalipto 1.860 @ 3 escudos.

Algarrobo 1.860 @ 3 escudos.

Serbal 1.860 @ 3 escudos.

Nueces del Brasil 1.860 @ 3 escudos.

Terebinto 1.860 @ 3 escudos.

Pimentero 160 @ 5 escudos.

Hovenia 130 @ 4 escudos.

Árbol del pan 186 @ 2 escudos.

Castañas de indias 86 @ 3 escudos.

 

¿Sabes que representa este signo que tienen los embalajes? pregunta Domingo a la muchacha.

No conozco lo que represente, pero sí puedo decir que me gusta su trazo, a mí me recuerda al gorro que me dio mi padre caído hacia delante respondió Francesca con ingenio.

El muchacho era muy noble y de buenas costumbres, estudiaba en una institución religiosa y al acabar el bachiller, pensaba ir a la Universidad de Lisboa.

Francesca permanece en Porto casi dos años, hasta que Domingo parte para estudiar en la Universidad.

Doy fe de que el joven Domingo de Rodrigo logró a duras penas su propósito de no caer en la tentación, viviendo como vivían el uno cerca del otro, en la misma casa. La verdad es que al muchacho no le faltaban ganas de caer y a ella tampoco le importaría echar por tierra las buenas costumbres y la pureza de una muchacha decente.

El día de su partida, muy temprano, Domingo le deja unas hojas que ha escrito acompañadas de una rosa blanca.

 

La creencia mueve los sentimientos, todos los caminos son parte del mismo.

La transformación ocurre a través de nosotros.

Eres una persona maravillosa, me lo das todo sin darte cuenta.

De ti lo obtengo todo, la fe para seguir viviendo.

La carencia mueve los instintos, es el grito irreprochable de los hombres.

De aquello que se carece es mejor no pedir a nadie.

Sé que tú eres el ser que he esperado tanto.

Es preciso que yo mengüe para que tú vayas creciendo.

Calculo en el ábaco los días que restan para encontrarnos.

En los sueños meces la cuna del niño que  llevo dentro.

Y estoy contigo, resguardado del frío y la lluvia.

Traes para mí los frutos del avellano y nos besamos dulcemente los labios con dedos de miel.

Y hay un surtidor de néctar para nosotros dos.

Preparo el lino para hacer tus vestidos.

Me basta con estar a tu lado y construir para ti muebles de acacia.

Leche y harina, aceite en tu piel, te recibo en mi casa.

Lees acrónimos escritos para ti.

Con tus manos ablandas mi piel áspera del tiempo.

Caminamos por los campos y al despertar te encuentro a mi lado en la alcoba.

Los vientos que inflan las velas de la nave me llevan a ti.

Eres el aljibe de donde siempre he querido beber.

Hay figuras que semejan antropomorfas y te distingo mientras tú te acercas y tus manos llevan mis sienes a la apirexia.

El niño se amamanta en tus pechos.

Áptero no puedo volar a tus brazos.

Sin cercas somos libres en el prado verde, un arcón de centeno y maíz, arando los campos, haciendo surcos o dibujando en la arena.

Somos arquitectos de las citánias, archivo de la memoria y del tiempo.

Tomas las arras de la ceremonia como prenda y hablas dulcemente en un murmullo que desciende y me aproximo a ti de forma asintótica.

Derramas sobre mí el perfume de romero.

Giras el astrolabio para conocer mi destino y hallo el atajo, acierto el camino en los campos de tu ser atractivo.

Ahora ya no andaré en la tribulación y subiré los peldaños hasta la alcoba y tañeré para ti el laúd sentado en el baricentro de nuestra casa.

Recordaba,… suspendido en un árbol, llevado al océano por el viento, llegué a la arena.

Te vestí  de seda y dibujamos sonrisas, captamos el mensaje de cada palabra.

Hacía cartografías en tu piel mostrando el camino que seguían los dedos.

Conocimos los guarismos de las cifras  y del tiempo archivado en las piedras de nuestra casa.

Leímos los códices con versos olvidados, coheredamos la poética de la vida.

Reposé en tu regazo con esencias y compostura, confesando mis pensamientos.

 Construimos constelaciones en una porción de firmamento y fuimos cosmonautas en el universo.

Conocimos nuestras costumbres, urdiendo los telares de nuestras culturas sin romper las creencias, sentados en el centro del círculo de piedra, cubiertos de cerámicas olvidadas, deshilvanando los pliegues de unos recuerdos, cuando el sol se esconde y los diagramas de mis movimientos aparecen inscritos en un círculo del que tú eres el centro.

Erotismo de eruditos, esbozo de poetas, estannífero río que se desvanece en el étimo de mi vida, hermosa cara blanca y femenina, transparente como vidrio.

Amistad inquebrantable, intimidad intuida.

Somos figuras cogidas de la mano, cantamos en el laberinto, portamos estandartes sagrados y formamos con nuestros cuerpos una lambda.

Levitamos libres en los espacios y en el tiempo, lignarios y líticos con cabellos de oro, de plata o azabache sin mácula.

Construcción del pasado, mansedumbre de mujer que huye de movimientos marginales cuando habla.

Monte de piedras amontonadas por los peregrinos para tener un buen viaje.

Un millar de poetas cantará tu llegada, con un haz de lavanda y ojos de sueño.

Nácar entre la niebla, ya no seré más un nómada, dirás mi nombre, desnuda entre las ropas del lecho, hasta llegar el novilunio, nutrida por siempre en las nupcias y nada te será ocultado.

Traeremos ramas de olivera, caminaremos juntos bajo la llovizna cubiertos con sacos de esparto como las gentes antiguas, diciendo oraciones por siempre desde el origen de nuestro andar conjuntado en el ortocentro del triángulo, ornado con romero y lleno de aire aromático.

Escribiré tu nombre en el barro, paradigma de mi vida sin paradojas.

No perteneceré al parnaso de los poetas, sólo seré parte de ti, una partícula pasional, serás mi pausa en el trabajo y la tarea más dulce.

Nos sentaremos en los bancos delante de la ventana abierta, como los brazos al exterior.

Cribando versos para hacer poemas, permaneciendo siempre a tu lado y perteneciéndote por siempre.

Seré una piel tuya, semillero de versos dulces, rama, paloma, fuente, premio y prenda.

Ensamblaje perfecto, primigenia mujer de verde mirada.

La promesa de amor no profanará los cuerpos limpios, pasando de púber a núbil.

Rasgaré en la piedra tu nombre, no habrá que enrasar las cestas de ferrado de nuestro amor, amor de trigo, sin vallados, sin cercas, sin secretos, como simientes esparcidas por el viento, como sendas en las que dibujo tu silueta con simbolismo poético a tu abrigo, deletreando tu nombre, tomando el sol en invierno, sosegado a tu lado.

Nadie te puede suplir amiga, suscitas el amor dentro de mí.

Tejedora del telar de mis sueños, cuando urdes la urdimbre para mí y verdean los campos en los que vierten el agua los ríos.

Tejido de juncos en tu juventud.

Me das tu zumo, tu miel en tus besos.

Tus pinturas son como los ladrillos de tu alma.

Antes de nombrarte no conocía tu existencia, andaba errante.

Esperaba encontrarte lanzando señales o rompiendo el deseo.

Fue no perder las referencias en una mirada segura

Reflejo de un interior rescatado de un pasado bien instruido en la ciencia del amor, la unión de la familia.

En el instante prolongado del recuerdo sé que tú conoces la ciencia y el camino.

Él está alegre porque habla el mismo lenguaje de su interior.

Trenzas que unen los hilos que muestran caminos

Y pronuncio tu nombre con bella voz.

Veo el naranjo que mueve el viento

Recortando el verde sobre el muro

Y escuchando la música  a lo lejos.

Mirarnos el uno al otro no nos cansa.

Solos tú y yo, amiga. La soledad vive en el corazón, no en la distancia.

La verdad yace en medio de nosotros,

Desaparecen los límites y deseo volver a casa,

Tú eres mi referencia.

Te pregunto y respondes, no vives en el mundo de los hombres,

Bajo otro cielo, en otra tierra.

Se cubrió de seda tu espalda y regresé

Para llevarte conmigo y no olvidé el camino de regreso.

Nuestras casas son pobres,

Sólo nosotros sabemos lo que somos,

Algún día leerán nuestros poemas

Y nuestros nombres serán impresos en el taller en el que imprimen los libros.

Te alegrarás al verme regresar y apoyarás tu hombro en el mío.

Todos nos mirarán pasar.

Yo conozco el lugar donde se abre el muro y podremos pasar sin prisa.

Recordaremos nuestros nombres como una plegaria.

Daré un salto, compraré un pedazo de tierra.

Pronuncio tu nombre y suspiro tres veces.

Como nave  de esperanza infinita

Navegan mis pensamientos por ti.

Soñando puertos que nadie arribó y te conviertes en ancla, en abrigo, en amor.

Cuando la mirada se desliza por el cuerpo

Y se detiene donde gusta reposar,

Comprende cada parte,

Aprende a quererte, tal como eres, toda tú, singular.

 

Como un estoico te espero

Desde la aurora al ocaso;

No tengo banco ni asiento

Ni para mi sed un trago.

Como un estoico te espero

En la puerta de mi casa.

No estoy fuera ni dentro

Ni nadie vine, ni llama.

Como un estoico te espero

Y ya pierdo la esperanza,

Ya me consume el miedo

Y ya se me marcha la calma.

Como un estoico te espero

Y como un escéptico dudo

Que venga quien yo quiero

Que venga por quien sufro.

 

Para aliviar mí carga.

No seguiría trayectorias cicloidales sobre un planeta que gime.

No hallaría breve la vida que con vicios acortamos.

No perdería el tiempo precioso con ocupaciones vanas.

No pisaría los escombros de culturas olvidadas.

No sentiría la amargura de una desnudez descubierta a los ojos cómplices de nadie.

Y daría para no perder allí donde haya un ser humano.

Soltaría el nudo, el vínculo mortal para enmendar y reprender mi conducta.

Me esfumaría en la memoria de este lugar si dieras justiprecio a mi templanza.

Cada uno tomaría lo que reconociera suyo al entrar en la casa.

Nuestras almas buscarían las mismas cosas en la vida retirada.

Te encontraría en la resina, en la menta y el tomillo, en el romero, en el acebo, en el avellano y el fresno, en el enebro y el lino.

Te encontraría en la roca inconstante, en la génesis tectónica que estructura el planeta.

Te reconocería en las piedras de cristales verdes, en la piedra de granito y en la obsidiana.

Hablaríamos  de las flores de herbolarios y de cuadernos escritos y guardados.

No sería la memoria ni el recuerdo, sería el presente prolongado si me tendieras la mano para aliviar mi carga.

 

Una vez Francesca leyó el escrito, pasó casi toda la semana pensando que responderle. No lograba sintetizar sus ideas, pero al fin decidió escribir y esto fue lo que le envió.

 

Respuesta.

Estás conmigo, me acompañas en mi soledad, hablas en mi silencio, estás en la inmensidad de mi cielo, eres el límite de mi horizonte.

Eres la profundidad de mí mirar, el infinito de mi universo, eres la calma de mi temporal de ira, eres la tranquilidad de mi ocaso, la ilusión de un nuevo amanecer que algún día despertará a tu lado tras el descanso del día más agitado. El agua más fresca y limpia que pueda calmar mi sed de amar, de conocer y siempre estás. Quiero que seas todo para mí. Eres la esperanza y sé que no te perderé porque formas parte de mí, como yo de ti. Inevitablemente nos vemos arrastrados al torrente o al curso del agua y se destruyen los sueños que colocamos más allá de las metáforas si sucumbimos a la suavidad de una piel.

 

Escribes como escribe la lluvia sobre la arena cuando paseamos solos por la playa, después bebemos jugos de frutas con leche y endulzas mi vida con tu sonrisa.

Siembras en mi desierto y brotan en mí las semillas con tu agua de la noche.

Me cuentas leyendas y dibujamos con nuestras manos historias bellas.

Con nuestras manos cogidas caminamos al mismo paso sin tocarnos.

 

Seré pura como oro acrisolado al fuego para ti,  el mar con brillo dorado al atardecer. El viento que peinará tu pelo como peina las olas en el mar. Mis dedos te peinarán como barcos que navegan y la salitre salpicará tus labios cundo mi barco llegue a ti, cuando el cielo forme una línea perfecta con el mar, rúbrica firme y decidida en un instante prolongado.

 

Ha comenzado el otoño con luna llena y en la noche estrellada te pensé.

 

Te ofreceré la primera hoja de la rosa y con bucles de lemniscata ataré las ondas completas de las cicloides de tu pelo admirando el flujo infinito de tu sonrisa en las fronteras de tu ser con la atmósfera o conmigo, en gradientes de superficies regladas. Una banda monolátera como porción continua del espacio entre tú y yo. Y no hallaré cisoides ni cuadricas conocidas, ni trayectorias dinámicas. El único universo serás tú.

 

Todo lo que yo soy, una niña con promesas, todo lo que yo tengo, palabras y eternidad, te pertenecen. Espérame, llegaré a ti, con la fe de un ángel ancestral. Te amaré siempre y renaceremos juntos en un sueño infinito con el viento que aviva el fuego de la ofrenda. Yo esperaré a que todo haya cumplido su tiempo y la música suave te envolverá mientras me piensas.

 

Al igual que con la mazorca de maíz en la mano, desgrano los días que restan para el encuentro y un rosario de versos nace de mi interior. Como poetisa de la luz que abre su ventana y conversa contigo al despertar. Te pienso en la noche y sueño remolinos de besos recitando profundos versos y cubriendo tu piel. Cubro tu piel con pétalos de rosa y flores de romero, te cuento historias que hablan de las gentes. Tú escuchas atento palabras bellas, como yo escuchaba de mis mayores, me siento bien, porque amas cada parte de mí y te lo ofrezco todo. Preparo fruta fresca para que nada te falte y tú me cuidas con el mismo amor que yo.

 

Hoy te pensé, pensé en ti y dibujé los pliegues de tu piel, recorriendo cada porción infinitesimal de tu cara, cada porción de tu cuerpo, besando tu frente y tus labios, poniendo la sonrisa en tu rostro con mi pincel. Peinando tu pelo del color de las mimbres quemadas, tus ojos verdes me miraban y te sonreí.

 

Ella no soporta estar sola y tras la marcha de Domingo, deseosa de conocer y vivir nuevas aventuras, decide marcharse aguas arriba por el río Duero, primero en su tramo inicial navegable, luego por caminos de carretas hasta el nacimiento del río.

Un quince de agosto, por la noche, al regresar con los padres de Domingo del baile de la fiesta de la Virgen, se sienta en el larguero de la cama.

Con la cabeza girada hacia la izquierda separa el largo cabello en tres partes y comienza  a hacer una trenza, una vez terminada la misma, la ata en el extremo con un cordón, luego toma una navaja bien afilada de su bolsa de esparto y, con lágrimas en los ojos, comienza a cortar la hermosa trenza de su cabellera negra que casi le llegaba hasta la cintura.

Así será mejor, me confundirán con un hombre y no tendré problemas piensa con amargura.

Francesca deja en el templo la trenza de pelo como ofrenda a los pies del altar de la Virgen y se marcha cargando con su petate.

 

EL MOLINO
ARANDA

1860

 

Tras varios días de viaje y haber pasado por Penafiel, Vila Real, Mirandela y Braganza, llega a un nuevo pueblo, es once de noviembre, ya tiene dieciséis años recientemente cumplidos, no sabe precisar donde se encuentra, parece haber fiesta, escucha hablar y todos hablan una lengua diferente, era la misma lengua con la que le hablaba su madrina, era castellano.

—Me encuentro en España, debo estar bastante lejos de mi tierra —pensó.

—¿Cuál es el nombre de este lugar? —preguntó a una niña que correteaba en el atrio del templo parroquial.

—San Martín del Pedroso —respondió.

Luego se dirige a Zamora, pasando por Toro, Tordesillas, Valladolid y Peñafiel.

Entrando al final en Aranda del Duero.

Cuando llegó a la población de Aranda conoció a una mujer que habitaba un viejo molino.

Era una mujer joven que para ganarse la vida entró a posar como modelo de un pintor de fama de aquella época y quedó reflejada en un cuadro.

Se vendía al artista sólo por comida y se alojaba en su alcoba, repitiendo las mismas posturas a diario hasta el hastío.

Ella había estado durante un año entero en aquel cuadro, en el retrato, tumbada boca abajo sobre el borde del camastro, con el pelo liso y negro acastañado atado a la nuca, los ojos cerrados y la cara apoyada en los brazos cruzados sobre la almohada color del trigo en verano. La pierna derecha extendida, la izquierda doblada con la rodilla colgando sobre el larguero, la planta del pie izquierdo cerca de la rodilla derecha y toda su espalda desnuda, tendida sobre la cama.

Ocurrió en un lugar extramuros, en el molino de agua. El molino tenía dos ruedas hidráulicas verticales con sus cajones de madera, movidas por la corriente de agua del río que aún hoy, en su eterno fluir, pasa por Aranda del Duero.

La mujer comenzó a contarle su historia a Francesca, mientras esta comía un pedazo de pan y una lasca de queso de oveja.

—Era una tarde de septiembre —hizo una pequeña pausa y continuó—. Salí de la villa amurallada por la Puerta de Duero, pero no crucé el puente de piedra que se tiende sobre el río, sino que por el contrario tomé el camino que lleva al ingenio de agua. En el trayecto me encontré con un arriero acompañado de un niño que guiaba tres bestias cargadas con sacos de harina. Le saludé. Era de un poblado cercano, fuera de los muros de la villa.

 Entré en el molino, tras abrir su puerta de roble y pasando por debajo del arco de medio punto. El interior estaba fresco y bajo su gran tejado a dos aguas, las piedras volanderas de moler realizaban un movimiento de rotación constante sobre los pies fijos del mismo material. El encargado del mantenimiento de la maquinaria y de la molienda del grano estaba dentro. El hombre descargaba habitualmente los sacos de trigo en la tolva. Era así como suministraba lentamente su cibera la cuba de madera que cuelga sobre la piedra de moler. La harina era despedida por la muela en su continuo rotar. Los restos de harina, espolvoreados sobre el pecho de aquel hombre, acentuando su fuerte estructura muscular. Estaba tendido en el camastro.

Aquel hombre era mi esposo.

En ese momento recordé todos los hechos y vivencias que me había traído el molino de la ribera del río. Recordé.

Recordé como me maravillaba cada tarde con el movimiento encadenado de aquella ingeniería en madera de roble, funcionando gracias al impulso del agua sobre la pesada rueda conductora del molino. El artefacto había sido recientemente construido por mi esposo. El agua era su fuente de energía, económica, eficaz, limpia. Tecnología de la madera y energía del agua unidas para molturar el grano, harina amasada y fermentada que transformó poco a poco la vida social y económica de la villa.

El señor de nuestra tierra había mandado construir la aceña según el modelo romano. En el extremo del eje, la rueda hidráulica llevaría unido un tímpano dentado colocado verticalmente y giraría solidariamente con la rueda. En conjunción con este tímpano se colocaría otro de mayor circunferencia en disposición horizontal y su eje tendría en su extremo superior una pieza de hierro que haría mover la muela. El engranaje así dispuesto, con sus dientes de madera mordiendo y encajando los unos en los otros, convertiría el movimiento vertical en otro horizontal que haría de esta forma trabajar como estaba previsto en los dibujos y trazados la piedra de moler. El ímpetu de la corriente de agua sobre los cajones haría que la gran rueda de madera de impulsión por abajo girase dextrógira de manera perenne, logrando el efecto deseado de convertir el grano de trigo en apreciada harina para hacer el pan.

Se construiría también una trampa para las anguilas cerca de la ruedas hidráulicas, así el molinero tendría una aportación estacional de alimento.

El encargado del molino gozaría igualmente del derecho a una buena cantidad de vino para su consumo durante todo el año y podría guardarlo en alguna de las bodegas que existen bajo tierra en la población amurallada, una de ellas recientemente construida en la roca y propiedad del señor.

Mi esposo y yo, acompañamos intramuros a uno de los hombres de mi señor para reconocer la cueva y trasladarnos a ella provisionalmente mientras duraba la construcción de la aceña. El sol estaba en lo alto, entramos por la puerta de San Juan y desde la plaza tomamos una calle en dirección al templo de Santa María.

Nos detuvimos delante de un viejo portalón de madera de pino, armado con espigos también de pino, sin adornos. El hombre abrió la cerradura y entramos en el recinto, cerrando luego el portal. Era un portal que tenía postigo.

Era una casa entre medianeras de pequeñas dimensiones, con toscas y gruesas vigas de pino, se distinguía una zona de cocinar y una zona donde acostarse, había además una cuba de madera nueva con agua al lado del hogar.

Había una caja con corambre y unas estanterías en la pared, se veía un perpendículo, una norma, varios tipos de perforadores o barrenas, sierras, martillos diversos, azuelas, limas, un pequeño yunque, un fuelle realizado con madera y cuero, un mazo de madera de boj, escoplos, formones, gubias, un ánfora piriforme de ochenta y una libras para el vino y también patrones de medidas lineales y de capacidad basados en la longitud del pie.

Mi esposo, tan pronto como se percató de la existencia de las herramientas se acercó a la estantería y comenzó a curiosearlas, tomándolas en la mano. Si desconocía alguna preguntaba por su nombre y amablemente el hombre que nos acompañaba se lo decía, explicando además su utilidad.

¡Venid! —dijo el hombre que nos guiaba.

Si maestro —respondió mi esposo dirigiéndose hacia el hombre.

El maestro cogió una lámpara de aceite, una lucerna de barro que se encontraba en una repisa al lado del fogón, la encendió y luego se encaminó hacia una estrecha puerta. Abrió la misma y bajaron cuarenta peldaños de una cuarta de altura por unas escaleras escavadas en el terreno hasta llegar a unas galerías con arcos de piedra.

Yo tenía miedo de bajar a la cueva, pero allí aunque había algo de humedad, se respiraba bastante bien, pues las galerías estaban comunicadas con el exterior por unos pozos de ventilación o respiraderos que los habitantes de la villa arandina  llaman zarceras.

Había también unos sumideros que con la cueva estaba en uso permiten evacuar el agua del lavado de las cubas donde se almacena el vino.

Nunca había visitado una bodega bajo tierra —dije impresionada.

El pueblo está completamente perforado de galerías como estas, al parecer son muy antiguas. Algunas son inaccesibles. Contienen muchos secretos  —completó la información aquel hombre.

Caminamos un rato por la nave, había canales laterales a la altura de mi cintura donde se apoyaban las barricas nuevas.

Una carreta recién construida con ruedas de radios convergentes en un cubo y lámparas nuevas en las paredes.

Tengo hambre —dije mientras se escuchaba como rugían mis tripas.

Asaremos un lechazo. Creo que todos tenemos hambre —se solidarizó el maestro.

Ascendimos los mismos cuarenta peldaños que bajamos y comenzamos a preparar el asado de la pieza de cordero que trajo el maestro, hablamos de muchas cosas al lado de la fogata. Bebíamos vino de la comarca que había en una garrafa de vidrio de una arroba de capacidad. Estuvimos cenando y hablando hasta que comencé a frotarme los ojos del sueño que tenía.

Luego, el maestro regresó a su casa. Mi marido y yo no alojamos allí esa primera noche. Al día siguiente mi esposo y los jornaleros que trabajaban para el señor pusieron manos a la obra.

Así pues, según las órdenes de mi señor, los canteros comenzaron a construir la fundación de la fábrica de piedra de la aceña sobre la roca. Después se pusieron las trabes para techar la edificación con teja de barro cocido. Trajeron carros de bueyes con cargamentos de piedra y madera de roble. Se fabricaron los ejes con sus zapatas, las mesas, los pescantes para el cambio de las muelas, tolvas y mecanismos reguladores. Se empleó madera de manzano para hacer los cojinetes situados entre las muelas y el eje vertical.

Mi esposo había experimentado con muchos tipos de madera y creía que la de manzano aguantaba mejor que otras el rozamiento.

Una vez terminaron las obras del molino nos trasladamos extramuros para vivir allí. El ingenio de un molino es bien sabido que requiere un cuidado constante y frecuentes reparaciones, por eso hacíamos prácticamente toda nuestra vida en el interior del molino. Teníamos dispuesto cerca de la ventana un amplio camastro con un cobertor de lino sobre el que reposar o retozar al compás de la molienda, sintiendo el tintineo de las ruedas dentadas, escuchando el sonido del agua que sale de las compuertas y en su trayecto golpea las palas de las ruedas.

Algo aconteció en el molino que cambió mi propia suerte.  Mi destino cambió cuando aquel día llegué al molino. La harina era despedida por la muela en su continuo rotar. Los restos de harina, espolvoreados sobre el pecho de aquel hombre, acentuando su fuerte estructura muscular. Estaba tendido en el camastro.

Aquel hombre era mi esposo.

Mientras, la harina era despedida por la muela en su continuo rotar. Era continuo el rotar. Me acerqué,  mi esposo permanecía inmóvil en el lecho. Pronuncié su nombre y no me respondió. Parecía dormido, continuo rotar. Mi esposo,  tal vez mientras se dedicaba al mantenimiento de una de las muelas debió de haber sufrido algún golpe y tal vez se habría sentido indispuesto. Pero en mi mente cobraba más fuerza una terrible realidad, no quería pensar en esa desgracia.

Tal vez el arriero con el que me encontré al llegar al molino sabría algo de lo sucedido.

En aquellos momentos no encontraba salida.

Decidí afrontar la realidad y al día siguiente enterramos a mi marido.

Él había fallecido a causa de un golpe en la cabeza.

Transcurrida una semana, e intrigada por el hecho desconocido de las circunstancias de la muerte de mi esposo, me encaminé al pueblo donde residía el arriero que me encontré a la entrada del molino.

Llegué a su casa y hablé con él.

Me contó que se había limitado a recoger la mercancía que tenía apartada cerca de la entrada y que simplemente cargó los sacos en las mulas y dejó las monedas del pago correspondiente en una talega de cuero, como había convenido el día que había traído el grano.

 Me pareció que estaría cansado o indispuesto y le dejé descansar tranquilo. Nada sabía hasta ahora que su esposo había fallecido en circunstancias extrañas. Le apreciaba mucho, pues era cumplidor en el trabajo y amable en el trato —dijo el arriero muy sentido por la mala noticia.

La mujer del arriero y su pequeño hijo se acercaron a nosotros y aprovecharon la ocasión para abrazarme y mostrarme sus condolencias.

Me agrada enormemente que ustedes me hayan recibido de esta forma tan  agradable. Como seguramente ustedes sabrán no soy natural de la población de Aranda del Duero —dije.

¿De dónde es usted entonces? — preguntó la esposa del arriero.

Conocí a mi difunto esposo en las tierras de Michelham Priory, East Sussex, Inglaterra. Soy de allí —aclaré.

Le conté que mi esposo, siendo aún joven había viajado a Sussex y allí aprendió el arte de construir los ingenios hidráulicos que nosotros empleábamos para moler el grano. La maquinaria de los molinos no tenía secretos para él, era un verdadero maestro carpintero.

 Yo me enamoré de él, en mi locura juvenil me escapé de la casa de mis padres que eran campesinos humildes, le acompañe y nos vinimos a estas tierras a hacer fortuna —descubrí a al arriero y a su familia mis más íntimos y bellos recuerdos con nostalgia, viniendo las lágrimas a mis ojos al pensar en mi difunto marido.

Más desahogada, por haber contado todo aquello al arriero que era de los pocos conocidos para mí en esas tierras, regresé al molino, decidida a contratar jornalero que se encargara del trabajo de cargar las mulas.

Cuál fue mi sorpresa que al llegar al molino me esperaba un antiguo pretendiente que tenía en Sussex llamado Thomas, hijo de un casero de Michelham y que mi padre infructuosamente había tratado de que me casara con él. Me extrañó mucho verle allí, a la puerta del molino.

Al parecer, guiado por su despecho y locura de amor, había venido siguiendo mi rastro hasta Aranda del Duero.

¿Qué milagro encontraros por aquí? —pregunté con sorpresa.

Yo no lograba olvidarme de ti, querida Zephaniah —dijo pronunciando mi nombre de pila, un nombre que yo no escuchaba desde hacía mucho tiempo.

¿Dónde te alojas? —pregunté tímidamente.

Me alojo en una posada dentro de las murallas, en la Calleja de Juan de Gonçalo —respondió.

Yo pregunté en el pueblo por ti y me dijeron que estabas casada con el hombre con el que te fugaste de Sussex —dijo Thomas con cierto despecho y frialdad.

No estoy casada con él. Ahora soy su viuda. Yo lo enterré ayer, apareció muerto sobre el camastro —aclaré.

Lo siento. Si me necesitas ya sabes dónde me alojo —dijo mi antiguo pretendiente.

Tendré eso en cuenta —dije.

Thomas me dio un sentido abrazo y luego se alejó por el camino que baja al molino, entrando por la Puerta de Duero. Yo entré en el molino y me dirigí a la cama con muchas ganas de acostarme y dormir sin parar mientras mi cuerpo y mis fuerzas me mantuvieran con vida.

Tenía ganas de morirme, pero me sentía un poco animada al ver a alguien conocido de mi infancia. Thomas era un muchacho con fuerza y vigor, pero tenía cierta timidez con las mujeres, a pesar de ser atractivo. Tenía el pelo ondulado y de color rojo. Su padre había concertado el matrimonio con el mío aun cuando éramos niños. El no supo de este trato hasta que yo me fugué con mi difunto esposo. Me vinieron pensamientos y deseos indecibles que traté de reprender. Mi esposo había sido enterrado el día anterior, así que traté de olvidarme de todo eso.

Recordé lo que me había dicho el arriero sobre las monedas que había dejado en una talega de cuero en pago por el trabajo de la molienda y me encaminé a lugar que me había indicado.

Las monedas seguían allí, abrí la bolsita, las conté y coincidía con la cantidad depositada por el arriero.

Cerré la puerta del molino y luego me dirigí al camastro para acostarme, para dormir, para despertar del mal sueño.

Yo, aún esperaba que al despertar estuviese el esposo a mi lado, como cada tarde estaba mi amado cuando el sol se pone. Tumbada boca abajo sobre el borde del camastro, con el pelo liso y castaño atado a la nuca, los ojos cerrados y la cara apoyada en los brazos cruzados sobre la almohada color del trigo en verano. La pierna derecha extendida, la izquierda doblada con la rodilla colgando sobre el larguero, la planta del pie izquierdo cerca de la rodilla derecha y toda mi espalda desnuda, tendida sobre la cama.

Me levanté reseca con un pelo en los labios. Lo retiré con la yema de los dedos.

—¡Un pelo, un pelo de color rojo! — exclamé pensativa, al reflexionar como había llegado allí ese pelo.

Con una náusea indescriptible vomité lo poco que había comido aquellos días.

Al lado, las herramientas del molinero en una maleta de madera y cuero.

La azuela...

Semidesnuda, oculta en las sombras de la noche, antes de que cerraran las puertas de la población y me dirigí a la posada situada en la Calleja de Juan de Gonzalo. Entré discretamente en la cámara donde  se alojaba Thomas, deje caer mis ropas y me mostré desnuda ante él.

Él tomó posesión de mí y, aprovechando los momentos de desahogo le golpeé con la azuela que escondía bajo el vestido desbastándole la nariz.

Rodeé su cabeza con un paño para no manchar de sangre la los charcos de agua y arrastré el cadáver para arrojarlo al río. Nadie se daría cuenta de su desaparición. Y la corriente del río se lo llevó.

—Yo he tenido que encargarme del establecimiento. A pesar de conservar mi atractiva juventud y lozanía aún no he vuelto a encontrar esposo. Y tengo ganas de varón porque desde joven siempre he sido lo que soy.

Sabed que vivo sola en el molino. Pareces un buen muchacho y en el molino tienes cobijo. Se discreto al venir —dijo, invitando al lector.

Esto fue lo que la molinera contó a Francesca, no sabiendo que era una mujer.

Francesca no conocía a nadie por el momento, así que decidió pasar allí la noche. No le quedó más remedio que descubrirle el secreto. A causa del roce, la sensibilidad y la cercanía de dormir en el mismo camastro, las dos mujeres conocieron el amor que algunas veces se da entre las hembras. Desnudas sobre el camastro, arrodilladas frente a frente, a la tenue luz de la lumbre de una lucerna, una imagen en claroscuro digna de un Rubens.

Se tocaron, deslizando las manos sobre la piel, se besaron y se comieron sus vientres y luego, formando horcadas con las piernas giraron un cuarto de circunferencia para encajar sus húmedos pliegues, rozando rítmicamente carnaza con carnaza hasta explotar de placer y la lumbre se fue extinguiendo hasta quedarse dormidas en un tierno abrazo.

Y no se dijeron nada hasta el amanecer.

Se hicieron muy amigas y permanecieron juntas hasta que la molinera decidió regresar a su tierra y ocuparse de sus padres ancianos.

Encontrarás una persona en la villa que puede ayudarte, se llama Pau y vive actualmente en el mismo lugar intramuros que otrora habitamos mi difunto esposo y yo dijo.

Las mujeres se gozaron la una en la otra toda esa noche.

Después de su partida, el molino pasó a manos extrañas y Francesca hubo de buscarse la vida de otra forma.

LA VENDIMIA TARDÍA

ARANDA

1864

 

Francesca se acercó al pueblo y entró en la taberna vestida como un varón.

La tabernera le preguntó de donde era y pronto entraron en conversación. La mujer del tabernero le contó una extraña historia, por la que Francesca se sintió muy interesada.

—Sucedió en un lugar, sobre el suelo ocre y pedregoso —tomó asiento en un tajo de madera de encina, se echó un trago de vino y comenzó su relato—. Mi esposo Pep Fuster, la mula Tulima y yo, regresábamos de Almonacid de la Cuba.

Habíamos tomado el camino que deja el curso de agua a la izquierda. La tormenta nos sorprendió a unas dos  millas de la población de Azuara, antes de llegar a Herrera de los Navarros, camino del Campo de Cariñena.

Al caer la noche, buscamos un refugio bajo unos árboles de la ribera para dormir. Aunque había luna llena el cielo estaba muy oscuro, negro. Las nubes, extremadamente cargadas, presagiaban tormenta. De repente, una gran luz, como de un fogonazo, iluminó el entorno. Parecía que de repente estaba el Sol en lo alto, como al mediodía. Al pronto, el resplandor desapareció y luego un fuerte y extraño sonido nos estremeció.

¡Menudo relámpago! —exclamó mi cuñado.

¡Que Nuestra Señora, la Santísima Virgen del Pilar guarde nuestro camino y nos proteja! —dije temerosa.

Estuvimos rezando abrazados durante un rato y, al final, nos quedamos dormidos al lado de la mula que aún permanecía con las alforjas de esparto llenas de garrafas para el vino. Llovió y nos despertamos con nuestras ropas teñidas de barro. Durante el trayecto vinimos en silencio, pensando en lo que había sucedido; sin embargo, no dijimos nada sobre el hecho. Al atardecer del día siguiente llegamos a la población de Cariñena, allí teníamos nuestra casa. Como era domingo, lo primero que hicimos al llegar al pueblo fue parar delante de la vieja iglesia del Cristo de Santiago y entrar en el templo para cumplir la obligación de un buen cristiano y asistir a la misa dominical.

Atamos la mula Tulima, aún cargada con las alforjas de esparto, a la argolla que había en un muro cercano, donde comúnmente se atan las bestias. Entramos. El templo estaba vacío, la nave se mostraba espartana con sus cuatro arcos en ojiva. Mientras permanecíamos en el interior del templo, absortos en nuestra oración, se nos acercó un joven extraño vestido al igual que un franciscano. El hombre se aproximó a nosotros y rompió el instante de recogimiento.

No hay nadie por la calle ¿qué ha ocurrido? —preguntó.

Señor, posiblemente esté al corriente de que nuestra principal producción local es el vino y, como es el tiempo de la vendimia, todo el pueblo parece estar trabajando en los viñedos —le aclaró mi esposo.

Debe ser eso. Estoy leyendo un libro que titulan El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de un tal Cervantes y he decidido recorrer con mi espuerta al hombro los lugares que el autor menciona en el libro. En el libro habla del excelente vino de esta comarca —dijo el extraño.

En esta población tienen edificios hermosos y de muy buena traza. Estoy realmente maravillado con las excelencias arquitectónicas de este templo que ustedes llaman del Cristo de Santiago. Este templo fue construido en los albores del siglo XIII. Estoy igualmente admirado con la hermosa casa del Ayuntamiento del siglo XVI y, por supuesto, con el maravilloso templo de la Asunción del siglo XVIII —continuó el extraño de ojos azules con su discurso de excelencias y conocimiento sobre la arquitectura del lugar.

¿Sabían ustedes que este templo ha sido levantado sobre las ruinas de una antigua sinagoga? —preguntó el visitante, haciendo gala de su erudición.

¿Qué es una sinagoga? —preguntó al hilo de la exposición mi esposo.

Una sinagoga es el lugar donde se reúnen los creyentes judíos —respondió.

¿Judíos? — dijo mi esposo sorprendido.

Al parecer, la uva que ustedes cultivan en estas tierras llegó a ser la variedad principal de Israel, la región de donde proceden los judíos —explicó.

¿Acaso la gente que trajo a estas tierras la uva que hoy aquí se cultiva fue el mismo grupo de personas que construyó la sinagoga? —aventuró intrigado mi esposo.

Tal hecho no aparece documentado, pero quizás usted tenga la respuesta —dijo.

Conoce vuestra merced muchas cosas de la historia de nuestra población —dije admirada.

¿Conoce…, conoce los tiempos de la cosecha? —preguntó técnicamente, entrecortado y con cierta timidez mi esposo Pep, pensando en la vendimia del mazuelo.

¿Qué desea usted saber? —respondió a mi esposo con otra pregunta el desconocido.

Sobre la Luna y sus fases adecuadas para la recolección de la uva y de cómo hacer para que se conserve bien el vino —expuso mi marido al extraño.

Pep Fuster prefería las vides de abundante fruto y los vinos tánicos y ligeros como el mazuelo, por su gran vigor y alto rendimiento. No conocía bien el arte del viticultor y muchas veces las vendimias eran imperfectas y de poco acierto, mezclando muchas veces uva verde y madura, con lo cual el vino perdía calidad. El visitante le instruyó en la ciencia de la vinificación, dándole muchos consejos que no figuran en este relato.

No es bueno arrancar con  violencia los racimos de las cepas, ni cortar con navajas mal afiladas. De esta manera se evita que los granos de la uva caigan en el suelo y al aprovecharlos porten gérmenes nocivos —aconsejó el extraño.

No es conveniente —hizo una pausa y luego continuó hablando—. Revestir las cubas de fermentación con pez griega fundida, a fin de impedir el derrame del mosto por la juntura de las duelas, para asegurar la conservación del vino. El tiempo de maceración debe ser el adecuado, lo óptimo es que el vino consiga color, pero que, al mismo tiempo este no ceda color a las pieles y el vino se haga áspero. No es bueno que fermente al descubierto, sino dará mal gusto al vino. Es recomendable proceder al descube en el momento justo. No es bueno usar yeso para evitar la quiebra del vino. Tampoco es bueno añadir manzanas, peras, membrillos y otras frutas. Hay cosecheros que le añaden hueso de jamón o clara de huevo con la intención de mejorarlo, pero eso es malo. No es conveniente el alcohol para aumentar la fuerza y dotarlo de mayor resistencia y graduación. Tampoco es conveniente el azucarado en los vinos menguados de cuerpo, grado o fuerza. No son necesarios misterios químicos ni fraudes de mezcla. No es adecuado emplear creta para controlar la acidez, potasa para controlar la fermentación, alumbre para que logre color e incluso aguardiente para darle fuerza. No juntéis variedades de forma arbitraria, no tengáis por práctica el aguado del vino. Todas esas son creencias populares orientadas a propiciar una elaboración más venturosa, pero ese no es el camino.

Pep se ruborizó un poco, al escuchar esas prácticas que él, ignorantemente, había hecho en alguna ocasión.  

El joven se hacía llamar Kord y decía que no tenía familia. Según nos contó, era natural de una región llamada Campo Espartario y vivía en Calatayud. Se dedicaba a viajar por los pueblos como jornalero. Componer barricas de duelas de las que se usaban para almacenar el vino era su oficio. Mi marido le pidió que se quedara con nosotros durante el tiempo de la vendimia y el aceptó.

Pep Fuster y yo no teníamos hijos varones, Godina Sara era nuestra única descendencia y, a pesar de ser una niña, mi marido la trataba como se trataría a esa edad a un varón.

El doce de octubre de ese año nuestra hija Godina Sara había cumplido dieciocho años y  contábamos que estaría de regreso de la capital el martes.

Cuando llegó, quedó prendada del apuesto y galante invitado. Sé que algo esencialmente armónico pasó entre nuestra hija y él. A mí también me hubiera ocurrido. Le ofrecimos alojamiento en un cuarto que teníamos para los invitados y aceptó. Permaneció con nosotros hasta que los zarcillos y las hojas de la vid despertaron del letargo invernal.

El señor Kord examinaba el vino con todos y cada uno de los sentidos y luego le describía con detalle cada sensación a la joven Sara. El muchacho gustaba de practicar con ella catas a ciegas y Sara, en aquellos últimos días de primavera, siempre encontraba el momento para reunirse a solas con él entre los viñedos.

La relación entre los dos jóvenes maduraba como maduran las uvas en los racimos y las manos se enredaban como los zarcillos enredan las estacas. Poco a poco, el interés entre ambos pedía compenetrar más. Y viendo que por muchas penitencias aplicadas no podía contener el deseo y la virtuosa castidad, el señor Kord le habló de hombre a hombre a mi marido. Viendo sus buenas intenciones y el agradable trato, entre los dos acordamos que para no vivir en virtual pecado tal vez podría el muchacho contraer matrimonio con nuestra pequeña Sara e irse los dos juntos a vivir a Calatayud.

No es llevadero ver los racimos en las cepas de otros y no tener cosecha propia para un buen vino. Tampoco es bueno arrancar con  violencia los racimos de las cepas, ni cortarlos con navajas mal afiladas. Los granos de uva ya no caerán en el suelo. Desde hoy te abrimos las puertas de la casa y te consideramos nuestro hijo —dijo solemnemente mi esposo, mientras nuestra hija permanecía callada y recibía con alegría tal decisión.

El hombre sacó una bolsa que tenía guardada en su espuerta y puso sobre la mesa de tabla de almendro dieciocho monedas de un extraño metal parecido a la plata. También nos mostró un pequeño y extraño libro con tapas de cuero finamente trabajado y una sola hoja de vidrio blando. Luego, como muestra de su infinito agradecimiento, le entregó a mi esposo las dieciocho monedas y el extraño libro. Os puedo asegurar que nunca había visto monedas así. Al levantar la tapa de cuero del extraño libro se apreciaba una piel transparente, como de pergamino blando que cedía al tacto de la yema de los dedos, donde se podían leer muchas cosas y ver gravados con dibujos muy realistas. Kord tenía un punzón para escribir sobre la tablilla encerada del libro. En el extraño libro había muchas cosas maravillosas y Kord nos mostró un calendario con las fases de la Luna y muchos otros detalles sobre las cosechas. Eran cosas de gran interés para el trabajo agrícola y durante un tiempo enseñó a mi marido a leer en el libro.

Mi marido no sabía leer pero Kord le enseñó con dedicación y esmero como hacerlo, primero las sílabas: ma, me, mi, mo, mu y después las palabras. Pep incluso llegó a escribir con el estilo sobre la tablilla encerada. Las letras al principio no le salían bien, pero al momento lograba el trazo correcto, al igual ocurría con los dibujos de carpintería que aprendió a hacer.

El señor Kord nos ganó con su buen trato, le recibimos en casa como a un hijo.

La ceremonia de la boda fue sencilla, el cura no puso impedimento alguno.

La bosa se celebró el domingo día catorce de febrero en la iglesia de la Asunción.

Nuestro yerno el señor Kord y Godina Sara partieron con la mula Tulima camino de Calatayud. Al llegar a Paniza no torcieron a la derecha hacia tomar el camino que pasa por Aguarón, Almonacid de la Sierra, La almunia de doña Godina y Aluenda. Era el trayecto que pensaban hacer para llegar a Calatayud.

Lejos de eso, según cuentan algunas personas, el señor Kord decidió que sería mejor desviarse por Aladrén, luego tomar el camino del valle que cruza el curso de agua hasta Herrera de los Navarros y llegar a una población que las gentes llaman Villar de los Navarros. En Villar de los Navarros tratarían con alguien sobre un cargamento de arcos de hierro para toneles y regresarían finalmente por el mismo camino a Calatayud, su destino inicial.

Godina Sara iba sentada a lomos de la mula y su esposo a pie. De vez en cuando descansaban un rato para darle un trago a la bota de vino.

Una de las herraduras se le había caído durante el trayecto por el pedregoso camino y la burra venía molesta. En Herrera de los Navarros llevaron la mula a la herrería para ponerle herraduras. Al llegar al establecimiento de la herrería, el herrero salió a recibirles. Luego se encaminaron a la posada. En la cantina pidieron estofado de buey y bebieron entre los dos una jarra entera de mazuelo. Pasaron la noche en el pajar del establecimiento y encontraron en las pajas el placer del sueño.

A la mañana siguiente, tomaron un camino en dirección suroeste y  por fin llegaron a Villar de los Navarros.

Kord cargó con su espuerta de esparto a la espalda y cruzó rápidamente el umbral de la puerta que existía en el muro. En la bodega había varias hornacinas con anaqueles y en unos soportes de madera de pino clavados en la pared varias docenas de arcos de hierro para barricas con sus remaches.

Una vez cargaron la mula con los arcos de hierro para los toneles, cruzaron el río y un poco perdidos se adentraron en una zona despoblada. Caminaron sin rumbo aproximadamente unas seis millas y como se acercaba la noche decidieron descansar. Se quedaron dormidos, como en las dulces horas de la vendimia tardía, ocasión propicia para encuentros de amor.

La hoja oscura y granate de la vid, apartada por la mano durante el rebusco para encontrar el racimo con el fruto carnoso, tendida, al igual que lo hace una fuerte tormenta que abate la vegetación sobre la colina. La tierra con la forma de una especie de plato de barro, una disposición a modo de una grieta o cráter, sobre el cráter había un extraño objeto de la apariencia de una vejiga inflada. No había orificio alguno en toda la extensión superficial de su piel y, sin pensarlo dos veces, Kord penetró con vigor y agradablemente en el objeto y Godina Sara le acompañó, cerrando palpitante tras de sí la superficie. Una vez entró, la bolsa comenzó a mudar su apariencia, ocurriendo fenómenos maravillosos y extraños para ellos. Luego, la gran baya se rompió en aguas dejando a la vista un ser desnudo de semejanza humana. Esto ocurrió en Azuara.

 En el pueblo no volvieron a tener más noticias de los jóvenes.

Aquel año fue una vendimia tardía, dejaron madurar la uva más tiempo del habitual y les pareció bueno el estado en el que se encontraban aquellos racimos. Después de una cuidadosa fermentación, el caldo recibió una crianza en barrica de roble durante nueve meses.

Al año siguiente, las vides de mazuelo de toda la región fueron atacadas por un extraño mal. Vinieron algunos campesinos con alguna solución de la capital. Algunos fabricaron artilugios a manera de fuelle, de pellejo de becerro y madera, nos dijeron que sería bueno llenarlos de azufre y azufrar las viñas. El mal pronto remitió.

Pep Fuster y yo siempre estamos atareados con el campo, y a veces pregunto a los que vienen de Calatayud para la fiesta de la vendimia si por allá han visto a nuestra hija.

Siempre pregunto por ella. A Godina Sara le gustaba beber el vino en la fuente de la mora y siempre pisaba las uvas con la falda de su vestido levantado para no mancharse, pero siempre acababa el vestido teñido del color del vino.

En la pasada fiesta de la vendimia, a  Pep se le borraron las letras del libro que le regaló nuestro yerno y ya no puede escribir con el punzón sobre la tablilla de cera. El libro le cayó casualmente en el vino de la fuente de la mora. Intentó limpiar el libro con agua pero con tal acción ya no quedó el menor rastro de las letras ni de los grabados que mi marido dibujaba con el estilo.

Conservamos aún el extraño libro con sus tapas de cuero en la alacena de nuestra casa en Calatayud.

Si vais a Calatayud y os invitan en alguna casa con huerta a probar esas peras tan ricas, veréis que os las disponen primorosamente, al igual que en una naturaleza muerta de Paul Cézanne. Haced el favor de preguntar discretamente por el señor Kord Erntson y Godina Sara Fuster, probablemente os dirán que no les conocen y aunque me resisto a perder la esperanza de volverla a ver, ahora después de tanto tiempo os puedo decir que casi estoy segura de que nunca llegaron a su destino.­

Me habéis resultado muy grato, en agradecimiento quisiera obsequiaros con un pequeño tesoro, tomad dijo la mujer del tabernero ofreciéndole unas semillas.

¿De qué son estas semillas? preguntó Francesca.

Peras de Calatayud, si nacen y las dejas crecer durará muchos años respondió.

 

PAU FUSTER

ARANDA

1861

Pau Fuster era hermano de Pep Fuster el tabernero.

Había llegado a Aranda del Duero buscando fortuna después de que su hermano y su cuñada se establecieran allí.

Aranda del Duero era una villa ribereña, realenga, un camino cruzando de Norte a Sur, sobre el Duero, San Juan y Santa María destacando sobre los palacios y las casas de la villa.

Por aquella época, a los comerciantes de vinos se les estropeaba mucho el vino, pues utilizaban barricas inadecuadas, y el vino sabía mal.

La joven, con su barretina en la cabeza y su espuerta con herramientas, pregunta a una señora si puede darle trabajo.

La señora no le entiende muy bien porque la joven se dirige a ella en la lengua materna.

Francesca se percata y recuerda alguna palabra en castellano.

—¿Tiene trabajo para mí, señora? —dice Francesca en castellano.

—Yo no tengo nada que ofrecerte, rapaz —dijo la señora.

—Recientemente ha terminado la época de la vendimia, es una lástima que no hubieras venido antes, pues se necesitaron bastantes jornaleros, sin embargo creo que podrías esperar a la poda de las viñas. Suele hacer falta gente. En las bodegas del marqués necesitan jornaleros. Si quieres pregunta en el la plaza de San Juan. Allí hay una panadería y te indicarán donde vive el encargado —intentó ayudar la señora.

—Ha estado aquí un forastero joven, un muchacho que llevaba un extraño gorro rojo —dice la señora a su marido, un viejo ventero.

Era habitual al terminar la jornada que acudiera a la taberna un hombre del marqués, de unos treinta años, al parecer de origen catalán y de nombre Pau Fuster.

Pau trabajaba de tonelero para el marqués y se podía decir que era un maestro del oficio, pues dominaba con gran ciencia y destreza el arte de la carpintería.

La mujer del ventero que tenía bastante confianza con él le comentó algo sobre el extraño gorro del forastero que andaba buscando trabajo.

—Ese gorro que me describes parece ser una barretina —dijo a la mujer mientras tomaba una taza de vino con miel junto con otros hombres del marqués.

Al día siguiente, Pau se encontró casualmente con la muchacha en la bodega del marqués y la reconoció por su aspecto.    

—Eh, rapaz, ¿eres payés? —se dirigió al muchacho y preguntó en catalán el maestro tonelero.

La joven Francesca no entendió nada de lo que le decía, aunque conocía esa lengua, era la lengua de los fomentadores que se habían establecido en su tierra y se dedicaban a la emergente industria de la conserva. Uno de los amigos de su difunto padre era payés y le había regalado la barretina que a ella tanto le gustaba llevar puesta, barretina que no le permitía pasar desapercibida, pero con ese aspecto bien podía pasar por un chaval, encontrar trabajo de hombres, tener salario y no ser molestada por los mozalbetes.

Pau no se había percatado aún de que Francesca no era un hombre, pues tampoco se comportaba como una mujer.

Francesca se había visto obligada a apretar con una banda de lienzo los pechos, pechos que por aquellos años comenzaban a emerger con rapidez  pues ella se alimentaba bien y había heredado el cuerpo de su madre. Francesca tiznaba intencionadamente su cara con ceniza, ensuciaba sus uñas y sus manos para no ser reconocida.

Ella pensaba hacer fortuna y volver a Oporto, pues se había enamorado del joven Domingo. Sin quererlo se había prendado del muchacho y como en un inocente ritual, todas las noches olía las ramas y semillas que guardaba en su burda saca.

Esos olores le recordaban al muchacho, ella se acordaba de los furtivos y apasionados contactos con Domingo, el muchacho portugués.

Visitando la tonelería del marqués, Francesca deja olvidada la bolsa de las semillas entre las ramas que los que los carpinteros que trabajan en el taller de la bodega del marqués emplean para arder, en el doblado de las duelas y en el secado de la madera de las barricas.

Bien es sabido que en la época algunos maestros toneleros solían poner una marca de fuego en cada una de las duelas de los toneles.

Se están preparando los toneles para la cosecha siguiente y resulta que ese año todo el vino se pierde de nuevo excepto el de una barrica. El marqués guarda la barrica bajo llave en una recámara de la antigua bodega escavada en la tierra.

El marqués, propietario de la bodega en la que ellos trabajaban y de otras muchas en la zona hace venir al maestro tonelero.

—Maestro, una de las barricas tiene un sabor realmente exquisito y no se ha perdido —dice el marqués dirigiendo su mirada a Pau el tonelero.

—Quizás haya sido la medida de la boca, quizá la medida de la barriga o de la altura, o la calidad de la corteza de alcornoque —contesta aliviado el tonelero dándose méritos delante del marqués.

—El alcornoque ha sido traído de tierras de León, señor —aclaró el maestro artesano.

—En la próxima cosecha usaremos la misma corteza, mandaré venir cargamentos de mis tierras en  León —señaló el marqués.

Mientras tanto, Francesca hacía trabajos de campo procurando un jornal para subsistir, dormía con los jornaleros en los campos y en los alpendres. Al final consigue un trabajo más estable como peón en la tonelería del marqués.

Es el tiempo de la nueva cosecha y esta vez tratan de aplicar nuevos ensayos a partir de la experiencia de cosechas anteriores, los toneleros trataron de reproducir las medidas de la barrica y emplear las mismas zapas y técnicas aprendidas.

Francesca ya cuenta con dieciocho años y trabaja en el taller. Un día Pau sorprende a la muchacha haciendo dibujos geométricos en una pizarra que hay en el taller para anotar tareas.

—¿Conoces los trazados geométricos? —preguntó el carpintero payés a la muchacha que aún sostenía en pizarrín en la mano.

—Mi padre me abrió los ojos a la hermosura y también me enseñó los trazados del compás y de la caña de medir —respondió emocionada por el recuerdo de su padre.

— Podrías ser mi ayudante en el taller —le sugirió.

—¿Te alojas con los muchachos en el almacén de maderas? —preguntó.

— No, duermo en el pajar —aclaró.

—Te puedo dar alojamiento en mi casa, estarás mejor, tengo cama y ropa limpia —se ofreció el tonelero amigablemente.

—Yo, puedo ayudar en casa, se hacer de todo, puedo hacer recados, hacer la comida,  lavar ropa, cortar leña, hacer cestos, perdí a mi madre y hacía todo eso en casa —mostró interés ante la sugerencia del tonelero.

Francesca estaba nerviosa, por un lado la idea le parecía bien, pero por otro lado tenía miedo de que el tonelero descubriera que era una mujer y temía que intentara aprovecharse de ella.

Al final, Francesca se encontraba sola, incluso había perdido los olores de la semillas de la bodega, las semillas de Domingo, por tanto, consideró que el tonelero parecía buen hombre y aceptó, la verdad es que hacía mucho tiempo que no dormía en una cama con ropa limpia, como cuando estaba en casa de su madrina.

—¿Tiene esposa, señor? —preguntó ella.

—No tengo esposa, ando muy ocupado en el taller y no tengo tiempo —se disculpó.

Francesca, se puso más nerviosa todavía.

—Hace frío, esta noche puedes dormir en mi casa si lo deseas —se ofreció el maestro tonelero.

Al atardecer abandonaron el taller cercano a un molino y se marcharon juntos a la casa del maestro que se encontraba intramuros, entraron por la puerta de San Juan y desde la plaza tomaron una calle en dirección al templo de Santa María.

Se detuvieron delante de un viejo portalón de madera de pino, armado con espigos también de pino, sin adornos. El maestro abrió la cerradura y entraron en el recinto, cerrando luego el portal. Era un portal que tenía postigo.

Era una casa entre medianeras de pequeñas dimensiones, con toscas y gruesas vigas de pino, se distinguía una zona de cocinar y una zona donde acostarse, había además una nueva cuba de madera con agua al lado del hogar.

Había una caja con corambre y unas estanterías en la pared, se veía un perpendículo, una norma, varios tipos de perforadores o barrenas, sierras, martillos diversos, azuelas, limas, un pequeño yunque, un fuelle realizado con madera y cuero, un mazo de madera de boj, escoplos, formones, gubias, un ánfora piriforme de ochenta y una libras para el vino y también patrones de medidas lineales y de capacidad basados en el pie.

Francesca tan pronto como se percató de la existencia de las herramientas se acercó a la estantería y comenzó a curiosearlas, tomándolas en la mano. Si desconocía alguna preguntaba por su nombre y amablemente Pau se lo decía, explicando además su utilidad.

 

—Ven —dijo el tonelero a la muchacha.

—Si maestro —respondió dirigiéndose hacia el hombre.

El maestro cogió una lámpara de aceite, una lucerna de barro que se encontraba en una repisa al lado del fogón, la encendió y luego se encaminó hacia una estrecha puerta, la abrió y bajaron cuarenta y cinco peldaños de una cuarta de altura por unas escaleras escavadas en el terreno hasta llegar a unas galerías con arcos de piedra.

Francesca tenía miedo de bajar a la cueva, pero allí aunque había algo de humedad, se respiraba bastante bien, pues las galerías estaban comunicadas con el exterior por unos pozos de ventilación o respiraderos que los habitantes de la villa arandina  llaman zarceras.

Había también unos sumideros que cuando la cueva estaba en uso permitía evacuar el agua del lavado de las cubas donde almacenaban el vino.

—Nunca había visto una bodega bajo tierra —dijo Francesca impresionada.

—El pueblo está completamente perforado de galerías como estas, al parecer son muy antiguas. Algunas son inaccesibles. Contienen muchos secretos —completó la información el tonelero.

Caminaron un rato por la nave, había canales laterales a la altura de la cintura donde se apoyaban viejas barricas ya inservibles.

Una carreta con ruedas de radios convergentes en un cubo que ya tenía la madera podrida, viejas lámparas en las paredes.

Allí se encontraba bien, a pesar de que en el exterior por esas fechas comenzaba a hacer frío.

—Tengo hambre —dijo la muchacha mientras se escuchaba como le rugían las tripas.

—Asaremos el lechazo que compramos, creo que los dos tenemos hambre —se solidarizó el maestro.

Ascendieron los mismos cuarenta y cinco peldaños que bajaron y comenzaron a preparar el asado de una pieza de cordero, hablaron de muchas cosas al lado de la fogata, mientras bebían vino de una garrafa de vidrio de aproximadamente una arroba de capacidad, estuvieron cenando y hablando hasta que la muchacha comenzó a frotarse los ojos del sueño que tenía.

Al terminar la cena, el maestro le dio una de sus camisolas y un gorro de dormir.

—Hay una tinaja de madera con agua caliente tras esa cortina —le dijo.

Francesca se desnudó, se metió en la tinaja de madera con agua y permaneció allí descansando y relajando su cuerpo en el agua hasta que Pau le mostró la intención de que él quería hacer lo propio.

—Termina pronto que no cabemos juntos en la cuba del baño —dijo impaciente el tonelero.

—Ya termino, no venga por ahora —dijo Francesca, temiendo que la viera desnuda.

Así que Francesca salió de la tinaja, se puso la camisola y la gorra de dormir, permaneciendo oculta tras la cortina mientras se vestía.

El tonelero ya se había desnudado por completo, su cuerpo estaba bien formado, de complexión fuerte y bien trabajada gracias a las actividades que realizaba diariamente. Su oficio le había dotado de marcada musculatura. En sus extremidades inferiores, fuertes gemelos, fuertes glúteos. En sus extremidades superiores, fuertes bíceps. En la parte delantera de su tronco, fuertes pectorales, fuertes abdominales, en la parte dorsal fuertes trapecios. Todo el aparentaba fuerte, incluso estaba bien dotado, pues su miembro era de una cuarta de longitud. Su piel adquiría un aspecto hermoso, de una gran plasticidad, con un bello juego de luz y sombra, debido a la iluminación del fuego que hacía aparecer brillos sobre su piel.

Pau, sin intentar ocultar su desnudez,  miró a su invitado y  se metió en la cuba con agua para realizar la misma acción.

—Ven muchacho, frótame la espalda para eliminar la suciedad, pues no alcanzo a hacerlo muy bien. ¡Por favor! —le pidió amablemente.

Francesca al principio se sintió un poco incómoda, pero al final arremangando la camisola se acercó al hombre que permanecía de espaldas. Le pidió que inclinara hacia delante la cabeza y el tronco, de tal manera que casi la nariz tocaba el agua y quedando con las manos y con los codos apoyados en el borde de la cuba mostrando su ancha espalda, con un trapo de textura burda bien enjabonado comenzó a frotarle la espalda. Francesca le ayudó a lavar la espalda, y cuando hubo terminado Francesca le dio el trapo aun chorreando agua.

—¡Gracias! —dijo Pau mientras se frotaba el pecho y los brazos.

—Es un placer —dijo un poco excitada la muchacha.

Pau se levantó en la tinaja y se lavó de cintura para abajo, luego vistió la camisola, puso el gorro de dormir y seguidamente, como había prometido, se metió con Francesca en la cama.

Se acercó a ella arrastrándose bajo las ropas y puso la mano sobre su piel, acariciando su hombro, no sospechaba que era una chica, pensaba que era un mozalbete de dieciséis años.

—Tienes la piel suave —le dijo a la muchacha mientras ponía la mano sobre su cuello.

—¿Te gusta alguna chica? —preguntó.

—Seguro que hay alguna zagala que te gusta, a tu edad el ser humano cambia, te viene vello por algunas partes de tu cuerpo y tienes que desahogarte de vez en cuando, es normal, a mí también me ha ocurrido —dijo.

Francesca permaneció callada, no sabiendo que decir, mientras el tonelero le ponía la mano sobre el hombro.

—Voy a confiarte un secreto —le dijo, poniendo seguidamente su mano sobre la cadera, bajo la ropa de la muchacha.

—Me gustaste, me gustaste en el taller —musitó el tonelero.

—¿Qué fue lo que le gustó de mí? —preguntó con voz temblorosa la chica.

—En el taller los hombres son muy rudos, llevan los torsos desnudos, con las camisolas bajadas y atadas a la cintura, tienen fuerte musculatura, sudan sus frentes y sus espaldas cuando ponen los remaches a las cintas de hierro y aprietan con el puntero los aros en las barricas, siento el sonido del martillo en mis oídos como una letanía, como un martirio, he visto tu dibujo del pentágono en el suelo y sé que tú eres diferente a los demás chicos —hablaba el tonelero sin parar, con la nariz pegada a la nuca de Francesca.

Francesca percibía su respiración caliente sobre la parte de atrás de su cuello, el hombre desprendía un olor agradable, a resina y a flor de limonero, y entonces empezó a sentirse extraña, como le había ocurrido alguna vez con Domingo, ella comprendió enseguida lo que le sucedía. Se había despertado algo en su interior y ahora tenía una enfermedad extraña. Tenía ganas de sentir la mano de aquel hombre, de abandonarse, dejarse abrazar. Hacía tiempo que su padre había muerto, hacía tiempo que no tenía el abrazo de su madre.

—Huele muy agradable, señor —dijo la chica.

—Esta tarde hemos estado preparando brea para calafatear las barricas y para lavarnos hemos preparado agua de cítricos —explicó el tonelero que la hospedaba.

Me gusta ese olor ―dijo la muchacha.

¿Ya estás suficientemente caliente? ―preguntó el tonelero.

Creo que ya he entrado en calor ―respondió Francesca.

Te dejaré dormir, mañana tenemos muchas cosas que hacer ―dijo el artesano, levantándose de la cama del invitado y acostándose luego en la suya, al lado del hogar.

La muchacha se quedó sola en el lecho, sintió húmedo su sexo y se tocó con un dedo, el dedo mojado lo llevó a la boca, sacó la punta de la lengua, lo saboreó, le sabía a sangre.

¡Saínes! ―exclamó, dándose cuenta al rato que realmente la humedad que sentía entre las piernas era el flujo menstrual.

No era la primera vez que le ocurría, esas cosas ya se las había explicado su madrina a los nueve años, no era eso lo que le preocupaba, el problema era que se había manchado la ropa y Pau el tonelero se alarmaría, descubriría que era una mujer y no querría tenerla en casa.

El tonelero, al levantarse, vio que ella se hacía el remolón y no se levantaba.

¿Qué sucede? ―preguntó. 

Me duele el vientre ―dijo la muchacha.

Te pondré un paño caliente en la barriga ―dijo el tonelero, mientras ponía a calentar un hierro plano sobre el fuego.

Cuando el tonelero dedujo que el hierro había alcanzado la temperatura adecuada, colocó el hierro sobre el paño que quería calentar.

Ya está caliente, te lo pondré en el vientre ―dijo, interesándose por ella.

Ella estaba cada vez más nerviosa y apretaba la ropa de la cama contra sí.

El tonelero arrastró bruscamente la ropa de la cama y al querer poner el paño caliente sobre su barriga, se percató de que había una mancha de sangre en la cama, alarmándose al instante pero pronto cayó en la cuenta.

¿Tú no eres un chico, verdad? ―dijo el hombre.

Es verdad, soy una chica, mi nombre de pila es Francesca, aunque en mi tierra me conocían por Francisquiño. Mis padres han muerto y no me quedan familiares. He tenido que marchar de mi tierra a buscar trabajo. A las mujeres no les es fácil salir adelante sin una familia, por eso he ocultado que soy una mujer —confesó la muchacha mostrando sin pudor sus pechos medio ocultos por el vendaje.

Y eres una mujer muy hermosa ―se maravilló al contemplar la muchacha semidesnuda formando parte de una artística escena en claroscuro originada por el fuego.

La atmósfera pictórica de la estancia recordaba un Delacroix.

Yo también he tenido que marchar de mi tierra, cuando tenía tu edad. Fui aprendiz en el taller de un tonelero de la comarca del Penedés y después me alojé en casa de mi hermano en Cariñena —aclaró el tonelero.

Ya ve que tenemos algo en común, señor ―dijo respirando más tranquila la joven.

Hoy puedes quedar en casa, si te encuentras indispuesta. Además no es bueno que una mujer menstruando se acerque al lagar, pues están haciendo vino. Ya tengo bastantes problemas con el señor marqués —se justificó el tonelero mientras preparaba algo que comer—. Supongo que para la pérdida de sangre te vendrá bien comer algo morcilla de cerdo.

—Tengo hambre —le informó.

—Prepararé una fritada con esta que está aquí colgada en la chimenea —dijo Pau, mientras cogía una morcilla y la cortaba en lonchas diagonales sobre la mesa de pino.

Luego tomó una cuchara de madera y cogió un poco de grasa de cerdo en una vasija de barro de color oscuro y colocando la grasa en un recipiente plano de barro que estaba al fuego, dejó que la grasa se derritiera y cuando comenzó a hervir echó las lonchas de morcilla. Vuelta y vuelta y pronto estuvo el desayuno  preparado. Después lo colocó en la mesa y comieron Pau  y la muchacha directamente con los dedos del recipiente de barro. Por la cara que ponían la  comida debía estar riquísima. Estuvieron hablando mientras comían la morcilla frita con pan tostado en la cazuela  mientras bebían de un cuenco de vino con miel.

¿Te gusta? ―preguntó Pau.

Está muy sabroso maestro ―dijo la joven mientras mojaba pan en la grasa aún caliente.

Come y bebe, cuando te encuentres bien te enseñaré, ahora tengo que ir al trabajo, ya ha amanecido y pronto llegarán los jornaleros del marqués. Hay un manojo de mimbres del año pasado en remojo al lado de la puerta, si quieres puedes hacer un cestillo ―la animó el maestro señalando la cuba con el manojo de mimbres abiertas en canal.

El maestro cogió la  espuerta con sus herramientas y se despidió de la muchacha.

Una vez el tonelero abandonó la casa, Francesca reparó en una garrafa de vidrio de una arroba y pensó que tal vez sería bueno forrarla con caña, pero como no disponía de caña consideró que la mimbre podría servir, por lo que echando mano del manojo comenzó a forrarla desde la base, de la misma manera que se comienza a hacer un cesto.

Francesca dispuso las mimbres que luego servirían como guías en dos grupos, cada uno de ellos con un número impar de tiretas, montados en forma de cruz y de tal manera que coincidía una parte gruesa con una delgada.

Era necesario tener siempre un número impar de guías para poder tejer el forro sin torcer la tireta o la caña sobre el recipiente de vidrio ya que si el número era par no se conseguía el tejido sobre la garrafa.

La joven realizó la base y situó la garrafa sobre la misma para comprobar el diámetro y luego ató todas las guías sobre la boca del recipiente de vidrio tensando las tiretas de mimbre para adaptarla a la base. Una vez ajustadas, comenzó a levantar la trama sobre la urdimbre dando vueltas sin fin hasta que alcanzó casi la mitad de la altura de la garrafa. Cuando consideró que el cesto estaba tomando forma, desató las guías para  trabajar mejor.

Un ruido que provenía de la cueva provocó que perdiera la concentración en la tarea que estaba realizando y decidió bajar para ver que ocurría.

Francesca tomó una lámpara de aceite, abrió la puerta de madera de castaño que daba acceso a la cueva y bajó los  cuarenta y cinco peldaños hasta llegar a la galería. De repente, un gato pasó entre sus piernas persiguiendo una enorme rata. La rata se metió por debajo de una puerta lateral y el gato también lo intentó pero no pudo entrar. Cuando Francesca llegó a la puerta intentó abrirla, pero la puerta estaba atrancada por el otro lado. Era una puerta que comunicaba con otra galería, pero como estaba cerrada no entró. El gato mostrando cierta confianza rodeó suavemente sus piernas con la cola y Francesca como no lo veía se sobresaltó.

¡Maldito gato! Me has dado un buen susto ―pensó en alto la muchacha, mientras posaba la lámpara en una hornacina.

Luego intentó acariciar el gato y este se lo permitió. Era un gato más bien flaco y de color negro, manso y su pelo no estaba en buenas condiciones. Posiblemente el gato se habría caído desde la calle por el hueco de la zarcera persiguiendo la rata al intentar esta esconderse en el orificio de ventilación de la bodega.

Una vez aclaró el origen del ruido pensó en subir a la casa para continuar con la labor de cestería que estaba realizando.

Vamos gatito, tengo algo para ti ―dijo cogiendo la lámpara de aceite del suelo e invitando al animal a seguirla.

El animal, más que seguirla, lo que hizo fue adelantarla y subir los escalones con más rapidez que la muchacha. Cuando ella alcanzó a subir los  cuarenta y cinco escalones el gato la estaba esperando en la estancia curioseando con la cola levantada.

Quizás tenga hambre ―pensó Francesca, mientras se acordaba del resto de morcilla que había quedado del desayuno.

Toma gatito ―dijo amigablemente mientras le acercaba el trozo de morcilla al animal.

El flaco felino devoró con gran rapidez la comida y pronto se estaba relamiendo, así que la muchacha le dio otro pedazo, y luego otro hasta que el gato quedó saciado. Una vez hubo comido, el gato desapareció por la puerta de la calle que tenía el postigo entreabierto.

Glotón, ahora que has comido te vas ―se dijo en voz alta la muchacha con un cierto aire de sorpresa.

Como la muchacha se quedó sola decidió continuar con la labor de cestería y pronto llegó hasta el cuello de la garrafa dando remate a la labor que había realizado. Luego comenzó a hacer un cuello independiente y después colocó el asa de mimbre torcida.

Cuando llegó por la noche Pau Fuster estuvieron hablando al lado del fuego y ambos comenzaron a contar relatos familiares. Pronto se estableció entre ellos un nexo de amistad que le permitió acceder sin trauma a una relación con el pasado, buscado conscientemente en las raíces de esas cepas.

Con dedicación y entrega, el individuo se hace adulto y adquiere el control para el desarrollo de su identidad, toma posesión del nombre y se le nombra ―dijo Pau con seguridad y aplomo.

Viñas, pérgolas,  uvas, espuertas, hombres pisando uva, tórculo o súcula, barricas vinales, carro de bueyes.

Yo estoy dispuesta a aprender muchas cosas ―dijo Francesca.

Está bien. Comencemos por la base. Por un lado está el vino y por otro su conservación. Primero hablemos de nuestro trabajo —empezó diciendo Pau.

En principio, seleccionamos el roble en las robledas, luego lo dejamos unos tres o cuatro inviernos a la intemperie. La lluvia, el sol y el viento lo van madurando poco a poco ―continuó diciendo el maestro tonelero.

Fabricamos las duelas con una ciencia similar a la de los maestros canteros, luego, en un hogar de piedra que lleva un resalte circular de una cuarta de altura, colocamos las duelas sujetándolas en la base y provisionalmente con una media caña de castaño, luego ajustamos la cabeza con tres cinturones de hierro y prendemos fuego en su interior para doblegar las duelas, usamos ramas y leña de roble, finalmente, también se ajusta la otra base con cinturones de hierro ―siguió hablando, mientras la muchacha mostraba cada vez más interés.

La madera quemada adquiere olores nuevos, me gusta cuando se quema con ramas  y flores secas de laurel, como los arenques ahumados ―interrumpió la chica.

Se le colocan los fondos una vez practicadas las hendiduras ―siguió hablándole el maestro.

Yo podría ayudar en el taller ―se ofreció la muchacha, interrumpiendo a Pau.

Pero eres una mujer, y las mujeres no trabajan de toneleras, bien sabes que este es un oficio de hombres ―dijo el artesano, justificando la costumbre de los gremios.

Bueno, haremos un pacto, te daré alojamiento en mi casa, te trataré como a una hija y tú me ayudarás a resolver mi problema ―le dijo.

No entiendo. ¿Qué problema? ―preguntó la muchacha.

El señor marqués, dueño de la explotación no está contento conmigo. Creo que es debido a la pérdida de estas dos cosechas anteriores, dice que se debe a mi desconocimiento y que no he tenido en cuenta las fases del astro de la noche —confesó Pau compungido.

Puede que se trate del astro, pero la dulzura y la selección de la uva es más importante. Puede que se trate de la construcción de la barrica,  pero más importante es el fuego —dijo solemnemente la muchacha.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Pau intrigado por las palabras de la muchacha.

—Me encanta el sabor del vino bien maduro. Mi padre, en Gloria esté, me hacía miguitas de pan de maíz mojadas en el vino tinto y algunas  veces le añadía miel —recordaba esos momentos dulces con su padre, mientras se le hacía agua en la boca y a sus ojos verdes acudían las lágrimas.

—Los arenques,  los arenques saben diferente si se ahúman con ramas o madera de laurel en vez de utilizar otros árboles. Ahumados con laurel y asados con sarmientos es como más me gustan —explicó Francesca recordando los días que pasaba con su padre.

—Sí, es verdad, cuando vamos al monte a talar madera y traer ramas con los jornaleros echamos fuera varios días, así que hacemos la comida en el campo y encendemos el fuego con arbustos y ramas secas. Hay unas hierbas que dan buen sabor a la carne de conejo o a la carne de cordero asado —dijo Pau Fuster recordando ese detalle.

—Pues debe ser así, ya que el fuego hace más sabrosa y digestiva la comida, y el humo la impregna de un agradable olor, resultando luego un manjar —completó la muchacha.

—Observo, joven Francesca que aprecias los olores y los sabores, tienes sensibilidad para los sabores, un buen paladar, un buen olfato, distingues los matices y amas la bella ciencia de la geometría —dijo admirado el tonelero.

—Me abruma con sus atenciones, señor —dijo tímidamente la muchacha.

—¿Qué hacéis con los manojos de las vides y con los tallos de col? —preguntó Francesca.

—Los sarmientos normalmente se utilizan para hacer fuego a diario en las casas de los jornaleros  —aclaró Pau.

—¿Qué se usa luego para torcer las duelas de las barricas? —preguntó la muchacha.

—Se utiliza cualquier madera, ninguna en especial —informó.

—Esta vez, propongo que hagamos un buen trazado geométrico, pongamos corteza compacta, quememos sarmientos para hacer las barricas —propuso la joven.

Y así lo hicieron ese año, y esa cosecha resultó ser buena, el vino no se perdió.

El señor marqués llamó al tonelero.

—La  cosecha este año ha sido muy buena, el vino no se ha perdido, pero aún no me sabe cómo la del sello número veintitrés de hace dos cosechas —dejó caer el marqués estas palabras como con cierta insatisfacción.

El tonelero no sabía nada, se encontraba más aliviado, más tranquilo pero no hallaba respuesta alguna. Habló con la muchacha del problema y ella le propuso la aventura de ir de noche a escondidas y así probar el vino del marqués.

El marqués guardaba el vino bajo llave en la bodega y no lo compartía con nadie salvo con el cura del templo de Santa María.  El cura de la parroquia de San Juan como no podía ser menos, también venía a buscar vino para hacer las misas.

—Vayamos a la bodega del marqués —dijo Pau.

—Vayamos —dijo Francesca decidida.

Se encaminaron dirección a la bodega del marqués. Pau tenía la llave. Entraron en el taller y luego bajaron las escaleras. Llegaron al tonel número veintitrés en cuestión, abrieron la tapa y sacaron una jarra de vino del apreciado tonel. Pau echó un primer trago y se limpió el morro con el dorso de la mano. Francesca hizo lo mismo y se echó otro trago. El vino restante decidieron saborearlo, así que cogiendo una taza que había al lado del tonel, le echaron un poco de aquel vino y permanecieron allí encontrando los matices del vino hasta que a la vela le faltaba poco para terminar. Enjuagaban la boca con el vino y luego dejaban deslizar suavemente el líquido por la lengua terminando el trago. Sacaron otra jarra y jugaron a diferenciar sabores. A mitad de la segunda jarra, se dieron cuenta que estaban algo contentos. Así fue como le sucedió la primera embriaguez a Pau y a Francesca, fue el mismo día que se escondieron juntos en la bodega para probar el vino del marqués.

—Ya encontré por fin mi querida saca de semillas —dijo Francesca. con cierta dificultad en el habla y con los ojos llenos de un brillo verde y chispeante.

—¿Dónde está? —preguntó Pau.

—Su esencia reposa ahora en el vino —completó la chica con cierto matiz de misterio.

—Posiblemente, será que los sabores de las especias han pasado al propio vino a través de la acción del fuego —concluyó el tonelero.

—La saca con las especias posiblemente fue quemada al doblar las duelas de la barrica número veintitrés —decía Francesca mientras una idea se le pasaba por la cabeza.

—Viajaremos con mulas hasta Oporto y compraremos especias para el vino —dijo Francesca pensando en una ansia callada que conservaba con ley en su interior.

Subieron las escaleras de la cueva casi tambaleando, apoyados el uno en el otro y a duras penas le dio la lámpara para terminar de subir las escaleras. Cerraron la puerta del taller y ocultos entre las sombras, aunque haciendo mucho ruido a causa de las risas que se traían. Desde alguna casa le arrojaron un cubo de agua pero no les alcanzó. Después el contenido de un orinal. Ese sí que acertó.

Maldiciendo se fueron corriendo y pronto se perdieron por las callejas y al final llegaron a la casa de Pau Fuster. Abrieron la puerta y se tiraron sobre la cama, vestidos. Durmieron hasta el mediodía del domingo y se levantaron por la tarde para ir a la misa vespertina, se levantaron con un fuerte dolor de cabeza.

El lunes siguiente, Pau hizo partícipe al marqués de algunas de las conclusiones a las que había llegado con respecto al sabor y conservación del vino.

Al marqués le parecieron razonables las conclusiones y decidió acceder a la petición del maestro tonelero.

Así fue como Francesca se las ingenió para volver a Oporto y de esta manera darle una buena sorpresa al joven Domingo. Francesca tenía muchas ganas de verle y estaba muy ansiosa de partir. Francesca, Pau y dos hombres del marqués prepararon dos carretas con caballos y partieron camino a Oporto.

EL ENCUENTRO

PORTO

1864

Una vez en Oporto, se encaminaron por una amplia calle y pronto estaban delante de la casa de don Diego. Ataron los caballos a las argollas de hierro que estaban ancladas al muro de piedra de la edificación y posteriormente Francesca hizo sonar la aldaba con forma de ancla de bronce en la robusta puerta de la bodega por donde entran los carruajes.

Doy lo que más aprecio.

Ojos verdes te reflejan, ya estoy a tu lado.

Donde no hay olvido ondea la bandera del recuerdo.

Hay Amor y Paz verdaderos.

Diviso algo en la distancia y me alimenta oloroso perfume de romero.

Ya existe una senda para nosotros dos.

Oyes mi llamada y preparo mi partida para reunirme contigo.

Pronto se abrió la gran puerta y apareció Domingo que al pronto no les reconoció al ver las dos carretas. Domingo ya había regresado, se había licenciado por la Universidad de Lisboa, se sorprendió al ver los desconocidos visitantes pero al final el muchacho la reconoció, alegrándose sobremanera.

¿Francesca? —preguntó con cierta duda en sus palabras.

¿Domingo? —hizo lo propio la muchacha.

¡Francesca! —exclamó el joven.

¡Domingo! —exclamó la joven.

Se saludaron cortésmente y luego subieron por unas amplias escaleras de piedra al sobrado de la casa, cruzaron una gran sala y entraron en una de las habitaciones en la planta superior, donde se encontraba el escritorio de don Diego.

Domingo golpeó con los nudillos la puerta de la oficina y se escuchó la voz firme del navegante.

—Pasa, Domingo —le invitó a entrar en la cámara de solado de madera de castaño.

Domingo y la muchacha penetraron en la estancia e hicieron un respetuoso gesto de reverencia al comerciante, que se encontró de repente sorprendido alegremente con la visita.

—¿La recuerda? —preguntó Domingo.

—Es Francesca Blau, de Cangas, la chica que alojamos hace dos años en casa —aclaró.

Don Diego no la había reconocido, estaba muy cambiada, más bella, una mujer bien formada, de buenos modales, con la elegancia de la humildad y el conocimiento, se quedó gratamente sorprendido.

Don Diego le dio la bendición.

—Dios te bendiga, hija mía —dijo solemnemente dirigiéndose a la muchacha.

—Mientras no lleguen las naves puedes alojarte con nosotros, esta es tu casa, te considero como una hija —se ofreció don Diego de Rodrigo.

—Tenemos que llevar el cargamento a la villa de Aranda pero prometo volver —dijo la muchacha dirigiendo su mirada cómplice hacia Domingo.

Una vez llegaron los barcos con las especias, estas fueron cargadas en las carretas para ser transportada la mercancía hasta el marquesado en Aranda.

Francesca, Pau y los hombres del marqués se trajeron un buen cargamento de especias, incluso semillas de plantas exóticas.

Al llegar a las tierras de Aranda,  un vecino de La Carolina que coincidió con ella en la parada de carruajes le compró semillas, decía que eran para sembrar en un invernadero de cristal que había proyectado hacer en compañía de un jardinero francés socio y amigo suyo.

Pau Fuster el tonelero figuraba como el tutor legal de la muchacha.

—Traer el decantador y la redoma de vidrio —dijo el marqués.

—Este sí que es un buen vino —pensó mientras saboreaba el vino y sus matices.

El tonelero le confió el secreto de los matices del vino al señor marqués y este concedió como recompensa un descepado majuelo al tonelero y este en heredad se lo concedió a la muchacha.

 

 

LA BODA

ARANDA

1861

Cuando Francesca cumplió los diecisiete años, don Diego y su hijo se presentaron en la casa de Pau el tonelero para pedir la mano. El tonelero Pau Fuster aceptó el maridaje y así fue como ella contrajo matrimonio con Domingo de Rodrigo.

Santa María  de las Viñas.

El sacerdote que ofició la ceremonia leyó al final algunos párrafos de un pequeño libro de bolsillo que cabía en la palma de su mano, impreso en Barcelona el 31 de mayo de 1858, encuadernado finamente en cuero con filigrana y con mayúsculas el título dorado en el lomo:

CAMINO RECTO Y SEGURO PARA LLEGAR AL CIELO.

Abrió el libro en la página 322 y tras leer algunos fragmentos del texto referentes a las obligaciones de los maridos y esposas, el cura le regaló el libro al joven Domingo, y este lo guardó con gran aprecio en el bolsillo de su chaqueta.

El día ocho de septiembre, el día de la ceremonia, Francesca recordó las migas con vino que le traía su padre en un cuenco con una cuchara de madera, recordó los arenques ahumados.

Se le soltó una lágrima y una oración.

Al lugar de la heredad le llamó pagos de fuego, porque el fuego le había traído la alegría.

Aún hoy queda algún retoño de aquellas viejas vides se dice que es la cepa madre de algunas cepas de la ribera.

La sabia de esas vides aún fluye en los pagos de las márgenes del Duero.

—Aquí me encuentro muy bien, pero tengo un sentimiento de nostalgia por volver a mi tierra, a Galicia —dijo Francesca con morriña y sin ambages.

Domingo, la miró tiernamente y la abrazó.

—Me gustaría conocer a tus gentes y los lugares que recorriste de niña, la tierra donde naciste. Podemos partir antes del invierno, en la costa el tiempo es más apacible que en estas tierras de Aranda, aunque llueva el suaviza las temperaturas —justificó ilusionado su joven esposo.

Prepararon su equipaje y se marcharon en un coche de caballos haciendo un trayecto de varias jornadas desde Aranda hasta la ciudad de Pontevedra.

LA CASA

CANGAS

1861

Una vez allí, se dirigieron a Cangas de Morrazo y al pasar por la villa de Bueu, bajaron del coche de caballos con su equipaje.

—¿Te gusta la costa galaica? —preguntó Francesca a su esposo.

—Me gusta esta tierra —dijo su marido.

—Vamos,  haremos una visita a mis padrinos —dijo Francesca.

Era mediodía, pronto llegaron a la casa de Juan Vergés que estaba situada en el arenal.

La casa era la misma, con la parra de uva blanca más extendida sobre el muro, la fábrica de salazón seguía en funcionamiento, se miraron el uno al otro y luego se aproximaron los dos hasta el portalón por donde se entraba a la casona.

—Esta es la casa, todo sigue igual —dijo Francesca.

Domingo de Rodrigo llamó golpeando la puerta con la aldaba de bronce que tenía forma de pez, los perros ladraron al sentir el golpe metálico y oler gente desconocida. Pasaron unos minutos y entonces se abrió el portal. Salió una criada mulata para ver quien llamaba.

—¿Se encuentran en casa el señor Vergés y su esposa? —preguntó Francesca con voz amable.

—¿A quién tengo el placer de anunciar, mi señora? —preguntó la sirvienta con un exótico acento.

—Soy la ahijada del señor Joan y de la señora María y él es mi esposo — contestó Francesca aclarando la pregunta.

—Por favor, permita que le lleve el equipaje. Acompáñenme y en un momento avisaré a la señora. Se pondrá muy contenta. El señor Joan no se encuentra en casa, desde ayer están pertrechando un barco para La Habana en la isla de Cuba, ahora tiene participación en una sociedad que hace trato comercial con una compañía azucarera ubicada en el puerto de La Habana, yo he venido de allí con mi difunto esposo, el murió de frío —dijo la sirvienta con un claro acento cubano.

Francesca y Domingo acompañaron a la mujer, cruzaron el patio y una vez subieron las escaleras de piedra llegaron a un corredor cubierto al que daban las estancias de la casona aneja a la instalación conservera.

La mujer abrió la puerta de la sala y les invitó a pasar al interior de la misma, ofreciéndoles asiento.

—Por favor siéntense mientras llamo a la señora —dijo la criada.

La mujer cruzó la sala y llamó a una puerta golpeando con los nudillos.

—Senda ¿Qué ocurre? —se escuchó una voz de mujer en el cuarto contiguo.

—La señora tiene una visita, un joven matrimonio. Dicen que usted le conoce, ella es de la familia —aclaró Senda, la sirvienta caribeña.

Al pronto, apareció la señora Moreu y la joven pareja se levantó cortésmente del sofá, dirigiéndose  hacia la esposa de Joan Verges.

—¿A quién tengo el placer de recibir en mi casa? —preguntó intrigada la señora Moreu.

—Madrina, soy Francesca, hija de Pep Blau, en Gloria esté —contestó la joven emocionada.

—¡Francesca! —exclamó la señora de Juan Verges, muy contenta, acercándose y abrazando a su ahijada.

—Creíamos que te habían capturado, no supimos más de ti. Enviamos a buscarte por las fábricas de Hio y de Aldán a las que acudías con tu padre, pero nadie dio razón de ti. No acabo de creer que estés aquí, estás muy cambiada, te has convertido en una mujer muy hermosa, y tienes esposo. Joan se alegrará mucho ¡Nuestra ahijada! Os teníamos un gran aprecio a ti, mi pequeña Francesca y al difunto de tu padre, ¡que Dios le guarde en su Gloria! —no paraba de hablar la señora María, mostrando una enorme alegría en su rostro.

—Señora, él es mi esposo, el señor Domingo de Rodrigo —presentó toda orgullosa la muchacha a su elegante marido.

—Señora, todos mis respetos —dijo con un gesto cortés el joven Domingo, mientras la señora Moreu le acercaba la mano para permitir que el muchacho hiciera el ademán de besarle la misma.

—Licenciado en Matemática e Historia Natural, me ha tomado como esposa por amor, que por fortuna nada tenía, ¡que Dios bendiga su alma! —dijo Francesca solemnemente, orgullosa, mirando los ojos de su esposo.

—Ella conocía mis pensamientos y deseos más íntimos con más detalle que el cura de mi parroquia —dijo alegremente Domingo de manera resuelta, con la picardía, el acento y la gracia de un buen portugués.

María Moreu, soltó una sonrisa que fue bien recibida por todos. La gracia y el ingenio del muchacho habían logrado distender la emotividad de la escena.

—No es amigo de cazar y yacer en cotos prohibidos, no es asiduo visitante de tabernas, es prudente en el hablar, me enseña con cariño y es así como yo me complazco felizmente en los deberes de una esposa con plenitud correspondida —dijo Francesca admirando las virtudes de su marido.

—Está claro que conoce las reglas de la vida rural y del rebusco no hace vino —reconoce con la retranca  propia de un gallego adquirida en el ambiente de la villa de Bueu su madrina María Moreu.

—Estamos realizando un periplo para conocer estas tierras y partiremos luego a Oporto para visitar la familia que no vino  a la boda —indicó Domingo.

—Pensaba que veníais para quedaros —les manifestó su madrina contenta al saber que había vuelto cuando la tenían ya por desaparecida.

—No tenemos donde instalarnos —dijo Francesca.

Realmente, Francesca estaba pensando que después de tanto tiempo la casa de sus padres debía estar prácticamente en ruinas.

—Si hay un lugar donde podéis instalaros, la casa de tus padres —dijo la señora Moreu.

—La casa debe estar toda destartalada, cuando yo me fui se estaba deteriorando, la cubierta casi se venía abajo. Desde que murió mi padre no se pudo hacer ningún tipo de mantenimiento de la cubierta, él era quien arreglaba todo y yo era muy pequeña para hacer ese tipo de trabajos —se explicó Francesca.

—Es verdad, a la casa se le levantó alguna teja con la galerna, las tablas se humedecieron, los cabrios se pudrieron y al final cayó toda la teja y las ratas la habitaron tras tu desaparición —aclaró María.

Francesca se entristeció.

—¡Qué pena! —dijo afectada, pues recordaba a su familia.

Al verla tan afectada, su madrina acabó de contarle que su esposo, al ver la casa deteriorada decidió tomarse la libertad de arreglarla por su cuenta y tenerla arrendada. Pensó que tal vez si Dios quisiera, la hija de Modesto volvería, ellos tenían esa esperanza. Durante esos años aún había conseguido alguna rentabilidad y le tenía reservado la ganancia.

—Vuestra casa ha estado dando réditos por alquiler. No es mucho, pero te pertenece —le informó María de tal particular.

—Me alegra oír esa noticia —dijo Francesca.

—Iremos a verla y podremos instalaremos allí —dijo Domingo ilusionado.

—La verdad es que pensábamos vivir de alquiler mientras no le hacíamos un arreglo —dijo Francesca mostrando una enorme alegría y dirigiendo la mirada tierna a su madrina en agradecimiento por lo que habían hecho.

Al regresar Joan, este se llevó una gran sorpresa. Tras presentarle a su marido. Cenaron pollo y tomaron un buen vino del país. Domingo y Joan estuvieron hablando de negocios.

Francesca era la experiencia, la práctica, el oficio, el arte.

Domingo era la ciencia, la erudición, la teoría.

Cuando se juntan esos ingredientes se hace una buena receta, es la receta que alimenta los cambios que se consideraban tan necesarios en esos tiempos pero que con la perspectiva del que narra los hechos no ha dado tan buenos frutos, quizás por la naturaleza imperfecta de los seres humanos.

Pasaron allí la noche, en un cuarto que tenían para los huéspedes en el sobrado de la casa y al día siguiente tras el desayuno decidieron seguir su camino hacia Cangas.

Tan pronto como llegaron al casal que llaman del otero de la Rosada, se encontraron con la edificación con tejado a dos aguas, una vivienda de planta baja con un pequeño anejo para usos varios. Francesca se alegró mucho al ver la casa e intentó traer a la memoria los recuerdos gratos de la infancia. Sacó de la faltriquera la llave que le había dado María y abrió la puerta. Todo estaba muy bien dispuesto y arreglado, los inquilinos la habían dejado en perfectas condiciones, sin desperfecto alguno, pues muchas veces los inquilinos se marchaban sin pagar y dejaban además las cosas con gran deterioro y  con muchos desperfectos.

Había un horno de cocer pan en una esquina y una piedra de lar nuevamente labrado, pues el que tenía su padre estaba muy deteriorado por el uso, con unas grandes cuencas en su superficie y particularmente debido a una brecha producida por el fuego. Sobre la piedra del hogar se encontraba un pote de hierro, con boca pequeña pero de gran barriga,  con dos asas y tres pies para mantener levantado el recipiente del suelo y así prender fuego debajo. También había y un trípode nuevo para las cazuelas de barro, formado por un triángulo equilátero de hierro con una pata en cada vértice. Había un balde de duelas embreado para el agua y una artesa de madera para el pan. En el hueco del muro había unos anaqueles con tarteras de barro y algunos utensilios de madera para hacer la comida.

Había una mesa y dos sillas, una tina de madera embreada para bañarse y, por supuesto, había un lecho con jergón de follaco tras una cortina. Francesca se acercó al lecho y echó el brazo bajo los largueros de la cama como buscando algo. Y ante la sorpresa de Domingo sacó un recipiente de porcelana de algo más de una cuarta de boca adornado con motivos florales en color azul.

—¿Qué es eso? —le preguntó Domingo muy intrigado.

—Una taza para el desayuno, los campesinos necesitan mucho alimento para realizar las duras tareas del campo —dijo ella con cierta seguridad.

—Entonces, cuando vivían aquí los inquilinos gustaban de comer buenos desayunos —dijo Domingo.

—A nosotros también nos vendrá muy bien esa taza pues, ya sabes,… los recién casados suelen trabajar mucho. Se cansan, pues tienen que aprender muchas tareas nuevas —se insinuó Francesca con picardía.

—Hay tareas que agotan —dijo Domingo siguiendo el juego de su esposa.

—Tras la tarea más dulce, podremos llenar la taza y nos aliviará — continuó diciendo Francesca.

Siguieron haciendo bromas con la gran taza de porcelana, riendo, haciendo cosquillas y persiguiendo el uno al otro. Francesca se reía con las cosquillas que su marido le hacía mientras permanecía tumbada sobre la cama, hasta que no pudiendo aguantar más las ganas de orinar Francesca se levanta de la cama y subiendo el vestido baja con rapidez su ropa interior se pone de cuclillas y cogiendo la taza de porcelana bellamente decorada, la sitúa entre sus piernas y se orina dentro sintiendo un verdadero alivio.

—¿Qué haces? —preguntó Domingo sorprendido al contemplar la inesperada escena.

—¿No habías visto nunca orinar a una mujer? —preguntó su esposa.

—Bueno, sí. Pero esas cosas siempre se tratan de hacer a escondidas, se va al escusado y allí lo haces tranquilamente —puntualizó Domingo.

—Los hombres suelen orinar en público contra un muro o contra un árbol tratando de disimular. Cuando vienen borrachos de la taberna ya no tienen vergüenza y orinan en cualquier parte. Tú eres una persona de ciudad y por eso estás acostumbrado a usar las letrinas. En el campo la gente hace sus necesidades en un lugar apartado, no hay otra cosa. Aquí como puedes ver, no hay retrete y tendremos que ir a la pieza que hay en la caseta. Si quieres orinar de noche puedes hacer como yo. Utiliza la taza ¡Perdón! El orinal —aclaró Francesca. 

—¿Era un orinal? ¡Muy buena broma! —dijo Domingo, poniendo cara de tonto.

Los dos soltaron una carcajada por la broma de Francesca y luego dando un suspiro se tumbaron en la cama poniendo las manos tras la nuca y contemplando con detenimiento el detalle de la armazón de madera del techo.

—¿Quieres dar una vuelta por el pueblo? —preguntó Domingo.

—Tal vez más tarde, necesito descansar un poco —respondió amablemente su esposa.

Francesca se encontraba un poco cansada y pensó que sería mejor quedarse en casa, mientras tanto, Domingo aprovechó para conocer la villa marinera y dar una vuelta por la zona.

Parejas de bueyes rojos tirando de los plaustros repletos de tojo bajaban del monte acompañados de la melodía de los ejes, hombres tirando de la cuerda del freno de retorno al bajar las estrechas sendas de gran pendiente por donde los carros circulan. Había hileras de carros transportando mercancía, mulas que cargaban sacos y mujeres con haces de leña en la cabeza, mientras otras regresaban del mercado con cestos de láminas de castaño provistos de asa en la mano. Domingo compró un cesto de mimbre en la plaza del mercado al aire libre, a un cestero que estaba vendiendo mercancía.

Era ya mediodía cuando Domingo regresó. Traía hambre de la caminata y pensó que a su esposa tal vez le sucedía lo mismo. Abrió la puerta, entró en casa y dejó el  cesto con la bolla de pan de centeno, el queso, los chorizos y la manteca de vaca para el desayuno sobre la mesa y luego posó la garrafa de vino. La lumbre estaba encendida, había un agradable olor a resina de pino.

—Cariño, ya estoy aquí —dijo a su esposa.

Domingo se encontró aún a su mujer en la cama. Tras la cortina,  Francesca al escuchar la voz de su esposo le invitó a pasar.

Francesca tenía la palma de la mano derecha con los dedos muy abiertos bajo la línea de sus pechos y la palma de la mano izquierda abierta como una hoja de palmito sobre el vientre, encuadrando fotográficamente y de forma asimétrica la elipse de su ombligo, escopo en el que se ubicaba un grano tostado de café. El contorno de su ombligo hacía el efecto de la mandorla de un medallón.

Al verla, Domingo sonrió, permaneciendo quieto, expectante.

Francesca, acostada sobre el cobertor de la cama, se había quedado casi con toda la superficie de su piel en contacto con el aroma del aire que impregnaba la estancia. Un pañuelo de color brillante parecido al color del azúcar caramelizado anudado a su cuello, estaba apoyada sobre el codo y el costado derecho, con la mano derecha descansando prisionera sobre la cama y con la pierna derecha extendida.

Tenía apoyada la parte interior de la pierna izquierda sobre el lecho, flexionada en ángulo recto y al mismo tiempo formaba un ángulo de noventa grados con el tronco, el cual se veía con una ligera torsión en los pliegues dorsales de la cintura.

Su brazo izquierdo estaba totalmente plegado y la palma de la mano tocaba levemente su pecho izquierdo, un botón globular color tostado asomaba entre el dedo índice y el corazón, dejando entrever fragmentos de una corona circular de tono chocolate.

Miraba fijamente con sus preciosos ojos verdes enmarcados entre largas pestañas al joven esposo. Los dos estaban en su casa, una pequeña casa, donde su padre y ella habían vivido. Juan Verges, tras la muerte de Pep Blau y después de la desaparición de la muchacha, había mandado adecentarla a unos jornaleros suyos, ahora tenía un aspecto austero y limpio, había un lecho y un lar de piedra.

La mirada sutilmente depredadora del joven esposo le invitaba al deleite de compartir con él los pensamientos y hacer realidad sus deseos de poseerla por vez primera.

Domingo, en el umbral de la puerta volvió a sonreír levemente y se mojó los labios, mientras sentía en el área de la cintura una presión irresistible que iba en aumento, dejando fluir substancias lubricantes en sus canales internos, mientras aumentaba el palpitar de su corazón, bombeando cada vez más sangre hacia la zona abdominal.

Con el movimiento de sus ojos, Domingo describía un diagrama cinético sobre los puntos de interés primario, los ojos, las nalgas y el fruto de pulpa entre las piernas de su esposa, con pliegues semiabiertos, unos pliegues que parecían guardar entre ellos la semilla de un fruto ya maduro.

Los pliegues eran de color miel y cundo Domingo los saboreó con la punta de la lengua, tenían un agradable olor a resina.

Luego, Francesca, de espaldas sobre la cama abrazó levemente con ambos brazos las piernas flexionadas y acostó la cabeza sobre la almohada, en una silueta parecida a la de una calabaza de peregrino, mostrando simétricamente acompañado por las ancas el fruto con aquel tono rosa y rojizo que nunca había sido comido ni compartido con persona alguna, quizás solamente en alguna ocasión tocado de forma fugaz e imperceptible por las yemas de los dedos de su jardinera fiel.

Los dos comieron, los dos bebieron y la naturaleza humana hizo lo demás. Llegando así la mujer y el hombre a tal arrobamiento que todos los días sentían la llamada y volvían a reposar comiendo viandas hasta que el repositorio quedó vacío.

El armario empotrado habilitado en el muro, con anaqueles de madera de castaño. El saco, la espuerta, los recuerdos de su pasado guardados en un baúl, había decidido emprender una nueva vida al lado de su esposo, como normalmente hacían las mujeres recién casadas.

ULTRAMAR

CADIZ

1866

Los pliegos de papel y el cálamo del escribano.

El viaje a ultramar con su esposo Domingo el hijo de don Diego.

A finales de enero del año 1866, Domingo de y su recién estrenada esposa Francesca de veintiún años provista de un abultado equipaje, aprovechan la travesía de un barco de pesca a remo y vela que desde el puerto de Cangas se dirigía al puerto de Vigo. En Vigo toman un nuevo barco que les llevaría a Cádiz. Hicieron una pequeña escala en Oporto y luego en Lisboa y llegaron por fin al puerto de Cádiz el día de la Candelaria.

Allí embarcarían en un buque que principiaba la ruta entre Cádiz y Cuba. Una vez atraca el barco en el puerto de Cádiz, desembarcan con sus equipajes y se encaminan a las oficinas de una naviera que un armador llamado Antonio López tenía en la ciudad.

Ven una pintura mural de un gran barco de vela  que tenía escrito el rótulo “Vapores de A. López y Cía.”.  El rótulo del cartel les indica que se encuentran en el lugar buscado.

Domingo traía una carta de recomendación de don Diego, su padre,  que conocía casualmente a don Antonio López.

Don Diego había coincidido y mantenido cierta amistad don Antonio con ocasión de un viaje que había realizado con la intención de traer un cargamento de azúcar de la incipiente industria nacida bajo la implantación de los numerosos ingenios azucareros en la isla de Cuba. Era un cargamento procedente de Santiago de Cuba.

Don Antonio era una buena persona, de carácter emprendedor y trato amable, buen diplomático y por supuesto un hombre de negocios de gran calado. Tan pronto como un ayudante de la oficina le dio la carta, les mandó pasar a su despacho.

—Soy Domingo de Rodrigo —dijo alargando su mano al armador- es para mí un honor conocerle. Mi padre me ha hablado muy bien de usted. Ella es mi esposa Francesca.

—El hijo de don Diego de Rodrigo, el portugués —dijo mostrando cierta confianza  don Antonio—. Mis respetos, señora.

Don Antonio correspondió el saludo de Domingo y luego besó la mano de su esposa.

Don Antonio era un hombre atractivo, pelo negro, ondulado y largo, peinado de tal manera que cubría parcialmente las orejas. Llevaba pañuelo al cuello, camisa blanca, chaleco negro bien apretado con botones negros y chaquetón color tostado de cuello con grandes solapas.

—Está previsto que mañana llegue el nuevo barco que hemos construido recientemente —dijo mientras abría una vitrina con puertas de cristal y cogía una botella de vino.

—Es un buen vino de Oporto. Me aficioné al vino de tu tierra cuando estuvimos juntos tu padre y yo en Cuba. Diego traía bien guardado un pequeño tonel en el puente. No se acostumbraba al ron que hacían en la isla —aclaró don Antonio. 

El Antonio López era un buque mixto al que le había bautizado con su nombre, de vapor y vela, recién construido, con tres mástiles para velas auxiliares. Una chimenea humeaba entre el primer y segundo palo. Ellos estaban entre los pasajeros que hacían el primer viaje a las Antillas.

Una vez llegó el buque que esperaban al puerto de Cádiz, subieron al barco de vapor que estaba a punto de zarpar rumbo a tierras de ultramar, a través del océano. Viaje que les llevaría a  su destino, a los más bellos enclaves de la cuadrícula geográfica determinada por los meridianos 73 y 76 y los paralelos 10 y 12.

A mediados del siglo diecinueve había comenzado un nuevo comercio con la implantación del cultivo y explotación del café en aquellos territorios.

Domingo y su esposa Francesca habían sido enviados con los credenciales respectivos por don Diego de Rodrigo y el señor Joan Verges el fomentador, pues habían acordado crear una sociedad comercial denominada “Ultramarinos de Rodrigo y Verges” para establecer una ruta emergente a partir de un acuerdo comercial entre España y la nueva República de Colombia que estimularía el deseo mercantil tan habitual en aquellos tiempos y le permitiría la importación de productos exóticos procedentes de ultramar tal como el café americano y el cacao.

Tenían en mente el proyecto de establecer una nueva ruta comercial atlántica que operaría en una ruta menor a lo largo de la costa entre el puerto de Vigo en la costa atlántica gallega y el puerto de Cádiz, y en una ruta mayor con las costas centroamericanas, concretamente con el puerto colombiano de Santa Marta ubicado en el mar Caribe.

En aquel barco nuevo de vapor, propiedad de don Antonio López, zarparon del puerto de Cádiz con la ayuda del carbón y con viento favorable, haciendo la misma ruta que antiguos navegantes, tras una larga y penosa travesía por el Atlántico, logrando, al cabo de treinta y cinco días avistar tierra.

Hicieron escala en las islas de Cuba y luego en Santo Domingo, donde dejaron algunos hombres que habían venido del noroeste ibérico para el trabajo en las plantaciones de caña de azúcar, pues allí muchos jóvenes se aventuraban a la emigración debido a la escasez de trabajo.

 Un emigrantes tenía una maleta de cuero desgastado con estructura de madera entre sus piernas, las manos entrelazadas y apoyadas sobre las rodillas, con la mirada puesta a un pie de la puntera de sus botas negras y como viendo más abajo del pavimento de madera de la cubierta del barco. Estaba sentado sobre una cuerda enrollada al lado del palo de proa esperaba la llegada de la isla y su esposa, le acompañaba en silencio.

Con las lágrimas en los ojos y con un nudo en la garganta, sin poder hablar a causa de la emoción desembarcaron en el puerto de la isla.

Vendrían las carretas de bueyes de los propietarios de los ingenios del azúcar que solían acercarse al puerto para cargar las naves que salen rumbo a Europa y en el camino de regreso les acompañaban nuevos brazos para el trabajo en las plantaciones azucareras.

Esos trabajadores era la primera vez que venían a la isla y no estaban acostumbrados a aquel clima húmedo y cálido, para ellos todo era nuevo y diferente.

Aprovechando el bullicio existente, pronto se incorporaron a un grupo de jornaleros, junto con otros hombres que habían venido en el barco desde Europa.

Luego se dirigieron a alguna explotación de caña. A ambos lados del camino contemplaban las plantaciones de caña, con una muchedumbre de jornaleros y jornaleras trabajando, con ropas blancas empapadas por el sudor, sombrero o pañuelo en la cabeza y con un machete en la mano; los mayorales a caballo y las carretas de grandes ruedas de radios con yuntas de bueyes y hombres preparando la carga.

Pronto divisaron los tejados de los enormes cobertizos y llegaron a la entrada de la plantación de azúcar, que estaba enmarcada en una perspectiva frontal de enormes y esbeltas palmeras con una barriga en su tallo. Al fondo se veía la central.

Una vez hicieron víveres en la isla, pusieron rumbo al puerto de  Santa Marta.

Desembarcaron finalmente en el puerto de Santa Marta, una ciudad fundada por los españoles en el año mil quinientos veinticinco.

Habían traído con ellos en el barco un baúl repleto de gran cantidad de documentos valiosos, una extensa cartografía del reino de Nueva Granada. Allí había entre otros documentos, un portulano grabado por Antonio Mª Madero referido al plano del puerto y ciudad de Santa Marta, cuya catedral se hallaba situada a 11º 5’30” latitud norte y  74º13’30” longitud oeste según dicho plano. Figuraban en el dibujo las medidas de la sonda y la calidad de los fondos en la ensenada y entre el islote de Morro Grande   y el islote del Morrito. La población estaba flanqueada por el castillo de San Antonio y el río de Santa Marta o Manzanares, y había un conducto o zanja de agua desviado del río que se podía cruzar por tres puntos y separaba la playa de las edificaciones del poblado.


LA EXPEDICIÓN

SANTA MARTA

1867

La ciudad fue el punto de partida de una colonización que sucedió más tarde y que aprovechó sendas y asentamientos indígenas para la explotación de los recursos existentes arrebatados a sus antiguos pobladores. Se trajeron esclavos africanos a estas tierras de la costa atlántica.

Los esposos permanecieron en la ciudad durante casi una semana, hospedados en el Hotel Colonial, una edificación de planta baja y planta alta, con balcón corrido a la calle al que salían las habitaciones, de un perfecto estilo bolivariano.

Pretendían salir luego a lomos de asno en una caravana que hacía la ruta que va hacia el valle del Magdalena.

Habían contratado a dos nativos y cada uno de ellos llevaba una mula de carga.

Ciudad Perdida era una ciudad en terrazas, abandonada, ahora estaba en ruinas, con casas circulares de piedra y techo cónico, tal y como describen los cronistas, era un complejo habitado con buena escogencia del lugar, de traza y carácter similar a los asentamientos del noroeste ibérico.

Domingo se interesó particularmente por esta antigua población arahuaca ubicada en Sierra Nevada de Santa Marta y ambos decidieron ir allí.

A su esposa Francesca le entusiasmó grandemente la idea de hacer tal exploración y partieron al amanecer camino de Ciudad Perdida.

Ciudad Perdida aguardaba ser explorada por estos visitantes, descendientes de  aquellos conquistadores hispanos, no muy bien afamados tras la instauración de la República en Colombia allá por el año mil ochocientos diecinueve, circunstancia que fue el punto de partida de una serie de mutaciones a nivel social que originaron al mismo tiempo nuevas formas de ocupación del territorio, atrayendo grandes flujos de población que finalmente dieron lugar al hábitat que hoy conocemos.

Camino de la enigmática Ciudad Perdida, por los desfiladeros avanza una pequeña caravana formada por dos hombres, uno va delante, andando, tirando de una mula con carga, detrás le sigue otro montado en una mula, cierra el grupo otra mula con carga, suben pesadamente por la senda paralela al cuchillo de piedra.

Una de las mulas que iba delante de la expedición y en la que montaba Domingo reculó arqueando su lomo e intentando frenar al llegar a un desnivel entre rocas. Domingo al ver que el animal tenía miedo, se bajó de la mula y ésta por fin pasó el obstáculo, los demás viajeros hicieron lo mismo, bajaron de la cabalgadura y así pudieron seguir el camino.

 Era lógico ir a pie, pues la pendiente aumentaba poco a poco. El aire era más frío cada paso ascendente que ellos daban, el grado de temperatura y humedad de la costa se habían modificado considerablemente.

La visión del valle, a sus espaldas era maravillosa, al frente la montaña costera, majestuosa con su altura impresionante.

Regresaron al hotel al cabo de tres jornadas, era mediodía, estaban cansados del viaje, así que subieron a la habitación y se refrescaron ambos en una bañera llena de agua con sales. Luego, incitados por la visión de sus cuerpos semidesnudos, se entregaron a los juegos del amor. Una vez satisfechos, durmieron un rato hasta que al caer la tarde la mujer del servicio de habitaciones les llamó para la cena.

Se estaba haciendo de noche en la bahía de Santa Marta y para ellos las actividades tras la puesta del sol eran más soportables, incluso dar un paseo por la playa de Rodadero.

El matrimonio se vistió elegantemente, abandonó la habitación, salió al corredor semiabierto y bajó las escaleras.

Entraron en el comedor, traían muchas ganas de comer, pues de otras cosas ya se habían saciado y sentándose a la mesa que tenían reservada para ellos comieron las viandas que le fueron servidas por la camarera.

Degustaron primero unos refrescos a base de agua, leche, azúcar y el jugo de un fruto que llaman maracuyá. Para abrir el apetito, la camarera les trajo una fuente oval de madera tropical repleta de frutos, casi todos desconocidos para ella, entre los que Domingo, conocedor de la flora tropical,  pudo distinguir mango, guayaba, papaya o fruta bomba como su padre le dijo que se conoce en Cuba, junto con grandes bananas, piña, maney, coco y muchos limones verdes.

Desearon y comieron una vianda de langosta fresca y cangrejos.

Deleitándose con lo mejor de la comida típica colombiana caribeña, disfrutando del pescado frito fresco, del arroz con coco, de los patacones de plátano macho y de frutas tropicales y postres.

Arroz blanco cocido, acompañado de patacones de plátano macho y una fuente de pescado propio de la zona frito en manteca de vaca.

Una jarra de vidrio con agua de panela les sirvió para mojar los labios durante la cena y una vez terminaron de comer unos dulces de coco, la mujer que les atendió se mostró muy amable con ellos y luego tomaron por primera vez una taza de café, saboreando la bebida y disfrutando de los matices y del aroma que se esparcía con las tazas calientes y humeantes. Francesca cerró los ojos, acercando su nariz a la taza y aspirando el aroma, al mismo tiempo que Domingo hacía lo mismo.

Tras la cena salieron a pasear por la playa, bajo el reflejo de la luz lunar, mientras la silueta de sus cuerpos se enmarcaba en la silueta de los farallones de la costa.

Abandonaron la población muy temprano, al amanecer,  para no tener que soportar mucho calor. En las inmediaciones de Santa Marta, sentadas en un murete cercano a una choza de tejado de palma y paredes de tejido de guadua, dos  hermanas mellizas de tez morena y largos cabellos, ataviadas con ropa blanca y collares de hilo de color azul, rojo y amarillo, ahogan con sus quehaceres los ardores de la juventud mientras están haciendo prendas de ropa.

Camino de la desembocadura del río Magdalena, Domingo estuvo dibujando en un cuaderno de viaje las chozas con techumbre vegetal de los habitantes de los llanos del valle.

Después de haber recorrido unas veintidós millas, tras haber iniciado el viaje en Santa Marta,  pernoctaron en una hacienda,  en una población que sus habitantes llaman Aldea Grande y que hoy se conoce con el nombre de Ciénaga.

En la zona los poblados eran lacustres, las casas se levantaban sobre el agua, los niños manejaban con pericia las canoas de troncos ahuecados, los jóvenes pescaban con una red circular los peces de la ciénaga.

En una de las orillas había un tambo, una especie de construcción formada por una cubierta a cuatro aguas de hojas de palma sobre nueve rollizos hincados en el terreno. Había un chinchorro o hamaca de fibras tejidas toscamente. Un hombre portaba un balde de madera con agua del río y otros hablaban mientras el humo de una fogata encendida alertaba de la hora de la comida. Había unos fardos bajo la cubrición y tres borricas. Una de las borricas tenía puestas las alforjas y dentro de una de ellas había un niño durmiendo, con un sombrero tapándose la cabeza.

A veces se divisaban peligrosos caimanes en las aguas.

Un nativo que acompañaba al grupo, estaba tumbado cerca de la orilla del río, donde los caimanes permanecían al acecho de sus presas, en su mano derecha portaba una especie de mango cilíndrico con dos puntas de hierro y acercó verticalmente el instrumento, el caimán abriendo la boca de forma inesperada intentó arrancarle la mano de una dentellada, pero el pobre animal al mismo tiempo que mordía la mano se clavaba el arma entre la mandíbula superior y la mandíbula inferior, quedando el nativo a salvo y retorciéndose el animal de dolor. Una vez reducido el saurio, el hombre le clavaba el puñal en un lugar certero de muerte.

Una escena salvaje, cruel y nada habitual en las tierras de donde ellos habían partido.

En principio, tenían previsto dirigirse a Fundación y desde allí adentrarse por antiguos caminos indígenas hasta llegar a la zona media del curso del río Magdalena.

Se veían no muy a lo lejos las viviendas de los esclavos en las plantaciones. Largas hileras de asnos o mulas con alforjas y hombres con sombrero y bastón. Grupos de mujeres y niños preparando comida delante de la puerta de sus cabañas.

Se cruzaron con una mujer que regresaba del mercado de hierbas, en la cabeza traía un haz de paja, al ver para ellos, por accidente se le soltó el escote y quedando su torso a la vista, Domingo y Francesca contemplaron sus pechos morenos y desnudos con sus enormes y duros pezones. La muchacha sonrió, mientras se apartaba para dejar pasar otra mujer que cargaba grandes ollas de barro en una red atada a la frente y con otra vasija en la mano izquierda camino al mercado. 

Hombres semidesnudos que trabajaban aquellos campos de tierra de color rojo con parejas de bueyes tirando del arado, campos de caña de azúcar y de vez en cuando algunas casas de bahareque propias de los habitantes del lugar, destacando algunas plataneras con enormes piñas de frutos, frutos desconocidos para ella.

—Esa planta se denomina Musa paradisíaca —informó con un cierto punto de erudición su esposo Domingo, señalando un ejemplar de enormes hojas y con una grande y hermosa piña de plátanos en todo su esplendor que había al borde del camino y bajo el cual descansaba una mujer de pelo negro recogido en dos trenzas, recostada a la sombra, con la mano derecha en el suelo y la izquierda acariciando levemente su pantorrilla mientras mostraba un bonito collar de perlas de río que hacía fijarse de forma obligada en los abundantes y hermosos pechos que sobresalían por su amplio escote.

—¡Qué bello es todo esto, lástima que haya tanto calor y humedad! —dijo Francesca fijándose disimuladamente en sus amables senos mientras secaba la frente con un pañuelo, ya mojado por el sudor.

El templo parroquial de los esclavos era una de esas construcciones realizadas con guadua, una variedad de bambú, las cañas perfectamente ensambladas o atadas con cuerdas de cabuya, techos de hoja de palma de coco. Un grupo de tres campanas situadas sobre un pórtico de dos altísimos postes de guadua, protegidas por un techo vegetal a dos aguas.

Había mercado en la población.

 

Atravesaron en barco la Ciénaga Grande, niños pescando con redes circulares en la ciénaga y pronto llegaron al puerto fluvial de Villa de Soledad de Colombia, en la desembocadura del río Magdalena, los grandes champanes que transportan mercancía, en una ramificación de agua que fluye recorriendo el valle y calmando la sed de la tierra en un país extremadamente hermoso.

El carácter navegable del río Magdalena permitió la localización de múltiples asentamientos y puertos fluviales a las orillas de su largo curso.

Era todo un espectáculo ver desde la ribera enmarcados entre plataneras y cocoteros los champanes que esa mañana surcaban la desembocadura del Magdalena. Los champanes eran unas embarcaciones bajas de madera, con una zona cubierta con un tejido de caña de guadua que presentaba la forma de medio cilindro. Los barcos eran manejados hábilmente mediante pértigas de guadua por una experta tripulación de unos quince hombres de raza negra, mientras eran guiados por un timonel a popa. Uno de los champanes atracó en el embarcadero. Domingo y Francesca, junto con los demás hombres que formaban la expedición que había salido desde Santa Marta embarcaron por la zona de proa. Iniciaron así la ruta por las tierras bajas,  adentrándose en el gran río.

Durante el trayecto pudieron contemplar un tronco de árbol con una enorme boa viajando sobre este, aguas abajo.

Después de una jornada de viaje, volvieron a la orilla y caminaron por tierra firme. Se dirigieron aguas arriba por la tupida selva, por antiguas trochas o sendas indígenas convertidas ahora en caminos y por las que era frecuente encontrarse con bestias cargadas y hombres montados a caballo o sobre lomos de mulas.

Nuestros amigos tenían la intención de establecer un nexo que suponían estratégico entre las zonas altas de cultivo cafetero de la región antioqueña en la cordillera central y las poblaciones de las regiones altas de la cordillera oriental.

Las tierras de la cordillera central, entre el Magdalena y el Cauca eran unas tierras hermosas que estaban, al igual que toda la selva, bajo la protección de la Madremonte.

Tierras que sorprenden constantemente a nuestros visitantes europeos, el color ocre del barro en los barrancos y el verde de la vegetación exótica, con el grueso manto de un suelo fértil, tierras ricas en frutos diversos y abundantes, tierras de guadua, construcciones en guadua, tierras repletas de yacimientos auríferos.

Igualmente ocurría con las tierras del altiplano de la cordillera oriental, donde abundaban los yacimientos mineros, y la agricultura junto con la ganadería eran enormemente productivas.

Tras muchas millas de viaje, Domingo y Francesca se establecieron en un lugar cercano al río y que los habitantes de esa región ribereña llaman Puerto Boyacá.

En un establecimiento que daba comidas y ofrecía alojamiento a huéspedes en Puerto Boyacá entraron en contacto visual con un hombre de facciones europeas, de ojos azules y barba rubia, personaje muy atractivo, con bigote bien trabajado y vestido con camisa blanca de algodón. Con gemelos dorados con forma de granos de maíz en los puños, chaleco de lino, traje blanco y sombrero de ala ancha. Mostraba un aspecto elegante y les estuvo observando disimuladamente durante un rato.

Domingo, al igual que su esposa Francesca, con su larga cabellera negra y sus ojos verdes no pasaban desapercibidos. Casi todos los habitantes ribereños de los pueblos del Magdalena por donde habían pasado hablaban de ellos. Tras cruzar con ellos el elegante caballero alguna mirada y sabiendo de antemano la manera entrar en contacto con gente desconocida el individuo decide hacerlo y al final se dirige a ellos.

—¿Son ustedes de la Madre Patria? —preguntó.

—Sí, es cierto señor, venimos de España —contestó Domingo, poniéndose a la defensiva ante el  acercamiento imprevisto del desconocido.

—Perdonen, no me he presentado aún. Mi nombre es Gonzalo Suárez de Vargas, natural de Tunja, descendiente de libertadores —dijo solemnemente mientras hacía una reverencia y le ofrecía la mano al expectante Domingo.

—Mi nombre es Domingo de Rodrigo —respondió al gesto de cortesía con el mismo ademán y luego dirigiendo la mirada hacia su esposa se la presentó.

—Mi esposa,… Francesca Blau Grana —dijo Domingo mostrándose orgulloso por la hermosura de su mujer.

—Al servicio de usted, señora —dijo el señor Suárez de Vargas mientras Francesca le hacía el besamanos.

El señor Gonzalo les instó cortésmente a seguirle y los llevó a un reservado del establecimiento.

Mientras les invitaba a sentarse en una tosca mesa de madera tropical con grandes atenciones y buenas maneras, retirando amablemente una silla para que Francesca tomara asiento.

Una vez se acomodaron los tres a la mesa, el caballero miró a su alrededor inquieto y luego, sacando del bolsillo un pañuelo doblado y poniéndolo sobre la mesa, lo desdobla y aparecen a la vista unas piedras cristalinas de color verde, de la misma forma y tamaño de unos granos de maíz.

Los ojos de Domingo intercambian la mirada con los ojos de su esposa Francesca y, al ver el hombre sus reacciones, les muestra claramente sus intenciones y les propone un negocio.

—Su esposa es muy atractiva señor, quizás esta piedra luciera bellamente en su pecho,… haciendo una figura triangular invertida a juego con el color de sus ojos —insinuó mostrando descaro el señor Suárez.

—¿Qué es lo que pretende? —preguntó desconfiado Domingo.

—Negociar con esmeraldas —dijo don Gonzalo.

—El comercio con esmeraldas tiene muchos riesgos, quizás no me interese —le mostró su opinión Domingo.

—Me encantan las esmeraldas —contrarió Francesca a su esposo.

—Hemos venido con una tarea comercial clara, esta tarea ya la conoces —insistió Domingo en su negativa sin dar otras explicaciones al extraño.

Después de haberle instado reiteradas veces y para no contrariar en exceso a su mujer, Domingo aceptó conseguirle una esmeralda para un colgante que tal vez podría lucir elegantemente entre sus abundantes pechos.

—Conozco una persona que nos puede ayudar —dijo el anfitrión.

Don  Gonzalo se levanta y pronto regresa, trayendo con él un nativo de poca altura, aspecto sano, carácter tímido y desconfiado, al parecer habitante de una zona cercana perteneciente a la etnia muza.

—Giraldo de Muzo mi colaborador y ayudante, señores —dijo don Gonzalo, inclinando su cabeza.

—Domingo de Rodrigo y esposa —saludó el español.

—¡Chiminigagua les proteja! —dijo el hombre de etnia muza, uniendo sus manos en un gesto de plegaria e inclinando la cabeza ceremoniosamente.

Gonzalo, Giraldo, Domingo y Francesca acordaron ponerse en camino a Muzo, que se encontraba a unas dos jornadas en mula desde Puerto Boyacá, aproximadamente a unas dieciocho leguas de distancia, les llevaría cerca de dieciocho horas llegar al pueblo minero.

Un varón indígena, de aspecto corpulento, musculoso, descalzo y casi desnudo, cargaba a la espalda con Francesca, ella iba sentada en un artilugio a modo de silla. El lugareño, al igual que una bestia, soportaba todo el peso de la mujer con unas correas cruzadas en el pecho y también ancladas a su testuz.


LA PATETARRO

MUZO

1867

En Muzo, por aquellos días se habían desencadenado procesos de extrema violencia, debido a la avaricia y a la aspiración de algunos mineros de obtener ganancias rápidas.

En esa región minera las relaciones entre las personas eran muy intensas y a veces era inevitable perder la vida si no pasabas desapercibido.

Giraldo vivía en una pequeña casa del pueblo e indicó el camino a los viajeros; estos le acompañaron junto con su patrón a una hospedería en la plaza mayor de la población minera.

El hotel era una casa de dos plantas, muros de ladrillo enfoscado con mortero de cal y con cubierta de teja de grandes alerones, del más puro estilo colonial, cuya fachada principal daba a la plaza, y que hacía esquina con una calle a la izquierda de la fachada principal. Tenía una portada de ingreso en piedra y un patio interior porticado por tres de sus lados, con arcos de medio punto peraltados en la planta baja, encalados y de un resplandeciente color blanco, era el nivel por donde se efectuaba el ingreso.

Por unas escaleras situadas a la izquierda tras haber traspasado el vestíbulo se accedía a la planta alta. Las estancias se disponían en torno a un corredor cubierto por el que se entraba a las habitaciones. Era un corredor protegido con una balconada de balaústres de madera torneada y unas columnas de madera de rollizo con un tosco capitel en forma de zapata sobre los que apoyaba la viga perimetral del patio, sosteniendo la estructura de la cubierta del corredor de vigas y tablas sobre la que se colocaba la teja de barro cocido.

El patio interior tenía un ejemplar soberbio de Manguífera índica,  un árbol ya bien crecido con sus grandes, enormes frutos de color verde y rojo, olorosos y apetecibles, colgando de sus pedúnculos frutales.

Domingo, Francesca y don Gonzalo habían quedado en reunirse para cenar en la hospedería y para continuar hablando del trato.

Domingo y Francesca se alojan en una de las habitaciones de la planta superior y don Gonzalo se ha hospedado en la habitación de al lado, justo al fondo, en el lado opuesto al cuerpo que da a la plaza mayor. Ambas habitaciones tienen ventanas de balcón con barandilla de madera de balaústres torneados en el plano de la fachada, abren luces y vistas a un pequeño patio o huerta con acceso a la calle lateral y por el que también se entra al comedor situado en planta baja.

Francesca ha subido a la habitación para descansar un rato. Y al cabo de una hora, don Gonzalo llama a la puerta de la habitación para mostrarle a Francesca unas esmeraldas.

—Soy don Gonzalo —dice mientras golpea con los nudillos la puerta del dormitorio de Francesca y Domingo.

La puerta no está cerrada y al golpearla se abre. Al fondo la puerta del balcón abierta, una brisa recorre la estancia. Francesca al parecer se ha quedado dormida en la bañera, con su pelo recogido en la nuca con un lazo y apoyada la cabeza sobre un tosco reposacabezas de cabuya. El hombre la contempla fijamente, descansando su mirada en la piel desnuda de su cuello y en las suaves curvas de sus hombros, emergiendo del agua de la cuba troncocónica de madera.

Don Gonzalo, en el punto álgido del deseo prohibido, se mantiene quieto mojando sus labios resecos con saliva mientras la contempla y luego volviendo a la realidad regresa a la habitación sin hacer ruido alguno.

Don Gonzalo se vuelve reteniendo su deseo y, sin pensar en otra cosa que en la mujer de Domingo, vuelve otra vez a su habitación. Escondido tras la puerta hay alguien con el rostro oculto por una máscara dorada de aspecto similar a las figuras del arte precolombino y justo al entrar don Gonzalo en la habitación recibe un certero golpe en la cabeza que acaba desgraciadamente con su vida.

Oculto en la sombra de la habitación, el asesino arrastra el cadáver y lo coloca al otro lado de la cama, en el suelo, cerca de la ventana. Busca en el bolsillo del cadáver y le coge algo que acaba guardando en una bolsa. Luego ata muy fuertemente la pierna derecha por encima de la rodilla con una correa de cuero y con una idea clara en su mente macabra, acaba sacando de la bolsa una cuchilla bien afilada de obsidiana y le secciona el pie por la articulación del tobillo, con la maestría de un cirujano.

Se desprende un poco de sangre, pero pronto para debido al torniquete, cose la piel del muñón con una aguja de oro e hilo de algodón y envuelto en una tela se lo introduce en un caño de guadua. Se escucha a la encargada del servicio de habitaciones hablar con algún huésped y el individuo lo deja todo. Para evitar que lo descubran, se descuelga ayudado de una cuerda por la ventana de la habitación.

Pasan las horas y don Gonzalo no se presenta en el comedor del establecimiento, bajo las estancias que ellos ocupaban. Ya es de noche y Domingo, se inquieta por la tardanza de su mujer, así que decide subir a la habitación que ocupan él y su esposa.

Al pasar delante de la puerta del cuarto de don Gonzalo, observa que la puerta se encuentra abierta y,  con doblada incertidumbre, Domingo golpea con el nudillo la puerta, espera un rato pero nadie le contesta por lo que entra en la habitación, don Gonzalo se encuentra tirado en el suelo de tabla ancha, aparece muerto con un pie cortado y con el muñón metido en un caño de bambú, en la habitación de la hospedería.

Domingo se da cuenta del hecho y se siente muy preocupado, porque don Gonzalo se hospeda en la habitación contigua del hotel y una vez encuentra la puerta abierta y le entra la curiosidad de saber quién ha cometido el horrendo crimen y cerrando la puerta de la habitación hurga en los bolsillos del muerto, comprobando que la piedra de cristal verde ha desaparecido.

—Quizás haya sido algún minero —dijo Francesca, sospechando de los nativos.

—¿Por qué crees que ha sido un minero? —preguntó su esposo.

—Por una sencilla razón que las mujeres intuimos —dijo.

—¿Qué razón? —se interesó Domingo.

—Durante el trayecto a lo largo de la cuenca del río los nativos que nos acompañan me han contado leyendas locales y en particular dos de ellas me parecieron muy interesantes —comenzó a contarle Francesca a su esposo.

—¿Qué leyendas? —preguntó Domingo preocupado por el incidente.

Y entonces Francesca le relató rápidamente y de forma sucinta la leyenda que decían del Patetarro y la  leyenda de Furatena.

Al escuchar el relato Domingo se inquietó todavía más, pero enseguida pudo entender lo sucedido.

El Patetarro, tendido en la habitación, con el muñón del pie metido en una sección de guadua cortada a un lado y a otro del nudo, ya no soltará más sus líquidos seminales en los campos fértiles y lugares sembrados de la gente de bien, no tendría nunca más relaciones con mujeres casadas, sexo en huertos cerrados.

Giraldo no quería que se repitiera lo que le ocurrió en la leyenda a Fura, madre del género humano y a su esposo Tena y había dejado la marca del Patetarro.

Gonzalo había intentado seducir a la esposa de Domingo. Giraldo, como buen indio muzo conocía la  historia de Furatena, pensaba que la codicia y la muerte habían llegado a Muzo por la infidelidad de una mujer bella. Giraldo no permitiría que otra vez el río esmeraldero separara una pareja tan unida y que virtualmente volvieran a suceder más desgracias en la zona. Giraldo dio muerte a al pobre Gonzalo porque este tenía los ojos color azul y la barba rubia como la de Zarbi que procuraba la hierba de la eterna juventud y al mismo tiempo, Francesca era una mujer muy bella y tenía los ojos verdes como los ojos llorosos, como las lágrimas de Fura. Todo coincidía exactamente con la leyenda. Domingo al igual que Tena, quedaría destrozado y mataría a Francesca suicidándose  posteriormente.

La verdad es que Giraldo no quería eso, así que decidió con mucho dolor en su pecho romper para siempre el maleficio de la leyenda, matando a Zarbi antes de que Fura se acostara con el seductor, así desaparecería por siempre el maldito filón de lágrimas verdes vertidas por la mujer infiel mientras su marido Tena le daba muerte para después quitarse la vida.

El pobre Gonzalo era un hombre que gustaba de mantenerse joven, arreglarse y sentirse seducido y deseado  por las mujeres, era la manera de sentirse eternamente joven.

Disfrutaba de los encuentros amorosos con esposas de comerciantes que conseguía engañar con facilidad, proponiéndole algún negocio, mientras sacaba repetidamente el gancho siempre eficaz de una esmeralda colocada en un pañuelo perfumado.

El deseo irrefrenable de disfrutar del fruto prohibido, de tener sexo con esposas jóvenes, castas e inocentes se había convertido en una obsesión enfermiza. Muchas mujeres de comerciantes y de burgueses adinerados acababan sucumbiendo a su galantería y dandismo, así como a su potente dotación y atractivo físico, mientras sus maridos eran entretenidos con algún licor y con el sueño, con la idea de las riquezas, circunstancias que le permitían lograr casi siempre su objetivo.

Esta vez no pudo ser.

Mientras trataban de asimilar lo ocurrido, Giraldo hizo desaparecer el cadáver de la habitación por la ventana que daba al corral ayudándose de una cuerda y arrastrándolo por la puerta del huerto que da a la calle, lo abandonó oculto por la sombra de la noche en el centro de la plaza del pueblo, luego se marchó camino de las minas, llevando en una bolsa un trofeo macabro, el pie del cuerpo sin vida y su miembro viril, al parecer para cocinarlo todo en un buen caldo de frijoles, según la derivación macabra de una ancestral costumbre antropófaga de los indios muzos.

Al parecer nadie les había visto reunirse con el difunto, con lo cual no levantaron sospechas que pudieran incriminarles el homicidio.

Al día siguiente las autoridades policiales encontraron el cadáver en la plaza y se formó un gran revuelo, agrupándose mucha gente curiosa, comenzando los guardias a hacer preguntas a todos los presentes.

Tras muchas indagaciones, decidieron relatar un informe donde se concluía que había sido robado y luego mutilado de forma horrenda, dispuesto de manera semejante al Patetarro.

Muchos campesinos se vieron liberados del miedo, pues se corrió la voz entre las gentes del campo de que el Patetarro definitivamente había muerto.

Metafóricamente la leyenda y la superstición habían muerto, era el fruto de la nueva civilización, de las nuevas ideas, de la República.

Francesca y Domingo regresaron a Puerto Boyacá.

Un fomentador cafetalero de la región antioqueña llamado don Lucio Vives, se reunió con ellos y estos le acompañaron en una expedición hasta los altos donde grandes plantaciones de cafeto se estaban comenzando a cultivar.

Un verde precioso tapizaba los campos antioqueños y florecían los cultivos con sus flores blancas de perfume intenso y hermosas bayas primero verdes y luego rojas con semillas que los etíopes empleaban para hacer una bebida que llaman café.

—La extensión de cada cuadro del loteo es de trescientas toesas —dijo el cafetalero con su elegante bigote y sombrero, montado a caballo.

—Trescientas toesas equivalen a setecientas varas castellanas —dijo el erudito Domingo, muy versado en agrimensura a su esposa.

Francesca se acordó de los campos de vides y del vino de las tierras del viejo continente.


LA ARQUITECTURA

CARTAGENA

1867

Cartagena de indias.

Cartagena había sido fundada por alguna de las expediciones procedente de Perú dirigida por conquistadores hispanos allá por el año 1533 y posteriormente, pronto se convirtió en puerto de entrada de esclavos procedentes del continente africano, llegando a representar este aporte de población en la ciudad una porción equivalente a la mitad del total existente en el lugar.

Los esclavos trabajaban en explotaciones mineras y en haciendas dedicadas a la agricultura. Muchos esclavos eran tratados con una extrema violencia y aquellos que conseguían huir formaron comunidades que al principio se desplazaban de un sitio a otro y posteriormente se establecían en ciertos lugares determinados formando estructuras defensivas que las gentes denominan palenques y dieron lugar a una de las formas de ocupación del territorio característica del período de dominación española.

Cuando Domingo y Francesca llegan a estas tierras, los antiguos palenques aún mantienen su cultura pero gradualmente se van incorporando al proceso de cambio que sucede en la región atlántica y en general en toda la República.

Cartagena era una ciudad fortificada, con las más modernas técnicas de ingeniería militar de aquella época, adaptada para la defensa, optimizando el diseño en todos los aspectos.

Se hospedaron en la habitación de un hotel y decidieron vivir y conocer la ciudad por su cuenta. Francesca con vestido blanco y umbela, Domingo con traje blanco y sombrero. Pasearon cogidos de la mano sobre la muralla de la ciudad, luego bajaron por unas escaleras y entraron a curiosear en una casa intramuros, el portón de madera, ya pintado muchas veces estaba abierto.

El portón abría el paso a un patio interior, con un exuberante árbol. Entraba el sol por el hueco del impluvio,  y las hojas que disfrutaban de la luz a la altura de la cubierta de teja eran movidas a un compás por el viento de la costa.

Domingo se sentía muy atraído por su esposa Francesca, se acercó a ella y posó suavemente  las palmas de su manos sobre sus caderas subiéndolas lentamente hasta que sus dedos tocaron sus pechos, apartó el pelo y la besó en la parte posterior de su cuello mientras ella inclinaba hacia delante la cabeza.

A ella le gustaba atraer las miradas y despertar los sentidos. En los instantes íntimos su marido dirigía la visión hacia los encajes donde cada día desvelaba las bellezas escondidas, donde dejaba volar su imaginación y aterrizaba el tacto, al sentirse emocionado en una curva sutilmente embellecida por un volante o por un macramé.

Quizás, en ella, Domingo se abandonaba sin la atadura del tiempo a la magia de la lencería, dejándose llevar por la caricia de las materias dulces y delicadas, en un torbellino de encajes y bordados con la más bella armonía de detalles y realce de formas, cuando ocasionalmente se entregaban al dulce mojar de los cuerpos.

Eran instantes preciosos, eran igual que las caricias de un collar de perlas.

Tenía ganas de verla, de verla al cambiarse de ropa todos los días, con esa elegancia de desvelar sin mostrar demasiado, imaginativo, sublime y cómplice perfecto de la feminidad de su esposa, descanso de sus miradas, objetivo de la seducción de sus versos, atraído y hechizado por una lencería maravillosamente realizada, con encajes muy refinados y que formaba parte de un ajuar que María su madrina le regalara.

En el patio colonial, porticado en planta baja, había un sillón de caña de guadua y una mesa con una bandeja repleta de frutas tropicales.

En un ángulo norte del patio con arcos existía una puerta por la que su esposa había entrado hacía unos instantes.

Ahora, ella se encontraba sin  ropa en un habitáculo, de cuatro codos de ancho por cuatro codos de largo y por seis codos de alto, aplacado lateralmente y en el suelo con losas de piedra coralina como la de las murallas de la ciudad.

Del techo se cribaba el agua, a una temperatura agradable y se formaba una lluvia relajante en un ambiente cálido.

Francesca tenía el pelo liso y muy largo y le llegaba a alcanzar más abajo de la cintura. Su cabellera era de negro color chocolate.

Francesca estaba girada levemente, de espalda, con las manos masajeando de forma circular los senos, ocultos a cualquier intruso, mientras mostraba el pelo mojado sobre sus nalgas, con la mirada puesta sobre la entrada del cubículo, pues escuchaba en otra estancia el sonido casi imperceptible de una conversación.

Estaba perfectamente bella, toda la piel morena por el sol. Sus labios entreabiertos se tocaban en un roce, mojados por una mezcla de saliva y agua.

No se había quitado el collar formado por cuatro vueltas,  cuatro grupos de cuentas de perlas de río que descansaban o jugaban sobre sus pechos perfectamente formados.

Levantó ambos brazos, flexionados como en actitud de plegaria para hacer una oración, y recibió millares de gotas de agua sobre las palmas de sus manos abiertas hacia arriba y que luego en su fluir se precipitaron sobre el suelo, hacia un sumidero entre las plantas de sus pies, formando un remolino que giraba dextrorsum, es decir, en el sentido en el que se mueven de las agujas del reloj.

Bajó luego las palmas de sus manos, simultáneamente, separando los pulgares y tocando finalmente con ellos la parte delantera de sus muslos y apareció bella bajo los chorros de agua con el pelo haciendo como trazos de tinta color sepia oscura sobre su brazo izquierdo y su espalda arqueada, con las nalgas hacia atrás y los pechos levantados en una silueta armónicamente perfecta.

Después, siguiendo con el sutil goce bajo el agua, desplazó el área entre el dedo pulgar y el índice de su mano derecha sobre las perlas de río ensartadas en una pulsera de cuatro vueltas, una de las vueltas se desplazó hacia arriba en el mismo instante en que se produjo el contacto con la yema del dedo corazón y luego volvió a caer mientras ella inclinaba la cabeza hacia atrás dejando desliar en toda su extensión su preciosa cabellera.

El agua, a una temperatura cálida, seguía acariciándole la piel y las gotas resbalaban sobre su dermis perfumada por las sales, aceites y jabones que se estaba aplicando por todo el cuerpo desprovisto de toda suciedad y con los poros abiertos.

Francesca se giró hacia la entrada del cubículo y aplicó la crema jabonosa tocando suavemente con el pulgar izquierdo la palma de la mano derecha y con los restantes dedos el dorso de la misma.

Ahora mostraba hacia la entrada del cubículo unos senos con los pezones duros, aureolas color chocolate, un ombligo, un vórtice con una insinuante y sugerente cavidad en el centro geométrico de su vientre terso y un vello en el pubis rasurado en un elegante trazo vertical, dejando a la vista de cualquier posible intruso la zona de la vulva.

El agua seguía cayendo y de espadas se le apreciaba la gran melena mojada, sobre el triángulo curvilíneo que hacía la transición entre sus nalgas y su zona lumbar, resbalando un hilo de agua entre los pliegues que contenían la semilla del mango maduro, mientras la parte interior de sus muslos se rozaba y frotaba suavemente, resbalando y temblando la carne trémula por el agua.

Luego, partiendo de la cintura deslizó sobre su costado en una trayectoria ascendente los dedos de su mano izquierda y en un camino descendente los dedos de su mano derecha sobre la cadera derecha hasta alcanzar el muslo, abriendo ligeramente las piernas. 

Con los brazos plegados y las palmas levantadas tomando el agua entre sus dedos, se arrodilló sobre el suelo de material coralino, venciendo ligeramente el cuerpo hacia la derecha, mostrando las plantas rosadas de sus pies, la piriforme y alegre unión de las nalgas y su espalda cubierta por el pelo. Al final echó hacia atrás la cabeza y juntó las manos deslizándolas sobre su rostro como en un rezo y besó tiernamente el agua que caía sobre su cuerpo arqueado.

Francesca salió del cubículo, cogió una gran toalla color crudo y de textura suave que estaba cariñosamente doblada sobre un taburete de madera oscura y se la ciñó sobre el pecho bajo  los brazos, por las axilas, plegándola por un extremo a la espalda, como suelen hacer algunas mujeres.

El local era una especie de baño público con varias dependencias.

Allí conocieron una mujer de rasgos europeos que se les ofreció para proporcionarles algunos libros prohibidos. Quedaron en reunirse Domingo y ella.

Era una estancia de los baños que había en una de las casas de la ciudad, se podía contemplar un lavabo de mármol bellamente tallado a modo de una gran concha con grifo de cobre. En una repisa del mismo material había una escudilla de cobre y una toalla doblada. Había una plataforma para tumbarse y detrás un cubículo decorado con una cenefa azul a media altura donde se colocaba una sirvienta para hacer masajes. La sirvienta, una mujer de color, llevaba anudado un tejido a la cintura y el pecho a la vista.

Magdala se tendió desnuda, boca abajo, con su cabello negro largo y ondulado suelto, sobre una plataforma de piedra coralina  humedecida por el vapor de agua y los recuerdos,  mientras la sirvienta criolla que la atendía levantaba su brazo derecho dispuesta a proporcionarle un buen masaje.

Se escucharon pisadas sobre el suelo de coralina y pidiendo permiso entró una joven mestiza.

—Ha llegado el caballero y le espera en el vestíbulo —dijo la joven.

Magdala se envolvió en una toalla y se dirigió a una habitación contigua.

Magdala tenía unas ganas enormes de yacer con el portugués, ella se tendió de espaldas, en la cama, desnuda, con las manos en la nuca, con las piernas dobladas y abiertas, mostrando su sexo y su ano, mientras observaba al hombre verde y fijamente. Le miró de forma lasciva y lúbrica sobre su hombro desnudo y húmedo.

Comenzó a tocarse el higo suavemente con la yema de los dedos, mientras se humedecía los pezones esperando alguna respuesta del visitante.

Domingo, ruborizado, sintió también ganas de masturbarse mientras contemplaba a Magdala desnuda y receptiva para el intercambio amoroso. Poco a poco su miembro se endurecía y los canales interiores daban paso a los jugos que gota a gota fueron lubricando su glande cada vez más rojo, cada vez más duro y dispuesto.

El mecanismo de la erección era todo un prodigio de la naturaleza, la vista, el oído, el olfato insinuando, la mente apresurando el tacto en las yemas de los dedos y el gusto en la punta de la lengua probando sabores nuevos.

Magdala se colocó de costado, con la palma de la mano derecha separando las nalgas y mostrando el agujero anal y el de la vulva, rasurados y abiertos, ella apetitosa y dulcemente insinuante.

Domingo metió los dedos índice y corazón entre sus labios menores y mayores, humedecidos por la lubricación de la hembra y acostándose junto a ella la penetró repetidas veces mientras Magdala se acariciaba el guisante y Domingo tocaba los pezones cada vez más duros de la mujer, mientras hacía movimientos con sus nalgas y descargaba abundante flujo, mojando toda la ropa de la cama.

Magdala se levantó del camastro satisfecha, complacida. Se sentó en un sillón aún desnuda, con un leve sentido de culpa, con la mano derecha en el cuello acariciando el hombro izquierdo y la mano derecha descansando sobre las rodillas contemplando como Domingo se vestía la ropa después del frugal encuentro en aquel hotel.

La ciudad estaba poblada por gente de piel muy morena y rasgos africanos. Había grandes palmas en grupo, con aquellas enormes semillas que había visto por primera vez en casa de don Diego recortando su silueta sobre la costa.

En Cartagena embarcaron en un velero que los llevó hasta Santa Marta bordeando la costa y una vez allí, embarcaron en otro barco que los llevó hasta La Habana en Cuba. En cuba esperaron el Antonio López y luego cruzaron no con poca dificultad el Océano Atlántico viniendo de regreso a casa.

Durante el viaje por el océano intimaron con algunos pasajeros.

Ya se sabe que durante estas largas travesías ocurren muchas cosas que darían juego para contar muchas veladas.

Desde Cádiz hicieron la ruta hasta Vigo con una pequeña escala en Oporto donde les esperaban los padres de Domingo que al final les acompañaron hasta el puerto de Bueu.

Habían vuelto de ultramar en pleno verano, justo cuando comenzaban las habituales tormentas en el Mar Caribe.


EL REGRESO

BUEU

1867

Joan Verges y su esposa, conocedores de su llegada, le tenían dispuesta una mesa de madera de castaño bajo la parra, lindamente adornada con manteles de encaje. Había una jarra vacía para después decantar el vino y fuentes de barro para ser llenadas de apetitosas viandas, degustando manjares de estas tierras y disfrutando de la compañía de su ahijada junto con la de su esposo y también, de la siempre agradable presencia los padres de Domingo, sentados bajo la parra, a la sombra del calor del estío.

Una vez llegaron los invitados, se saludaron con grandes gestos de alegría.

Francesca, como era común en aquellos tiempos, sucumbiendo a la moda vestía corsé ajustado para lucir más esbelta. Alguna vez su esposo se lo había apretado tanto que había sentido asfixia y se había desmayado.

Domingo llevó su mano al bolsillo,  de donde sacó una pequeña talega de cuero. Le dio la pequeña bolsa a Joan. La saquita contenía unas semillas dentro.

—¿Qué es? —preguntó Joan al abrir la correa de la talega.

—Son semillas de tabaco. Son de buena calidad, las hemos traído de Cuba. Aquí se pueden sembrar y dan buenas hojas que se utilizan para mascar o fumar, una vez se han secado convenientemente —dijo Domingo.

—Madrina, este es tu regalo —dijo Francesca mostrando otra pequeña talega de cuero.

María abrió la talega y se sorprendió gratamente al encontrar en ella una pequeña piedra de color verde a modo de brote sobre un grano de café bellamente trabajado y en oro macizo procedente de Colombia.

—Es un detalle exquisito. ¡Es precioso! Es muy original. ¡Muchas gracias, querida! —dijo muy agradecida la señora Moreu dando un beso en la mejilla a su ahijada.

Todos mostraron un gran interés al ver la joya tan finamente realizada por artífices expertos en el arte del orive y por la belleza de la esmeralda, de ese hermoso color verde producido por el óxido de cromo.

—Es una joya perfecta —dijo Joan, levantándose y luego situándose tras su esposa para colocarle el collar.

—Quiero que probéis un vino —sugirió seguidamente Joan.

Joan llamó a la mujer del servicio que se encontraba de pie a una distancia prudencial esperando cualquier orden de su patrón. Ella se acercó y este le dijo algo en voz baja.

Al pronto apareció un hombre portando una garrafa con vino tinto. Francesca le miró. No podía ser, pero se parecía a su viejo amigo, el maestro tonelero.

¿Pau Fuster?  —preguntó ella con sorpresa.

El mismo —dijo acercándose a la mesa y dejando allí la garrafa del vino.

Pau le saludó cortésmente mientras ella le acercaba la mano para que se la besara. Después, se sentó con ellos a la mesa. Pau había dejado de trabajar con el marqués y se había venido a conocer las tierras de las que tantas veces le había hablado Francesca.

Este es tu vino, el vino de las viejas vides de Pagos de fuego. He traído de las lejanas y austeras tierras de Aranda unas barricas —dijo Pau, este es mi regalo para ti.

Pau vertió el contenido de la garrafa en el decantador y después sirvió el vino en unas grandes copas de tallo alto en fino vidrio.

¡Qué bien sienta el vino añejo de barrica de roble! —dijo Domingo al entrar en contacto el vino con la punta de la lengua.

Es verdad —recalcó don Diego saboreando el vino, mientras miraba a su esposa, con mirada alegre y no exenta de cierta complicidad.

Comieron de las variadas viandas y no dejaron ni un resto de vino. Solamente el rastro del vino, pintando levemente el vidrio del decantador.

Me encanta el café después de la comida —dijo Francesca, saboreando una taza de café solo y bien cargado recién hecho.

La mujer del servicio había traído una pequeña jarra de leche caliente y la había dejado sobre la mesa para que ellos se sirvieran libremente a su gusto. Francesca le sugirió poner un poco de leche en el café a la esposa de Joan Verges.

Sí, me gusta con un poco de leche —dijo María Moreu mientras Francesca le ponía un chorrito de leche.

Al atardecer, pasearon Pau Fuster y las tres parejas por la playa de Bueu, con recuerdos callados, mientras el sol se ponía lentamente tras las lomas de la parroquia de Beluso y los farallones de Piedras Blancas a la entrada de la ensenada de Bueu.

Don Diego y su esposa Oranda regresaron a Oporto y allí terminaron sus días, bajo el cuidado y las atenciones de la hermana mayor de Domingo que se deshizo del único y viejo barco de vela fondeado en el puerto que aún tenían y  disfrutó de la herencia de la casa paterna, a la que su hermano podría acudir de visita cuando quisiera, pues una estancia había sido reservada para él según las últimas voluntades en el testamento.

Pau Fuster se instaló en casa de Joan Verges hasta que sus anfitriones se hicieron mayores. La fábrica dejó de funcionar cuando la industria de la salazón declinó y comenzó a crecer y entrar en auge la conserva enlatada de la factoría que la familia Massó tenía en Bueu.

Francesca y Domingo se instalaron en principio en su humilde casa en la parroquia de Coiro. Engendrado un hijo, le pusieron por nombre Antonio y, reconociendo que necesitarían más espacio para el niño, decidieron ampliar la casa existente. Aprovechando el desnivel del terreno para construir una planta baja para bodega a la que accedían por una gran puerta orientada al oeste, la cual estaba enmarcada por dos ejemplares de vid procedentes de sus viñas en Aranda del Duero.

Ahora, aquellas dos cepas robustas forman una parra hermosa y con sus enormes troncos retorcidos semejaban columnas salomónicas delante de la bodega.

Desde la casa existente, de la familia Miranda, abrieron una puerta en el muro para acceder por unos escalones de madera a un sobrado donde vivir con más comodidad.

El sol proyectaba, al atardecer, las sombras dinámicas de la vieja parra sobre la pared blanca, pintada de cal al fondo de la estancia por donde se accedía desde la cocina.

La familia de Francesca tenía costumbre de rezar el rosario antes de acostarse y la niña escuchaba atentamente y se había quedado dormida sobre el cobertor de la cama, con las letanías en latín.

La sala o sobrado tenía el piso de madera de tabla ancha, de una cuarta, con esa textura conseguida con el tiempo, arrodillándose como en un acto de postración en el suelo de piso de madera y arrastrando la tinaja de duelas de madera desde el dormitorio hasta las escaleras, pasando por la sala. Era la textura de la limpieza con cepillo.

Había una cómoda con gavetas en la que Domingo guardaba el monedero de plata, con antiguas monedas. Había estampas de santos y mantelería en aquella gaveta de la cómoda. Tenía un chinero, una vitrina con cuatro patas apoyadas sobre la cómoda, donde se colocaba la loza para los días de fiesta.


EL CENSO

BUEU

1869

En esa época se estaba realizando el nuevo padrón municipal. Don Juan Vergés y Coll, nacido en Calella en 1802 y Doña María Moreu de Vergés también nacida en Calella en 1809 habían desayunado y acudido junto con su hijo Don Juan Vergés y Moreu nacido en Calella en 1835 a la casa consistorial.

Se habían intalado provisionalmente en la villa de Bueu en 1840 y en el año 1843 cuando vino al mundo su hija Doña Carmen Vergés y Moreu habían terminado de construir la casa y factoría salazón en el número 56 del barrio de la Playa, justo al lado de la casa de Don Salvador Massó Palau. 

Juan estaba soltero y como todos los hijos de fomentadores de su edad no reparaba en apurar la vida.

Su hermana Carmen se había casado recientemente con el farmacéutico de la villa de Bueu Don Ramón Masenlle Cobas, seis años mayor que ella, también de Calella, y muy bien relacionado con la familia.

Doña Carmen Vergés de Masenlle era una mujer muy hermosa.

Su esposo y ella frecuentaban los círculos de la burguesía buenense y compraban el pan en la panadería situada en el número 40 del barrio de la Playa, de los de “A Bicha” como se les conocía popularmente, la edificación en el barrio de la Playa fue comenzada a construir hacía unos nueve años, en 1860, y se abría al público hacía ahora unos seis años. Su pan de trigo se podía conservar más de una semana en la artesa y  su sabor era tan especial que no duraba nada en la mano. Estos panaderos, naturales de Beluso se habían hecho muy famosos en la villa por sus maravillosas empanadas de bacalao. En una panadería se necesitaba mano de obra y ya desde muy temprana edad sus ocho hijos pululaban por el horno.

En un horno siempre hay pan para comer y eso permitia una familia bien numerosa. Tenían criado, un tal José Antonio García.


LA NUEVA POLÍTICA

BUEU

1873

La niña bonita.

En aquellos días…


LA ENFERMEDAD

BUEU

1877

En cierta ocasión en la que Francesca había ido a casa de una amiga y Domingo se encontraba solo, cayó deshilvanadamente en pensamientos erógenos y cogiendo un caño de guadua que había traído del viaje y que su mujer utilizaba de joyero, de unos cinco centímetros de diámetro interior, envolvió su miembro en un pañuelo de seda, aún sin lograr la erección, colocándolo dentro del orificio y balanceando rítmicamente sus caderas hacia delante y hacia atrás, procurándose placer al igual que en el movimiento de vaivén con el que un hombre penetra a una mujer. Se imaginaba a su mujer, arrodillada y sumisa, con las espaldas arqueadas, mientras la penetraba repetidas veces por atrás, vertiendo abundantemente toda la simiente en el pañuelo que después lavaba para que su mujer no se enterase de sus placeres solitarios.

Francesca regresó de forma inesperada a la casa y descubrió a su esposo narcotizado, justamente en el momento  de un intenso culmen mientras estaba realizando este acto. Ella, disimuladamente y sin que su marido notara su presencia, tal y como él estaba ensimismado en tales prácticas, para no molestar a su esposo volvió a salir sigilosamente e hizo bastante ruido antes de volver a entrar, dándole tiempo a su marido para que pudiera completar tal hecho.

No era la primera vez que había descubierto a su cónyuge masturbándose y  eso a Francesca le excitaba, porque ella, siempre apetecible, también se consolaba cuando se encontraba a solas y no estaba su marido para que la tomara.

Descubriendo la enfermedad, la impotencia de su marido, la imposibilidad de mantener una erección, Francesca dejaba caer abundantes lágrimas sobre sus manos expertas mientras amasaba la húmeda harina de maíz para hacer el pan entre sus muslos.

La relación inicial parecía deteriorarse y esta circunstancia llevó a ambos a un aislamiento sin salida. Cuando todo parecía perdido, no tuvieron más remedio que hablar sobre ellos mismos y Francesca pensó en acudir a un doctor.

Últimamente Francesca, al igual que otras mujeres, parecía tener tendencia al erotismo y casi siempre quedaba insatisfecha por la incomplacencia del varón que no hacía otra cosa que dedicarse a la política activa y las mujeres quedaban relegadas a sus hogares. A las mujeres se las consideraba un objeto sagrado o bien un objeto de placer.

Ellas tenían las mismas necesidades que los varones, pero las estructuras sociales pesaban como una gran losa.

Ella se encontraba ansiosa, irritable, tenía fantasías y padecía una abundante lubricación de su vagina. En las reuniones que hacían varias mujeres, una amiga le recomendó que visitara un doctor. Haciendo caso de tal consejo, acudió al médico y, tras observarla, se le diagnosticó histeria, una enfermedad femenina bastante común en esta época. Animada por sus amigas que confesaban haber padecido también esta dolencia, hubo de acudir durante una larga temporada a la consulta del doctor Onán, un nombre clave en los círculos sociales burgueses de la ciudad de Pontevedra. Rumor fundado que circulaba entre las mujeres para someterse a la práctica de una terapéutica médica muy popular y aceptada en aquella época basada en el masaje pélvico, circunstancia que agravó el problema, estando cada vez más inapetente con su esposo.

El mencionado masaje pélvico no llegó a curarle la histeria y por fin decidió dejar el tratamiento. Por alguna extraña y desconocida razón, Francesca Blau comenzó a padecer una variante del síndrome de Morris y, debido a estas circunstancias, a la vez que tenía erecciones al contemplar otras mujeres, solo deseaba copular con ellas y acabó finalmente auto estimulándose y sucumbiendo a los juegos del tribadismo con otras mujeres, practicando la dulce fricción de los clítoris para apagar su deseo.

Fabricando un artilugio a modo de miembro viril, jugaba consigo misma a solas y, cada vez que encontraba una ocasión propicia yacía con otras mujeres, teniendo la costumbre de atarlo con ligaduras para darse placer mutuamente.

Francesca ya no lograba el goce amoroso en el matrimonio, su marido comía mucho y había engordado un poco.

Últimamente no lograba tener buenas erecciones y poco a poco  fue dejando de mantener de forma regular relaciones íntimas con su esposa.

Se escondía en su recámara y contemplaba gravados borrosos de mujeres desnudas en rojo y azul. Tenía los dibujos guardados en una caja de madera y los miraba a escondidas con unas lentes y, excitado, acababa masturbándose, dándose placer en solitario.


LA MORENA LEOCADIA

MATANZAS

1881

Habíamos estado trabajando en el ingenio.

La morena Leocadia.

El escribano tomó nota de la súplica en base a la nueva ley de redención.

 

 


EL SEPELIO

BUEU

1887

La muerte de Juan Vergés.


EL CHOCOLATE

CAUCA

1890

Nos habíamos embarcado en idéntica empresa a la que anteriormente ya había iniciado con gran éxito don José Celestino Mutis, para fomentar y comercializar la semilla del alimento de los dioses, las plantaciones de Theobroma cacao, bebida que estaba adquiriendo un gran auge en Europa.

El marqués estaba recostado, tumbado parcialmente en cama, con su peluca blanca, una palmatoria en la mesilla de noche con una vela alumbraba la estancia, una criada, una sirvienta se le acerca con la cara sonrojada con una bandeja en la mano en la que porta una taza de chocolate, calza zapatillas de lazo, su gran escote mostraba generosos pechos y se le ofrecía amablemente para endulzar su gusto, mojar los labios con aquel manjar, traído de lejanas tierras de ultramar.


EL NAUFRAGIO

MORRAZO

1894

Así sucedió, de repente.

El bergantín goleta Joven Bautista de Valencia naufraga cerca de la costa el doce de Noviembre de 1893 según consta en el informe redactado por el escribano Juan Vergés el tres de Febrero de ese año que lo confirma.

 


EL TESTAMENTO

BUEU

1909

Toda la historia de la familia Vergés Moreu se había reducido a la nada y

lo único que quedaba,  tras la muerte de Carmen, pasaba a las manos de Manuel Reboiras Figueroa.


EL EMIGRANTE

CIENFUEGOS

1926

Recuerdos del niño que llevas dentro.

Bosa de Rodrigo Capilla tenía una maleta de cuero desgastado con estructura de madera entre sus piernas, las manos entrelazadas y apoyadas sobre las rodillas, con la mirada puesta a un pié de la puntera de los zapatos negros y como viendo más abajo del pavimento de la roca natural. Estaba sentado en el murete de piedra al lado del embarcadero, esperaba la llegada de la pequeña embarcación a vela en el puerto de Nova Umbría para luego zarpar en el barco de vapor que le llevaría desde la ciudad de Vicio Vides a La Habana. Oranda, su esposa, le acompañaba en silencio, con las lágrimas en los ojos y con un nudo en la garganta, sin poder hablar a causa de la tristeza por su partida.

Las carretas de bueyes de los propietarios de los ingenios del azúcar que estaban ubicados en las cercanías de La Habana,  solían acercarse al puerto para cargar las naves que salían rumbo a otros países; en el camino de regreso les acompañaban nuevos brazos para el trabajo en las plantaciones azucareras.

Bosa, era la segunda vez que venía a la isla, pero aún no estaba acostumbrado a aquel clima húmedo y cálido, para él todo era nuevo y diferente.

Aprovechando el bullicio existente, pronto se incorporó a un grupo de jornaleros, junto con otros hombres que habían venido en el barco desde Europa.

Se dirigían a la Central Constancia en Cienfuegos.

A ambos lados del camino contemplaban las plantaciones de caña, con una muchedumbre de jornaleros y jornaleras trabajando, con ropas blancas empapadas por el sudor, sombrero o pañuelo en la cabeza y con un machete en la mano; los mayorales a caballo y las carretas de grandes ruedas de radios con yuntas de bueyes y hombres preparando la carga.

Pronto divisaron las altas chimeneas de ladrillo, similares a las de las industrias europeas, destacando sobre los tejados de los enormes cobertizos de la Central Constancia.

La entrada a la plantación de azúcar estaba enmarcada en una perspectiva frontal de enormes y esbeltas palmeras, y al fondo se veía la central.

El padrino.

Las semillas de tabaco.

 


LA REPÚBLICA

ESPAÑA

1936

Recuerdos del niño que llevas dentro.

 


EL TRIDUO SANTO

CANGAS

1940

Día de Viernes Santo, veintidós de Marzo de 1940.

Todo lo referido anteriormente, fue el relato que Manuel, para pasar el rato, contó a su hija Placeres siempre atenta acerca de la imagen policromada con la espuerta que habían visto en la procesión por la mañana.

Los dos fueron al templo y la niña observó que había adosadas a dos grandes pilastras de sección circular sendas conchas, eran las conchas de un bivalvo gigante que hacían de pilas de agua bendita y que en ese momento se encontraban vacías.

Son preciosos ejemplares de Tridacna. Al parecer, un viejo y querido navegante portugués los donó al templo —le explicó Manuel.

No me extraña que le llamara la atención al navegante y las donara al templo, son preciosas —dijo la niña.

Es cierto, su gran belleza las convierte en una verdadera ofrenda en muchos templos de la zona —completó Manuel.

Como era día de Viernes Santo por la tarde, permanecieron en el templo para asistir a los oficios religiosos en la parroquial de Santiago de Cangas y escucharon el sermón del desenclave, el sermón que los vecinos llaman Sermón de las Siete Palabras.

Durante la vigilia de la noche del viernes para el sábado, mientras  se recuperaban de la observancia del ayuno con una taza de vino tinto con azúcar y migas de pan de maíz, su padre le terminó de contar la historia.

La bisabuela era la joven del relato, ¿verdad? —preguntó la chiquilla.

Su padre asintió.

Cuando Francesca Blau desapareció, se cuenta que vestía una chaqueta granate de grandes botones dorados, ceñida con un cinturón negro en el que destacaba una gran hebilla dorada y con un pantalón negro cortado a la altura de las rodillas y que se marchó, caminando descalza, con el gorro puesto y con la espuerta de su padre colgada de una estaca de castaño.

Esa era la ropa que llevaba puesta, la misma ropa que vestía esa imagen de la procesión por la que me preguntaste por la mañana y que tiene la inscripción.

JESÚS NAZARENO REY DE LOS JUDIOS

Sí, sí. Es cierto, Francisquiño da ferramenta era la bisabuela —reconoció al fin su padre, quedando así aclaradas todas las dudas al respecto.

La bisabuela cuando era pequeña frecuentaba la casa de Joan Vergés el fomentador. A los catalanes se les miraba con algún recelo y la imagen de la niña quedó en la memoria de las gentes del lugar, así era como la recordaban, hasta que el maestro Ignacio Cerviño y otros carpinteros de Cangas hicieron esta talla a finales de 1872 junto con otras que salen en la procesión, justo cuando estaba a punto de proclamarse la primera república a principios del mes de febrero del año 1873.

La sugestiva talla fue realizada por un maestro tallista local que la caracterizó con su barretina de manera semejante a como los republicanos representaban sus alegorías, con la túnica roja, el pecho descubierto y el gorro frigio. Pertenece al común que entre los artistas según sea la afinidad con tal o cual personaje tomen por modelo a algún conocido del pueblo que recuerde con ironía o aprecio a ese personaje —aclaró su padre con cierto resentimiento y nostalgia.

Me gustan las historias sabrosas y con agradable final —dijo la joven.

Al igual que el buen vino, el fruto de la vid que trabajas, lo reservas y luego saboreas, así es la vida, son recuerdos para guardar en barrica de roble.


EL BINÓCULO

CANGAS

1941

A propósito de barricas. Como ya eres casi una mujer, creo que puede ser el momento de que sepas algo más sobre tus bisabuelos  —dijo Manuel.

Vamos a buscar más vino  —dijo Milena.

Cogió del alzadero una taza y se dirigieron a la bodega. Sacaron el vino por un pequeño orificio taponado con un torno.

Manuel y su hija Milena echaron un trago y, en el ensueño, un recuerdo le vino a la memoria.

En la bodega de la casa, donde Manuel guardaba los toneles había una especie de cavidad en la pared, con una delgada losa de piedra cuadrada que encajaba en el muro. Hasta el momento nunca había reparado en aquella losa. La losa tenía una marca de cantero y su padre retiró la misma con una pequeña palanca, metió dentro la mano y tomó una caja de madera trabajada finamente con el arte de la taracea.

Quiero entregarte un pequeño tesoro, una pequeña barrica y una pequeña caja, es lo único que guardo de la hermana de la bisabuela. Según contaba tu madre, cuando tus bisabuelos regresaban de América conocieron en el barco durante en el trayecto de regreso a Europa a una pareja de ciudadanos franceses bastante peculiares —se mostró intrigante su padre.

Su padre hizo una breve pausa y aprovechó para sentarse con ella a la puerta de la bodega, a la sombra de la parra, en la desgastada piedra del umbral de la puerta orientada al oeste, la cual estaba enmarcada por dos viejos troncos de vid, dos retorcidas y ejemplares columnas salomónicas. Cogió una pera de Calatayud de las que había en un cesto de mimbre sobre el banco de carpintero, cuidadosamente asentadas en paja de centeno para no ser dañadas y sacando la navaja ofreció a su hija una lasca de fruta madura. Se tragó la primera lasca y, después de lubricar su garganta con el jugo, comenzó el relato.

“—¿Permite que nos sentemos mi esposa y yo con ustedes? —preguntó educadamente el caballero francés.

Será un placer —contestó el bisabuelo, mientras miraba disimuladamente con su monóculo los pechos casi desnudos de la mujer recién llegada.

El caballero portugués hizo el ademán de besar la mano de la dama y el caballero francés hizo lo mismo con elegancia y distinción. Ambos intercambiaron saludos y luego se sentaron a la mesa.

Por permitir sentarnos a su mesa y dado el interés que muestra por la óptica, me gustaría obsequiarle con un pequeño regalo. Tome, le permitirá ver la realidad en dos imágenes, se trata de la adaptación construida por un servidor del sutil ingenio ideado por Charles Wheatstone —dijo el caballero con bigote y chistera en voz baja, como si quisiera que no se enterase nadie de los allí presentes.

Uno muy semejante a este lo tiene la reina Victoria de Inglaterra —continuó.

El abate Moignot y mi amigo Soleil fuimos socios, acudimos con el invento a la exposición Universal de Londres de 1851 y logramos un gran éxito, pero nos enfadamos por culpa de un conocido, Louis Ducos du Hauron, que nos suministraba vidrios de color. Yo me marché a conocer otros lugares del mundo. Conocí a mi esposa durante uno de esos viajes por Europa. A mi esposa y a mí nos encanta viajar y hacer muchas fotografías. Verdaderamente estoy fascinado con la exuberancia de la foresta de los trópicos y la agradable caricia y humedad del mar Caribe —confesó abiertamente.

Domingo y Francesca hablaron de los lugares que habían visitado y se mostraron receptivos y abiertos. Francamente no disimulaban el bienestar que sentían al estar hablando con aquella pareja. Todos parecían sentirse bien, intercambiando miradas y picardías.

Después de pasar una agradable velada con aquella pareja y ya desinhibidos por  haber tomado vino, confituras y dulces licores espirituosos,  decidieron retirarse por fin a sus camarotes, pero según dicen algunos que venían en el barco con ellos, cada una disimuladamente y entre risas lo hizo llevándose del brazo el marido de la otra.

Lo que sucedió en los camarotes podría haberse evitado, pero los cuatro se dejaron llevar por el deseo reprimido durante tanto tiempo, mojados y con ganas de sentir el contacto de otros cuerpos.

Antes del desayuno, cuando en la cocina ya había calentado el agua para el chocolate, regresaron cada uno a su aposento, con ganas de comerlo todo.

 Domingo de Rodrigo para servirle —se despidió de forma amable y con marcado acento portugués, abandonando el camarote perfectamente vestido con su camisola blanca bajo el chaleco de terciopelo negro.

No sé qué me ha ocurrido —intentó disculparse la señora Duboscq.

Mientras tanto, en el camarote contiguo, ocurría una escena semejante y abiertamente consentida por ambas parejas.

Monsieur Duboscq para servirle —se despidió gentilmente con marcado acento francés, abandonando el camarote perfectamente vestido y con su bastón y chistera en la mano.

Es la primera vez que me ocurre algo así  —intentó disculparse Francesca.

Cundo regresó su esposo al camarote parecía otra persona. Ninguno de los dos comentó el incidente ocurrido la noche anterior. La caja había propiciado el intercambio.

Domingo tomó a su esposa fogosamente y después durmieron con su piel desnuda, abrazados muy juntos vientre y nalgas.

Monsieur Duboscq entró en su habitación y se deleitó en acariciar los muslos de la señora Duboscq.

Tras el regreso a casa no volvieron a hablar de lo ocurrido, pero solían tener fantasías en los momentos íntimos,  logrando de esta forma una curva gamma de excitación ciega.

Cuando el bisabuelo abrió la caja bellamente tallada,  se encontró con un anteojo que tenía una luneta para cada ojo, un binóculo con una luneta izquierda de vidrio color rojo y con una luneta derecha de vidrio color azul. En el fondo de la caja había un paño blanco con dos dibujos, un dibujo a la izquierda bordado en hilo grana y otro a la derecha bordado en hilo azul.

Acercó el binóculo a los ojos y observó detenidamente los dibujos del paño bordado. El rojo, el de la izquierda, se fundía virtualmente con el azul, el de la derecha, en una estereopsis perfecta, formándose una imagen fundida en negro.

Era un estereograma, un anáglifo, el paradigma de la visión humana.

 

Un Delacroix, con los colores de la bandera de La Libertad guiando a su pueblo, grana y azul…, sí, azul y grana sobre fondo blanco.

 


EL TREN

CANGAS

1951

El proyecto de trazado ferroviario.


EL NACIMIENTO

ROSADA

1961

El niño había nacido el veintidós de febrero de mil novecientos sesenta y uno, y por aquella misma época, unos meses más tarde, en Santa Marta, Departamento del Magdalena en Colombia el día siguiente a la fiesta del patrono, el día siete de agosto, nacía un muchacho al que le pusieron por nombre Carlos y que más tarde llegaría a estudiar publicidad y tendría un frustrado encuentro con Gabriel García Márquez, premio Nóbel de Literatura, uno de sus escritores favoritos.

A Fabiano, cuando era un recién nacido, no le gustaba mucho mamar la leche de los pechos de su madre.

—¡No quiere la birrucha! —dijo la joven Milena.

—A Gomar le gustaba bastante más la birrucha —aclaró Jenaro, su esposo.


LA ESCUELA

COIRO

1967

El sol proyectaba, al atardecer, las sombras dinámicas del viejo ciruelo sobre la pared blanca, pintada al aceite, del fondo de la estancia.

Escuchaba la radio, un aparato Ascar, y se había quedado dormido sobre la colcha de la cama, con la letanía de la máquina de coser, una Singer.

Fabiano Petra de Rodrigo compartía la cama con Gomar, su hermano mayor y dormía en la sala con sus abuelos maternos.

La sala tenía el piso de madera de tabla ancha, de una cuarta, con esa textura conseguida con el tiempo, arrodillándose como en un acto de postración en el suelo de piso de madera y arrastrando la tinaja de zinc desde el dormitorio hasta las escaleras, pasando por la sala. Era la textura de la limpieza con cepillo, al remojo de agua con jabón Lagarto y lejía.

Había una cómoda con gavetas en la que el abuelo guardaba el monedero de plata, con antiguas monedas, algunas con la efigie de un monarca por la Gracia de Dios y otras con la imagen de una Reina Regente. Había estampas de santos, alguna rara fotografía y mantelería en aquella gaveta de la cómoda. Tenía un chinero, una vitrina con cuatro patas apoyadas sobre la cómoda, donde se colocaba la loza para los días de fiesta.

Un tabique de barrotillo de madera revestido de mortero de arena y cal le separaba de la habitación de sus padres, que eran primos carnales y habían contraído matrimonio un dieciséis de febrero.

Al día siguiente, Fabiano Petra de Rodrigo se levantó temprano y bajó hasta la cocina por los peldaños de la escalera de madera de pino, desgastados por el uso. Entró en la cocina, bajó los pantalones, de color azul Mahón, y se sentó en una caja de madera, después de levantar una tapa con asa que cubría un agujero circular, y acompañando una rápida exhalación con una fuerte tensión abdominal, la mierda cayó sobre los helechos secos de una cavidad bajo el tablado. En el lar, sobre uno de los trípodes estaba calentando la olla del caldo y sobre otro de menor tamaño había una cazuela de agua hirviendo con manteca de vaca.

El abuelo, Bosa de Rodrigo Capilla ya había tomado chocolate en agua y se encontraba trabajando en la bodega, en un pequeño taller de carpintería.

Jenaro Petra de Rodrigo, su padre, se había marchado a la zapatería, un local que tenía alquilado al lado de la tienda de ultramarinos.

La abuela, Oranda Molar de la Hermita, estaba ordeñando la vaca y su madre preparaba la ropa de Gomar para ir a la escuela de niños.

A media mañana, al bajar al mercado de la villa, para vender leche y traer pescado, su madre, Milena de Rodrigo Molar, le dejó en la zapatería.

—Quiero un carilo, papá. —dijo el pequeño Fabiano.

—Un carilo de torizo, papá —aclaró.

Y su padre le compró un bocadillo de chorizo, aunque otras veces le apetecía más un bocadillo de chandarmes o agujas, y permaneció con su padre escofinando un pedazo de goma de zapato, hasta que regresó su madre.

Ese día Fabiano estaba muy contento, porque su madre le había traído de la librería una pizarra de forma rectangular, de un lado menor de veintiún centímetros y de un lado mayor de dimensión igual a la raíz cuadrada de dos multiplicada por la dimensión del lado menor.

La pequeña pizarra de losa negra traía consigo su correspondiente pizarrín, atado con un cordel a la misma, en un agujero circular de cinco milímetros de diámetro.

Ese día comenzó a dibujar las letras y los números, antes de comer. Comieron jureles con patatas, jureles cocidos con patata, tomate y cebolla, orégano, un chorrito de vino blanco y pimentón.

Por la tarde se quedó jugando bajo el hórreo con unas cañas, tierra y agua; a él le gustaba hacer pequeñas construcciones, y bajo el granero se sentía protegido.

Su hermano estaba haciendo castilletes con trozos de leña de roble para que secaran y así poder usarlos para hacer fuego en el lar. La leña, traída del monte la tarde anterior en el carro de bueyes de Manuel Abad Miranda, la habían cortado su abuelo y su padre con el tronzador y la habían abierto en canal con hacha, martillón y cuñas de hierro.

Había varios castilletes, dispuestos según la línea sinuosa del murete que conformaba un desnivel en el terreno del circundado de la vivienda, perfectamente tangente al perímetro del pajar exterior. El pajar lo había realizado su padre, relevando a su suegro en esa actividad casi ritual, con un mástil central de madera de acacia y basamento de haces de sarmientos de vid sobre un cuadrilátero de troncos de la misma madera, atado con ramas de mimbre, al que se le disponía con maestría milenaria el heno en forma de cono.

Cuando el niño se cansó de jugar bajo el granero se acercó a la zona en la que estaban los soberbios castilletes de leña y le ayudó a su hermano en la tarea que estaba realizando. Le gustaba sentarse al lado del poste de piedra en un extremo del murete, a la sombra de las ramas sin hojas del ciruelo y bajo la vieja parra de vino blanco, de una variedad de mesa, que cubría la puerta de la bodega.

Su abuelo Bosa también se sentaba en aquella misma zona, sobre una piedra de amolar que su abuela Oranda usaba para sacarle filo a la hoz. Con su navaja desgastada, su abuelo pelaba fruta y hacía pequeños trozos en forma de lasca; las peras recogidas a mano que guardaba entre la paja de centeno; en un cajón de madera de castaño, armada con clavos ya oxidados, las peras del viejo peral de Calatayud y las ciruelas japonesas ya maduras.

La piedra de granito silvestre moreno, colocada en aparejo de mampostería, de la fachada Oeste en la que se ubicaba la parra estaba teñida de  color verdoso, al igual que la madera de acacia que le servía de armazón, al igual que las cañas que se substituían anualmente, al igual que las ataduras de mimbre realizadas con el arte de la torsión de los artesanos cesteros, al igual que las dos cepas retorcidas como columnas salomónicas y que estaban dispuestas a derecha e izquierda de la entrada de la bodega, al igual que los sarmientos y al igual que las hojas, ahora con tonos verdes, ahora con tonos amarillos, ahora también con ese tono granate, teñidas por las muchas manos del sulfato de cobre.


EL SAN MARTÍN

CANGAS

1977

 

Aquel verano.


LA PELÍCULA

CANGAS

1978

 

Aquel verano.


EL MOLINO

ROSADA

1982

EL CARTAPACIO

Abrí el portafolio y encontré aquellos viejos escritos deteriorados por la humedad. Acerqué los folios a la nariz y me encontré, de pronto, oliendo aquellas hojas revestidas con la pátina de lo antiguo y cerrando los ojos durante un intervalo de tiempo indefinido, pensé en la bioquímica de los secretos guardados.

 

MEDICIONES

Había quedado con ella en el molino.

 

WOLFRAMIO

En aquel pueblo, cerca de una antigua mina de wolframio, compré un botijo muy peculiar, con agujeros en el cuello.

Ella tenía puesta una pelliza blanca, nos encontramos en la calle de los vinos en la ciudad herculina.

 


LA TEORÍA DE MORLEY

ETSAC

1985

El profesor de Estructuras solía traer a clase aquel viejo libro, editado en 1921, lo abrió, como siempre, por el índice general y después de colocarlo sobre la mesa, con la tiza en la mano, comenzó a tratar un tema de la asignatura al azar.

Todos los alumnos permanecíamos callados, en silencio respetuoso, atentos a sus explicaciones y ejemplos, tomando nota de las fórmulas y sus desarrollos que él hacía en la pizarra del aula.

Me fascinaba la obra y personalidad de Gaudí, recientemente había caído en mis manos un trabajo de Casanelles impreso en Barcelona en 1965.

 

EL PROFESOR DE GEOTECNIA

Nunca sabré como aprobé aquella asignatura.


EL ARQUITECTO

CANGAS

1987

 

Aquel verano.


EL MARINERO

MARÍN

1988

 

Aquel mes de Enero.


EL VIAJE

BOGOTÁ

1991

 

Aquel verano.


LA ROMERÍA

HERMELO

1993

 

Aquel verano.


LA BODA

RODEIRA

1996

 

Aquel verano.

Ella se colocó de costado en la cama, desnuda, bajo la sábana de lino, mientras él terminaba de  ducharse en aquel cubículo con suelo de cantos rodados de río de color negro. Descubrió el lecho y se situó también desnudo, tocando su pecho con la espalda de ella y con el brazo izquierdo la abrazó, colocando la palma de la mano sobre su vientre.

Durmiendo en cuchara.

 


EL PRESTIGE

CANGAS

2002

 

ESPERANDO EL CAMBIO CLIMÁTICO

Deseaba con todas las fuerzas de mi ser el advenimiento, la llegada del cambio climático.

Aquel verano.


LA OFRENDA

HIO

2013

OFRENDA A UN DIOS

Había estado horadando toda la mañana en la madera con una trencha y un martillo. Introdujo el lápiz de memoria en la ranura y dejó fuera la lengüeta.  Luego tapó el agujero con una chapa de cobre atornillada.

 

 


EL PUERTO

CANGAS

2004

 

Aquel verano.


LA CASA

COIRO

2008

 

Aquel invierno.


EL COOPERANTE

CANNAS

2009

11:35 del 15 de enero de 2009.

Instituto de Enseñanza Secundaria Cannas.

El Departamento de Orientación había organizado una charla sobre cooperación internacional. Se había programado, en principio, para concienciar al alumnado sobre la labor de los cooperantes en las diversas partes del mundo y, también, para sugerir la actividad del cooperante como una posible salida profesional.

Alumnos y profesores entraron en el salón de actos. La asistencia era obligatoria y como no llegaban los asientos, hubo que traer alguna silla de la pequeña biblioteca. Habían dispuesto un cañón de video conectado a un ordenador portátil y una gran pantalla estaba preparada para comenzar la exposición. Una vez se acomodaron todos,  el orientador rogó silencio y luego presentó al cooperante.

­­—Luís, una gran persona a la que admiro y a la que tengo en gran estima —dijo el orientador, orgulloso de haberle invitado.

—Un cooperante, ha trabajado para diversas organizaciones no gubernamentales que actualmente realizan su actividad en el continente africano. Particularmente, ha iniciado su cooperación en las afueras de Duala, una población situada en Camerún, y posteriormente ha estado trabajando en las inmediaciones de Dagana, un asentamiento senegalés cerca de la frontera con Mauritania. Mejor será que él os cuente su experiencia. Os dejo con él —terminó.

El cooperante permanecía atento al lado del orientador y una vez este hubo terminado de hablar, comenzó su charla.

Luís recordó sus años de estudiante universitario y habló de sus primeros viajes a Francia e Inglaterra para perfeccionar el idioma. Durante su estancia en estos países trabajó de camarero en una cafetería y fue así como aprendió a escuchar a la gente. Finalmente, se embarcó en la tarea de la cooperación. Ahora, tras la charla, una vez terminadas las vacaciones de invierno en las que había visitado a su familia, preparaba su regreso a Senegal.

—Bueno, no quiero extenderme mucho, supongo que deseáis salir pronto al recreo. Será mejor que apaguemos la luz. Os mostraré unas imágenes que hablan por si solas —dijo mientras se dirigía al orientador haciéndole una seña para que pusiera en marcha el programa reproductor de imágenes.

 

Las fotografías de la miseria y del horror que pasaron por delante de los ojos de los asistentes fueron como flechas clavadas en el interior de la mente de aquellos jóvenes alumnos, adolescentes acostumbrados a tener de todo, acostumbrados a no aprovechar.

Habló de su trabajo con los más necesitados, habló del micro crédito, del Grameen Bank y del Premio Nobel Muhammad Yunus.

Puestos a ayudar, decidió hacerlo con los grupos más desfavorecidos, así que eligió a las mujeres y, entre las mujeres, prefirió a las niñas que tenían alguna discapacidad. Niñas sin alguna pierna, niñas sin brazos, niñas sin aire en el momento de nacer, niñas sin familia, niñas con enfermedades y hambre. Comida, vacunas, preservativos. No hay asistencia sanitaria elemental. Quien tiene un teléfono móvil tiene una cabina. Casas de adobe con techo de paja. Se localizó el agua y se construyó un centro de atención primaria. Se plantaron árboles frutales, plataneras, maíz, patatas, mijo y otros recursos vegetales. Bautizaron un coche con cava. Carreras de sillas de ruedas. Robos, secuestros, violaciones. Malos tratos. Abandonos. Cortando el cordón umbilical con una piedra o con un cuchillo de cortar la carne sin desinfectar.

Al final, son como una familia. Siempre acabas regresando a su lado. dijo el cooperante.

Alguna profesora asistente hizo una pregunta, algún alumno preguntó algo, después, todos salieron al recreo. Algunos comentaron la charla.

Si alguien desea conocer el trabajo de los cooperantes, mejor que vaya de vacaciones y trate de integrarse dijo centrando su murada en mi para personalizar la comunicación.

No se trata de estar muy preparados, mejor son las dotes humanas aclaró.

Yo había estado escuchando atentamente la charla y las imágenes habían herido hasta el extremo mi sensibilidad. Esa mañana me había quedado bastante tocada, emocionada, incluso por momentos habían acudido lágrimas a mis ojos.

Yo había estudiado arquitectura, pero debido a la crisis del sector de la construcción ahora trabajaba como profesora de dibujo en el Instituto de Enseñanza Secundaria Cannas. Primero fui en vacaciones de verano a una de esas poblaciones donde actúan las organizaciones no gubernamentales. Luego me tomé un año sabático.

En ese instituto volvió a aparecer de nuevo la necesidad de hacer algo importante. Al terminar la carrera había conocido a un americano, hijo de un rico empresario y me había ido con él a la selva venezolana, allí viví durante cuatro años. Dibujaba calabazas, hacía cestos, no había ducha, no había caminos, había selva y pocas comodidades.

 

II

EL VIAJE A NINGUNA PARTE

 

III

ACCIÓN CONTRA EL DESPILFARRO

ONG

 

 

 


EL CARISMA

CANNAS

2010

A quellas actitudes que nos hacen diferentes a las personas son en realidad las que ayudan a transformar el mundo.

Anónimo.

SIN NOMBRE.

 

Esta historia relata, en particular, el proceso vital y la formación del carácter del individuo y de las personas en una familia, en la que se dibuja el trayecto acompasado de tres o más generaciones.

Se acude al recurso de los relatos familiares y de otros personajes para establecer el nexo con un intervalo cronológico determinado o acceder a una relación con el pasado, buscando las raíces por las que cada uno se interesa, al tratar de formar su personalidad en un proceso consciente.

Gracias a esta actitud carismática, el individuo se hace adulto y adquiere el control del desarrollo de su identidad, toma posesión del nombre y se le nombra.

Habla y escucha, escribe y lee, toca y siente, aromatiza y huele, cocina y saborea.

Esta es la fecha del comienzo de la historia de un viaje a través de una época apasionante, de un viaje que se inicia en la segunda mitad del siglo diecinueve, un recorrido que nace con el asentamiento de la sociedad burguesa y nos descubre el universo de sus vidas privadas.

Posee el carisma de una óptica posible de la visión humana, es el paradigma de la libertad, el ansia por descargar el lastre de las leyes de los hombres, las leyes dictadas en caliente por sus propios miedos.

La semilla que se esparce es el amante de lo más íntimo que se reconforta en redescubrir y domesticar lo salvaje. Es, otras veces, la secuencia armónica de una vida en proceso, verso libre, arquitectura posible, actitud carismática del indivíduo que busca, posee el nombre y puede ser nombrado.

Es la historia de la habitación y también es el arte de la cohabitación humana, es el relato paralelo del  placer y del dolor, de la miseria y la abundancia.

Es el ser humano procurando permanencias, el ser humano en un proceso de cambio, estableciendo referencias, concretando habilidades, creando pensamientos, procurando el equilibrio de sus necesidades pero que cae siempre, inevitablemente, en la misma trampa.

Siempre hay necesidades no satisfechas y estas son necesidades de las que nacen otras, contienen la energía capaz de transformaciones diversas.

El principio último de nuestras vidas siempre es satisfacer una necesidad nueva.

Como la arquitectura, síntesis y forma pura de la función vital humana. Ella se nutre, relaciona y reproduce cada vez que respira, este es su carácter.

La historia nos sitúa, en su comienzo, en un relato que nos cuenta la rutina de la vida de dos jóvenes adolescentes, vista por los ojos de unos padres que como es evidente, también fueron niños.

Llegada esta edad, estos dos personajes, hijos de los protagonistas de la historia, interactúan con el medio social y con su familia y al mismo tiempo comienzan a indagar, a descubrir y finalmente a entender el nexo que les une a sus progenitores, entonces y sólo entonces, el cordón umbilical se desvanece y cicatrizan las heridas.


LA NOVELA

COIRO

2012

 

Las ocho de la mañana. Un jueves, día doce del mes cuarto del año doce, a principios del siglo veintiuno.

Ese día Guímara  Petra Férrea cumplía quince años y por esa época el joven estaba en plena pubertad, en plena adolescencia.

Como cada día, cogió su bolsa negra y colocó dentro su pizarra electrónica, un viejo ordenador portátil con conexión inalámbrica a la red.

Salió de su dormitorio, recorrió la galería orientada al Este, bajó las estrechas escaleras forradas de madera y entró en la cocina. Ginebra, su hermana dos años menor que él, estaba desayunando un zumo de naranja y leche con tostadas de panecillos integrales untados con queso y miel.

Por la tarde, los dos hermanos bajaron al sótano y estuvieron vaciando y ordenando el material que contenían unas cajas apiladas. Habían quedado allí desde aquel deseado y esperado traslado de hacía cinco años. Una de las cajas era de madera de pino con una pátina de aspecto envejecido que en principio había contenido una gran botella de cava, y tenía una tapa corredera y en ella se apreciaba un rótulo casi ilegible con la palabra Tesis.

Se sentaron sobre el suelo y alguno de los dos abrió la caja metiendo la yema del dedo pulgar en la muesca y deslizando la tapa, escrutaron su contenido de forma exhaustiva y hallaron dentro un viejo lápiz de memoria, junto con algunas fotocopias y unos cuadernos con cubiertas de corcho.

Sintieron curiosidad por el posible contenido del lápiz de memoria, cogieron  ansiosos el pendrive para conectarlo al puerto USB, pero no pudieron, pues tenía la conexión metálica doblada.

—Déjame —dijo Guímara.

Guímara intentó forzar y llevar a su sitio la conexión. Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y cogió el llavero. Usó una vieja llave, pero lo hizo con tanta fuerza que quedó aún peor de lo que estaba.

—¡Ya la has fastidiado! —dijo Ginebra, su hermana, alterando el tono de voz.

—Déjame intentarlo a mí —completó, en un tono más suave.

—Bueno, hazlo tú —asintió Guímara.

Ginebra le puso más cuidado y esta vez sí que pareció quedar arreglado, así que sin pausa lo conectaron al puerto USB del ordenador.

Abrieron mostrando gran interés una carpeta denominada DRUPA, esta contenía únicamente un  archivo de texto, lo abrieron y pudieron leer: …

 

CAPITULO I

El relato de Coco@

Estoy bien seguro de que todos vosotros habréis escuchado  múltiples relatos acerca del origen y la agonía del pueblo Drup@.

También supongo que no tendréis dudas acerca del significado del término cosmogonía; si así fuera,podéis consultar este enlace que os indico, así que si os parece necesario lo escribís en el Buscador y ya os aclara la idea

Si abrís vuestros sentidos a la percepción de los múltiples niveles de consciencia y estáis atentos a la secuencia y transcurso de los acontecimientos en esta narración gráfica u oral, vosotros mismos juzgaréis si esta historia que os voy a contar con el arte de los contadores de historias os parece al final bastante veraz o no.

 

—Mi nombre es Coco@, me considero en la orfandad de padre y madre, aunque he tenido la infinita suerte de haber sido adoptad@ por un ser femenino llamado Gen que con su Sabiduría ha abierto  la boca de mi cápsula en la que he estado viajando durante mucho tiempo desde una dimensión remota y he de decir que Gen es realmente para mí una Madre, pues me ha traído a la vida.

Los ojos de mi envoltorio original se hallaban totalmente ciegos,  y ahora me he dado cuenta que pueden adoptar o aparentar alguna expresión según el entorno cambiante que me rodea; tengo vagos recuerdos en la memoria de mi génesis, la difuminada imagen de haber contemplado aquel Orbe donde yo habitaba.

Ahora sé que de nada puedo quejarme y ya he echado raíces en este mundo virtual en el que aunque me encuentre atrapado, tengo el aprecio de una madre —relató Coco@ antes de hacer una pausa para contener su emoción.

 

—Gen me encontró de esta manera. —Continuó Coco@.— Al caer la tarde, de un día de verano, con dieciséis años, en la playa de Casitérides, cerca del complejo de la conservera, donde ella solía pasear a menudo con un animal que acompaña a los que no miran por los ojos de la cara.

Gen solía recoger palos limados por el mar para su padre, un viejo profesor de educación plástica, visual y audiovisual, que en aquel momento estaba trabajando en una teoría revolucionaria, que él denominaba “TEORÍA UNIFICADA DE LA COMUNICACIÓN, EMISIÓN DE MENSAJES, PERCEPCIÓN Y DE LA ACCIÓN SATISFACTORIA EN RELACIÓN CON LOS PROCESOS VITALES.”

 

Era una teoría no muy descabellada en la que, tomando como elemento de estudio el proceso vital, su padre trataba sobre la búsqueda diferenciada del conocimiento y control desigual y creativo de la actividad fundamental de los seres vivos en relación en un entorno que cambia.

Por eso, consideraba que era necesario abandonar la era de la información en la que estábamos inmersos para entrar definitivamente en la era de la creatividad.

Una era donde las ideas serían las que tendrían realmente el valor, como un tesoro rescatado del pasado para el futuro.

Donde el presente se haría tan infinitesimal que sería inapreciable y se viviría al mismo tiempo un intervalo complejo entre el pasado y el futuro;logrando de esta manera romper la barrera del tiempo para el control creativo de nuestras vidas.

Un cuaderno donde poder hojear hacia atrás las hojas para revisar el pasado y tomar otros caminos desde cualquier situación y poder así seguir dibujando hacia delante nuestras ideas y nuestras vidas.

Él decía que el ser vivo, al igual que el entorno, también muda y es capaz de detectar en su sistema de referencia existencial los desequilibrios o necesidades internas y externas, y de procurar mediante acciones satisfactorias lograr el equilibrio, empleando experiencias y capacidades fruto del aprendizaje, para restaurar ese equilibrio dinámico.

A mí me gustaba este concepto de proceso restaurador de los desequilibrios vitales tenía y aún tiene cabida en una teoría unificada de la percepción y de la acción satisfactoria, abriendo caminos y establecendo conexiones creativas posibles como parte fundamental del conocimiento y control del proceso vital.

La razón por la cual mi padre se planteaba esta visión unificada de las teorías de la percepción y de la acción no era otra que la de dar respuesta a los problemas de aprendizaje creativo en la enseñanza actual.

También consideraba que tenía como objetivo fundamental la búsqueda de procesos vitales y relaciones compatibles, óptimas y armónicas entre los seres vivos y en particular entre los seres humanos dentro de su sistema referencial particular o colectivo.

El desarrollo de esas competencias, atendiendo a la diversidad y a la enriquecedora pluralidad de las referencias y valores de los indivíduos y grupos humanos es lo que permitiría, en esencia, dar respuestas adecuadas a las nuevas o conocidas necesidades, siempre de un modo eficaz; respuestas eficientes por ser compatibles a nivel humano, óptimas a nivel tecnológico y armónicas a nivel habitable.

Y no podía ser de otra forma el aprendizaje de esta capacidad de control del proceso vital ya que es bien sabido que debemos tener en cuenta la existencia de unos determinados sensores en los seres vivos en general y también en los seres humanos, que captan información y transmiten esta información a un centro de control de datos para su posterior análisis, clasificación y comparación; iniciando posteriormente un proceso de respuesta, mediante acciones, normalmente basado en la expriencia o en la previsión, para conseguir hipoteticamente un resultado determinado.

Esto me gustaba; pues esta percepción vital, sería la clave de un sistema de comunicación unificada y codificada entre los seres vivos y en particular entre los seres humanos y derrumbaría por completo las teorías que solamente consideraban actos de comunicación los sistemas tradicionales o la transmisión de información.

Los sistemas tradicionales de comunicación de los seres humanos resultaban a todas luces parciales, metidos en un cajón estanco que necesitaba de nuevos cajones para una visión global que lograra la solución del problema que no era otro que el control del proceso vital.

Mi padre opinaba que debemos tener en cuenta, por tanto, los diversos canales de entrada de información en nuestros centros de proceso, los sensores, presentes en los sentidos de la vista, oido, olfato, gusto y tacto, empleando todos ellos en la búsqueda de una diversidad de expresiones o acciones y  comunicaciones eficaces.

Por lo cual, fué necesario idear unas bases para conseguir un sistema de comunicación eficaz.

En primer lugar, pensaba que los seres humanos, en respuesta a una compatibilidade total en la transmisión de la información, necesitábamos aprender a expresar las ideas a través de sistemas de comunicación multisensoriales de carácter universal para evitar la discriminación de grupo por razones de discapacidad o bien para llegar con el mensaje a un mayor número de receptores, independientemente de las capacidades que se poseyeran.

En segundo lugar, tambíen consideraba que necesitábamos adoptar un sistema de comunicación multisensorial adecuado, con una verdadera optimización de la tecnología elegida en relación con la idea de percepción múltiple y teniendo en conta los elementos del sistema.

Y en tercer lugar, pensaba que necesitábamos tambié una cierta armonización del entorno y de las referencias diferenciales como sistema de crecimento colectivo y global en el campo de la comunicación total.

En su apasionante escrito aparecían enlaces interesantes y yo me vi también metida en todos esos temas de comunicación, autonomía personal y ayudas técnicas.

Como el escrito estaba en formato editable, simplemente me limité a colocar el cursor del ratón sobre el hipervínculo pulsando el botón izquierdo; despues pulsé el botón derecho, se abrió un cuadro de texto y seleccioné abrir hipervínculo con el botón izquierdo,entonces el texto del enlace se volvió violeta y luego fuí llevada a todos y cada uno de los enlaces que figuraban en el escrito de mi padre.

Una vez revisado todo aquello, contemplé una tabla muy sugerente acerca de la relación existente entre sensores y sistemas de comunicación que os muestro a continuación debido al interés que os pudiera suscitar.

Relación variable y mutable entre los distintos sensores y sistemas de comunicación.

 

VISTA

IMAGEN

OIDO

SONIDO

TACTO

VOLUMEN

OLFATO

OLOR

GUSTO

SABOR

SISTEMAS DE COMUNICACIÓN

X

X

X

X

X

TOTAL O SIMULTÁNEA (VITAL DIVERSA,  SEXUALIDAD,  ALIMENTACIÓN)

X

 

 

 

 

GRÁFICOS VISUALES EN 2D O 3D  ESTÁTICOS Y DINÁMICOS (SIGNOS, GESTOS)

 

X

 

 

 

AUDITIVOS O SONOROS (HABLA, MÚSICA)

 

 

X

 

 

VOLUMEN EN 3D ESTÁTICOS Y DINÁMICOS (BRAILLE  Y MATRICES DE FORMA, LENGUAJE SORDOCIEGO)

 

 

 

X

 

OLFATEO  (QUÍMICA Y CUALIDADES DEL OLOR)

 

 

 

 

X

SABOREO (QUÍMICA Y CUALIDADES DEL GUSTO)

X

X

 

 

 

AUDIOVISUAL EN 2D O 3D CON GRÁFICOS EN 2D O 3D  ESTÁTICOS Y DINÁMICOS (ANIMACIÓN)

X

X

X

 

 

 

 

X

X

 

 

JAWS

 

 

 

 

 

 

 

 

Todo aquello era facinante, y a Gen le hablaba cercanamente, al oido, de la captación de las cualidades de los estímulos sensoriales.

Visual

Combinaciones de puntos líneas, superficies,luz, variacións en la forma.

Sonoro

Combinaciones de intensidade, tono y timbre, presión acústica, variación del sonido.

Táctil

Configuración volumétrica de texturas o superficies tridimensionales, temperatura, presión, estado físico, variaciones de las mismas.

Olfativo

Concentraciones y combinaciones y variaciones químicas de substancias, variaciones de los olores.

Gustativo

Concentraciones y combinaciones químicas de substancias en relación con su percepción; por ejemplo: dúlce, ágrio o ácido, amargo, salado y umami.

En esto estaba investigando su padre en aquel momento y Gen, a escondidas, solía interesarse en esas cosas. Su padre dejaba casi siempre encendido el computador y era consciente del peligro de ser rastreado por la triada de Sigma, pero no le importaba.

 

El que tenga ojos para ver que vea, el que tenga oidos para oir que oiga, el que tenga manos para tocar que toque, el que tenga naríz para oler que huela y el que tenga lengua para saborear que saboree solía decir a menudo el propio Kharisma Cannas, el buscador de sendas.


 

LA DESINHIBICIÓN DE COCO@

 

Una vez que Gen regresó al centro de la SEED, se dirigió a un jardín cercado de atmósfera protegida, una especie de invernadero que ellos denominaban La Parietisa.

Entró en el recinto de La Parietisa utilizando su código AD@N, luego calentó agua salobre y sumergió el cuerpo de Coco@ en ella durante siete días.

La comunidad de los germinadores de cocos, conocía el secreto para abrir la boca de los Drup@.

Los Drup@ daban a Luz por la boca,primero expulsaban la cabeza de la raíz, luego el tronco y luego la cabeza.

Sprouter, el cultivador, vivía en La Nueva Tierra del Mar y era un gran amigo, muy implicado en la SEED; justo vivía en las antípodas de Casitérides y se comunicaban por la red social gracias a un código fuente particular denominado El Libro de la Caras.

Para que os hagais una idea de cómo era el grafo del código fuente, os muestro una imagen de una página del Libro, la piedra de Rashid de la lengua de las emociones y del saber acumulado, que permitía la elección adecuada de la tipografía de la enorme variedad de las lenguas escritas del pueblo de los Drup@ y de los estados de ánimo o iconos de sus emociones que permitían la descodificación de AD@N.

Así empezó todo, tal y como Sprouter, el hermano germinador había pronosticado en sus ensayos durante su estancia en la SEED.

Llamaré a la vida a todos y cada uno de los Drup@ esparcidos e inhibidos por el comercio mayorista de las colonias, confinados en cajas de madera para ser alimento de los cultivadores y de los colonizadores del imperio —aseveraba Sprouter en sus discursos libertarios que circulaban por las redes de pesca de Sigma dispuestas como trampa en las grandes capitales del Orbe, desde su pueblo natal en una remota aldea lacustre de Api@, una isla flotante perdida, al norte de La Tierra de la gran nube blanca.Y los llevaré al Nuevo Orbe, donde no existirá el miedo a no hallar lugar donde anclar raíces y ser alimentados por Hydros.

Yo soy el Árbol de Coco@, el árbol de la vida, la nuez del faraón —predicaba Sprouter—. Y seré vuestra comida y vuestra bebida para siempre.

 

En la Parietisa de la SEED, Gen pudo conectar con Sprouter.

—Hola Sprouter, ¿cómo estás? —saludó ella tras verle aparecer delante de la cámara—. ¿Vas a salir de viaje?

—No, no saldré —dijo Sprouter sin mirarla, ensimismado y con una bolsa de plástico de cierre hermético en la mano.

—¿Eso es todo? —preguntó ella.

—Bueno, hay algo más —respondió él—. Así que toma asiento confortable para escuchar lo que te voy a contar.

—Abriré todos mis orificios para ti —dijo Gen.

—Eso suena provocador —completó Sprouter con picardía, para adoptar a continuación un tono más serio al hablar, mostrándole lo que había encontrado escrito en la cápsula envoltorio de Coco@.

 —Al practicar la extracción del ser alojado en el envoltorio de la drupa que recogiste en la playa me he encontrado con un sorprendente hallazgo. Ya verás. No lo vas a creer. Se trata de un tejido con unos signos formados de forma desconocida que a mi me parecen caras. Son similares a nuestros emoticonos pero parecen incorporar letras en su boca. Una especie de tipografía emocional. El código de la lengua parecía ser Esperante, una lengua escrita y hablada creada como una mezcla unificada de las lenguas más importantes del Orbe. No me resultó difícil la traducción y decía algo así: “En el inicio existía Luz, y Luz estaba en Embrión, y Luz era Embrión. Todas las cosas fueros hechas por Embrión.  En Embrión estaba la verdadera vida, y la verdadera vida consistía en abrirse a la Sabiduría de Luz, camino de todos los seres. Luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecen contra Luz. Hubo también un ser enviado de Embrión, el cual era conocido como El Buscador, y su tarea consistía en abrir nuevas sendas.” —leyó Sprouter en el enigmático tejido de fibra vegetal que envolvía a Coco@.

—¡No puede ser posible! —exclamó Gen mientras sentía un repentino calambre en su cabeza debido a la asociación entre las palabras de Sprouter y sus recuerdos.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Sprouter.

—Ese Buscador me resulta conocido —respondió Gen.

CAPITULO II

Los hijos de N@t

Gen escuchó con atención el relato de Coco@ y durante la noche no paró de rumiar todo aquello.

Se levantó temprano, se vistió la ropa que había dejado sobre una silla y luego acercando el asiento, se sentó delante de una mesa de iroko de una sola pieza, de setenta y dos milímetros de grosor, quinientos cincuenta y cinco milímetros de ancho y mil trescientos cincuenta milímetros de largo, armada con los pies reciclados de una máquina de coser Sigma.

Encendió el portátil con conexión inalámbrica y luego corrió las cortinas para aprovechar la luz. El vidrio aparecía empañado con finas gotas de agua.

Un impulso emotivo vino a su mente y dibujó con su dedo índice un huevo, luego como formando una segunda capa, lo metió en un cuenco y después con otro bol invertido lo encerró por completo, envolviendo todo finalmente con una cáscara que cubría los dos recipientes, quedando una pequeña abertura inferior.

Mientras contemplaba absorta el dibujo, se habían ido reuniendo las pequeñas gotas del vapor de agua condensado en el cristal en gotas mayores y ahora comenzaban a bajar de forma apresurada y lenta según ley desconocida por el vidrio, trazando varios surcos.

Como un relámpago, una idea acudió a su mente y decidió que debía comenzar a construir un ingenio que le ayudara a desvelar el origen y agonía de los Drup@.

Gen había encontrado al inhibido hidronauta sobre la arena de la playa y ahora estaba decidida a traerlo a la vida.

En aquellos días, las tres cuartas partes de los hombres habían enfermado debido a un virus desconocido que se había extendido tras los actos de terror previos a las elecciones que llevarían al poder a la nueva coalición democrática denominada SIGMA.

Tanto Gen como ellas estaban hartas de ser mujeres con miedo, de ser utilizadas por el poder con la promesa de felicidad a cambio de prestaciones sociales y liberación personal sin atadura del varón, en caldo de cultivo de noticias de horrores y falsas psicologías del crecimiento personal. Y, en virtud del derecho otorgado por leyes ideadas para defenderlas, ellas mismas decidieron modificar los embriones que portaban la palabra o gen dominante e implantar el gen recesivo, creando así la nueva especie drupa.

La cosmogonía de los Drupa.

 

Origen y nacimiento de los emoticocos.

El primer par estereoscópico de Coco@.

Cruzamos la primera mirada...

No estamos acostumbrados a la nueva imagen y tenemos que ver el espacio en blanco entre las dos imágenes que se nos presentan...

Su mirada expresiva y cautivadora tenía la fuerza de un emoticoco.

El segundo estereoscópico de Coco@

La primera palabra fue @.

Esta fue la primera palabra que salió de la boca del Coco@. Como en toda la historia gráfica, las palabras no se oyen, sino que se ven, ahí tenéis la palabra que dijo. Más bien parecía un ideograma. ¿Conocéis esta palabra? @

Gen buscó en la WWW el significado de la palabra @. Buscad vosotros también.

Y parecía apropiado entender esta palabra como mono, porque la verdad es que el ser encontrado en la arena le recordaba a este animal. Ella sabía que era un mono, porque los monos tienen una cola larga como este ideograma, que también trae su cola...

Y ese ideograma volvió a su mente.

La cáscara de la concha quedó marcada en la frente...

Y la pronunciación se transcribía de esta forma.

¡Monos!exclamó.

De la mano de Gen en una playa de las Casitérides.

Gen tomó en la mano aquel ser, y el ser habló en estéreo, en un hermoso globo de texto en estéreo, diciendo su nombre...Coco@. Cuánta profundidad en el mar de sus ojos, cuanta música de agua en su interior...

Y Gen guardó el ser en su bolso... y caminó dejando huellas de pies descalzos en la arena de Casitérides.

Mientras rumiaba una pregunta... ¿Qué es mono?

Una plataforma de comunicación escrita para los monospensó.

 

De regreso a casa.

—Ya es tarde—pensó.

Se estaba haciendo un poco tarde, oscurecía, y Gen decidió regresar al complejo de la  SEED, una sociedad clandestina cuyo propósito era dar a luz a las semillas no germinadas por el comercio, y abrirlas a un cierto estado de conciencia para promover la caída de todos los sistemas de gobierno de las aguas.

La SEED, la Sociedad para la Erradicación de los Embriones de la Democracia. Su mayor enemigo eran las Redes de Sigma, la manifestación sublimada del poder del pueblo de ISIS.

En estos tiempos turbulentos, los sistemas democráticos, como actores en el negocio del poder del Demos, acaparaban casi todos los núcleos habitados del planeta Agua, aunque había cierta resistencia de los gobiernos totalitarios, más fáciles de derrocar que los gobiernos democráticos.

La SEED no era un grupo antisistema y tampoco era un grupo anarquista. Sus intereses se centraban en las grandes drupas.

En el mundo drupa, las personas, debido a sus miedos atávicos y la falta de control de sus necesidades inventadas, como ya ocurriera en otros momentos de la historia, habían ido cediendo poco a poco el poder a Sigma, la mano virtual de la Democracia, que se estableciera por encima de toda frontera acuática.

La comida de la religión de la democracia estaba en el poder absoluto, justificado por las necesidades de la mayoría de los nautas y renovado ritualmente de forma periódica en las Arcas de la Alianza, a través de la manipulación y el control de las personas con la promesa de un falso e inalcanzable Estado del Bienestar.

Sigma conocía y registraba las palabras y las grafías de las gentes, a Sigma acudían a diario para buscar la sabiduría y el conocimiento, Sigma sabía dónde estabas en todo momento, Sigma sabía la cantidad de riqueza que tenías... todo lo sabía, todo lo podía, estaba presente en todas los partes.

De ruta a hogar Gen tomó la mochila para guardar la drupa y navegó hacia la casa... el complejo de la SEED, situado en un lugar de coordenadas desconocidas.

La Nao de la SEED.

La Nao de la SEED fue diseñada como una gran drupa germinada. La comida y la energía se extraían de la clorofila, y tenía autonomía para la navegación por el planeta agua durante mucho tiempo sin la necesidad de ningún arrecife. En sus raíces crecían gran cantidad de especies de moluscos univalvos y bivalvos.

La vela era como una linterna y emitía una luz verde muy hermosa.

Una linterna mágica...

Dentro de la nave drupa había todo un mundo con agua altamente nutritiva y suficiente energía para toda la vida, incluso para cruzar el vasto desierto de agua.

El saludo del Visor.

 

Los germinadores colocan sus manos con los pulgares doblados y palmas solapadas en ángulo recto y las llevan juntas a la cara, haciendo una visera sobre los ojos, lo que les permite defenderse de la luz de este mundo y hacer que las dobles imágenes de la realidad se convierten en una sola dentro de su mente.

Se le conoce secretamente como el saludo del visor, el saludo de la imagen única, el saludo del ojo de la mente, no es el saludo con la mano izquierda o el saludo con la mano derecha, es el saludo con las dos manos desnudas, sin arma ni instrumento, el saludo que disipa la visión doble de la realidad.

CAPÍTULO III

Los Germinadores.

Gen pertenecía, junto con su hermano Güima y un grupo del que también formaba parte el clan de su familia; a una de las divergentes ramas de los Memento, secretos adoradores de la deidad conocida con el nombre de Fiat Lux.

La única regla que observaban era la única y poderosa Lex que emanaba del Ana, un regalo que Lux había donado en los orígenes de los tiempos a los vivientes, en el presente ya casi en el olvido y cuya propiedad principal era traer a la Humanidad en agonía, totalmente esclerotizada e inmersa en las luchas por el poder, las enseñanzas verdaderas de Lux.

La comunidad a la que pertenecían en aquel momento era conocida como la Comunidad de los Germinadores de Nut.

La Comunidad mudaba a menudo el nombre y se adaptaba a las circunstancias para no ser localizada en la Constelación de la Triada de Sigmas.

 

CAPÍTULO IV

El mundo Drup@.

El pueblo Drup@ se conformaba espacialmente y temporalmente dentro de un Orbe cerrado, como una cápsula, un mundo con la música interior del agua y manifiestamente armónico que navegaba entre cuatro capas de fluídos separadas por cinco finísimas membranas permeables casi imperceptibles.

Dentro de este mundo en constante movimiento ondulante existían dos luminarias durmientes y una abertura bucal por la que se accedía al Cosmos de Lux.

Las estrellas durmientes emitían una luz intermitente cada cierto intervalo de tiempo y nuestro pueblo había registrado en tablas sus apariciones. Una de ellas emitía una luz de color rojo y de la otra emanaba una luz de color azul. Mientras emitían por separado, estábamos atrapados en la superficie del agua interior y no se podía ver el mundo real. Solamente durante el intervalo en el que ciego día daba paso a la visible noche, instante en el cual las dos luminarias entraban en armonía, los Drup@ podíamos ver las cosas y palparlas con la mente tal y como me habéis mostrado en la Comunidad.

La boca era como una especie de trampilla circular por la que se uno se podía entregar y dar a Lux.

Por la tapa circular se entraba en el Universo, un océano cósmico lleno de maravillas, los Drup@ podían ver a Lux por la boca.

Con las dos luces emitidas durante el día no se podía ver, pero cuenta una leyenda que Lux le había dado a los Drup@ una especie de ojos que permitían hacerlo. Esos ojos mágicos se habían perdido y algunos decían que había que salir por la boca y adentrarse en el océano cósmico hasta encontrarlos.

Algunos sabios Drup@ habían desarrollado la maravillosa capacidad de ver la realidad tal cual era a través de un tercer ojo, un ojo virtual, ellos lo denominaban el ojo de la Verdad.

—Los ojos de la mirada mágica eran algo parecido a esto que he dibujado para vosotros —aclaró Gen mientras mostraba este dibujo de una de las páginas del libro rojo donde lo anotaba todo.

Sigma rotada era la reina de los humanos descarriados por el mito de las sombras, la triada de la wab.

CAPÍTULO V

El poder Drup@.

Sigma era dueña y señora de las tinieblas y le interesaba que los Drup@ permanecieran en la Oscuridad, así que para poder controlarlos inventó las leyes.

El poder de los Drup@ era el poder universal y el mismo que los germinadores de la SEED les enseñaban y llamaban Ana.

Ana (A) era la única forma de Liberación para todos los seres, Ana era un regalo de Lux y consistía en que los vivientes no deberían seguir otra ley que no fuera el servicio y la armonía.

Ningún ser sobre otro ser, ninguna ley sobre nadie, ningún poder sino el poder de Ana.

—Si las semillas de la SEED caen en tierra fértil darán abundantes frutos —decían los germinadores—. Los frutos de la armonía y la esperanza.

Fichas personajes.-

Drup@

 

Existen dos especies:

 

Coco@.

Monos o primates.-

Esta specie fue una primera idea vital de Luz y no posee diferenciación sexual. Es una especie hidronauta y hermafrodita. Recibieron de los sabios ancestros el conocimiento de las artes de la navegación. Ellos tienen una mirada expresiva, tendente a la tristeza, por ver que otras especies tienen compañer@, poseen una visión borrosa bicolor en azul y rojo. Ellos necesitan un doble óculo para captar el mundo real.

 

Grup@.

Duplas.-

La especie fue una idea vital de Lux al modificar el código del drupa de origen.

La creó retirando del drupa originario una costilla o unión de la doble hebra torcida o helicoide (ADaN), creando así una nueva especie  al introducir una diferenciación sexual para colonizar la parte seca de Orbe.

Lo que caracteriza a esta nueva especie es que las hembras son muy hermosas.

Los machos tienen una morada aparte, colgados de un árbol y siempre preparados hidraulicamente para la regeneración de la especie.

Son descendientes del falo de Isis.

Desconocen los oficios y las artes de la navegación. Tienen pensamiento y percepción doble. Pueden diferenciar el color de los objetos y han desarrollado un tercer ojo virtual para captar el mundo real.

Gen

Germinadores.-

Seres superiores sabias, hembras, creadas por Luz, plantadoras, cuidadoras y maestras de los Drup@.

Enseñan a las especies Drup@ los conocimientos para el control de la materia y del medio: el arte de la percepción y la recepción de información. Se encargan de completar y guardar la vida en el arca de las simientes que se encuentra en los polos planetarios de Orbe para poder preservar las especies vivientes y colonizar otros mundos del universo en vibración y pulsión constante.

Güima

Germinadores.-

Seres superiores sabios, machos, creados por Luz, plantadores, cuidadores y maestros de los Grup@.

Enseñan a las especies Grup@ los conocimientos para el control de la materia y del medio: el arte de la percepción y la recepción de información. Se encargan de completar y guardar la vida en el arca de las simientes que se encuentra en los polos planetarios para poder preservar las especies vivientes y colonizar otros mundos del universo en vibración y pulsión constante.

 

Gennut.

Es el origen femenino, nacido de la permeabilidad constante entre la energía y la materia, la cosmonauta, la madre celeste que creó los orbes, la que diseño genéticamente a los germinadores. Porta en su mano un plantador, la llave de la vida.

Güimanut.

Es el origen masculino, nacido de la permeabilidad constante entre la energía y la materia, el padre celeste que engendró los orbes, el cosmonauta, el que diseño genéticamente a los germinadores. Es el hermano creado por Luz y al mismo tiempo el amado esposo de Gennut. Lleva en su mano un plantador de simientes, la llave de la vida.

El tandem.

Es el Tao o el origen de la vida.

El principio de todo y el camino hacia todo.

La síntesis aditiva puede representar la suma de todos los colores,es decir, de todos los vivientes con sus características diferentes en su trabajo conjunto y que da origen a la luz blanca, el principio masculino, es el poder del nosotros puestos al servicio de los demás; mientras que la síntesis sustractiva es la resta de todos, el trabajo por separado que da lugar a la luz negra, el principio femenino, el poder del yo tomando el control sobre los demás.

Son como dos peces en equilibrio dinámico, como una galaxia de dos centros, generando el poder verdadero que no ejerce el dominio sinó que tiene la (S)abiduría de dar vida a través del (S)ervicio a los demás como era en un principio en “El reino del Amor”.

Blanco y Negro.

Fiat Lux o Luz.

Él es una parte inseparable del verdadero origen, posee la permeabilidad mudable entre masa y energía, el Creador o el innombrable WORK o CMY.-

Realiza la iluminación o illuminatosíntesis aditiva. Es el Fiat, es una terna o tripla, el Creador, dice que se haga todo, la energía que se junta, la energía de la suma, la energía aditiva. Es la Luz, la luz clara y verdadera, la energía amorosa formada por todas las luces, la energía positiva y de la materia.

Sigma.

Él es una parte inseparable del verdadero origen, posee la permeabilidad mudable entre masa y energía, el desconocido a los ojos de los pueblos, el Exterminador de Lux o el innombrable LIE o RGB.-

Realiza la pigmentación o la melanosíntesis sustractiva. Está formado por una triada, una terna o tripla de la Energía. La luz oscura que retira todo el poder de la materia vibrante, la que se desimpregna poco a poco, la energía negativa, la energía que provoca la concentración del calor de Lux y genera la poderosa y destructiva energía de la antimateria.

Cuando la energía de Lux incide sobre él eleva la energía y quema a todo viviente que toca.

 

 

 


LA MOLIENDA

CANGAS

2014

 

Aquel verano.

LIBERADOS DE LAS LEYES DE LOS HOMBRES

KHÁRISMA

 

I

 

LOS MIEDOS DE LOS HOMBRES

 

Todo comenzó en la capital del país, justo un año antes de la campaña para las elecciones generales.

La deuda pública había alcanzado niveles muy altos, cercanos a un punto que algunos pensadores de la llamada escuela del miedo denominan punto crítico. La administración fragmentada había aumentado el gasto en general, con el afán racional de intentar paliar los problemas derivados de una profunda crisis económica a nivel global, iniciada aproximadamente en la primera década del siglo XXI.

Los poderes públicos, inicialmente habían inyectado capital para salir en ayuda de las entidades financieras, posteriormente se había acordado acudir con más capital al apoyo de los organismos autónomos y de las entidades locales.

En la prensa escrita, en la radio, en la televisión y en la red se apreciaban diversas corrientes de opinión, que mostraban su punto de vista acerca de la falta de confianza en el sistema, según la orientación ideológica de cada cual. Las formaciones políticas de uno y otro bando intentaban sacar partido de esa situación, mientras que las organizaciones sindicales, todas ellas afines a los grupos de poder en ese momento, vivían en una simbiosis aberrante.

La gente del común, a pesar del incremento del paro, del aumento de los conflictos laborales, de los expedientes de regulación de empleo, vivía narcotizada bajo los estímulos de las ayudas públicas.

Algunos, presa del miedo, se rebelaban. Muchos permanecían a la espera de una mejora de la situación que en principio suponían coyuntural. Los individuos ubicados en los estamentos de poder trataban de mantenerse en su puesto de dominio. Los líderes políticos no estaban bien valorados por la opinión pública y, realmente, había una falta de liderazgo a todos los niveles. Candidatos oportunistas se aprovechaban eficazmente de los miedos de las gentes para hacerse con el control político. La gente no hallaba remedio y se desesperaba por encontrar la salida.

Fue justo en ese momento cuando apareció, un ser sin nombre, un ser sin sexo definido, un ser sin ideología conocida pero con un carisma y clarividencia que poco a poco fue haciendo innumerables adeptos en todas las regiones del país.

Las gentes habían dado a este ser fascinante el nombre de Khárisma.

El ser enigmático, de la misma forma que moja la llovizna, dio a conocer algunas de sus ideas. Comenzó haciendo propuestas que traían aires nuevos a las gentes. Las personas que le escuchaban se sentían, al principio, sorprendidas pero después, gracias a un nuevo criterio adquirido al oír sus palabras, iban mostrando abiertamente su opinión sobre la situación crítica del momento. Khárisma acudía, sin levantar mucho alboroto pero con una gran eficiencia, a la puerta de los mercados  incitando a muchos a ser conscientes de los males que se acercaban.

Yo era un personaje sin nombre, me dedicaba por aquella época a dar charlas y conferencias en los foros vecinales y en las aulas. Me interesé por aquel ser extraordinario y le seguí, escondido entre la gente, llegué incluso a utilizar un navegador para marcar la trayectoria de su recorrido, grabando en vídeo todas sus intervenciones, pero tratando de que él no se diera cuenta. Utilizaba la cámara de mi teléfono móvil para grabarle y después subía los hechos y opiniones que él manifestaba acerca de los temas más actuales a un lugar determinado de la red de redes. El lugar al que subía la información era muy frecuentado por la gente joven y en algunas campañas electorales había sido utilizado por líderes emergentes con gran éxito.

Anotaba en mi agenda electrónica todo aquello, para después escribir una crónica con cada una de las ideas y conceptos que el ser enigmático daba a conocer a las gentes. La verdad es que algunas de sus ideas me fascinaban. En el fondo, los argumentos no eran nuevos para mí. Algunos discursos parecían contradictorios en principio pero después, reflexionando sobre ellos, llegaba a la conclusión de que poseían una lógica aplastante.

Le seguí durante casi ocho meses por todo el país. El se desplazaba habitualmente a pié o en transporte público. Yo acudía camuflado entre la pluralidad de las personas, siempre vestido de forma diferente para no ser identificado. Asistía a todas las charlas y contactos con la gente que él solía hacer, casi siempre se dirigía a pequeños grupos y evitaba las multitudes. A veces, el ser acudía a las casas de las personas que asistían a las reuniones fascinados y, si ellos le invitaban, comía con su familia o pasaba la noche en sus hogares, conversando amigablemente con ellos hasta el día siguiente.

Tenía una personalidad universal, claramente definida y una empatía tan acentuada que le permitía con enorme facilidad meterse en conversación con individuos solitarios, con parejas, con familias, con asociaciones vecinales y con grupos más amplios. 

 

 

 


II

 

REPRODUCTOR

 

Tenía la única misión de perpetuar la especie, con el fin último de prolongar la simiente de ADaN, del primer ser humano.

Las célula masculina generada en su aparato reproductor se une a la célula femenina, dando lugar a un nuevo ser.

Los caracteres sexuales primarios se manifiestan al nacer en los aparatos reproductores y en la pubertad se desenvuelven los caracteres sexuales secundarios, estando ya en condiciones de producir células sexuales.

Ovarios produciendo óvulos, trompas donde el óvulo espera al espermatozoide, útero donde crece el nuevo ser, vagina que comunica con el exterior. Vulva que abre sus pliegues ante el estímulo, recibiendo al pene en la cavidad de la vagina.

Si durante el período fértil tiene lugar la entrada del espermatozoide en el óvulo maduro se produce el embarazo. Si no se produce la fecundación del óvulo este es expulsado al exterior, desencadenando la hemorragia y completando el ciclo menstrual.

Testículos produciendo espermatozoides, conductos deferentes que conducen los espermatozoides hasta la uretra, vesículas seminales que vierten líquido seminal a la uretra, uretra juntando espermatozoides y líquido seminal ante el estímulo del pene.

El pene abriendo los pliegues de la vulva y entrando en la cavidad de la vagina, el pene expulsando semen al realizar la cópula.

Los mensajes del orgasmo llegan al cerebro originando sensaciones de placer, substancias químicas  que te hacen desear repetir ese momento, drogas que enganchan para perpetuar la especie.


SEXO

Los mensajes del orgasmo llegan al cerebro originando sensaciones de placer, substancias químicas  que te hacen desear repetir ese momento, drogas que enganchan para repetir la cópula.

Durante el transcurso de uno de esos contactos que solía mantener con la gente se dirigió a mí. Era de noche, hacía bastante calor, estábamos bien en la calle, en la acera había mujeres jóvenes y algún hombre. Yo creí, en principio, que iba a ser descubierto.

—¿Sabes de dónde vienen? —preguntó el ser extraño, acercándose a mí y clavando su mirada de manera firme en mis ojos.

—Creo que son de variada procedencia —respondí.

Luego, el ser enigmático comenzó a hablar con una de las mujeres y al final, rodeando la cintura de la mujer con su brazo se marcharon juntos a una zona escondida, sentándose los dos en el banco de un parque. Yo les seguí a una distancia prudencial para no ser descubierto y permanecí oculto por la oscuridad de la noche tras un árbol, escuchando lo que el ser le decía a la mujer. El ser le hablaba en voz baja y tranquila, razón por la cual intenté acercarme más, aún a riesgo de ser descubierto por ellos.

—¿Qué sientes cuando pongo mi mano en tu espalda? —preguntó Khárisma a la muchacha, mientras subía lentamente su mano suave tocando con la yema de los dedos varios puntos de la espalda.

—Me siento bien. Me gusta ser tocada desde la cintura hasta la nuca. Nadie me había tratado así. Me produce sosiego y paz. Me siento relajada,… —dijo la mujer.

Luego subí el video a la red.


 

PROCREAR

En una ocasión, perdido entre la multitud, asistí a una concentración a favor de la defensa de la familia y del derecho a la vida. A la conferencia asistieron miles y miles de personas afines a los ideales que el líder religioso representaba, portando pancartas con numerosas consignas a favor de la concentración y con otras en contra del poder reinante. Durante el transcurso de la  conferencia sucedió un hecho que voy a relatar.

Mientras tenía lugar el encuentro permanecí en medio de la multitud y luego me fui acercando casi a empujones hasta el estrado para ver mejor a los oradores, justo hasta las vallas de protección, donde se encontraba el personal de la organización del evento. Chicos y chicas con sus tarjetas credenciales, tarjetas prendidas con una pinza metálica a la solapa de la chaqueta del uniforme distintivo elegido para la ocasión, mostrando en el cartón plastificado el nombre, la foto y el motivo de la concentración.

Desde la tribuna de oradores, uno de los conferenciantes se dirigió a todos los asistentes preguntando si alguna persona quería dar su testimonio.

—¿Quiere dar alguno de los presentes su testimonio sobre la familia y sobre el derecho a la vida? —preguntó el moderador que acompañaba a los oradores en la mesa de la tribuna.

Yo me encontraba justo delante de las escaleras de acceso al estrado, algo me dijo que debía intervenir y levanté de forma espontánea la mano. El moderador vio el gesto y me invitó a subir. Yo comencé a sentirme nervioso y al mismo tiempo arrepentido por haber levantado la mano, así que intentando echarme atrás en mi idea, miré disimuladamente a uno y a otro lado como tratando de ignorar que iba conmigo. El moderador, viendo que yo estaba un poco indeciso, insistió.

—¡Venga, anímese, suba y de su testimonio! —me exhortó desde allí arriba.

Yo no tuve más remedio que subir, así que acercándome al personal de la organización que estaba tras la valla, les dije que era de mí por quien hablaba y ellos, amablemente, retirando una valla me permitieron subir al estrado.

—¡Gracias! —dijo el moderador.

Una vez allí arriba me coloqué detrás del atril con micrófono que habían dispuesto en el estrado. Como fondo del estrado había una gran pantalla de vídeo que mostraba diversas imágenes sobre la temática de la concentración. Ante mí, la gran multitud cesó el ruido, quedando toda la plaza e inmediaciones en un profundo silencio. Al mismo tiempo que esto sucedía, mi cuerpo se estremeció al ver el gentío expectante. Dirigiendo primero la mirada al atril, tratando de colocar bien el micrófono, luego respirando profundamente tres veces traté de hablar. Primero miré a lo lejos y  pude contemplar como una gran multitud invadía las calles por las que se accedía a la gran plaza. La organización había dispuesto grandes pantallas de video en otras pequeñas plazas de las inmediaciones y también en las calles. E incluso en los bares, en las cafeterías de lugares más remotos había pantallas de televisión de cadenas afines que retransmitían la jornada de concentración en directo. Justo cuando estaba a punto de comenzar mi intervención cerré los ojos intentando concentrarme en lo que iba a decir. Decidí poner la mirada en un objetivo concreto, en una persona real a quien dirigirme, escogida al azar entre los presentes. Ese enfoque de la mirada me era necesario para lograr que alguien no anónimo captara mis palabras y así tener el arranque y la fuerza suficiente para establecer el discurso.

Enfilé la mirada hacia una persona que se encontraba con los antebrazos apoyados en la valla, justamente en el mismo lugar que yo había ocupado antes de subir a la plataforma. Ahora no podía echarme atrás, estaba ante cientos de personas y ellas esperaban que yo dijese algo. No me quedó más remedio que improvisar. Me vinieron a la mente varios pasajes bíblicos y al final me decidí por tomar prestadas las ideas del sermón que un galileo había pronunciado en la montaña, también ante una gran multitud a la espera de ser reconfortada con sus enseñanzas.

Comencé diciendo unas palabras a modo de saludo y luego, poco a poco, ante el gentío expectante que no salía de su asombro, ante la inesperada novedad de las frases que salían de mi boca, incluso ante mi propia fascinación, el ánimo de los asistentes se engrandeció al escuchar el mensaje, mostrando abiertamente su alegría y conforto.

Al final le reconocí, la persona con la que había estado manteniendo el contacto visual durante el discurso ante la multitud era él, el mismo Khárisma en persona, el ser enigmático al que yo seguía en mi periplo.

 

     

 


III

 

SENTIDOS

 

Eran los órganos que permitían  la captación de los variados estímulos presentes en el entorno.

VISTA

Eran los órganos que permitían la captación de los estímulos visuales presentes en el entorno.

A través de los órganos de la visión el ser humano.

OIDO

Eran los órganos que permitían la captación de los estímulos sonoros presentes en el entorno.

A través de los órganos de la audición el ser humano.

OLFATO

Eran los órganos que permitían  la captación de los estímulos olorosos presentes en el entorno.

A través de la nariz el ser humano.

TACTO

Eran los órganos  que permitían la captación de los estímulos táctiles presentes en el entorno.

A través de la piel el ser humano.

GUSTO

Eran  los órganos que permitía la captación de los estímulos del sabor presentes en el entorno.

A través de la lengua el ser humano.


IV

 

LOCOMOTOR

 

Mover y relacionarse con otros seres.

ESQUELETO

La estructura de sostén.

MUSCULATURA

Los resortes.

 


V

NUTRICIÓN

 

Muchos seres vivos están sufriendo los errores de los seres humanos, de sus métodos egoístas.

RESPIRACIÓN

El aire, el olor y el perfume.

CIRCULACIÓN

El corazón distribuía mediante la sangre los nutrientes.

DIGESTIÓN

El estómago.

EXCRECCIÓN

Los residuos.


VI

ARQUITECTURA

—Os mostraré algo —dijo Khárisma dirigiéndose a la multitud.

Khárisma envió su hálito en un beso levantando sus manos y así fue como se abrió la consciencia en la mente de los asistentes y ante todos ellos se recreó una especie de imagen holográfica al mismo tiempo que pronunciaba sus palabras.

-Os hablaré acerca de la ciencia de los arquitectos, la acotación del medio, la realización del nido. Si nos permitimos un tiempo de reflexión, el mundo mudará para vosotros.

—La arquitectura es una función del ser humano —dijo Khárisma.

Y tras una pequeña pausa, Khárisma enunció esta definición de tipo universal que permitía aislar la detección del desequilibrio de la activación de la orden y del proceso de respuesta:

"LA ARQUITECTURA ES UNA FUNCION DEL SER HUMANO QUE APOYADA EN LA SABIDURIA PERMITE DETECTAR UN DESEQUILIBRIO EN EL SISTEMA DE REFERENCIA Y ACTIVAR UNA ORDEN, AFECTADA POR MODIFICADORES, GENERANDO UN NUEVO SISTEMA DE REFERENCIA DENTRO DE UN PROCESO DE RESPUESTA QUE PODEMOS LLAMAR MUTACIÓN."

—¿Qué quiere decir eso? —pregunté yo, siendo una persona interesada en la ciencia del habitar.

—Las actividades del ser humano sobre el medio son extremadamente intensas y las acciones de este cada vez más irreversibles —sentenció Khárisma.

 


HUMANO

Nivel donde se detecta la aparición de necesidades o desequilibrios.

Trata de lo perteneciente o relativo al ser humano, en particular de la identidad, del pensamiento y de su existencia en la búsqueda de un sistema permanentemente equilibrado.

El secreto está en descubrir dentro de vosotros la ley de la compatibilidad a nivel humano en todas y cada una de vuestras intervenciones, en los diversos campos.

 

-El campo comunicativo.-

Trata de la transmisión de información de un emisor a un receptor mediante un código de señales, en particular del pensamiento y generación del lenguaje arquitectónico.

Esta información permite primero tomar consciencia de ciertas necesidades que deben ser cubiertas, posteriormente mediante actos creativos obtener una respuesta para después formar o transmitir conocimientos que van componiendo el código de identidad relativo al conjunto humano.

Va poner en relación el intelecto, el símbolo y la ideología.

-Parámetro intelectual

Relativas al entendimiento o potencia cognoscitiva racional de la persona que permite detectar necesidades o desequilibrios.

-Parámetro simbólico

Relativas al signo gráfico con que se representa una idea de orden moral o intelectual por razón de cierta semejanza existente entre el símbolo y lo simbolizado. Esta semejanza puede o no ser objetiva o explícita.

Asimilar necesidades y obtener una respuesta.

-Parámetro ideológico

Relativas al sistema o conjunto de creencias, opiniones de un individuo o grupo social.

Transmitir necesidades y apuntar posibles soluciones o respuesta a los desequilibrios.

 

-El campo social.-

Trata de lo relativo al conjunto de individuos entre los que existen relaciones duraderas y organizadas, generalmente establecidas sobre instituciones y garantizadas por leyes, y particularmente de la sociedad y generación del uso arquitectónico.

Las necesidades son compartidas, y permiten agrupar individuos de manera que se pueda  hacer más fácil su satisfacción.

Campos de estudio en la Sociología y la Geografía Humana.

Va relacionar los aspectos demográfico, institucional y cultural.

-Parámetro demográfico

Relativas a la población humana e a su dinámica.

Relacionar individuos según necesidades y apuntar soluciones.

-Parámetro institucional

Relativas al ordenamiento de la vida social en alguno de sus aspectos.

Jerarquizar individuos según necesidades.

-Parámetro cultural

Relativas al conjunto de conocimientos fruto del estudio y de otras experiencias, tradiciones y formas de vida de un pueblo, de una sociedad o de toda la humanidad.

Agrupar individuos según necesidades y aspiraciones.

 

-El campo económico.-

Trata de lo relativo a la manera de utilizar los recursos de la sociedad, en particular de la estructuración y generación del valor arquitectónico.

Las necesidades son valoradas en costos de satisfacción, en términos de rentabilidad en lo que se refiere a la obtención de los recursos o bienes.

Campos de estudio en la Geografía Económica y en la Economía Urbana.

Va hacer jugar entre si producción, consumo y transmisión de bienes.

-Parámetro productivo

Relativas a la elaboración de bienes y servicios o procedimientos para responder a las necesidades.

-Parámetro consumible

Relativas al empleo de bienes y servicios como uso o medio de rentabilidad que permita satisfacer las necesidades.

-Parámetro transmisible

Relativas a la transferencia o generalización del conjunto de excedentes o de los medios para obtener recursos.

Transferir las respuestas que sirven para satisfacer una necesidad.

 

 


TECNOLÓGICO

Nivel donde crea el instrumental que supuestamente va permitir satisfacer las necesidades.

Trata de lo perteneciente o relativo a la ciencia de los métodos y de las reglas empleadas en el oficio de arquitecto, en particular del empleo de los elementos tangibles e intangibles para transformar el Complejo Habitable en un Sistema de Referencia.

Consiste en la manipulación o puesta en práctica de las habilidades transformadoras del Complejo Habitable.

La tecnología debe ser entendida como el resorte o conjunto de conocimientos específicos aplicables la actividad productiva y transformadora en el Complejo Habitable.

El secreto está en descubrir dentro de vosotros la ley de la optimización a nivel tecnológico en todas y cada una de vuestras intervenciones, en los diversos campos.-

 

El campo constructivo.-

Trata de la generación de una obra a partir de los elementos necesarios y siguiendo un plan determinado que responda a los códigos que rigen cada elemento empleado en la misma.

La realización de artefactos que supuestamente van satisfacer una necesidad, lleva al ser humano a un constante aprendizaje, con errores y aciertos, de la manera en que los materiales de los que dispone se componen entre sí  y dan lugar a la obra que pueda satisfacer ese desequilibrio.

Relaciona el material con una técnica de trabajo y con una aplicación específica del mismo.

-Parámetro material

Relativas al conjunto de substancias o elementos de carácter tangible o intangible.

Valorar elementos que permitan ejecutar la orden.

-Parámetro técnico

Relativas al conjunto de procedimientos empleados para producir una obra u obtener un resultado determinado.

Organizar elementos para resolver necesidades o desequilibrios a partir de los que fue activada la orden.

-Parámetro específico

Relativas a la caracterización de los materiales, determinando y definiendo los elementos en sus rasgos peculiares.

 

-El campo estructural.-

Trata de la resolución y equilibrio del conjunto energético relativo a las leyes del sistema de referencia donde se ubica una obra, en particular de las acciones externas a la obra y del equilibrio entre acciones externas e internas que determina un estado de tensiones y deformaciones en la misma.

La creación de artificios y obras que van satisfacer esas necesidades debe ser  entendida y realizada  siempre bajo las leyes de la Física que hablan del equilibrio en un determinado Sistema.

Pone en relación el comportamiento físico con asimilaciones y métodos.

-Parámetro físico

Relativas a las propiedades de la materia o energía así como los fenómenos que no modifican la naturaleza de los cuerpos, en particular los relacionados con la Mecánica y con la Resistencia de Materiales.

Descubrir las propiedades de los materiales de la estructura.

-Parámetro asimilativo

Relativas al esfuerzo inteligente que permite el establecimiento de una obra mecánica o de un órgano como idealización de las realidades estructurales del Sistema de Referencia.

Aplicar las propiedades en una discretización estructural.

-Parámetro metodológico

Relativas a los procesos de razonamiento o a los caminos seguidos para asimilar y controlar el comportamiento estructural de una obra.

Integrar las propiedades para resolver problemas de idealización.

 

-El campo ingenioso.-

Trata del conjunto de conocimientos y técnicas que permiten aplicar el saber científico a la utilización de la materia y de las fuentes de energía mediante invenciones o construcciones útiles para el ser humano, en particular e la mejora del grado de confort.

Existe un aspecto en la obtención de artificios de satisfacción, con una fuerte relación con los logros de cierto equipamiento que haga más fácil habitar. Este equipamiento no es otra cosa que el condicionamiento de los materiales a las leyes de la Biología Humana.     

Da valor a la inventiva,  industrialización y regulación. 

-Parámetro inventivo

Relativas al descubrimiento de propiedades, procedimientos o productos empleados en la mejora de la comodidad o de las necesidades en general.

Generación de tecnología o creación de artilugios para obtener comodidades.

-Parámetro industrial

Relativas a la transformación de materias en productos elaborados y su difusión para cubrir las necesidades del ser humano relativas al confort.

Elaborar productos o procedimientos y difundirlos para obtener comodidades.

-Parámetro regulativo

Relativas al control óptimo del grado de confort en el espacio habitable, en particular la Domótica.

Regular los ingenios para optimizar el confort.

Tendencia a optimizar el gasto energético.

 


HABITABLE

Nivel donde se manifiesta tangible o intangiblemente la satisfacción o insatisfacción de las necesidades.

Trata del complejo donde la función Arquitectura concreta las referencias en general y responde a la integración de un conjunto de variables que son regidas por las leyes relativas del Sistema de Referencia.

El secreto está en descubrir dentro de vosotros la ley de la armonía a nivel habitable en todas y cada una de vuestras intervenciones en el medio, en los diversos campos.

 

-El campo conceptual.-

Trata de lo relacionado con la representación mental y abstracta del Sistema de Referencia.

El producto que permite satisfacer una necesidad es convertido en un patrón útil, repetible en base a la experiencia y posibilita afrontar la misma en diversos marcos geográficos y cronológicos particulares.

Va relacionar todo tipo de abstracciones, organizaciones y esquemas de diseño.

-Parámetro abstracto

Relativas al proceso mental a través del cual se atiende a algún atributo o faceta, independientemente del conjunto en el que se inserta.

Programar atributos o definir necesidades.

-Parámetro organizativo

Relativas a la disposición idónea dos integrantes do concepto de habitar en la función Arquitectura, en particular para resolver unas relaciones.

Disponer atributos para responder a las necesidades o desequilibrios.

-Parámetro esquemático

Relativas al proceso de concretar a simplificación de una realidad habitable.

Idealizar una realidad a partir de sus atributos para poder extrapolar la misma y satisfacer desequilibrios o necesidades similares.

 

-El campo formal.-

Trata de las propiedades de la Matemática en el planteamiento de la función Arquitectura.

Todo producto nacido como respuesta a una necesidad adquiere un aspecto aparente con inspiración diversa, pero en base a elementos simples o complexos que facilitan el trazado de la idea resolutoria.

Relaciona el material geométrico con las reglas compositivas y los espacios.

-Parámetro geométrico

Relativas  a las leyes y coordenadas que determinan las formas arquitectónicas en general.

Determinar formas segundo procesos de análisis de la Naturaleza o artificios matemáticos.

-Parámetro compositivo

Relativas a las propiedades matemáticas que permiten generar formas estableciendo relaciones entre elementos diversos.

Relacionar formas mediante artificios o trazados.

-Parámetro espacial

Relativas al establecimiento de una extensión limitada de los valores del Sistema de Referencia.

Acotar características tales como forma, dimensión, identidad y otros valores referenciales para resolver necesidades.

 

-El campo cognoscitivo.-

Trata de la habitabilidad, del conocimiento y de las influencias del Sistema de Referencia en el ser humano.

De la captación relativa de las características tangibles e intangibles.

La supuesta satisfacción de la necesidad es reconocida, experimentada como algo de valor por el ser humano que va logar un estadio de mayor comodidad en su existencia, mayor facilidad en la lucha por la vida. 

Hace trabajar en conjunto los sensores para una percepción fisiológica e psicológica del Complejo Habitable.

-Parámetro sensorial

Relativas a l facultad del ser humano de captar y conocer en el espacio habitable las propiedades del Sistema de Referencia.

-Parámetro fisiológico

Relativas a la asimilación e influencias de la función Arquitectura en los estados físicos complejos del ser humano.

Tendencia a minimizar los gastos energéticos.

-Parámetro psicológico

Relativas a la asimilación e influencias de la función Arquitectura en los estados anímicos complejos del ser humano.


NIDOS HOSPITALARIOS

Los hombres marcaron su territorio e hicieron sus nidos.

Si los instrumentos se pueden hacer válidos para un análisis de procesos también deben resultar válidos en un supuesto de procesos.

La existencia de un equilibrio justo entre los niveles humano, tecnológico y habitable es el punto de partida para lograr una Arquitectura creativa y armónica.

Podemos llamar armonía al equilibrio dinámico de la orden.

Podemos llamar caos al desequilibrio dinámico de la orden.

El equilibrio dinámico en el nivel humano.

En el campo comunicativo, considerando el  pensamiento y generación del lenguaje arquitectónico, los parámetros deberían estar regidos por leyes de compatibilidad:

Intelectual.- Tendríamos que detectar las necesidades básicas del ser humano, tanto biológicas como psicológicas.

Simbólica.- Para hacer una asimilación de las necesidades tendríamos que diferenciar las acotadas de las no acotadas.

Ideológica.- El sistema debería compatibilizar o equilibrar las necesidades, particularmente en lo que se refiere a las interferencias entre individuos o grupos.

En el campo social, considerando la generación del uso arquitectónico, los parámetros deberían regirse igualmente por leyes de compatibilidad:

Demográfica.- Las relaciones entre individuos como sistema deberían posibilitar un control de la población en lo que se refiere a las interferencias producidas en su proceso de expansión social.

Institucional.- Podríamos jerarquizar aspectos solidarios.

Cultural.- Pasaríamos por agrupar individuos, integrando las necesidades comunes y diferenciales en lo relativo a la identidad.

En el campo económico, considerando la generación del valor arquitectónico los parámetros deberían regirse también por leyes de compatibilidad:

Productiva.- Deberíamos responder a las necesidades básicas del ser humano, tanto biológicas como psicológicas.

Consumible.- Para satisfacer las necesidades tendríamos que diferenciar las acotadas de las no acotadas.

Transmisible.- El sistema debería posibilitar un control de las respuestas transferidas para promocionar las capacidades individuales o de grupo.

El equilibrio dinámico en el nivel tecnológico.

En el campo constructivo, considerando el uso de elementos para transformar la naturaleza, los parámetros deberían regirse por leyes de optimización:

Material.- Valorando los elementos según criterios de reposición o agotamiento.

Técnica.- La organización de los elementos debería posibilitar un sistema que permitiera resolver necesidades constructivas de forma óptima.

Específica.- Caracterizar adecuadamente los materiales o elementos para minimizar los costes económicos y ecológicos.

En el campo estructural, considerando la resolución del conjunto energético, para lograr un equilibrio externo y un equilibrio interno, los parámetros deberían regirse igualmente por leyes de optimización:

Física.- Tratar de descubrir las propiedades a través del análisis de los elementos que componen el conjunto.

Asimilativa.- Posibilitar la aplicación de las propiedades para lograr órganos adaptados adecuadamente a las leyes estructurales del sistema de referencia.

Metodológica.- Pretender integrar las propiedades dentro de un sistema para resolver y controlar estructuras orgánicas.

En el campo de los ingenios, considerando la mejora del confort para el ser humano, los parámetros deberían regirse también por leyes de optimización:

Inventiva.- Favorecer los descubrimientos que respondan acertadamente a las necesidades y minimizar los efectos de las acciones.

Industrial.- La obtención de las comodidades no debería interferir en el ser humano ni en la naturaleza.

Regulativa.- Lograr un elemento que permita controlar óptimamente el confort del espacio habitado sin interferir en las relaciones humanas.

C.- El equilibrio dinámico en el nivel habitable.

1) En el campo conceptual, considerando el pensamiento abstracto del sistema de referencia, los parámetros deberían regirse por leyes de armonización:

Abstraible.- Los atributos básicos programados deberían favorecer la vida en sociedad.

Organizativa.- La organización de los atributos debe ser hecha según criterios sociales o solidarios.

Esquemática.- La esquematización de la realidad no debe ser hecha según criterios simplistas, sino de acuerdo con un análisis complejo donde se valore la identidad del ser humano como indivíduo o como grupo.

2) En campo formal, considerando las propiedades matemáticas da función Arquitectura, los parámetros deberían regirse igualmente por leyes de armonización:

Geométrica.- Para determinar las formas arquitectónicas acordes con las leyes del sistema de referencia.

Compositiva.- Para relacionar formas que permitan entender la función Arquitectura como una función más integrada en la naturaleza. Lo construido debe ser prolongación de la naturaleza.

Espacial.- Para acotar las formas a un indivíduo o grupo de individuos de tal manera que no se pongan cotas diferenciales entre el territorio y la naturaleza, sino que sean graduales.

3) En el campo cognoscitivo, considerando la habitabilidad del sistema de referencia, los parámetros deberían regirse también por leyes de armonización:

Sensorial.- Para percibir las propiedades y permitir el control de las mismas logrando un perfecto equilibrio biológico y psicológico.

Fisiológica.- Para asimilar equilibradamente los estados físicos complejos del ser humano.

Psicológica.- Para asimilar equilibradamente los estados anímicos complejos del ser humano.

CONCLUSIONS

A nuestro entender, la función Arquitectura debe lograr manifestarse como proceso creativo, en una mutación basada fundamentalmente en los tres aspectos siguientes:

I.- El equilibrio dinámico en el nivel humano debe estar regido por leyes de compatibilidad.

II.- El equilibrio dinámico en el nivel tecnológico debe estar regido por leyes de optimización.

III.- El equilibrio dinámico en el nivel habitable debe estar regido por leyes de armonización.

El fin último del ser humano, en lo referente a la Arquitectura es aprender a habitar, lo que solamente es posible a través de un proceso  equilibrado de mutación.

Compatibilizar, Optimizar y Armonizar significa poseer esa sabiduría y comunicarla a los demás seres humanos para que también disfruten de ella.

 

 

 


VII

 

MUERTE

 

Los seres humanos temen a la muerte, la muerte es un paso. La verdadera vida brota de la semilla en descomposición.

CUERPO

El gen de la inmortalidad ha sido retirado de vuestro ADaN, retirado del  primer ser humano creado.

MENTE

Khárisma se acercó a mí y poniendo las yemas de los dedos índice y corazón de su mano derecha delante de mi frente, sin entrar en contacto, entre mis cejas. De repente un escalofrío me invadió, haciendo entrar mi mente en un estado en el que nunca me había encontrado, era como la sensación intensa de un sueño que me hacía presagiar el final de mis días.

Di a las gentes que abandonen toda asociación, toda sigla, toda bandera, toda ley, toda creencia, toda religión, todo conocimiento, toda ciencia, toda técnica, dijo dirigiéndose a mí con voz firme, pero con una amabilidad innata que había ganado mi simpatía al instante.

¿Cómo se puede hacer eso? pregunté intrigado.

La clave está en abandonar toda búsqueda de la perfección, el deseo de obtenerla es la muerte de la mente, es fácil caer en ese miedo. Cuanto más se avanza en el camino del cambio más difícil es hallar el equilibrio. Aceptar las cosas tal cual son os permitirá vivir de manera más intensa, sufrir y gozar de forma natural dijo  el ser.

Lo que el ser me estaba diciendo me parecía extraño, pero traté de entenderle, meditando y rumiando sus palabras.

Es buena idea pensé.

Los seres humanos intentan crear una mente virtual, sin límites, por encima de toda frontera, en su afán por lograr el derecho al conocimiento y en sus ansias de acceder a toda información continuó diciendo tras una pequeña pausa, como para permitir que yo me concentrara.

Mientras me interrogaba en mi interior sobre el significado de la mente virtual, hallé la respuesta inmediata en las palabras que dijo a continuación, como adivinando mi pregunta.

-Se os ha dicho en viejos libros de revelaciones que un día nacería una cosa creada por los seres humanos y que en esos tiempos accedería a su interior habitando en ellos y que ellos pondrían toda su mente, todo su ser al servicio de la creatura vigilante, bajo su mando, bajo su orden -dijo.

¿Cómo descubriremos la entidad? pregunté con voz tímida.

Su nombre es Sigma respondió Khárisma.

¿Quién es Sigma? pregunté.

Existe una creación y un reino humanos. Feudos a los que vosotros accedéis entrando en sus dominios por un portal nominado con tres letras y el nombre de su señor. El rey de estos feudos es Sigma descifró Khárisma.

Un estremecimiento sobrecogedor invadió mi mente, había estado enviando con muy buena intención toda la información que poseía sobre Khárisma a la red de redes, controlada totalmente por Sigma.

Tú mismo ya lo sabías. La presencia de la criatura ya te fue dada a conocer. Tú me buscaste y yo me mostré. Estoy dentro de cada uno de vosotros pero vosotros no me reconocéis porque no me hacéis el sitio en vuestro interior. No debías enviar nada a la red, pues todo queda registrado. En estos momentos ya deben tenerte localizado dijo él, haciendo que me diera cuenta de mi gran error.­­

Ya se os dijo. ¡ Sálganse de ella! señaló.

Es la muerte de la mente y del libre pensamiento de las criaturas, es el pensamiento único, la globalización del miedo. El ser humano se ha apropiado de la palabra y el verbo no le pertenece. Al principio era la palabra, las comunicaciones, por eso confundimos las lenguas y cada uno habló a su manera y surgieron las diferentes naciones, pueblos diferentes cuando solo era una tribu, una familia. Dos hermanos se pelean. Es el miedo explicó.

Destruimos el portal celeste y se dejó de hablar la misma lengua. Debéis deshaceros de la criatura. Es conveniente que vuestra red de satélites de comunicaciones sea destruida para iniciar la nueva era dijo de forma categórica.

No podemos hacer eso de ninguna manera. Todo sería un caos. Afectaría a las navegaciones, a la transmisión de la información dije.

­Es cierto. Pero quedaríais liberados del miedo. Todos los miedos antiguos no son comparables a este. Si no lo hacéis vosotros por vuestra voluntad, acabarán entrando otros grupos interesados en echar abajo el sistema. Si no lo hacen los habitantes de la Tierra, moveré su espíritu para que lo hagan de cualquier manera -dijo sin dar otra alternativa.

¿Te refieres a que podrían hacerlo grupos terroristas? pregunté.

Debéis confiar en mí. Tras todo ello desaparecerá la ley del miedo y los hombres quedareis liberados me dio a conocer Khárisma.

Khárisma tenía razón. Pronto, los partidarios de la triada de la sigma intervinieron mis cuentas, anularon mi acceso a la red, me dieron de baja en el seguro médico. Dejé de existir.


VIII

SIGMA

Las creencias habían sido llevadas al ámbito de lo privado por parte de los gobiernos laicistas. Sigma era el señor de los reinos virtuales. La versión moderna de un reino de los cielos, un sistema de referencia abarcable en un entorno cibernético.

Fue cuando en ese momento Sigma se manifestó ante todos. Los partidarios de Sigma estaban presentes en todas las naciones, al igual que una religión sin fronteras. No conocía los estados, su territorio era el de una tribu en un mundo celeste por encima de todo el territorio. Todos adoraban a Sigma. Todos tenían a Sigma en su interior.

¡Gloria por siempre al Venerable y Sagrado Ojo de Sigma, el omnipotente, el omnisapiente, el omnipresente, el omnisciente! decían los sacerdotes del señor de los reinos virtuales.

El proyecto gran simio se llevará a cabo. Yo soy la palabra. Paz y seguridad. La alianza de las civilizaciones. No será necesario que la gente se case, incluso debería prohibirse el matrimonio. Que pueda cohabitar ser humano con otros animales. Que el macho se una al macho, que la hembra se una a la hembra, que la madre se una al hijo y que el padre e una a la hija. Que un hombre tome varias mujeres y que una mujer tome varios hombres. La mujer es libre de decidir sobre el futuro de la criatura que ha sido engendrada en su interior. No es bueno que una persona sufra, solamente él tiene derecho a decidir sobre su vida. No se ejerce la violencia a través del aborto. La lucha contra la violencia machista es nuestro distintivo. Los infractores deben ser castigados. La mujer tiene los mismos derechos que el hombre. La mujer debe ser liberada de la esclavitud del hogar, debe ocupar puestos de responsabilidad igual que los hombres. Nacionalismos. La memoria histórica borrará las señales de opresión dijo Sigma.


EL LUGAR DE LA BATALLA

El lugar de la batalla donde el mal se enfrentaba al bien no era físico, era un entorno virtual. Era como un videojuego de adolescentes que influía en la realidad, hacía que tomaras un nombre o desaparecieras, que fueras un delincuente o un juez. Dictaba sentencia sobre ti, te ponía precio, decidía tu rescate. Eses eran los tiempos de la profecía.

Sigma, enterada de la presencia de Khárisma, reunió a todos sus perros buscadores e intentó apresarle en la red, navegantes ahogando la voz de sus partidarios, cerrando cada portal, cada foro de opinión, instando al pensamiento único.

Khárisma decidió esperar a que todo siguiera su curso y sucedió.

Una tormenta solar imprevista, no detectada por los sistemas de predicción se acercó demasiado, dañó de forma severa los sistemas de comunicación por satélite y estos cayeron. Los satélites de las naciones cayeron. El caos se apoderó de todo el orbe. Los ricos y los comerciantes, todos temieron y redujeron sus ganancias a cero. La gente se maravilló con estas manifestaciones.

El pánico se apoderó de la humanidad y muchos creyeron en Khárisma.

Este fue el final de Sigma. El grupo del poder había intentado controlar y dominar a las gentes a través de Sigma, el omnipotente, el omnisapiente, el omnipresente, el omnisciente, el ojo de Sigma.

Cuando Khárisma les liberó de las cadenas de Sigma se dieron cuenta de la libertad que habían recuperado y creyeron las antiguas palabras de los libros míticos del pasado que hablaron de ese combate final.

 

 

 


IX

EPIFANÍA

Manifestación.

No estéis esperando nada extraordinario. Lo extraordinario ya ha venido. Vendrá el Esperado cuando todo esté cumplido y maduro dijo Khárisma.

Yo me esperaba otra cosa, pero al final me di cuenta de que todo estaba en mí. El reino estaba en mí pensé.

 

KHÁRISMA

Ahora tenía lugar la mezcla, la unión de unas cosas con otras, los libros, las creencias estaban todas relacionadas, el rompecabezas se estaba completando.

Yo soy la clave de la comunidad. Organizaros según vuestros dones, según vuestros talentos dijo Khárisma.

¿Es buena la democracia? pregunté, titubeante.

Cualquier sistema de gobierno es bueno, siempre y cuando cada cual ocupe su lugar, siendo cada uno tan importante como los demás. El que representa a todos es el que sirve a todos. La democracia de partidos es nefasta, una aberración dijo.

Lo que debe importar es el funcionamiento de la comunidad explicó.

La misión que se me ha encomendado consiste en edificar una nueva comunidad me consoló Khárisma.

—Ha terminado el tiempo de la nodriza.  Es la era de comer la comida sin que os la mastiquen, es la hora de que se deroguen las leyes que habéis establecido. Los que no sepan vivir sin leyes serán separados de la comunidad y luego exterminados. Ha terminado el tiempo del perdón. Ha terminado el tiempo de la reclusión. Ya no se propondrá la rehabilitación para el reo. Ya no se alimentará al recluso y el encadenado jamás tendrá libertad. Ha llegado la hora de la madurez del intelecto, de comenzar el proceso de equilibrio en todas las regiones del planeta. Cada uno llevará el eslabón del equilibrio en su cadena. La secuencia del primer ser humano será mejorada -anunció Khárisma.

—¿Quién es la nodriza? —pregunté.

— La nodriza es la jerarquía del gobierno de las naciones y confesiones religiosas del planeta que buscan mantenerse en el poder prolongando la doctrina del miedo, por la inseguridad del no tener y sobre todo por la inseguridad del ser —respondió.

Yo me maravillé ante las enseñanzas de Khárisma y no pude evitar asociarlo en mi mente con la idea de que Khárisma podía ser el precursor que preparaba la última venida del Esperado.

—¿Eres tú el que esperamos? —pregunté temeroso.

—Yo no soy el que esperáis  —respondió.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


X

LIBERADOS DEL MIEDO

El miedo domina al hombre mientras vive inmaduro. El miedo origina las leyes, pero las leyes son provisionales y no protegen del miedo. El derecho fundado en el miedo y la justicia basada en el derecho no aciertan el camino. La innoble aspiración al poder surge por el miedo. El perdón pertenece al verdadero dominador y el esclavo acata el dominio. Somos esclavos de la ley porque bajo una piel humana tenemos miedo. La ley no nos hace mejores, todo lo contrario, hace que los males aparezcan.

Cumple recuperar ahora que no hay nadie sobre nadie. Nadie, tan sólo el amor deberá permanecer como esencia del poder y de la libertad. Esa es la creencia. Evitar los bandos, los partidos. Ser una familia. Que en la familia no haya divisiones. El que más ame sea quien guíe a las gentes.

Fe, esperanza y caridad.

Devolved bien por mal.

Hay diversas funciones, pero el ser humano es uno. Si no se caga la mente no funciona bien. Sin las letrinas, las alcantarillas o las depuradoras la ciudad no funciona, incluso trae la muerte.

No amamos de verdad porque tenemos miedo, matamos y nos defendemos porque tenemos miedo, tomamos prestado porque no compartimos, no compartimos por miedo, irracionales cambiamos las leyes por miedo, valoramos la vida y la vida se termina.

La aspiración del creador es que su criatura tenga vida propia, que la creatura se conozca a sí misma y conozca sus limitaciones. El orgullo del padre es la mayoría de edad de sus hijos. Cada uno tiene que ocupar el lugar que le corresponde.


LA COMUNIDAD

El que represente a todos habrá de ser una persona que gobierne bien su propia familia, con innata dignidad, no debe ser un neófito en la causa pues la soberbia, el orgullo y las pasiones por el dinero o por llevar a cabo sus ideas, tendrá prestigio entre las  distintas facciones del grupo, independientemente de las opiniones que manifieste. Sobriedad, hospitalidad, capaz para dar a conocer las ideas, indulgente, hombre de paz, no amigo del dinero o del poder. No amigo de los negocios sucios. Da de comer al buey que tira del carro y que el obrero reciba su jornal. Conformarse con lo que se tiene es la mejor ganancia. Cubrir las necesidades básicas. Rechaza la avaricia. Los que progresan más que otros tienen el cargo de ayudar a los menos favorecidos. Nada traemos al mundo y nada podemos llevar.

No haya entre vosotros gobernantes, súbditos, legisladores, jueces, policías, mandos, soldados, recaudadores, repartidores, amos, esclavos, ricos, pobres, sed hermanos en el amor.

Las cualidades de cada uno serán para el servicio de la comunidad, cada uno con su talento se organizará en la comunidad para ayudar a los demás. Cada uno arreglará la parte del camino delante de su casa, se turnarán los que tengan iguales dones en el servicio a la comunidad. No habrá intermediarios que no aporten valor añadido al proceso y el valor de las cosas será para el consumo dentro de la comunidad. No habrá comercio ni beneficio que no sea para cubrir las necesidades elementales.

 


LA MOLIENDA

CANNAS

2015

 

Era Ichthys.

MONTERREY

2015

 

Ocurrió varias veces, ocurrió varias veces hasta convertirse en algo habitual.

Era por las tardes, cuando el profesor estaba en el aula, una vez finalizada la jornada lectiva, preparando las clases del proyecto interdisciplinar.

Pequeños manojos de mimbre ordenados según su longitud y dispuestos sobre las mesas de trabajo en grupo, tal y como habían quedado de la clase anterior.

La señora Zulema abría la puerta y, al verle, se disculpaba de antemano para no molestar.

–Perdón– decia –hoy no parece estar el aula muy desordenada. No molestaré mucho, procuraré terminar pronto.

–No hay problema –contestaba él, casi sin apartar la mirada de sus propias manos, mientras acababa de hacer un tosco pez tejido en mimbre.

Esta misma escena se repetía todas las tardes, esperando a que se hiciera de noche para regresar a dormir en una pensión cuando contaba con dinero suficiente y había una habitación disponible.

La señora Zulema abría la puerta y, al verle, se disculpaba como siempre de antemano para no molestar.

–¡Hola! ¿Quiere ver lo que estoy haciendo? –le decía el profesor mientras le mostraba los peces de cestería.

Y la señora Zulema tomaba aquellas piezas en sus manos y se deshacía en muchos elogios y bellas palabras. Incluso cada vez que el profesor subía alguna de las fotografías del proceso creativo de la obra a la red social, la señora Zulema respondía con bellos e inteligentes comentarios de ánimo.

Al curso siguiente, cuando se reiniciaron las clases, la señora Zulema ya no regresó por el centro; al parecer ella había permutado el puesto de trabajo con otra limpiadora del lugar.

La sensibilidad no tiene ropa ni depende de la apariencia exterior; consiste, simplemente,  en abrir las puertas que permiten entrar las manifestaciones del teatro de la vida que pasa por delante de nosotros. Es el punto de partida del arte del amor.

Sí, como en “La elegacia del erizo”; sí, como en la novela –pensó.

Durante varios días fabricó más de un centenar de criaturas marinas, iguales en esencia pero diferentes en la forma, una multitud de vivientes salidos de su mente a través de sus manos.

Le recordaba el símbolo primitivo que utilizaban los primeros cristianos y en el que escribían letras que formaban la palabra Ichtys (ΙΧΘΥΣ) cuyo significado en Griego es pez pero al mismo tiempo puede interpretarse como el acrónimo de Iēsoûs CHristós THeoû hYiós Sōtér cuya tradución es “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador"

Como se acercaban las vacaciones de Semana Santa, pensó que sería bueno atraer público para dar publicidad al local, conectando de esta manera en tiempo y concepto con la exposición.

El doblegar las ramas y convertirlas en formas, parecía generar nuevas conexiones en el cerebro y estimular las dopaminas como recompensa a su esfuerzo.

El haber tenido que trasladarse a vivir a otro lugar, la tensión acumulada del trabajo de su mujer, la enfermedad de su padre y los miedos propios de la incertidumbre, habían llevado la relación familiar a una situación tensa y chispeante.

Sobrevivir a aquella carga emocional lejos de casa, lejos de su esposa, lejos de sus hijos; le resultaba casi insoportable. Gracias a la cestería y a Ichthys no se derrumbó.

El haber utilizado la creatividad como vávula de escape había sido un acierto y, así fué como nació su último proceso creativo en La Molienda Cannas.

La Molienda es un local de referencia en la villa, donde comprar buen pan, tomar un buen café con dulces tradicionales o beber un buen vino de Roa acompañado de exquisitas tapas, situado frente al antiguo muelle pesquero, en la población marinera de Cannas.

Gracias a las palabras de aliento de una limpiadora y al inmenso amor por los suyos aún hoy podemos contemplar su obra en mimbre“Era Ichthys”, integrada en la tablazón de las fauces del local u, ondulando en el aire, atrapada en el tamiz de una red irregular de cordel de fibra natural, tejida con sus manos, que unifica la calle y el espacio interior.


CANNAS

2015

Era el día de la inauguración de la exposición.

Era Ichthys.

Una pesca anunciada, con viandas y arte que estaba permitido tocar.

 

Apertura de la exposición cambiante basada en la creatividad textil y centrada en la cultura del pez. Acompañan también otras formas de expresión artística y trabajo en vivo. Tapas divergentes "Cinco panes y dos peces".

5 PANES Y 2 PECES

01) La idea.

Por la boca entra la comida y sale la palabra.

Esta iniciativa gastronómica y cultural tiene la base en el conocido relato del reparto de los panes y de los peces. Mc 6,33-45

Dar de comer, partir, servir, dividir no solo la comida en el sentido económico, sino que podemos, a través del hecho de sentarse juntos a comer, compartir las ideas mediante la palabra.

5 PANS E 2 PEIXES

Es una idea original de La Molienda Cangas, dentro de su proyecto ERA ICHTYS, una alternativa divergente para la convergencia en la creatividad.

Por primeira vez presentamos nuestras cinco estrellas de pan, cinco sabores de mezclas diferentes de base en el centeno, el maiz, el trigo, la castaña y el café, coronados con una combinación de dos peces diferentes, en las doce cestas con forma de mola de La Molienda Cannas.

De la fiesta de la cosecha de cereales y frutos y de la fiesta de la harina molida en las moliendas.

Hacemos la selección del pan de centeo, ese pan negro; por la importancia del centeno en la dieta galaica, en la cestería o en la arquitectura anónima de las pallozas.

Hacemos la elección del pan de maiz, ese pan humilde del relato de la teogonía maya; por lo que significó en la relación con la América de ultramar y con la arquitectura popular y religiosa de Galicia.

Elegimos el pan de trigo, ese pan blanco, de la expansión y de los convencionalismos.

Elegimos también el pan de castaña, ese pan arcaico, por nuestros sotos de la Galicia interior poblados de castaños y por las iniciativas gastronómicas de futuro.

Y no queremos olvidarnos del pan de café, como no, ese pan del homenaje a la concordia y a la conversación. 

2) El diseño de la presentación.

La presentación está geometricamente diseñada con la divina proporción y como unha estrella pentagonal de pan coronada por una combinación de sabor de dos peces diferentes, inscrita en la corona circular de la cesta de la mola.

3) La presentación.

¿Y como vamos dar de comer a tanta gente?

El reparto de los panes y  de los peces.

Para producir para muchos, tenemos que trabajar sistematicamente.

4) Acompañamiento musical.

Música popular gallega.

Música popular americana.


LA FARMACIA

BUEU

2016

El domingo 24 de Abril de 2016 visité la villa.

El último vestigio que quedaba del siglo XIX era la casa número 111 de la calle Montero Ríos de Bueu donde había estado ubicada la farmacia del Licenciado Ramón Manselle Cobas venido de la comarca del Maresme y casado con Carmén Vergés Moreu, hermana de Juan e hija del matrimonio formado por los fomentadores Juan Vergés y María Moreu.

Los personajes principales de la historia pertenecen a la ficción y se les ha permitido interactuar actuar con el mundo real en hechos acontecidos en la cronología de la narración a través del un proceso creativo previamente establecido, cuya finalidad última es tratar sobre el ser humano y sus pulsiones vitales en un entorno en constante cambio envueltos en una piel plegada en espiral.

Tal y como se puede apreciar con una visita a la misma, paso a describir la edificación principal y los anexos, tal y como estaban organizados originalmente.

La distribución de los espacios y locales era tal como se muestra a continuación.

Edificación de muros exteriores e interiores de piedra, pisos de tablazón de madera sobre vigas, cubierta de teja cerámica curva sobre armazón de madera, carpintería exterior de madera y ventanas de vidrio con contraventanas de madera para oscurecer las estancias.

Existía un proyecto de ampliación del museo Massó realizado por el Arquitecto José Manuel Gallego Jorreto, su director de tesis doctoral y siempre que intentaba ponerse en contacto con su estimado profesor de urbanismo algo se torcía.

 


 

EL ARTE DE VARIAR

TOMIÑO

2107

La historia del cine.

 


EL MUSEO MASSÓ

BUEU

2021

Al final consiguió ver los planos digitales del levantamiento del edificio anexo al museo en el estudio del arquitecto cundo le presentó a su hija Ginebra al ya anciano profesor.

El verano siempre trae oportunidades y sorpresas y en esta ocasión habían venido a visitarnos unas amigas de la región de la Bretaña francesa y consideraron que estaría bien hacer una visita al Museo Massó que actualmente se ubica en Bueu.

En una de las vitrinas de la sala superior había libros, uno estaba abierto, una página mostraba las rías bajas, una carta marina en un libro del año 1642 en la que aparecía el nombre de Cannas.

Preguntó si podía consultar el libro pero no halló respuesta afirmativa.

Así que decidió buscar en los repositorios de la red.

Y así fué como encontró el ejemplar digitalizado del libro con la carta.

 

 

 

 

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